Jesucristo, “toda deuda paga”[1].
La Misa, perpetuación de la Redención.
“Los efectos que la Pasión produjo en el mundo los hace este sacramento en el hombre”, enseña Santo Tomás[2].
«Ahora son justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención operada por Cristo Jesús, a quien Dios preordenó instrumento de propiciación, mediante la fe, en su sangre, para manifestación de su justicia, habiendo pasado por alto los pecados cometidos anteriormente en el tiempo de la paciencia de Dios, para manifestación de su justicia en el tiempo presente, a fin de mostrar que es justo y que justifica a todo el que cree en Jesús» (Ro 3,24-26).
- Tres veces tres.
Hubo algunos que oponían la justicia a la misericordia y la misericordia a la justicia, pero «Nos parecen vanos estos escrúpulos. San Pablo tuvo esmero en confrontar los dos aspectos de la obra redentora y en presentar las estrechas relaciones de ambos: “Nosotros somos justificados gratuitamente por la gracia de Dios, por medio de la redención que existe en Cristo Jesús. Dios lo propuso como propiciación por la fe, en su sangre, para mostrar ahora su justicia, a fin de ser (reconocido) justo y fuente de justicia para cualquiera que crea en Jesús” (Ro 3,24-26)[3].
Según este pasaje, tres iniciativas de Dios, tres operaciones de Cristo, tres sentimientos del hombre concurren en la obra redentora.
1. a. Viendo Dios nuestra incapacidad para salir por nosotros mismos del pecado, decide justificamos gratuitamente: aquí está la iniciativa de la Gracia.
b. Dios decide establecer a Cristo como instrumento de propiciación y presentarlo como tal a las miradas del mundo: aquí está el triunfo de la Sabiduría.
c. Dios quiere demostrar de esta manera que es justo y que lo fue siempre, a pesar de su aparente indiferencia de antaño con relación al pecado: aquí está el desquite de la Justicia.
2. a. Cristo, por su parte, opera la Redención, es decir, la liberación de los pecadores; y esta Redención, lejos de ser contraria a la Gracia, obra de concierto con ésta.
b. Cristo realiza la propiciación, cuando, expiando el pecado que levantaba una barrera entre Dios y nosotros, nos hace propicio a Dios.
c. Cristo produce la Redención y la propiciación en calidad de víctima: la eficacia de la salvación está en su Sangre.
3. Sin embargo,
a. el hombre no permanece pasivo; el negocio de su salvación no se concluye sin él: su aportación es la Fe, la Fe en Cristo Salvador.
b. El hombre medita la lección del Calvario y comprende que debe corresponder a tanto amor con una profunda gratitud;
c. y, en fin, ante esta demostración de la Justicia Divina, el hombre aprende a temer la Cólera de Dios y a confiar en su Misericordia.
De esta suerte, la doctrina de la Redención forma un todo coherente en que se armonizan los puntos de vista más diversos.
- La Cruz y el Edén.
El hecho de la restauración está en una correspondencia exacta con la historia de la caída. El Calvario es la réplica del Edén. La Humanidad cae y se levanta en su representante. Un acto de desobediencia la pierde, un acto de obediencia la salva, ¡Qué claridad brota de esto sobre la unidad de los Planes Redentores, la fraternidad humana y la comunión de los santos!
1. Dios no es ya el acreedor ávido de cobrar la cuenta, ni el soberano celoso de vengar a cualquier costo sus derechos: es el Padre buenísimo, santísimo y justísimo y sapientísimo, que, en su obstinado amor por el hombre culpable, toma la iniciativa de salvarlo y pone en juego su omnipotencia para ejecutar un designio que concilia admirablemente todos sus Atributos: Bondad, Santidad, Justicia y Sabiduría.
2. Jesucristo es siempre la víctima cuya Sangre expía el pecado, realiza la propiciación, sella la alianza, abre el Cielo; pero no es ya una víctima inerte, dotada de una especie de virtud mágica: su Sangre, por preciosa que sea, no vale más que por la ofrenda libre y amorosa que Él hace de Ella a su Padre, en nombre de la Humanidad contenida en Él como en su Jefe. Ya no se trata de una substitución por la cual sufriría el inocente el castigo del culpable, sino de una sublime condescendencia que lleva al Hijo de Dios a identificar su causa con la de los pecadores; ni de una satisfacción exterior dada a Dios para arrancarle el perdón de los criminales, sino de un homenaje filial que el Género Humano saca de sí mismo, gracias a Jesucristo, y que Dios acepta con gusto porque tuvo en ello la iniciativa y porque en ello tiene la principal parte.
3. La Resurrección de Jesús no es ya una superfluidad ofrecida a la admiración de los elegidos, ni una simple recompensa concedida a sus méritos, ni solamente el sostén de nuestra Fe y la prenda de nuestra esperanza: es un complemento esencial y una parte integrante de la Redención misma. En fin, el hombre no es ya el testigo pasivo de un drama que se desarrollaría fuera de él y en que no tendría él ningún papel; muere idealmente en el Calvario con el Cristo moribundo y revive místicamente en Él en el acto de Fe y en el rito sagrado de la Santa Misa que le aplican el fruto de la Muerte Redentora»[4].
- La Misa perpetúa el sacrificio de la cruz.
«La pasión de Cristo, aunque corporal, posee una virtud espiritual por su unión con la divinidad y por este contacto espiritual recibe eficacia, a saber, la eficacia de la fe y del sacramento de la fe: « […] a Cristo propuso como propiciación por la fe en su sangre» (Ro 3,25)»[5].
Por la fe informada por la caridad nos ponemos en contacto espiritual y nos aprovechamos de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Como podemos ver en tantísimos textos de la Santa Misa, por ejemplo:
«Haz, Señor,
que te ofrezcamos siempre este sacrificio
como expresión de nuestra propia entrega,
…y se lleve a cabo en nosotros
la obra de nuestra salvación»[6]
«…se va a renovar entre nosotros
el sacrificio único de Cristo»[7].
«Señor, preserva de toda maldad a tu pueblo,
para que este sacrificio sea grato a tus ojos…»[8]
«…concédenos, por esta celebración
que actualiza el único sacrificio de Cristo,
la misericordia que no merecen nuestros pecados»[9]
«Te pedimos, Señor,
que la eficacia de este sacrificio
nos purifique del antiguo pecado,…
y nos otorgue la plena salvación»[10]
«…Señor, Padre Santo,…
Que constituiste a tu único Hijo
Pontífice de la Alianza nueva y eterna…
que… determinaste, en tu designio salvífico,
perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio.
…[Los sacerdotes] renuevan en nombre de Cristo
el sacrificio de la redención…»[11]
«[…] cada vez que celebramos
este memorial del sacrificio de Cristo
se realiza la obra de nuestra redención[12]»
O de manera semejante: «cada vez que renovamos
en el altar este sacrificio
se realiza la obra de nuestra redención»[13]
«Acepta, Señor, este sacrificio,
con el que has redimido a todos los hombre…»[14]
«por el admirable trueque de este sacrificio
nos haces partícipes de tu divinidad»[15]
«el Espíritu Santo nos haga comprender
la realidad misteriosa de este sacrificio»[16]
Pedimos al Padre «…que aceptes y bendigas
estos † dones
este sacrificio santo y puro que te ofrecemos…»[17]
«Aclamad el misterio de la redención.»[18]
«…al celebrar este memorial de la muerte gloriosa de Jesucristo…
te ofrecemos…el sacrificio puro y santo:
pan de vida eterna
y cáliz de eterna salvación.»[19]
«…al celebrar ahora el memorial
de la muerte y resurrección de tu Hijo,
te ofrecemos el pan de vida y el cáliz de salvación…»[20]
«…congregas a tu pueblo sin cesar,
para que ofrezca un sacrificio sin mancha
desde donde sale el sol hasta el ocaso.»[21]
«…te ofrecemos…el sacrificio vivo y santo.»[22]
«…te ofrecemos su Cuerpo y su Sangre,
sacrificio agradable a ti
y salvación para todo el mundo.»[23]
«Dirige tu mirada, Padre santo, sobre esta ofrenda;
es Jesucristo que se ofrece con su Cuerpo y con su Sangre
y, por este sacrificio,
nos abre el camino hacia ti.»[24]
«…te ofrecemos…la Víctima que devuelve tu gracia a los
hombres… concédeles que, participando
del único sacrificio de Cristo, formen…un solo cuerpo.»[25]
«…te ofrecemos lo mismo que tú nos estregaste:
El sacrificio de reconciliación perfecta».[26]
«…te ofrecemos el pan de la vida y el cáliz de la salvación…»[27]
«Él se ha puesto en nuestras manos
para que te lo ofrezcamos como sacrificio nuestro
y junto con Él nos ofrezcamos a ti.»[28]
«En este santo sacrificio,
que Él mismo entregó a la Iglesia,
celebramos su muerte y su resurrección»[29]
«…que el pueblo…
consiga por su participación en este memorial
los frutos de la muerte y resurrección de tu Hijo…»[30]
«…y que la actualización repetida
de nuestra redención
sea para nosotros fuente de gozo incesante»[31].
«Mira…los sacrificios que te presentamos,
para que, al celebrar la pasión de tu Hijo
en este sacramento,
gocemos de sus frutos en nuestro corazón»[32]
«…al instituir el sacrificio de la eterna alianza,
se ofreció a sí mismo como víctima de salvación
y nos mandó perpetuar esta ofrenda
en conmemoración suya.»[33]
«…en la última cena con los apóstoles,
para perpetuar su pasión salvadora,
se entregó a sí mismo
como Cordero inmaculado y Eucaristía perfecta.»[34]
«Ellos [los sacerdotes] renuevan en nombre
de Cristo el sacrificio de la redención»[35]
«…para que en todas las naciones de la tierra
se ofrezca el sacrificio perfecto…»[36]
Que «nos sirva de provecho esta ofrenda
con cuya inmolación se perdonan los pecados del mundo.»[37]
«…te ofrecemos, Señor, el mismo sacrificio de la cruz,
fundamento y modelo de todo martirio.»[38]
«…concédenos, por la eficacia de este sacrificio,
llegar a transformarnos en ofrenda agradable a tus ojos.»[39]
«…que nos valgan de ayuda
los dones que te presentamos…
ya que tu has querido
perdonar los pecados del mundo,
mediante el sacrificio de esta ofrenda»[40]
En toda Misa se expresa:
«…para que este sacrificio, mío y vuestro
sea agradable a Dios, Padre Todopoderoso», ó
«En el momento de ofrecer
el sacrificio de toda la Iglesia», ó
«…nos dispongamos a ofrecer el sacrificio
agradable a Dios, Padre Todopoderoso»[41].
A lo que siempre responde el pueblo:
«El Señor reciba de tus manos este sacrificio,
para alabanza y gloria de su nombre,
para nuestro bien
y el de toda su Santa Iglesia[42]».
Habría que estudiar detenidamente el Misal Romano, cosa que no pudimos hacer, para mostrar tres cosas:
1. Cómo en cada Misa se hacen presentes los aspectos de la Redención obrada en la cruz;
2. Que pueden reducirse a los cinco modos o causas con que obra el Señor en su misterio pascual de pasión, muerte y resurrección, a saber, mérito, satisfacción, sacrificio, redención y eficacia;
3. Al igual que aparecen en el Misal Romano, con claridad y belleza, los efectos de la misma Redención.
Hay que tener presente que el mismo mérito y la misma satisfacción que Cristo ofrece en la cruz para completar la obra de la redención, se aplican en la Misa, ya que Cristo no puede merecer nada nuevo después de su muerte en cruz. Pero, sustancialmente, es el mismo sacrificio de la cruz por eso: « […] cada vez que celebramos este memorial del sacrificio de Cristo se realiza la obra de nuestra redención[43]». Notemos «cada vez», no alguna vez, o cada tanto, o a veces, sino siempre. Asimismo, notemos «se realiza la obra de nuestra redención», por lo tanto, en cada Misa y en todas las Misas, se hace sacramentalmente presente el sacrificio de la cruz, con todas sus consecuencias, es decir, que la Misa es: Conversión a Dios infinitamente perfecto, nos hace amar ordenadamente las creaturas, redificación, gracia santificante –fe, esperanza, caridad, dones del Santo Espíritu, virtudes morales infusas-, sumo perdón, fuerza, remedio, expiación, mérito, liberación, señorío, satisfacción, reconciliación, nobleza, alegría, diálogo, vida sobreabundante y eterna, belleza y luz, docilidad, sacrificio expiatorio de la divina Víctima, un quitar el mal, limpieza, pago, justicia, bondad, fiesta, plenitud, crecimiento, luz admirable, amor infinito, entrega sincera de sí mismo, salvación cierta, cercanía, acto agradable a Dios, alimento, felicidad, adoración latréutica, generosidad, civilización, cultura, eficacia sobreabundante, elevación, promoción de la dignidad individual y social del hombre, cosmos ordenado y bellísimo, unidad, universalidad, laboriosidad, conversión, triunfo, fidelidad, lealtad, obediencia, arrepentimiento, subordinación, esplendor, estupor, sufragio, libertad de los hijos de Dios, María al pie de la cruz y al pie del altar…,¡Redención!
Otro posible estudio a realizar es considerar cuál debería ser la característica de nuestra espiritualidad eucarística teniendo en cuenta las causas y los efectos de la pasión del Señor, a fin de practicar las virtudes que nos inspira y tener las disposiciones adecuadas. Distinguiendo, a su vez, cuál debería ser en los sacerdotes, en los religiosos y religiosas, y en los laicos.
Tal vez a alguno le cueste trabajo entender esta hermosa doctrina, pero por lo menos podrá llegar a una conclusión indiscutible: Verdaderamente Cristo me salvó, objetivamente hablando, cosa que me muestra de muchas maneras, por lo tanto ¡debo hacer mía la redención subjetiva, ya que «Dios, que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti[44]»!
[1] San Juan de la Cruz, Obras completas, ¡Oh llama de amor viva!, BAC 2005, estrofa 2, 111 y 957-963.
[2] S. Th., III, 79, 1, c.
[3] En cuanto a los detalles de exégesis, véase La Teología de San Pablo, Ed Jus México 1947, t. I, p. 230-4.
[4] Ferdinand Prat, La teología de san Pablo, Vol. II, Editorial Jus, México 1947, pp. 246-247.
[5] Santo Tomás, S. Th., III, 48, 6, ad 2m.
[6] Misal Romano, Conferencia Episcopal Española, Madrid, reimpresión actualizada 2011, Miércoles de la II semana de Adviento, Oración sobre las ofrendas, 139.
[7] Misal Romano, o.c., 20 de diciembre, p. 153.
[8] Misal Romano, o. c., Jueves de la III semana de Cuaresma, Oración sobre las ofrendas, 214.
[9] Misal Romano, o. c., Domingo de Ramos, Oración sobre las ofrendas, 243.
[10] Misal Romano, o. c., Misa Crismal, Oración sobre las ofrendas, 254.
[11] Misal Romano, o. c., Prefacio de la Misa Crismal, 255.
[12] Misal Romano, o. c., Misa de la Cena del Señor, Oración sobre las ofrendas, 264; II Domingo del tiempo ordinario, 375; Cf. Sacramentarium Veronense, ed. Mohlberg, n. 93 (cita en OGMR del 1975, Proemio y en OGMR del 2008, n. 2, p. 18).
[13] Misal Romano, o. c., Misa Votiva de la Sagrada Eucaristía B, 996.
[14] Misal Romano, o. c., Miércoles de la Octava de Pascua, Oración sobre las ofrendas, 317.
[15] Misal Romano, o. c., Miércoles de la II semana de Pascua, p. 324; Jueves de la III Semana de pascua, p. 332; Miércoles de la IV semana de Pascua, p. 338; Jueves de la V semana de Pascua, p. 346.
[16] Misal Romano, o.c., Domingo de Pentecostés, p. 370.
[17] Misal Romano, o. c., Plegaria I, 519.
[18] Misal Romano, o. c., 527, 534, 542, 553, 1059, 1065, 1071, 1077, 1084, 1089 (en total: diez veces).
[19] Misal Romano, o. c., Plegaria I, 528.
[20] Misal Romano, o. c., Plegaria I, 534.
[21] Misal Romano, o. c., Plegaria II, 540.
[22] Misal Romano, o. c., Plegaria III, 542.
[23] Misal Romano, o. c., Plegaria IV, 553.
[24] Misal Romano, o. c., Plegaria V/a-b-c-d, 1060, 1066, 1072, 1078.
[25] Misal Romano, o. c., Plegaria sobre la reconciliación I, 1084.
[26] Misal Romano, o. c., Plegaria sobre la reconciliación II, 1090.
[27] Misal Romano, o. c., Plegaria para las Misas con niños I, 1098.
[28] Misal Romano, o. c., Plegaria para las Misas con niños II, 1103.
[29] Misal Romano, o. c., Plegaria para las Misas con niños III, 1111.
[30] Misal Romano, o. c., Misa Votiva de la Sagrada Eucaristía B, 995.
[31] Misal Romano, o.c., Sábado de la Octava de Pascua, Oración sobre las ofrendas, 320 (En Misal Romano en latín, ut continua nostrae reparationis operatio, 385); id. Martes de la II semana del tiempo pascual, 323 (389); id. Miércoles de la III semana de Pascua, 331 (399); id. IV domingo de Pascua, 335 (403); id. Martes de la IV semana de Pascua, 337 (405); id. Miércoles de la V semana de Pascua, 345 (413); id. Martes de la VI semana de Pascua, 351 (419).
[32] Misal Romano, o. c., XXXII Domingo del tiempo ordinario, Oración sobre las ofrendas, 405. (Se usa el plural porque se refiere a las distintas modalidades del único sacrificio).
[33] Misal Romano, o. c., Prefacio I de la Santísima Eucaristía, 481.
[34] Misal Romano, o. c., Prefacio II de la Santísima Eucaristía, 482.
[35] Misal Romano, o. c., Prefacio I de las Ordenaciones, 484.
[36] Misal Romano, o. c., Prefacio II de las Ordenaciones, 485.
[37] Misal Romano, Memoria de San Gregorio Magno, Oración sobre las ofrendas, 727.
[38] Misal Romano, Memoria de San Cosme y San Damián, 738.
[39] Misal Romano, Memoria de San Vicente de Paúl, 739.
[40] Misal Romano, Común de Pastores 2, Oración sobre las ofrendas, 828.
[41] Misal Romano, o.c., Ordinario de la Misa, n. 26, Orate frates, 442.
[42] Idem, 443.