misericordia

La misericordia de Dios es infinita

A Santo Tomás, Apóstol, poner su dedo en las manos del Señor, y poner su mano en el costado del Señor le hace penetrar de una manera del todo singular en el misterio del Verbo Encarnado. Este gesto lo lleva a exclamar Señor mío y Dios mío (Jn 20,28), es decir reconoce al Señor como el Mesías esperado y como Luz que es, y por tanto, es uno de aquellos hombres que a través de los siglos, como tantos otros, puso en práctica lo que enseña el salmo Cantaré eternamente las misericordias de Dios (Sal 89,1), que era uno de los leit-motiv, por ejemplo, de Santa Teresa de Jesús.

Cantar eternamente las misericordias de Dios, no es simplemente cantar con la lengua, con la voz, con la música, también es eso, pero cantar es –de manera especial– el expresar esa realidad de la misericordia de Dios con la vida, viviendo una vida donde realmente tenga importancia en nosotros la misericordia de Dios por sobre la realidad triste, dolorosa, angustiante a veces del pecado, sabiendo que es mucho más grande la misericordia de Dios que nuestros pecados. Pasa a veces con los cristianos y también con las almas consagradas, –son lo que yo llamo esas monjas avinagradas que parecen pickles (= encurtidos) pues están siempre con cara de viernes santo, siempre quejándose, siempre recordando pecados de la vida pasada como si eso fuese la esencia de la vida cristiana–, que viven sin cantar la misericordia de Dios. Hay que aprender a cantar la misericordia de Dios, cantarla sobre todo con la vida, dando ejemplo ante los demás, ante el mundo, ante las demás Hermanas, de que uno cree realmente que Dios es infinitamente misericordioso.

La Virgen, cuando expresa su canto de alabanza a Dios –el Magníficat–, nos canta las misericordias de Dios. Dice: Su misericordia se extiende de generación en generación (Lc 1,50). Es decir que ese amor infinito de Dios es una realidad que no solamente ha tenido su concreción o su expresión máxima en el momento en que Jesús muere en la Cruz, sino que a través de las distintas generaciones se manifiesta y se manifestará la misericordia de Dios. Y Dios siempre actuará a través de su misericordia, por eso dice hermosamente en uno de sus escritos el recientemente canonizado San Luis Orione: «el último en triunfar es Él, Cristo y Cristo triunfará por su caridad y por su misericordia»[1].

Por tanto hay que cambiar en la vida de uno, en la mente, en el corazón, todo aquello que apunta a opacar o a destruir la alegría sobrenatural que produce o que debe producir en nosotros el hecho de considerar que la misericordia de Dios es infinita. Y que, por tanto, la misericordia de Dios es superior a todos nuestros pecados, aunque hubiésemos cometido todos los pecados que se cometen y se cometerán en el mundo hasta el fin de él, aunque esos pecados fuesen elevados a la enésima potencia, ¡la misericordia de Dios es más grande, porque es infinita! Y esa debe ser nuestra convicción profunda, y esa debe ser la motivación de nuestra vida. ¡La consideración de la grandeza infinita del amor de Dios por nosotros!

Pidámosle a la Virgen la gracia de aprender a cantar con nuestras vidas el Magníficat, que es una forma de cantar la misericordia de Dios.

[1] GIUSEPPE RIGO, «Instaurare omnia in Christo», Don Orione Oggi, n. 4 (1995) 18.