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¡La Mujer vestida de Sol!

«Un gran signo apareció en el cielo una Mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza…» (Ap 12, 1–6).

 Queridos hermanos, nos encontramos hoy nuevamente reunidos junto al altar del Señor, para celebrar en esta ocasión la fiesta del Inmaculado Corazón de María. Y haré este sermón de la siguiente manera: dos referencias, una, a la Virgen de Luján, otra, a la Virgen de Fátima; un tema central, y una aplicación a las 7 Novicias que hoy reciben su hábito religioso.

I. Referencias.

Quiero referirme a ese aspecto de la Virgen de Luján, que puede verse en uno de los adornos que la acompañan, como es el caso de la rayera, que la hizo colocar para que se distinguiese de otras advocaciones argentinas el padre Jorge María Salvaire, a fin del siglo XIX. ¿Por qué? Porque la Imagen de Luján es una Inmaculada, es la Limpia y Pura Concepción de la Santísima Virgen.

Y la rayera recuerda a esa mujer del Apocalipsis a la cual, en forma clarísima, en la primera lectura hemos escuchado, la Mujer revestida de sol. María es la mujer revestida de sol. ¡María de Luján es la mujer revestida de sol!

Y además éste es el texto que ha querido elegir el Papa Juan Pablo II para ser leído como primera lectura de la Misa solemne de beatificación de Francisco y Jacinta en Fátima, realizada poco tiempo atrás. En el mismo sermón, el Papa dio algunas indicaciones sobre la Virgen de Fátima como esa mujer revestida de luz.

II. El vestido de sol.

El texto del Apocalipsis, riquísimo en contenido, señala el tiempo maravilloso de la expectativa y de la esperanza, porque esa Mujer revestida de luz es la que da a luz un Hijo. Y ocurre allí una suerte de un encuentro cósmico, entre personajes que superan el simple nivel humano. Ellos son: la Mujer, excepcional, revestida de sol; el Hijo que da a luz la Mujer revestida de sol; y el dragón, que representa a la serpiente infernal.

Este pasaje del Apocalipsis hace referencia, según los mejores exégetas, a varios textos de la Sagrada Escritura:

– al Protoevangelio del Génesis. Allí ya se habla de la mujer: Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo (3, 15);

– a la «Virgen Madre», según la profecía del Mesías de Isaías 7, 14.

– a la Nueva Jerusalén, madre del pueblo mesiánico de Isaías 66, 7.

– a la visión del dragón del profeta Daniel 7,7.

Por eso es que para descifrar lo que significa esa Mujer revestida de sol son de mucha ayuda los elementos descriptivos, que hacen ver que esa Mujer también representa a la Hija de Sión, al pueblo Santo de los tiempos mesiánicos, a la Iglesia perseguida.

«Vestida de sol», porque es una figura celestial. La Sión escatológica no brilla con luz propia, sino con la gloria de Dios. Es la Mujer toda luz: no hay en ella mancha, no hay en ella oscuridad. ¡Es la Inmaculada!

«Con la luna bajo sus pies», es decir, toda la historia humana, todos los siglos lunares le están sometidos. También la historia del siglo XX, y también la historia del siglo XXI y de los siglos que vayan a venir.

«Sobre su cabeza (de la mujer revestida de sol) una corona de doce estrellas». Esa mujer es imagen del Antiguo y del Nuevo Testamento. Por tanto, sobre la cabeza coronada están representadas por las estrellas las 12 tribus de Israel y los 12 apóstoles; de manera que las estrellas hacen referencia también a las comunidades cristianas porque el número 12 reclama tanto a las 12 tribus de Israel como al grupo de los Doce Apóstoles, columnas de la Iglesia, y fundamento de la misma.

De la combinación de los datos que nos da el libro del Apocalipsis obtenemos que la mujer representa a la Iglesia, la comunidad cristiana: es Ella y sólo Ella la que puede engendrar al Hijo y a los otros hijos, nosotros [1].

Pero lo que se dice de la Iglesia se puede aplicar, y se debe aplicar a la Santísima Virgen y viceversa: lo que se dice de la Virgen se puede y se debe aplicar a la Iglesia, como sugería un santo abad del siglo XII: «María y la Iglesia son una madre y más madres… En las Escrituras divinamente inspiradas, lo que se dice de modo universal de la virgen Madre Iglesia, se lo entiende de modo singular de la Virgen Madre María, y lo que se dice de modo especial, singular, de María se lo entiende en sentido general de la virgen Madre Iglesia…» (Beato Isaac de Stella).

Y es llamativo, pero… ¡estamos viviendo tiempos curiosos! La Virgen en Fátima a los tres pastorcitos, en las distintas visiones, de manera especial el primer día, el 13 de mayo de 1917, se les aparece como Mujer revestida de sol. Dice Sor Lucía, que tuve el gusto de saludar personalmente por gracia de Dios:

«Estando jugando con Jacinta y Francisco encima de la pendiente de Cova de Iría, haciendo una pared alrededor de una mata, vimos, de repente, como un relámpago.

– Es mejor irnos ahora para casa –dije a mis primos–, hay relámpagos, puede venir tormenta.

– Pues sí.

Y comenzamos a descender la ladera, llevando las ovejas en dirección del camino. Al llegar poco más o menos a la mitad de la ladera, muy cerca de una encina grande que allí había, vimos otro relámpago; y, dados algunos pasos más adelante, vimos sobre una encina una Señora, vestida toda de blanco, más brillante que el sol, irradiando una luz más clara e intensa que un vaso de cristal, lleno de agua cristalina, atravesado por los rayos del sol más ardiente. Nos detuvimos sorprendidos por la aparición. Estábamos tan cerca que nos quedábamos dentro de la luz que la cercaba, o que Ella irradiaba. Tal vez a metro y medio de distancia más o menos.

Entonces Nuestra Señora nos dijo:

– No tengáis miedo. No os voy a hacer daño.

– ¿De dónde es Ud.?

– Soy del Cielo.

– ¿Y qué es lo que Ud. quiere?

(…)

–¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quisiera enviaros, en acto de desagravio por los pecados con que es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?

– Sí, queremos.

– Tendréis, pues, mucho que sufrir, pero la gracia de Dios será vuestra fortaleza».

Allí ocurre en los niños de 10, 9 y 7 años, una experiencia ciertamente mística, la experiencia de la unión con Dios, que Sor Lucía describe años después con estas palabras:

“Fue al pronunciar estas últimas palabras (la gracia de Dios será vuestra fortaleza) cuando abrió por primera vez las manos comunicándonos una luz tan intensa como un reflejo que de ellas se irradiaba, que nos penetraba en el pecho y en lo más íntimo del alma, haciéndonos ver a nosotros mismos en Dios que era esa luz, más claramente que nos vemos en el mejor de los espejos. Entonces por un impulso íntimo, también comunicado, caímos de rodillas y repetíamos íntimamente: “Oh Santísima Trinidad, yo Os adoro. Dios mío, Dios mío, yo Os amo en el Santísimo Sacramento”.

Pasados los primeros momentos, Nuestra Señora añadió:

– Rezad el Rosario todos los días, para alcanzar la paz para el mundo y el fin de la guerra.

En seguida comenzó a elevarse suavemente, subiendo en dirección al naciente, hasta desaparecer en la inmensidad de la lejanía. La luz que la rodeaba iba como abriendo camino en la bóveda de los astros, motivo por el cual alguna vez, dijimos que habíamos visto abrirse el Cielo”.»

Es una altísima experiencia mística.

 La Virgen de Fátima también es la Inmaculada, y es por eso que el ángel en la tercera aparición, que fue entre el mes de julio y agosto del año anterior, ya les había dicho que debían rezarle al Inmaculado Corazón de María.

Acerca de la «Mujer vestida de sol», Su Santidad Juan Pablo II había dado una interpretación, que es muy interesante:

«“La mujer vestida de sol” del Apocalipsis de Juan es la mujer que después del pecado del hombre ha sido introducida en el centro de la lucha contra el Espíritu de las tinieblas».

Por tanto, hay otro elemento esencial: no solamente es la Mujer toda luz, sino ¡una Mujer que lucha! Es una mujer que está contra la fuerza y el poder del mal, como lo había anunciado Dios en el Protoevangelio. Es una enemistad creada por Dios, y por más que los hombres busquen mezclar las cosas, por más que los hombres traten de llamar bien al mal y mal al bien, no va a ser así y no va a cambiar hasta el fin de los siglos, y María siempre estará del lado del bien.

Sigue diciendo Juan Pablo II: «Habla el libro del Génesis. Recordemos las palabras de Dios pronunciadas al Tentador: Yo pondré enemistad entre ti y la mujer (Gen 3, 15). Y esto viene confirmado en el Apocalipsis: El dragón se puso delante de la mujer que está por dar a luz para devorar al niño apenas nacido (12,4)».

 Nos encontramos en el punto central de la lucha que se desarrolla sobre la tierra, desde el inicio de la historia del hombre[2].

La serpiente del libro del Génesis, el dragón del Apocalipsis, es el mismo Espíritu de las tinieblas, el Príncipe de la mentira, que, rechazando a Dios y a todo lo que es divino, ha llegado a ser la «negación encarnada» –la caricatura que hace el diablo de la Encarnación–.

«La historia del hombre, la historia del mundo, se vuelve bajo la presión incesante de esta negación de Dios originaria llevada adelante por Satanás, negación del Creador por parte de la criatura. Desde el inicio, y desde el momento de la tentación de nuestros primeros padres, y después durante todas las generaciones de los hijos e hijas de la tierra, él trata de introducir su “non serviam” en el alma del hombre».

¿Quién es esta «mujer»? Es aquella que con todo su ser humano dice: He aquí, soy la sierva del Señor (Lc 1, 38), ¡exactamente lo contrario! «… En el centro mismo de la lucha entre el espíritu de la negación de Dios y el servicio salvífico, el Hijo de Dios ha llegado a ser Hijo de María. Así se cumple la promesa de Dios en el libro del Génesis: en medio de la historia del hombre está el Hijo de la mujer, que es el ministro de la salvación del hombre y del mundo»[3].

¿Y por qué es María la que lucha contra el demonio? Es así por voluntad de Dios. Dios es el que puso esa enemistad. De tal manera que a esa Mujer que revistió de su luz, es decir, la llenó de su gracia sin dejar que su Corazón conociese el pecado, es el que le dio un poder enorme contra el poder del mal, un poder más grande que el que tienen todos los ángeles y todos los santos juntos. ¡De tal manera que un suspiro de la Virgen tiene más poder que todo lo que pretendan hacer todos los diablos juntos!

¿Y cuáles fueron sus armas? Armas infalibles, y armas invencibles: la humildad, la pureza, la obediencia. Es así como María vence y es así como María enseña a vencer a sus hijos. Así contemplamos, en el signo aparecido en el cielo, aquella que es como gustaba llamarla San Bernardo, «toda la razón de nuestra esperanza».

III. Las religiosas vestidas de sol, por participación.

Y en este día en que nuestras Hermanas recibirán el santo hábito, podemos hacer una aplicación de lo que venimos desarrollando.

Las almas consagradas, en este caso las religiosas que se consagran a Dios, tienen por modelo a María, y también son una participación análoga de la Mujer revestida de Sol. Por eso la religiosa tiene que ser una mujer toda luz y tiene que ser también una mujer toda lucha, con más razón en estos tiempos.

Y de manera muy particular, la religiosa es por participación una mujer toda luz por la virginidad. Debemos advertir siempre que lo esencial de la doctrina sobre la virginidad lo ha recibido la Iglesia de los mismos labios de su Divino Esposo, Jesucristo[4].

En una oportunidad, pareciéndole a los discípulos muy pesados los vínculos y las obligaciones del matrimonio, que Nuestro Señor les manifestara, no separe el hombre lo que Dios ha unido, le dijeron: si tal es la condición del hombre con respecto a la mujer, no tiene cuenta el casarse (Mt 19,10), y entonces Jesús aprovecha la ocasión para enseñar de una manera muy clara, aunque parabólica, la importancia de la virginidad. Jesús les respondió que no todos eran capaces de comprender esta palabra, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido; porque algunos son inhábiles para el matrimonio por defecto físico de nacimiento, otros por violencia y malicia de los hombres; otros en cambio se abstienen de él, espontáneamente y por propia voluntad, y eso por amor al Reino de los Cielos. Y concluyó Nuestro Señor diciendo de manera misteriosa, porque ciertamente que la virginidad siempre es misteriosa: Quién sea capaz de tal doctrina que la siga (Mt 19,11–12).

Por otra parte, los santos y doctores de la Iglesia de todos los tiempos enseñan que la virginidad no es virtud cristiana sino cuando se guarda por amor al Reino de los Cielos[5], es decir, cuando abrazamos este estado de vida para poder más fácilmente entregarnos a las cosas divinas, alcanzar con mayor seguridad la eterna bienaventuranza y, finalmente, dedicarnos con más libertad a la hora de conducir a otros al Reino de los Cielos.

Es por eso que el Apóstol San Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, advierte: El que no tiene mujer, anda solícito en las cosas del Señor, y en qué ha de agradar a Dios… Y la mujer no casada y la virgen piensan en las cosas del Señor para ser santas en cuerpo y alma (1Cor 7,32–34).

Éste es por lo tanto el fin primordial y la razón principal de la virginidad cristiana. El tender únicamente hacia las cosas divinas, empleando en ellas alma y corazón, y querer agradar a Dios en todas las cosas, pensar sólo en Él, consagrarle totalmente cuerpo y alma. Y eso lo entendió siempre así la Iglesia. Basta citar como ejemplo a San Agustín, obispo de Hipona: «no es que se honre a la virginidad por ella misma, sino por estar consagrada a Dios, y no alabamos a las vírgenes porque lo son, sino por ser vírgenes consagradas a Dios por medio de una piadosa continencia»[6].

 Por eso es que, en la actualidad, todo el ataque despiadado que se hace a la virginidad se lo hace no solamente por la virginidad misma, sino porque la virginidad es una consagración a Dios. Basta ver el ataque a la virginidad que vemos en estos tiempos en la televisión, donde no hay programa ni hay telenovela donde no aparezca una «monja» de día, pero a la noche es vedette; o ponen una cárcel en el subsuelo donde las castigan; o se presenta a una «monja» que anda de novia con el que era su novio, o con el que salió con ella, y que no salió, y que resulta que después es primo del hermano, de la tía, del sobrino, de la abuela… sobre todo si es del teleteatro argentino. He tenido oportunidad de decir alguna vez, que el teleteatro argentino todo lo alarga: como el conocido caso de aquel embarazo que duró dos años, el parto un mes, y el bebé resultó prematuro…

Hay que saber que la lucha actual y desde siempre contra la virginidad no deja de ser una cosa satánica, porque es la repetición del «non serviam», del «no obedeceré». De algún modo es no considerar a Dios como «El que es», el Todopoderoso, el Ser Supremo, porque Él es el Señor de la vida y de la muerte.

Y por eso es importante comprender lo que es la virginidad: la virginidad no es negarse a todo esposo, sino negarse a todo esposo humano, para tener un Esposo Divino. Como decía San Ambrosio, en una concisa frase: «Virgen es la que se desposa con Cristo»[7]. Por este motivo, el objeto principal de estas mujeres vestidas de sol por participación, es agradar siempre al Divino Esposo.

Es lo que pedimos en esta Misa, por estas Hermanas que hoy reciben su santo hábito, por todas las Hermanas de nuestros Institutos, y también por todas aquellas mujeres, miles y miles, que han sabido envejecer en su virginidad, que han sido gloria y corona de la Iglesia.

 Se lo pedimos a la Virgen: ¡La Mujer vestida de sol!


[1] cfr. Ap 12,17.

[2] cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual «Gaudium et Spes», 24.

[3] Juan Pablo II, «Homilía durante la Misa celebrada en la parroquia de Castelgandolfo», L’Osservatore Romano 35 (1984) 522.

[4] cfr. Pío XII, Sacra Virginitas, passim.

[5] cfr. Mt 19,12.

[6] San Agustín, De Sancta virginitate, 22; PL. XL, 407.

[7] San Ambrosio, De virginibus, I, 8; n. 52; PL. XVI, 202.