Preparación próxima.
Sólo dos sugerencias para prepararse todos los días para participar en la Santa Misa:
1ª. “La Misa es infinita como Jesús”, dice el Padre San Pío de Pietrelcina; y todo lo que debo hacer para participar en la Santa Misa es tener “noble simplicidad”[1]. Me parece que corresponde con lo que San Juan Pablo Magno dice del rito romano que es de una: «mística esencialidad»[2].
2ª. Se podría tener algún pensamiento sobre las dos cosas que no deberían faltar en una participación de la Misa, consciente, activa y fructuosa, a saber, una breve preparación para hacer mejor: a-La oblación y b-La comunión.
Si vamos a Misa a la mañana es muy bueno levantarnos un poco antes para disponer la mente y el corazón a participar de la Misa; si vamos a la tarde es muy bueno que dejemos de hacer nuestras actividades con el mismo fin.
- La oblación[3].
Los fieles que asisten y concurren activamente a la celebración de la misa ofrecen especialmente. Además de la razón general, por la que los fieles, en cuanto son miembros de la Iglesia, concurren al sacrificio de la misa, ofrecen especialmente los presentes a ella y los que cooperan activamente a su celebración[4].
La oblación es un elemento esencial del sacrificio: «Todo sacrificio es oblación»[5]. Es el ofrecimiento del sacrificio. De hecho se ofrece el sacrificio en el mismo momento de la consagración, o sea, en el mismo rito de la inmolación. De hecho, a este acto, se lo conoce con muy distintos nombres: ofrecer, ofertorio, ofrenda[6], ofrecimiento, oblata, cosa ofrecida, oblación, etc. La oblación es el acto del sacrificio por el que se ofrece la Víctima a Dios.
- ¿Por qué pueden y deben los que asisten a la Misa ofrecer la Víctima del altar?
Porque han sido capacitados para ello por el bautismo: «Los fieles […] en virtud de su sacerdocio regio, concurren a la ofrenda de la Eucaristía[7] y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación y caridad operante. […] Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella[8]. Y así, sea por la oblación o sea por la sagrada comunión, todos tienen en la celebración litúrgica una parte propia, no confusamente, sino cada uno de modo distinto»[9].
- ¿Cuándo debe comenzar en los bautizados la actitud ofertorial?
Debe comenzar con la presentación de los dones u ofertorio, cuando en la presentación de los dones de pan y vino, «se convierten en cierto sentido en símbolo de todo lo que lleva la asamblea eucarística, por sí misma, en ofrenda a Dios y que ofrece en espíritu»[10]. De ahí la importancia de este primer momento de la liturgia eucarística, por eso solemnizado –con procesión, con canto, estando todos de pie– en casi todas las liturgias, ya que «conserva su sentido y significado espiritual»[11].
- ¿Cuándo se ofrece, de hecho, la Víctima inmolada?
De hecho, el ofrecimiento de la Víctima, se realiza en el momento mismo del rito de la inmolación o consagración; se manifiesta –de hecho– al depositar la Víctima sobre el altar. En otras palabras, el ofrecimiento a Dios de la Víctima, que se realiza en el mismo momento de la consagración, se hace visible en el momento de poner el Cuerpo y de poner el cáliz con la Sangre sobre el altar: «Mas al poner el sacerdote sobre el altar la divina Víctima, la ofrece a Dios Padre como una oblación para gloria de la Santísima Trinidad y para el bien de la Iglesia»[12].
- ¿Cuándo se explicita la oblación con palabras?
Luego, esa acción oblativa se explícita en palabras después de la consagración, en la oración de ofrenda, luego de la oración memorial, (ya que no se puede hacer y decir todo al mismo tiempo), así dice en voz alta el sacerdote: «Te ofrecemos, Dios de gloria y majestad, de los mismos bienes que nos has dado, el sacrificio puro, inmaculado y santo: pan de vida eterna y cáliz de eterna salvación»[13], o sea, la Víctima; o, «te ofrecemos el pan de vida y el cáliz de salvación»[14], es decir, la Víctima; o, «te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo. Dirige tu mirada sobre la ofrenda de la Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad»[15]; o, «te ofrecemos su Cuerpo y su Sangre, sacrificio agradable a ti y salvación para todo el mundo»[16]; o, «dirige tu mirada, Padre Santo, sobre esta ofrenda; es Jesucristo que se ofrece con su Cuerpo y con su Sangre y, por este sacrificio, nos abre el camino hacia ti»[17]; o, «te ofrecemos, Dios fiel y verdadero, la Víctima que devuelve tu gracia a los hombres»[18]; o, «te ofrecemos lo mismo que tú nos entregaste: el sacrificio de la reconciliación perfecta»[19]. Son todas expresiones sinónimas: se refieren al hecho de ofrecer la Víctima.
Pues bien, así como la inmolación sólo la realiza el sacerdote ministerial, la oblación de la Víctima la pueden y deben realizar todos los fieles cristianos laicos y, con mayor razón, las almas consagradas.
Dice el Papa Pío XII: «En esta oblación, en sentido estricto, participan los fieles a su manera y bajo un doble aspecto; pues, no sólo por manos del sacerdote, sino también en cierto modo juntamente con él, ofrecen el Sacrificio; con la cual participación también la oblación del pueblo pertenece al culto litúrgico»[20].
- Por manos: «Por manos o por medio del sacerdote», como complemento de instrumento, quiere decir, que en cuanto representa a la comunidad, ofrece el sacrificio en nombre de todos. Para ello ha sido especialmente deputado. Es el acto que los bautizados no pueden hacer por sí mismos, sino con la mediación del sacerdote ministerial. Al representar la persona de Cristo Cabeza, ofrece en nombre de todos los miembros, por eso «toda la Iglesia universal ofrece la víctima por medio de Cristo»[21].
- Juntamente: «Juntamente con el sacerdote», expresa un complemento de compañía, se trata de los actos inmediatamente sacerdotales de los fieles, actos en los cuales no necesitan estar representados por el sacerdote ministerial. Aquí los fieles cristianos obran como concausa de la ofrenda, no por realizar el rito litúrgico visible –propio de los sacerdotes ministeriales– «sino porque unen sus votos de alabanza, de impetración, de expiación y de acción de gracias a los votos o intención del sacerdote, más aun, del mismo Sacerdote divino, para que sean ofrecidos a Dios Padre en la misma oblación de la Víctima, incluso con el mismo rito externo del sacerdote»[22]. Y ello es así porque: «El rito externo del Sacrificio, por su misma naturaleza, ha de manifestar el culto interno, y el Sacrificio de la Nueva Ley significa aquel obsequio supremo con el cual el mismo oferente principal, que es Cristo, y juntamente con Él y por Él todos sus miembros místicos, reverencian y veneran a Dios con el honor debido»[23]. Y dice Juan Pablo II: «Todos aquellos que participan en la Eucaristía, sin sacrificar como él (sacerdote), ofrecen con él, en virtud del sacerdocio común, sus propios sacrificios espirituales, representados por el pan y el vino, desde el momento de su presentación en el altar»[24]. Por eso el celebrante dirigiéndose a los fieles dice: «Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios Padre todopoderoso»[25]; asimismo, explícitamente se dice que el pueblo participa del Sacrificio de la Misa, en cuanto que el pueblo también ofrece: «Te ofrecemos, y ellos mismos te ofrecen»[26] ; «acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa…»[27]480; «nosotros, tus siervos, y todo tu pueblo santo […], te ofrecemos, Dios de gloria y majestad, de los mismos bienes que nos has dado»[28].
- ¿Por qué dice el sacerdote: «Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro»?
Porque el pueblo fiel ofrece, también, la Víctima del altar y junto con ella «sus propios sacrificios espirituales», por así decirlo, ofrece una doble víctima: Jesucristo y su propia persona. Y porque la Eucaristía: «Tiene razón de sacrificio en cuanto se ofrece»[29].
Para llegar a ello, «la conciencia del acto de presentar las ofrendas, debería ser mantenida durante toda la Misa. Más aún, debe ser llevada a plenitud en el momento de la consagración y de la oblación anamnética, tal como lo exige el valor fundamental del momento del sacrificio»[30]. Por ejemplo, hay expresiones que manifiestan especialmente el carácter sacrificial de la Eucaristía y unen el ofrecimiento de nuestras personas al de Cristo: «Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad, para que fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu. Que Él nos transforme en ofrenda permanente…»[31].
- ¿Cuándo llega a su plenitud el ofrecimiento de la Víctima divina y de nosotros junto con Ella?
La oblación, el ofrecimiento de la Víctima, llega a su plenitud en la Doxología final, cuando el sacerdote alza el Cuerpo y la Sangre del Señor, diciendo: «Por Cristo, con Él y en Él», y con el «Amén» en el que participan todos los fieles al cantarlo, ordinariamente, o al rezarlo, manifiestan su aceptación a todo lo realizado sobre el altar.
- ¿Cómo debe ser la actuación en el sacrificio incruento?
La manera de ofrecerse Cristo en la cruz es distinta de la Misa, como enseña el concilio de Trento: «Distinta la manera de ofrecerse»[32], o sea, incruenta. Esta distinta manera de ofrecerse imprime su estilo a toda la misteriosa realidad del Sacramento Sacrificio y a toda la actuación del cristiano en el mismo. De manera pedagógicamente escalonada, comentando Ro 12,1, San Pedro Crisólogo enseña cómo debe ser el ofrecimiento del cristiano en la Misa: 1º. Ofrecer sus cuerpos; 2º. Como un sacrificio viviente u hostias vivientes; y 3º. A la manera de Jesucristo:
1º. «Os exhorto a ofrecer vuestros cuerpos… El Apóstol, con esta oración ha elevado a todos los hombres a la cumbre sacerdotal»[33].
2º. «Os exhorto a ofrecer vuestros cuerpos como un sacrificio viviente… ¡Oh inaudito ministerio del sacerdocio cristiano, en el cual el hombre es a la vez víctima y sacerdote, en el cual el hombre no busca fuera de sí aquello que sacrificará a Dios; en el cual el hombre lleva consigo y en sí mismo aquello que sacrificará a Dios en beneficio de sí; en el cual la víctima y el sacerdote permanecen inalterados; en el cual la víctima es inmolada y vive mientras el sacerdote oferente es incapaz de matar! ¡Maravilloso sacrificio en el cual se ofrece un cuerpo sin cuerpo[34], sangre sin sangre[35]!»[36].
3º. «Os exhorto, por la misericordia de Dios, a ofrecer vuestros cuerpos como un sacrificio viviente. Hermanos, este sacrificio deriva del modelo de Cristo, que inmoló vitalmente el propio cuerpo para la vida del mundo. Y verdaderamente ha hecho del propio cuerpo una víctima viviente, Aquel que, muerto, vive. En consecuencia, en tal víctima la muerte paga la pena merecida, la víctima atrae hacia sí, la víctima vive, la muerte es castigada […] Sé, por tanto, ¡oh hombre!, sé, por tanto sacrificio y sacerdote de Dios […] Dios busca la fe, no la muerte; tiene sed de tu plegaria, no de tu sangre; es aplacado por el amor, no por el matar»[37].
Ofrecer los cuerpos es ofrecer toda la persona, cuerpo y alma (ofrecer es un acto del alma espiritual), con todos nuestros proyectos, ideales, amores, trabajos, bienes… ese más que implica la inmolación está constituido por dos cosas: entregar «matándolos» todos los males y unir al sacrificio de Cristo «divinizándolos» todos los bienes.
Hoy mismo, Cristo sigue atrayendo a los hombres: «Levantado sobre lo alto» (cfr. Jn 3,14). El sacerdote en la Misa nuevamente lo eleva entre la tierra y el cielo: Para que todos los que crean en Él tengan vida eterna (Jn 3,15).
¡Como la serpiente de bronce en el desierto!
- La Comunión.
Confiere el aumento de la gracia (Por la presencia de Cristo, por ser representación de la Pasión, Comunión = participación de la víctima del Sacrificio).
Es signo de unidad y causa la unidad.
Nos incorporamos a Cristo.
La Eucaristía, fin y principio de todos los sacramentos,
Consumación de los otros sacramentos,
Principio vivificante de los otros sacramentos.
Causa el que alcancemos la gloria.
La resurrección, es efecto de la Eucaristía.
La Eucaristía da la vida eterna.
Debemos comulgar frecuentemente, si es posible, todos los días.
[1] Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium 34; cfr. OGMR, 42.292.351.
[2] Insegnamenti de Giovanni Paolo II, XXIV,1, 2001, en ucraniano p. 1291, en italiano p. 1296: «Qui il senso profondo del mistero qui domina la santa liturgia delle Chiese di Oriente e la mistica essenzialità del rito latino si confrontano e si arricchiscono reciprocamente».
[3] Tomado de Nuestra Misa, IVEPress New York 2010, p. 174-181.
[4] Cfr. ALASTRUEY, Tratado de la Santísima Eucaristía, 354.
[5] SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. Th., II-II, 85, 3, ad 3.
[6] A menudo también es llamado «ofertorio» u «ofrenda» el momento de la presentación de los dones.
[7] Cfr. PÍO XI, Carta encíclica «Miserentissimus Redemptor» (8 de mayo de 1928): AAS 20 (1928) 171; PÍO XII, Alocución «Vous nous avez» (22 de septiembre de 1956): AAS 48 (1956) 714.
[8] Cfr. PÍO XII, Carta encíclica «Mediator Dei» (20 de noviembre de 1947): AAS 39 (1947) 552s.
[9] CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 10-11.
[10] JUAN PABLO II, Carta «Dominicae Cenae», 9.
[11] OGMR 73; cfr. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros «Presbyterorum Ordinis», 5.
[12] PÍO XII, Carta encíclica «Mediator Dei», 113.
[13] Misal Romano, Plegaria Eucarística I o Canon Romano, n. 107.
[14] Misal Romano, Plegaria Eucarística II, n. 120.
[15] Misal Romano, Plegaria Eucarística III, n. 127.
[16] Misal Romano, Plegaria Eucarística IV, n. 137.
[17] Misal Romano, Plegaria Eucarística V/a.
[18] Misal Romano, Plegaria Eucarística sobre la reconciliación I.
[19] Misal Romano, Plegaria Eucarística sobre la reconciliación II.
[20] PÍO XII, Carta encíclica «Mediator Dei», 113.
[21] PÍO XII, Carta encíclica «Mediator Dei», 114.
[22] PÍO XII, Carta encíclica «Mediator Dei», 115.
[23] PÍO XII, Carta encíclica «Mediator Dei», 115.
[24] JUAN PABLO II, Carta «Dominicae Cenae», 9.
[25] Misal Romano, Liturgia Eucarística, n. 26.
[26] Misal Romano, Plegaria Eucarística I o Canon Romano, n. 100.
[27] Misal Romano, Plegaria Eucarística I o Canon Romano, n. 102.
[28] Misal Romano, Plegaria Eucarística I o Canon Romano, n. 107.
[29] SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. Th., III, 79, 5.
[30] JUAN PABLO II, Carta «Dominicae Cenae», 9.
[31] Misal Romano, Plegaria Eucarística III, n. 127.
[32] CONCILIO DE TRENTO, DH 1743.
[33] Cfr. SAN PEDRO CRISÓLOGO, Serm. 108,4 [PL 52,500]. Los textos han sido traducidos a partir de Opere di San Pietro Crisologo 2 (Milano-Roma 1997) 323.325.
[34] «…se ofrece el cuerpo sin que sea destruido», encontramos en la traducción de Liturgia de las Horas II de la Conferencia Episcopal Argentina (Barcelona 161999) 772.
[35] «…la sangre sin que sea derramada», Liturgia de las Horas II, 772.
[36] Cfr. SAN PEDRO CRISÓLOGO, Serm. 108,4 [PL 52,500].
[37] Cfr. SAN PEDRO CRISÓLOGO, Serm. 108,4-5 [PL 52,500-501]; cfr. también J. RATZINGER, «La Teologia della liturgia», Il Timone 22 (Nov-Dic 2002) 39.