segunda venida

La segunda venida

Siempre debemos pedir crecer en la fe. Y hoy quiero referirme a uno de los grandes misterios de la fe, que es el que se refiere a la segunda Venida de Nuestro Señor.

Lo profesamos en el Credo: «y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos»; lo pedimos en el Padre Nuestro: venga a nosotros tu reino (Mt 6,10) y también aparece en otros lugares: Ven, Señor Jesús (Ap 22,20).

Pero en general, este misterio no forma parte de la conciencia del creyente, por eso es muy común que cuando cantamos el canto del Apocalipsis: han llegado las bodas del Cordero, y su esposa está dispuesta (Ap 19,7), no tomamos conciencia que se refiere a la se­gunda Venida.

  1. ¿Quién espera la Venida del Señor?

He tenido la gracia desde muy joven de poder leer el Apocalipsis y también buenos comentarios referidos a la segunda Venida del Señor. Podemos mencionar, entre otros, a los escritos del Padre Leonardo Castellani, con libros como: «Cristo ¿vuelve o no vuelve?», «Los pa­peles de Benjamín Benavides», «El Apocalipsis de San Juan», etc.

Y ésta, la segunda Venida, es una verdad de fe, por lo tanto no es algo opinable. Como les decía, lo confesamos en el Credo, también lo enseñó Nuestro Señor en el discurso escatológico cuando dijo: … así será la venida del Hijo del Hombre… El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Mt 24,27.35; cf. Mc 13,31; Lc 21,33).

Todo pasará, sólo la palabra de Cristo no pasará. El mundo tendrá su fin y morirá, no de muerte natural sino cuando Dios lo disponga.

  1. ¿Cuándo ocurrirá?

No lo sabemos, ya que es parte del mensaje salvífico no conocer el día ni la hora[1].

Así los cristianos deben estar preparados porque es incierta la hora de su muerte, pero también deben estar preparados porque es incierta la hora del fin del mundo.

Algunos dicen que lo saben, pero afirma Santo Tomás que «son embaucadores»[2]. Y por eso no hay que esperar una encíclica del Papa que nos diga cuándo será la segunda Venida, ni tampoco alguna carta pastoral de algún obispo. Si Cristo no se lo reveló a los Apóstoles, menos nos lo revelará a nosotros. Forma parte de la Revelación que no se conozca el momento. La Revelación sólo da a conocer al hom­bre «aquellas cosas que son necesarias para la salvación»[3]. Nueve veces se nos dice en el Apocalipsis: Vengo pronto, por tanto, alguna vez vendrá.

Esta incertidumbre nos ayuda a ordenar cosas que no terminan con nuestra muerte. ¿Y cuáles son esas cosas?

Nuestra vida. Así dice la Escritura: acuérdate de tus postrimerías y no pecarás jamás (Sir. 7,40).

También el ámbito de la familia, de la sociedad, lo que hace a nuestra proyección pública, es decir, de aquello que no muere con nuestra muerte y que, sin embargo, son cosas sobre las que recae nuestra responsabilidad de ordenar según el querer de Dios[4].

Esta verdad de fe nos defiende frente a las ideologías, tan vigentes hoy en día, que afectan a gran parte del mundo; frente a las modas culturales; frente a lo que buscan imponernos los medios; frente a lo que parece que es la tendencia del futuro. Un día reinará el Anticristo; sin embargo, nosotros debemos permanecer fieles a Cristo aún a ries­go de la vida. Así se escuchaba no hace mucho tiempo en Alemania y otros países: «más vale rojos, que muertos» y se enrolaban en las filas del comunismo, que pocos años después caía miserablemente, porque no querían escuchar la Palabra de Dios.

  1. Pero, ¡habrán señales!

No sabemos cuándo será el fin del mundo, pero sabemos que ha­brá signos:

Signos menores:

  1. Guerras y rumores de guerra… habrá hambres y terremotos (Mt 24, 6. 1 y paralelos).
  2. Ocurrirá la abominación de la desolación (entre otros, Mt 24, 15). ¡Cuántas casas religiosas son la abominación de la desolación! Pode­mos pensar en este seminario[5] ¿no estaba desolado?

A estos se unen otros signos que también están en el Evangelio.

Signos mayores:

  1. Será predicado este evangelio del Reino en todo el mundo (Mt 24,14).
  2. La apostasía universal: Dice Nuestro Señor: cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra? (Lc 18,8). Y también en el sermón escatológico de Mateo: por el exceso de la maldad se enfriará la caridad de muchos (Mt 24,12).

Acaso, ¿no observan que estamos viviendo, a nivel planetario, un eclipse de la moral y de la ética por el exceso de la maldad?

Enseña San Pablo: Que nadie en modo alguno os engañe, porque antes ha de venir la apostasía… (2Te 2,3).

  1. La venida del Anticristo: Que tendrá un imperio totalitario y universal. y ha de manifestarse el hombre del pecado, el hijo de la perdición, que se opone y se alza contra todo lo que se dice Dios o es adorado, hasta sentarse en el templo de Dios y proclamar­se Dios a sí mismo… el misterio de iniquidad está ya en acción… (2Te 2,3-4.7).

4. Acerca de la gravedad del estado de la sociedad actual nos advierten los Papas

El Beato Pío IX: «.con que intentan conculcar los derechos del poder sagrado y civil.

Tales son las maquinaciones nefandas contra esta cátedra romana de San Pedro, en la que Cristo puso el fundamento inexpugnable de su Iglesia.

Tales son las sectas clandestinas [sic], salidas de la oscuridad para ruina y destrucción de lo sagrado y lo profano.

Tales son las astutas sociedades bíblicas que, con las artimañas que han usado siempre los herejes, no cesan de adulterar los Libros Sagrados.

Tal es el sistema temible, diametralmente opuesto a la luz natu­ral de la razón, de la indiferencia religiosa. Con él aseguran que en todas las religiones pueden conseguir los hombres su salvación eterna.

Tal la conspiración vergonzosa contra el celibato clerical.

Tal el sistema perverso de enseñanza (principalmente en las cien­cias filosóficas), con que se engaña y corrompe lastimosamente a la juventud desprevenida.

Tal la doctrina nefasta que llaman ahora “comunismo”, completa­mente contraria al derecho natural.

Tal las insidias tenebrosas de aquellos que, vestidos con piel de oveja mientras por dentro son lobos rapaces, con una apariencia en­gañosa y falsa de la más pura piedad, de la virtud y disciplina más se­vera, se insinúan a la callada, captan con blandura, atan suavemente, matan a ocultas, apartan de toda religión a los hombres, y dispersan y destrozan las ovejas del Señor.

Tal, por fin, la propaganda infame, tan esparcida en volúmenes y folletos que vuelan por todas partes y enseñan a pecar»[6].

León XIII: «Estamos persuadidos de que la causa de todos estos males reside principalmente en esto: que se desprecia y rechaza la santa y augusta Autoridad de la Iglesia, que preside el género humano en nombre de Dios, y que es la defensora y vindicadora de toda la autoridad legítima»[7].

San Pío X: «.El que reflexiona sobre estas cosas, razón tiene para temer que la actual perversión de los espíritus sea ya una especie de exordio a los males que están anunciados para los últimos tiempos, y de que el “hijo de perdición” de quien habla el Apóstol no se encuen­tre ya entre nosotros. Tan grande nos aparece la audacia y el furor con que se ataca por todas partes a la piedad religiosa, se contradice a los documentos de la verdad revelada, o se intenta suprimir y borrar todo rastro de relación del hombre con Dios.

En cambio (y ésta es una de las notas que el mismo Apóstol atri­buye al Anticristo), el mismo hombre, con temeridad inaudita, invade el lugar de Dios, “elevándose sobre todo lo que lleva el nombre de Dios” Hasta el extremo que, incapaz de extinguir del todo en sí mis­mo el conocimiento de Dios, rechaza, sin embargo, su majestad, y se dedica a sí mismo este mundo, como un templo en el que debe ser adorado por los demás: “sentado en el templo de Dios, y mostrándose como si fuera Dios”»[8].

Benedicto XV: «.que nuestro espíritu no se preocupara intensa­mente por el espectáculo que presenta tanto Europa como el resto del mundo; espectáculo que es tal vez el más atroz de que hayan habido memoria los hombres.

Parece verdaderamente que hayan llegado aquellos días que Je­sucristo predijo: “Oiréis… guerras y rumores de guerras., pues se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino” (Mt. 24,6)»[9].

Pío XII: «.Los criterios morales, según los cuales en otros tiem­pos se juzgaban las acciones privadas y públicas, han caído, como por consecuencia, en desuso; y el tan decantado laicismo de la sociedad, que ha hecho cada vez más rápidos progresos, sustrayendo al hombre, a la familia y al Estado al influjo benéfico y regenerador de la idea de Dios y de la enseñanza de la Iglesia, ha hecho reaparecer, aun en regiones en que por tantos siglos brillaron los fulgores de la civiliza­ción cristiana, las señales de un paganismo corrompido y corruptor, cada vez más claras, más palpables, más angustiosas: “las tinieblas se extendieron mientras crucificaban a Jesús”.

Hablaban de progreso cuando retrocedían; de elevación, cuan­do se degradaban; de ascensión a la madurez, cuando se esclavizaban; no percibían la vanidad de todo esfuerzo humano para subs­tituir la ley de Cristo por algo que la iguale: se “infatuaron en sus pensamientos”.

Ciertamente que cuando Europa fraternizaba en idénticos idea­les recibidos de la predicación cristiana, no faltaron disensiones, sa­cudidas y guerras que la desolaron; pero, tal vez, no se experimentó jamás de un modo más penetrante el desaliento sobre la posibilidad de arreglo»[10].

«La humanidad no tiene fuerzas para quitar la piedra que ella misma ha fabricado, intentando impedir tu vuelta. Envía tu ángel, ¡oh, Señor!, y haz que nuestra noche se ilumine como el día.

Cuántos corazones, ¡oh, Señor!, te esperan. Cuántas almas se con­sumen por apresurar el día en que Tú sólo vivirás y reinarás en los corazones. Ven, ¡oh, Señor Jesús!

¡Hay tantos indicios de que tu vuelta no está lejana…!»[11].

Juan XXIII: «.Nuestra época se contra distingue por un marcado contraste entre el inmenso progreso científico-técnico y un pavoroso retroceso humano, consistiendo “su monstruosa obra maestra en transformar al hombre en un gigante del mundo físico a costa de que su espíritu se vea reducido a un enano en el mundo sobrenatural y eterno”… (Pío XII, Radiomensaje navideño 1953)»[12].

Pablo VI: Hablando de la situación de la Iglesia, dice del espíritu «de vértigo, de aturdimiento, de aberración, (que) puede sacudir su misma solidez»[13]; «un momento de autodemolición»[14]; «por alguna grieta entró el humo de Satanás»[15].

San Juan Pablo II: «.es cierto que la Iglesia del nuevo Adviento, la Iglesia que se prepara continuamente a la nueva Venida del Señor, debe ser la Iglesia de la Eucaristía y de la Penitencia»[16].

  1. ¿Indicios?

El solo ver algunos aspectos de la realidad intraeclesial, como ser lo que se enseña en algunas universidades, la falta de vocaciones sacerdotales y religiosas tan extendida, la confusión de muchos, el relativismo reinante, etc., denunciados por todos los Papas de más de un siglo, puede ser, para algunos, un indicio elocuente. Como el no señalar las raíces cristianas de Europa es un signo de la apostasía que nos aqueja.

El Cardenal Luis Billot, SJ, pensaba que el versículo de Lc 21,24 referido a Israel: “Caerán al filo de la espada, y serán llevados cau­tivos entre todas las naciones, y Jerusalén será hollada por los gen­tiles hasta que se cumplan los tiempos de las naciones”, comenzó a cumplirse en 1948, contra lo que había ocurrido durante casi 20 siglos.

La Escritura habla de la destrucción de Babilonia en una hora[17]. Lo que hasta hace poco parecía imposible, hoy en día se puede hacer, e incluso más rápido. Baste pensar en lo que pasó en Hiroshima y Nagasaki, en la segunda guerra mundial.

El Apocalipsis habla de ejércitos numerosos, así dice: el número de su tropa de caballería era de dos miríadas de miríadas (Ap 9,16). Hoy en día, con sólo tener en cuenta China, se puede juntar un ejér­cito así.

En Apocalipsis 13,15 se habla de la imagen animada de la Bestia vista en todo el mundo. Hoy eso se puede hacer, por ejemplo, con la TV satelital.

Muchas veces la falta de perseverancia religiosa se debe a la falta de fe, a no esperar la segunda Venida, esclavizándose a las ideologías del momento, sean políticas, sociales, económicas o culturales, en vez de ser fieles al Evangelio. Es Cristo el que va a juzgar el mundo y no el mundo el que juzgará a Cristo. Y esto puede pasar porque no se ve o no se quiere ver la realidad. Muchos obran como el ñandú, que esconde la cabeza para no ver el peligro que lo acecha, como si así las cosas dejaran de pasar.

  1. Posible renacimiento espiritual

También hay que tener en cuenta que podría realizarse un gran renacimiento espiritual, según parece que lo pensaban algunos santos.

San Juan Bosco habla de que «en todo el mundo aparecerá un sol tan luminoso como no se vio nunca desde las llamas del Cenáculo, ni se verá hasta el último de los días»[18].

San Luis Orione nos advierte: «No seáis como esos catastróficos que creen que el fin del mundo sucederá mañana. Una gran época está por llegar»[19].

San Luis María de Montfort profetiza que los santos de los últimos tiempos excederán en poder de palabra y de obra a todo lo conocido «como los grandes árboles superan a los simples arbustos»[20].

Nosotros debemos aprender a vivir y a crecer en la fe, como rezamos en la oración colecta de este domingo: «Dios omnipotente y eterno, acrecienta en nosotros la fe, la esperanza y la caridad, y para que podamos obtener aquello que prometes, haz que amemos aquello que nos mandas»[21].

Le pedimos esta gracia a la Virgen.


[1]         Cf. Mt 25,13

[2]         Santo Tomás, Suma Teológica, Suplemento 77, 2.

[3]         Santo Tomás, Suma Teológica, I-II, 106, 4 ad 2.

[4]        Cf. Santo Tomás, Suma Teológica, Suplemento 88, 3 ad 4.

[5]     Este sermón fue predicado en el antiguo Seminario Menor de la Diócesis de Velletri-Segni, donde estuvo por 10 años (hasta enero del 2011) el Seminario Internacional San Vitaliano Papa, del Instituto del Verbo Encarnado (Nota del Editor).

[6]  Pio IX, Carta Encíclica «Quipluribus», 09/11/1846, n.8.

[7]  Leon XIII, Carta Encíclica «Inscrutabili Dei Consilio», 21/04/1878, n.2.

[8]     San Pio X, Carta Encíclica «E Supremi Apostolatus», 04 /10/1903, n.5.

[9]        Benedicto XV, Carta Encíclica «Ad Beatissimi», 01/11/1914, n.2.

[10] Pio XII, Carta Encíclica «Summi Pontificatus», 20/10/1939, n.16.

[11]        Pio XII, Mensaje Pascual, 21 de abril de 1957, OR, 02/05/1957, 1-2.

[12]  Juan XXIII, Carta Encíclica «Mater et Magistra», 13/05/1961, n.243.

[13] Pablo VI, Carta Encíclica «Ecclesiam suam», 06 /08/1964, n.8.

[14] Pablo VI, Alocución en el Seminario Lombardo el 7 de diciembre de 1968, OR, 24/12/1968, 4.

[15] Pablo VI, Homilía durante la Santa Misa en la Solemnidad de Pedro y Pablo celebrada en Plaza San Pedro, 29 de junio de 1972, OR, 09/07/1972, 1-2.

[16] Juan Pablo II, Carta Encíclica «Redemptor hominis», 04/03/1979, n. 20.

[17] Cf. Ap. 18, 10.16.19.

[18]     Hugo Wast, Don Bosco y su tiempo, Palabra, Madrid 20025, 371-372.

[19] Don Luigi Orione, Lettere, Tomo II, Postulazione della Piccola Opera della Di­vina Previdenza, Roma 1969, 369.

[20]     Cf. San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción, Obras, BAC, Madrid 1984, c.2, n.47, 290.

[21] Misal Romano, Domingo XXX durante el año, ciclo B.