sotanas

La sotana

La sotana

Ha querido la Providencia Divina que en este día de la Solemnidad de la Encarnación tenga lugar la imposición de sotanas.

¡Es una ocasión providencial!

Sabemos que Pedro es el Vicario, el que hace las veces de Cristo, de quien profetizó Isaías: Pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; abrirá, y nadie cerrará, cerrará, y nadie abrirá. Le hincaré como clavija en lugar seguro, y será trono de gloria para la casa de su padre (Is 22,22-23).

Pedro es el que tiene como misión recordar a los hombres que el amor de Dios es eterno: ¡Oh Yahveh, es eterno tu amor, no dejes la obra de tus manos! (Sal 138,8).

Pedro es el que testimonia la trascendencia de Dios: ¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! (Ro 11,33).

Pedro es el que debe recordarnos, permanentemente, que Jesús es el Mesías y es Dios: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16).

Pedro es, por tanto, la piedra sobre la que se edifica la Iglesia. Es sobre quien se destrozan los poderes del infierno. Es quien tiene las llaves del Reino de los Cielos. Es el que tiene el poder de atar y de desatar.

  1. Carta del Papa Juan Pablo II sobre el hábito

 

Pues bien, “el que hace las veces de Cristo” envió el 8 de septiembre de 1982 una carta al Cardenal Ugo Poletti[1], Vicario General para la Diócesis de Roma, sobre la disciplina del traje eclesiástico del sacerdote y el hábito religioso.

En esa carta dice que varias veces en los encuentros con los sacerdotes puso “de relieve el valor y el significado de este signo distintivo”.

 El valor del hábito eclesiástico (sotana) está dado “no sólo porque contribuya al decoro del sacerdote en su comportamiento externo o en el ejercicio del ministerio, sino sobretodo porque evidencia en la comunidad eclesiástica el testimonio público que cada sacerdote está llamado a dar de la propia identidad y especial pertenencia a Dios”.

Este signo expresa concretamente nuestro “no ser del mundo” (cfr. Jn 17,14).

Por eso el Papa pedía al Señor –aludiendo al hábito eclesiástico–: “Haz que no ‘entristezcamos’ tu Espíritu… con lo que se manifiesta como un deseo de esconder el propio sacerdocio ante los hombres y evitar toda señal externa”.

Quiere decir en buen romance que los sacerdotes (y seminaristas) que no usan su sotana: Entristecen al Espíritu Santo (Ef 4,30). ¡Son palabras del Vicario de Cristo en la tierra! ¡Son palabras de Pedro!

  1. Importancia del mensaje a transmitir

“Tenemos que transmitir un mensaje que se expresa tanto en palabras como en los signos externos, sobretodo en el mundo de hoy, que se muestra tan sensible al lenguaje de las imágenes”

Es un signo que “distingue al sacerdote diocesano del ambiente secular y para el religioso expresa su consagración y pone en evidencia el fin escatológico de la vida religiosa”.

 De ahí que:

– Sirva a los fines de la Evangelización (ejemplo de San Francisco de Asís);

– Induce a reflexionar sobre las realidades que nosotros profesamos;

– Hace pensar sobre el primado de los valores que afirmamos en la existencia del hombre;

– se hace más fácil a los otros llegar al misterio, del que somos portadores, a Aquel al que pertenecemos y a Quien con todo nuestro ser queremos anunciar.

– Agrega el Papa: “Debo constatar que razones o pretextos contrarios, confrontados objetiva y serenamente

– con el sentido religioso;

– con las expectativas de la mayor parte del pueblo de Dios;

– con el fruto positivo del valiente testimonio incluso del hábito; aparecen más bien como de carácter puramente humano que eclesiológico”.

En el mundo moderno: “donde se ha debilitado tan terriblemente el sentido de lo sacro, la gente necesita también estos reclamos a Dios, porque no se pueden descuidar sin un cierto empobrecimiento de nuestro servicio sacerdotal”.

  1. Está mandado

 

Para los diocesanos lo manda el Código de Derecho Canónico, en el canon 284: «Los clérigos han de vestir un traje eclesiástico digno…».

Para los religiosos lo manda el Código de Derecho Canónico, en el canon 669: “Los religiosos deben llevar el hábito de su instituto… como signo de su consagración y testimonio de pobreza. Los religiosos clérigos de un instituto que no tengan hábito propio, usarán el traje clerical…”.

Aquí, en la Argentina, la CEA dispuso que el traje eclesiástico sea el hábito talar (porque llega a los talones) o sotana (que viene de so “debajo se”, del cat. “sota”, del it. deriva de “sotta” debajo), o el clergyman.

La Sagrada Congregación para la Educación Católica, en la Carta a los Seminarios sobre la formación espiritual de los futuros sacerdotes, establece: “La participación en la Eucaristía ciertamente determina el clima espiritual de un Seminario. Y ¿por qué no decir que, tal vez, ahí se redescubriría quizás la necesidad y el sentido del traje sacerdotal, abandonado un poco a la ligera en perjuicio de la pastoral a la que pretendía servir? Varias veces ha llamado la atención el Papa Juan Pablo II sobre la necesidad que tiene el sacerdote de presentarse ante los hombres como lo que es: uno de ellos, es verdad, pero marcado por un signo profundo que lo cualifica y por la misión que Dios le confió entre los suyos y para el mundo. ¿Cómo negar, pues, la evidencia? A los ojos de los fieles y en la conciencia misma del sacerdote se degrada cada vez más el sentido de los “sacramentos de la fe” cuando un sacerdote, habitualmente descuidado en su forma de vestir o plenamente secularizado, actúa como ministro de la Penitencia, de la Unción de los enfermos y sobre todo de la Eucaristía… Muchas veces la transmisión al nivel de lo sagrado no se hace ni siquiera en lo que se refiere a los vestidos litúrgicos prescritos. Esta es una pendiente fatal, en el sentido de inevitable y, sobre todo, en el sentido de desastrosa. El Seminario no tiene derecho a permanecer indiferente ante tales consecuencias. Debe tener el coraje de hablar, de explicarse, de exigir”[2].

Los enemigos de la santa sotana, ¿serán capaces de comprender y valorar el testimonio del Cardenal Alexandru Todea? Éste, en el Sínodo de Obispos para Europa, declaró: “La obra de la evangelización ha de hacerse con el espíritu de adhesión a lo que pide el Santo Padre. Se pueden encontrar dificultades para realizarlo en el apostolado, pero el esfuerzo redunda en beneficio del apóstol. Así, yo salí del Seminario con el propósito de vestir todos los días la sotana y celebrar todos los días la Santa Misa. Pero llegó la hora de la prisión. Uno de mis sufrimientos mayores fue el hecho de que me quitaran la sotana y me impidieran celebrar la Santa Misa. En catorce años de prisión, sólo pude celebrar una vez la Misa, con cadenas en los pies y las esposas en las manos”[3].

Y el Directorio para el ministerio y vida de los presbíteros, de la Sagrada Congregación para el clero, en el n. 66 refiriéndose a la obligación del traje eclesiástico dice: “En una sociedad secularizada y tendencialmente materialista, donde tienden a desaparecer incluso los signos externos de las realidades sagradas y sobrenaturales, se siente particularmente la necesidad de que el presbítero –hombre de Dios, dispensador de Sus misterios– sea reconocible a los ojos de la comunidad, también por el vestido que lleva, como signo inequívoco de su dedicación y de la identidad del que desempeña un ministerio público[4]. El presbítero debe ser reconocible sobre todo, por su comportamiento, pero también por un modo de vestir, que ponga de manifiesto de modo inmediatamente perceptible por todo fiel –más aún, por todo hombre[5]– su identidad y su pertenencia a Dios y a la Iglesia.

Por esta razón, el clérigo debe llevar «un traje eclesiástico decoroso, según las normas establecidas por la Conferencia Episcopal y según las legitimas costumbres locales»[6]. El traje, cuando es distinto del talar, debe ser diverso de la manera de vestir de los laicos y conforme a la dignidad y sacralidad de su ministerio. La forma y el color deben ser establecidos por la Conferencia Episcopal, siempre en armonía con las disposiciones del derecho universal.

Por su incoherencia con el espíritu de tal disciplina, las praxis contrarias no se pueden considerar legítimas costumbres y deben ser removidas por la autoridad competente[7].

Exceptuando las situaciones del todo excepcionales, el no usar el traje eclesiástico por parte del clérigo puede manifestar un escaso sentido de la propia identidad de pastor, enteramente dedicado al servicio de la Iglesia[8][9].

Que la Santísima Virgen nos alcance a todos los sacerdotes la gracia que expresaba el Padre Castellani cuando afirmaba: “la sotana se me ha hecho piel”.

[1] «Carta del papa al Cardenal Vicario para la diócesis de Roma», L’Osservatore Romano 43 (1982) 673.

[2] cfr. Editorial Claretiana (Buenos Aires 1980) 23.

[3] L’Osservatore Romano 51 (1991) 732.

[4] Cfr. JUAN PABLO II, Carta al Card. Vicario de Roma (8 septiembre 1982): « L’Osservatore Romano », 18-19 octubre 1982.

[5] Cfr. PABLO VI, Alocuciones al clero ( 17 febrero 1969; 17 febrero 1972; 10 febrero 1978): AAS 61 (1969), 190; 64 (1972), 223; 70 (1978), 191; JUAN PABLO II, Carta a todos los sacerdotes en ocasión del Jueves Santo de 1979 Novo incipiente (7 abril 1979), 7: AAS 71, 403-405; Alocuciones al clero (9 noviembre 1978; 19 abril 1979): Insegnamenti, I (1978), 116, II (1979), 929.

[6] C.I.C., can. 284.

[7] Cfr. PABLO VI , Motu Proprio Ecclesiae Sanctae, I 25 §2d: AAS 58 (1966), 770; S. CONGRECACIÓN PARA LOS OBISPOS, Carta circular a todos los representantes pontificios Per venire incontro (27 enero 1976); S. CONGRECACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Carta circular The document (6 enero 1980): « L’Osservatore Romano » supl., 12 de abril de 1980.

[8] Cfr. PABLO VI, Catequesis en la Audiencia general del 17 de septiembre de 1969; Alocución al clero (1 marzo 1973): Insegnamenti VII (1969), 1065; XI (1973),176.

[9] Sagrada Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y vida de los presbíteros, n. 66.