La vida consagrada pertenece a la vida, a la santidad y a la misión de la Iglesia. (en la Vitae consecrata)
«La presencia universal de la vida consagrada y el carácter evangélico de su testimonio muestran con toda evidencia —si es que fuera necesario— que no es una realidad aislada y marginal, sino que abarca a toda la Iglesia… porque pertenece íntimamente a su vida, a su santidad y a su misión[1]»[2].
«Las dificultades actuales, que no pocos Institutos encuentran en algunas regiones del mundo, no deben inducir a suscitar dudas sobre el hecho de que la profesión de los consejos evangélicos sea parte integrante de la vida de la Iglesia, a la que aporta un precioso impulso hacia una mayor coherencia evangélica[3]. Podrá haber históricamente una ulterior variedad de formas, pero no cambiará la sustancia de una opción que se manifiesta en el radicalismo del don de sí mismo por amor al Señor Jesús y, en El, a cada miembro de la familia humana. Con esta certeza, que ha animado a innumerables personas a lo largo de los siglos, el pueblo cristiano continúa contando, consciente de que podrá obtener de la aportación de estas almas generosas un apoyo valiosísimo en su camino hacia la patria del cielo»[4].
«Esta dimensión del «nosotros» nos lleva a considerar el lugar que la vida consagrada ocupa en el misterio de la Iglesia. La reflexión teológica sobre la naturaleza de la vida consagrada ha profundizado en estos años en las nuevas perspectivas surgidas de la doctrina del Concilio Vaticano II. A su luz se ha tomado conciencia de que la profesión de los consejos evangélicos pertenece indiscutiblemente a la vida y a la santidad de la Iglesia[5]». Esto significa que «la vida consagrada, presente desde el comienzo, no podrá faltar nunca a la Iglesia como uno de sus elementos irrenunciables y característicos, como expresión de su misma naturaleza. Esto resulta evidente ya que la profesión de los consejos evangélicos está íntimamente relacionada con el misterio de Cristo, teniendo el cometido de hacer de algún modo presente la forma de vida que El eligió, señalándola como valor absoluto y escatológico». «El texto nos parece suficientemente expresivo para afirmar que la vida consagrada pertenece a la misma constitución divina de la Iglesia, no en línea jerárquica, sino en la línea de su vida y de su santidad y naturaleza, es decir, carismática… Es más bien una interpretación más precisa y concreta, en la línea de una doctrina que estaba ya bastante difundida y fundada, y que la exhortación propone de modo oficial y auténtico por parte del Magisterio pontificio»[6].
Jesús mismo, llamando a algunas personas a dejarlo todo para seguirlo, inauguró este género de vida que, bajo la acción del Espíritu, se ha desarrollado progresivamente a lo largo de los siglos en las diversas formas de la vida consagrada. El concepto de una Iglesia formada únicamente por ministros sagrados y laicos no corresponde, por tanto, a las intenciones de su divino Fundador tal y como resulta de los Evangelios y de los demás escritos neotestamentarios»[7].
[1] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 44.
[2] VC, 3.
[3] Cf. Discurso en la audiencia general (28 de septiembre de 1994), 5: L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 30 de septiembre de 1994, 3.
[4] VC, 3.
[5] Cf. Conc. Ecum. Vat II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 44.
[6] Dice el Cardenal De Paolis en nota 1, p. 26.
[7] VC, 29.