Queridos hermanos y hermanas:
I
Nos toca vivir un mundo, un tiempo del mundo, muy especial; un mundo con características muy definidas, un absurdo contradictorio; es un mundo muy atormentado porque los hombres, los pueblos, al no encontrar a Dios no encuentran el sentido de su vida y entonces viven atormentados, buscando siempre cosas materiales que se les escapan y que cuando las alcanzan ya no les satisfacen y tienen que buscar otra cosa. Pero ciertamente es un mundo apasionante, sobre todo para nosotros que tenemos visión de fe.
Es apasionante porque es justamente, el mundo y el tiempo que Dios desde toda la eternidad eligió para que viviésemos nosotros. Simplemente por eso es apasionante. Algunos se imaginan que vivirían felices en otros siglos, en otros tiempos. Eso es un tanto ocioso. Si Dios lo ha dispuesto así, que vivamos aquí y ahora, ciertamente que es un bien para nosotros.
Una de las cosas que los hombres y mujeres de este tiempo viven es lo que se llama «utilitarismo», es decir, consideran que la utilidad es un principio de la moral. Ya mucha gente ni se pregunta si está bien o está mal, de acuerdo con la ley de Dios, o no, sino si es útil, entonces si es útil está bien, aunque moralmente hablando, en absoluto sea una cosa mala, es útil sobre todo si lo es desde el punto de vista económico.
Útil es aquella cosa que produce provecho, comodidad, fruto o interés; es aquello que puede servir y aprovechar principalmente en sentido económico; utilitarismo es lo que sólo se propone conseguir lo útil; es cuando se antepone todo a la utilidad. Por eso estamos, lo queramos o no, dentro de una civilización utilitaria, porque sólo se propone conseguir lo útil.
En este sentido, evidentemente, lo que van a hacer estas Hermanas es algo inútil, por eso el mundo no entiende la vida religiosa, no entiende la consagración a Dios porque no es útil. ¿Quién les va a pagar a estas Hermanas porque hacen voto de castidad?
En este mundo en el cual sólo cuenta aquello que se puede pesar o se puede medir, aquello que signifique ganar dinero, ciertamente que la vida religiosa y los mismos votos de la vida religiosa son algo inútiles y ¡qué decir del voto de pobreza! Si justamente se está buscando el dinero y siempre el dinero y se lo busca, incluso con desesperación; si hay familias que se destruyen por esa búsqueda desmedida del dinero, que ni siquiera tienen satisfacción del bocado ganado con el sudor de la frente, porque siempre hay apetencia de más, en una suerte de borrachera por las cosas materiales. ¡Qué decir de la obediencia! Es por eso que cuando esta mentalidad utilitaria entra en las filas de las personas consagradas, ya sean religiosas o sacerdotes, causa estragos, porque después, para darle un sentido a la vida consagrada, tienen que empezar a buscar dinero «para sentirse bien». Entonces el sacerdote se convierte en un administrador y la religiosa en una empleada de hospital o en una empresaria en un colegio donde ya no se busca educar niños, sino que lo que se busca es dinero. Muchas veces es para hacer cosas buenas: levantar paredes, levantar un salón más en una parroquia, levantar un poco más la torre. Pero aun siendo para cosas buenas, si la religiosa se preocupa sólo por lo material, pierde el fuego sagrado de la vida consagrada porque se ha mundanizado.
II
Sin embargo, esto que desde el punto de vista del mundo que nos toca vivir –el punto de vista natural– es una cosa inútil, desde el punto de vista de la fe –el punto de vista sobrenatural– será el único ámbito en el cual se encuentra sentido a la consagración a Dios: es algo útil y de gran utilidad.
En primer lugar, es de gran utilidad para la misma persona que se consagra a Dios. Eso lo dice el apóstol San Pablo del voto de castidad a quien no se casa por la entrega a Dios «propter regnum coelorum», por el reino de los cielos (Mt 19, 12). El que se casa hace bien; pero el que no se casa, obra mejor todavía (1Cor 7, 38). Por eso, porque es mejor, Nuestro Señor Jesucristo, que sabe más que todos los periodistas del mundo juntos y de todos los dadores del sentido de esta sociedad informática, lo hizo objeto de un consejo evangélico.
Es de gran utilidad la pobreza para aquella persona que hace el voto de pobreza, que profesa la pobreza, porque el voto de pobreza nos hace abandonarnos totalmente en Dios, confiando absolutamente en su Divina Providencia que nunca hace faltar nada a sus amadores, que siempre dispone de una manera hermosísima y suavísima lo que es necesario, no solamente para nuestro bien espiritual o eterno, sino aun aquellas cosas que son para nuestro bien temporal y terreno. Por eso Nuestro Señor hizo objeto de consejo evangélico la pobreza voluntaria: Ve, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; y después ven y sígueme (Mt 19,21). Y el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna (Mt 19, 29).
Es de gran utilidad para el alma que se consagra a Dios el voto de obediencia, por el cual uno libremente renuncia a la voluntad propia y está dispuesto a sujetarse a la voluntad del superior, sabiendo que aun más allá de las limitaciones y falacias que tenemos, la voluntad de Dios se ha de manifestar en la vida religiosa a través de la voluntad del superior legítimo, lo cual no impide el justo diálogo ni el que uno solicite legítimamente lo que entiende que tiene que solicitar. Y también Nuestro Señor lo hizo objeto de un consejo evangélico, de todo lo cual Él nos dio un ejemplo insigne, porque Cristo fue virgen, porque Cristo fue pobre en Belén y pobre en la cruz, porque Cristo fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz.
En segundo lugar, no solamente la vida religiosa, en concreto los votos, son útiles para la persona que los emite, sino que también son útiles para sus familias –con utilidad no económica sino sobrenatural, que es más importante que la económica–.
Decía Don Orione, el hombre de la caridad y fundador de los Cotolengos en la República Argentina, que «de las familias de los consagrados se salvan hasta la tercera y cuarta generación»[1]. Y verán ustedes, Hermanas, si son fieles, que no estarán tal vez como pueden estar sus hermanas y hermanos al lado del padre y de la madre, pero ciertamente los van a tener en su corazón todos los días, de manera especial en la Santa Misa; y no estarán a lo mejor aconsejando, diciendo esto o lo otro, pero rezarán por ellos para que Dios, que es el mejor consejero, les ilumine para que sepan qué es lo que tienen que hacer y qué es lo que no tienen que hacer. Y esa ayuda de la oración de las personas consagradas es un bien inestimable para sus familias, porque la oración es siempre la fuerza del hombre y la debilidad de Dios. Cuando un alma insiste y persevera pidiendo, Dios siempre concede lo que uno le pide; y si no nos da aquella cosa determinada y puntual que uno pide, nos está dando una cosa mayor y mejor, porque Dios no se deja ganar en generosidad. Sólo nos da cosas que sean para nuestro bien, ya que a veces pedimos para nosotros o para nuestros familiares cosas, que si las tuviéramos, no serían para nuestro bien.
En tercer lugar, son útiles con utilidad sobrenatural para sí mismas, para sus familias, (aunque la familia no entienda, algún día lo entenderán o lo entenderán en el cielo), y también útiles para el mundo. Son útiles con este tipo de utilidad sobrenatural no solamente las religiosas que viven vida apostólica, es decir, las que pueden vivir la llamada vida activa en la práctica de las obras de misericordia. De esto último uno fácilmente se da cuenta que son muy útiles: ¿quién no se da cuenta de lo que hacen las Hermanas en los hospitales o en los hogarcitos? ¿Quién hay que no se dé cuenta lo que hace la Madre Teresa de Calcuta por el bien de los pobres? Los santos de todos los tiempos han hecho cosas realmente admirables por el prójimo. Pero situémonos en el caso de una religiosa contemplativa, ermitaña, que vive sola, con su corazón solamente entregado al Señor, sin contacto con los demás… ¡Está haciendo un bien enorme al mundo, porque le está enseñando al mundo muchas cosas!
1) Está enseñando algo tan olvidado en este mundo utilitario como es la adoración, que es una cosa que no tiene utilidad económica: se adora a Dios, y por eso mismo se ama al prójimo por amor a Dios. Eso no tiene una utilidad económica y por tanto se va perdiendo el sentido del amor y respeto a Dios –más aun, el sentido de la adoración y empleando la palabra en sentido estricto, como culto de latría–. De ahí mucha gente cree que es pérdida de tiempo y sin embargo es lo más importante porque es el primer mandamiento de la ley de Dios: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo por amor de Dios. Es dar testimonio de que Dios tiene que ser el primer servido, de manera especial, en esta sociedad utilitaria, en esta civilización del consumo, porque si Dios no es el primer servido no tiene sentido la vida del hombre o de la mujer sobre la tierra cayendo en los absurdos y en los sin sentidos de la droga y de todo lo demás.
2) Esa religiosa, al rezar, expía y repara por los pecados propios y por los nuestros. ¡Y qué necesidad tienen el mundo y los hombres, de personas que reparen por nuestros propios pecados, que expíen, que impetren de Dios el perdón, que pidan a Dios todas las cosas que se necesitan tanto del orden espiritual como del orden material. ¡Qué testimonio invalorable es el de aquella persona consagrada a Dios en la profesión de los tres votos de castidad, pobreza y obediencia! De manera particular es un gran testimonio en contra del vil utilitarismo.
Y no por esa entrega a Dios se aleja el alma consagrada del mundo; al contrario, cuanto más uno se entrega a Dios, más conoce el mundo y más bien hace al mundo, como decía Santa Teresita del Niño Jesús: «En el corazón de la Iglesia seré el amor». La verdadera alma de vida contemplativa –y toda religiosa tiene que ser contemplativa porque aunque sea apostólica o viva la vida de las obras de misericordia, lo esencial de su vida es la contemplación– no se aleja del mundo ni de los problemas del mundo. Al contrario, los conoce más y con mayor profundidad. Cuando digo «mundo» me refiero, incluso, a las avanzadas del mundo actual: la cibernética, la ingeniería genética (el gran drama de la clonación, las quimeras…), la energía nuclear, los viajes espaciales, los mass–media… ¡A qué límites está llegando la humanidad…! A una contemplativa, a una auténtica religiosa, por contemplar a Dios, como dice San Gregorio Magno «todo lo demás se le hace pequeño», es decir, mira a todo lo demás según su medida y entonces sabe darle el sentido que tienen todas las otras cosas.
Nosotros hemos de rezar hoy y siempre por estas Hermanas para que nunca pierdan el sentido de la fe, el sobrenatural, pues de lo contrario caerán en el sentido del mundo y entonces no van a encontrar el sentido profundo que tienen sus vidas y su entrega, con un corazón irrestricto e indiviso al único Señor que merece ser servido.
Que la Santísima Virgen, que supo como nadie vivir el sentido de Dios, les alcance la gracia a ustedes y a todos nosotros de no dejarnos llevar por esta mentalidad del utilitarismo.
[1] También lo decía San Juan Bosco; cfr. Biografía y Escritos (Madrid 21967) 320.