Hoy en día, al comienzo del tercer milenio, nuevamente la Iglesia «como bandera elevada sobre las naciones»[1] invita a las jóvenes de este tiempo a militar debajo de su bandera, que no es otra que la de Jesucristo[2],[3] «eternamente joven»[4].
Debemos entrar en el próximo milenio a banderas desplegadas, es decir, abiertamente, con toda libertad. La Iglesia propone, en la actualidad, trabajar en gloriosas empresas, y me parece que las principales son: de la Iglesia como comunión, de la participación, de la solidaridad, del ecumenismo, de la misión.
I. La bandera de la Iglesia como comunión.
La Iglesia una, santa, católica y apostólica es el misterio de la unión personal de cada hombre con la Trinidad y con los otros hombres. En la comunión eclesial hay elementos al mismo tiempo invisibles y visibles. En su realidad invisible, es comunión de cada hombre con el Padre por Cristo en el Espíritu Santo, y con los demás hombres copartícipes de la naturaleza divina, de la pasión de Cristo, de la misma fe, del mismo Espíritu. En su realidad visible, es comunión en la doctrina de los Apóstoles, en los sacramentos y en el orden jerárquico[5].
Es Cristo que nos sigue diciendo: … edificaré yo mi Iglesia… (Mt 16,18) y Yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo(Mt 28,20).
1. La bandera de la participación[6]:
a– Respecto al sacerdocio de Cristo en la Liturgia, que «es el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo»[7]. De manera especial la participación en la Eucaristía, nuestra y la de nuestros hermanos. ¿No resuena, acaso, en nuestros oídos: Haced esto en conmemoración mía? ¿No somos todos, por manos del sacerdote, los que partimos[8] el pan? ¿Acaso no somos todos, por labios del sacerdote, los que bendecimos[9] el cáliz?
b– Respecto a la Palabra de Dios. Debemos conocerla, amarla y servirla. Nos edifica con su verdad, con su autoridad, con su utilidad. En ella Dios nos dice lo que piensa, lo que ama, lo que espera de nosotros. Ella nos ilumina, nos inflama, nos vigoriza. Todavía resuena en el mundo: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Lc 21,3).
c– Respecto de la moral cristiana. Ante «el eclipse de conciencia»[10] que parece ha caído sobre la humanidad, como dijera Juan Pablo II, con mayor razón debemos proponer a los hombres y mujeres de nuestro tiempo la verdad sobre el hombre, su origen, su dignidad, sus derechos, su vocación; sobre la comunidad humana; sobre la actividad humana en el mundo; sobre la ayuda que la Iglesia quiere dar al mundo y la ayuda que recibe de éste. Asimismo la dignidad del matrimonio y la familia, el fomento del progreso cultural, la vida económica y social, la vida en la comunidad política, la promoción de la paz y el fomento de la comunidad de los pueblos[11]. Al ver tantas necesidades en nuestros hermanos, ¿no resuena en nuestros oídos lo que dijo Jesús: Tengo compasión de la gente…?[12] ¿No nos damos cuenta que más del 40 % de los cristianos en el mundo no gozan de libertad religiosa[13]?
2. La bandera de la solidaridad.
También dijo Jesús: Todos vosotros sois hermanos (Mt 23,8). Hemos de ser solidarios con todos, de manera especial, con los pobres, los enfermos, los trabajadores, los migrantes, los pecadores, los que se consideran enemigos, los niños, los jóvenes, los adultos.
3. La bandera del ecumenismo.
¿Cómo poder no sufrir a la vista de la cristiandad desgarrada? ¿Cómo podrá no desgarrársenos el corazón ante el hecho de que muchos no creen por vernos desunidos? «Aunque soplen vientos glaciales, no podrán en absoluto detener su camino», aun teniendo en cuenta el caso de algunos que en vez de entender el ecumenismo como un «diálogo de la verdad», lo entienden como «un coqueteo con la mentira»[14]…No perdió fuerza la promesa–profecía de nuestro Señor: habrá un sólo rebaño y un sólo pastor (Jn 10,16), ni perdió eficacia su oración: que todos sean uno (Jn 17,21).
4. La bandera de la nueva Evangelización
a– En la misión «ad intra». Por gracia de Dios experimentamos desde el primer año de nuestra experiencia de vida religiosa la eficacia insustituible de las «misiones populares». ¿Acaso no hemos vuelto siempre de las mismas llenos de alegría[15] como los setenta y dos discípulos?
b–En la misión «ad gentes». Y sobretodo en esta misión, ¿acaso la gente no nos arrebata de las manos las crónicas de nuestros misioneros «ad gentes» como si fuesen pan caliente? ¡Cómo nos edifican sus aventuras y desventuras misioneras! Y todo porque un día dijo el Señor: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura (Mc 16,15).
Queridas jóvenes consagradas:
En el día en que renuevan sus votos les pregunto: ¿No les parece fascinante la bandera de Jesucristo? ¿No vale la pena renunciar a todo por llevar a nuestros contemporáneos las hermosas banderas de la Iglesia como comunión, la participación, la solidaridad, el ecumenismo, la misión?
¿Puede ser una vida vacía o triste la de aquella que se compromete por Cristo para vivir como Cristo? Acaso tratar de ser pura con Cristo puro, pobre con Cristo pobre, obediente con Cristo obediente, ¿no colmó sobreabundantemente todas las más grandes expectativas de todos los santos y santas que en el mundo han sido?
Permítanme terminar con la frase de un gran pensador eclesiástico antiguo, Tertuliano: Los Doce «fueron por el mundo para proclamar a las naciones la misma doctrina y la misma fe. …continuaron fundando Iglesias…de manera que las demás Iglesias fundadas posteriormente, para ser verdaderas Iglesias, tomaron y siguen tomando de aquellas primeras Iglesias el retoño de su fe y la semilla de su doctrina. Por esto también aquellas Iglesias (posteriores) son consideradas apostólicas, en cuanto son descendientes de las Iglesias apostólicas. …toda la multitud de Iglesias son una con aquella primera fundada por los Apóstoles, de la que proceden todas las otras. En este sentido son todas primeras y todas apostólicas, en cuanto que todas juntas forman una sola…»[16].
¡Son todas primeras y todas apostólicas! ¡También ésta nuestra de San Rafael! ¡Y la de Moscú, Taiwán, El Cairo, Jerusalén, Ivano–Frankivsk, Brooklyn, San José, Filadelfia, Arequipa, Cuzco, Camaná, Guyana, Santo André, Santo Amaro, Santiago del Estero, Añatuya, Santa María del Patrocinio, Latina, Porto Santa Rufina, Civitta Castellana… y a tantas otras donde Dios nos envíe! ¡Son todas primeras y todas apostólicas!
Por gracia de Dios somos miembros plenos en muchas Iglesias locales que: ¡Son todas primeras y todas apostólicas!
Levantemos bien alto nuestras banderas y que podamos siempre decir: «Si veis caer mi caballo y mi bandera, ¡levantad primero mi bandera!» Nos lo alcance nuestra Señora y Abanderada, la Santísima Virgen.
[1] cfr. Is 5,26.
[2] San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales [136].
[3] cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 1.
[4] Concilio Ecuménico Vaticano II, Mensaje a los jóvenes.
[5] cfr. Congregación para la Doctrina de la fe, Carta Communionis notio, 28 de mayo de 1992.
[6] Tanto la idea de comunión, cuanto la de participación fueron el eje temático del Documento de Puebla, IIIº Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (1979).
[7] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución Dogmática sobre la divina revelación «Dei Verbum», 7.
[8] cfr. 1Cor 11,17.
[9] cfr. 1Cor 11,17.
[10] Juan Pablo II, «Meditación dominical», L’Osservatore Romano 12 (1982) 198.
[11] cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual «Gaudium et Spes», títulos de todos los capítulos.
[12] cfr. Mt 15,32.
[13] Según la Enciclopedia Cristiana Mundial de Oxford (1984), luego de 14 años de investigación en más de 14 países, realizada con la participación de más de 600 sociólogos y demógrafos.
[14] P.Jean–Marie–R.Tillard, O.P., «Del decreto conciliar sobre el ecumenismo a la encíclica “Ut unum sint”», L’Osservatore Romano 12 (1996) 159–160.
[15] cfr. Lc 10,17.
[16] Sobre las prescripciones de los herejes; cit. en Liturgia de las Horas, II, 1684–1685.