Todo el pueblo cristiano «por el instinto de la gracia»[1] que Dios le ha dado, venera devotamente a los santos porque bien sabe que ellos son testigos de Dios, han llevado la antorcha de la santidad, son los mismos rostros de Cristo, nuestros patronos celestiales y nuestros intercesores.
Por eso canta Martín Fierro, cuando necesita ayuda:
«Pido a los santos del cielo /
que ayuden mi pensamiento»[2].
«Vengan santos milagrosos /
vengan todos en mi ayuda»[3].
Cuando da gracias, o recibe ayuda:
«Me hinqué también a su lado /
a dar gracias a mi santo»[4].
«Tal vez en el corazón /
le tocó un santo bendito»[5].
Y como quien tiene afecto a otro venera sus restos después de su muerte –y no sólo el cuerpo sino también objetos que le son exteriores como los vestidos y cosas parecidas– y son tanto más queridas cuanto mayor fue su cariño por la persona fallecida, es claro que debemos honrar las reliquias –los restos– de los santos.
Debemos venerar dignamente, en su memoria, con culto de dulía relativo, todo aquello que nos han dejado y sobre todo sus cuerpos. Y ello por varias razones. Unas de pasado, otras del presente y otras del futuro.
Pregunta San Pablo: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? (1 Cor 6,15). Y afirma, taxativamente, somos miembros de su Cuerpo (Ef 5,30), y en 1 Cor 12,27: vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros.
b. Fueron templos y órganos del Espíritu Santo
Templos, porque en ellos habitó el Espíritu Santo. Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo (1 Cor 6,19); órganos, porque obraba en ellos: nos mueve el Espíritu (Ga 5,5).
c. Las almas que los informaron ya gozan de la vista de Dios
Ya tienen su gran recompensa en los cielos (Mt 5,12); son miembros de la asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos (Heb 12,23).
d. Ellos son los miembros más perfectos del Cuerpo Místico
Estos son los que siguen al Cordero adonde quiera que vaya. Estos fueron rescatados de entre los hombres, como primicias para Dios y para el Cordero (Cristo) (Ap 14,4). Con ellos estamos unidos por la comunión de los santos: Todos somos uno en Cristo Jesús (Ga 3,28).
e. Dios mismo honra las reliquias de los santos
El mismo Dios, de manera conveniente, honra a estas reliquias obrando milagros por ellas.
Los huesos del profeta Eliseo resucitaron a un muerto: Eliseo murió y le sepultaron. Las bandas de Moab hacían incursiones todos los años. Estaban unos sepultando un hombre cuando vieron la banda y, arrojando al hombre en el sepulcro de Eliseo, se fueron. Tocó el hombre los huesos de Eliseo, cobró vida y se puso en pie (2Re 13,20-21).
La hemorroísa se curó al tocar las vestiduras de Cristo: En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto. Pues se decía para sí: Con sólo tocar su manto, me salvaré (Mt 9,20-21).
La sombra de San Pedro sanó a un enfermo: …hasta tal punto que incluso sacaban los enfermos a las plazas y los colocaban en lechos y camillas, para que, al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a alguno de ellos (He 5,15).
Los pañuelos y delantales que había usado San Pablo: Dios obraba por medio de Pablo milagros no comunes, de forma que bastaba aplicar a los enfermos los pañuelos o mandiles que había usado y se alejaban de ellos las enfermedades y salían los espíritus malos (He 19,11-12).
f. El resto de cuerpo se ha de juntar de nuevo con su alma
El día de «la resurrección de la carne» (Credo) estas reliquias, llevadas por los ángeles, se unirán con las otras partes del cuerpo del santo que serán informadas de nuevo por su misma alma que transformará estos restos y a todo el cuerpo, en cuerpo vivo, glorioso e inmortal: El mismo Señor, a una orden, a la voz del arcángel, al sonido de la trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán (1Te 4,16); En un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, pues sonará la trompeta, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados (1Cor 15,52).
Por gracia de Dios tenemos reliquias, con sus correspondientes auténticas[6], de varios santos y santas.
Honremos las reliquias de los santos, porque en ellas honramos al Creador. Así «adoramos mejor a Aquel por cuyo amor los santos padecieron» (San Jerónimo).
Veneremos sus reliquias, así los sentiremos más cerca nuestro, los sabremos nuestros hermanos, encontraremos más fuerza en el combate sabiendo que ellos vencieron, más seguridad en su intercesión porque están viendo a Dios y más alegría en nuestras cruces, porque al igual que a ellos, nos hacen ganar muchos méritos para la vida eterna.
«Puestas bajo el altar, las reliquias indican que el sacrificio de los miembros tiene su origen y sentido en el sacrificio de la Cabeza, y son una expresión simbólica de la comunión en el único sacrificio de Cristo de toda la Iglesia, llamada a dar testimonio, incluso con su sangre, de la propia fidelidad a su esposo y Señor»[7].
Es uno de los elementos de la fe católica que nos defiende de la herejía y, además, según Puebla[8], un elemento positivo de la religiosidad popular es la devoción a los santos.
Conocí a un señor que no pudo hacer la escuela primaria, y, sin embargo, rechazaba a las sectas. Decía simplemente: «Creo en Dios, la Virgen y los santos».
Ellos han dejado que se realizase en sí la Pascua de Cristo[9] y nos recuerdan que debemos vivir la Palabra de Dios y dar testimonio con nuestra vida de la misma.
Juan Pablo II, refiriéndose a las reliquias de los Apóstoles, dijo: «El hecho de provenir de otro país, cuyas tradiciones religiosas son tan vivas, aun cuando en una situación tan diversa de historia, cultura y fisonomía sicológica, me hace descubrir cada día más y apreciar con mucha mayor emoción la riqueza, antigua y nueva, de la vida cristiana en este país, elegido por las vías inefables de Dios para albergar en su centro la Sede de Pedro, para custodiar las reliquias de los Apóstoles, para difundir en el mundo la palabra liberadora del Evangelio»[10].
El origen de la palabra: reliquia viene del latín, reliquiae-arum = restos, residuos; relicarios: es el lugar donde se guardan las reliquias (es una simplificación de reliquiario).
¿Qué son? Son la parte del cuerpo de un santo o de lo que ese cuerpo ha tocado. Por eso desde antiguo se ha enseñado que «deben ser venerados por los fieles los sagrados cuerpos de los santos y mártires […] porque fueron miembros vivos de Cristo y templos del Espíritu Santo»[11]. Y el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia dice: «La expresión “reliquias de los Santos” indica ante todo el cuerpo –o partes notables del mismo– de aquellos que, viviendo ya en la patria celestial, fueron en esta tierra, por la santidad heroica de su vida, miembros insignes del Cuerpo místico de Cristo y templos vivos del Espíritu Santo (cf. 1Cor 3,16; 6,19; 2Cor 6,16). En segundo lugar, objetos que pertenecieron a los Santos: utensilios, vestidos, manuscritos y objetos que han estado en contacto con sus cuerpos o con sus sepulcros, como estampas, telas de lino, y también imágenes veneradas»[12].
¿Dónde las conseguimos? En la Lipsanoteca de Roma: Via in Selci 82. Monasterio de las Agustinas de Santa Lucía.
¿Quién atestigua de la autenticidad de las mismas? El cardenal Vicario de Roma por medio de las llamadas auténticas que dicen así:
«A todos y cada uno de aquellos que lean estas líneas damos fe y atestiguamos que Nos, a la mayor gloria de Dios y veneración de sus Santos, hemos reconocido estas partículas, como auténticas del alba del Beato Maximiliano Kolbe, y las hemos colocado reverentemente en una cajita metálica de forma redonda, bien cerrada, atada con un cordón de color rojo y lacrada con nuestro sello y entregada con la autorización de conservarla y de exponerla a la pública veneración de los fieles, de acuerdo a las normas del Derecho Canónico[13].
En fe de lo cual, mandamos conceder estas letras testimoniales munidas de nuestro sello y firmadas por Nos o por otro Prelado delegado por nuestra autoridad apostólica».
Enseña Santo Tomás de Aquino: «Es claro que debemos honrar a los santos de Dios, pues son miembros de Cristo, hijos y amigos de Dios e intercesores nuestros. Por tanto, debemos en su memoria venerar dignamente todo aquello que nos han dejado, y sobre todo sus cuerpos, que fueron templos y órganos del Espíritu Santo, que habitaba y obraba en ellos y que se configurarán con el cuerpo de Cristo después de su gloriosa resurrección»[14].
Y recuerda el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia: «Las diversas formas de devoción popular a las reliquias de los Santos, como el beso de las reliquias, adorno con luces y flores, bendición impartida con las mismas, sacarlas en procesión, sin excluir la costumbre de llevarlas a los enfermos para confortarles y dar más valor a sus súplicas para obtener la curación, se deben realizar con gran dignidad y por un auténtico impulso de fe»[15].
Y presta atención a lo que sigue diciendo el Santo Doctor: «Por ello, el mismo Dios honra a estas reliquias de manera conveniente, obrando milagros por ellas»[16].
Honremos siempre este «tesoro»:
– Son reliquias de nuestros hermanos que triunfaron…
– Vencieron al demonio, al mundo y a la carne…
– Amaron a Dios sobre todas las cosas y al prójimo…
– Nos alcanzan gracias de Dios, nos protegen, Dios obra milagros a través de ellas.
[1] Santo Tomás de Aquino, S. Th., I-II, 108, 1.
[2] José Hernández, Martín Fierro. El Gaucho Martín Fierro, vv. 7-8, Ed. Losada, Buenos Aires 171976, 25.
[3] José Hernández, Martín Fierro. El Gaucho Martín Fierro, vv. 13-14, 25.
[4] José Hernández, Martín Fierro. La Vuelta de Martín Fierro, vv. 1359-1360, 127.
[5] José Hernández, Martín Fierro. El Gaucho Martín Fierro, vv. 1621-1622, 68.
[6] Auténticas quiere decir que tienen el correspondiente certificado firmado por un Obispo que atestigua que los restos han pertenecido realmente a tales santos.
[7] Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia (2002) 237.
[8] Cf. CELAM, La Evangelización en el presente y en el futuro de América. «Documento de Puebla», 454.
[9] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia «Sacrosanctum Concilium», 104.
[10] Beato Juan Pablo II, Discurso a la XVII asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal Italiana (29 de mayo de 1980) 2.
[11] Cf. Concilio de Trento, DH 1822.
[12] Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia (2002) 236.
[13] CIC, cc. 1282-1289.
[14] Santo Tomás de Aquino, S. Th., III, 25, 6.
[15] Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia (2002) 237.
[16] Santo Tomás de Aquino, S. Th., III, 25, 6.