tribulaciones

Las tribulaciones, camino al cielo

El texto sobre el cual quería predicar hoy es un versículo de los Hechos de los Apóstoles. Es un texto muy hermoso y muy denso en contenido: Nos es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios (Hch 14,22). Difícilmente con tan pocas palabras se diga tanto.

Nos es preciso, es decir, nos es necesario. Por más que le demos vueltas a la cosa no hay otro camino. Y eso por altísimas razones: en primer lugar, porque es Jesús el que nos dio ejemplo de seguir el camino de cruz, de tribulación, de dificultades, de persecuciones; un camino de sudar sangre en Getsemaní, de flagelación, de coronación de espinas. Él siguió ese camino. En segundo lugar, porque Él nos enseñó que ese es el camino: Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame (Mt 16,24). Y no solamente en ese versículo, que es el único que voy a citar, sino en muchas otras partes de la Sagrada Escritura aparece con toda claridad que Nuestro Señor Jesucristo nos invita al seguimiento de Él por el camino de la Cruz.

¿Y por qué Jesús siguió ese camino? ¿Por qué Jesús nos enseña ese camino? Porque es el camino que lleva al cielo. Nos es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios. Para ir al cielo necesaria y fatalmente hay que pasar por muchas tribulaciones. Es un camino difícil, arduo, por eso son pocos los que siguen a Jesús. La mayoría busca el camino ancho y cómodo, y son muchos los que lo siguen dice Jesús en el Evangelio. En cambio el camino estrecho es el camino verdadero, el camino difícil, y son pocos los que lo siguen.

Además las tribulaciones, las dificultades, las persecuciones nos hacen ganar mucho mérito para la Vida Eterna. Por eso es que los santos entendían perfectamente bien que lo mejor era pasar por la cruz. Cuando Nuestro Señor se le aparece a San Juan de la Cruz y le pregunta: «¿Qué quieres que haga por ti?»,  él le responde: «Padecer y ser despreciado por vos»[1]. Pedía lo mejor, pedía aquello que le iba hacer ganar en el cielo grados superiores de gloria.

Por otro parte, las tribulaciones las merecemos por nuestros pecados. Somos grandes pecadores. Cometemos, como dice San Francisco Javier, «infinitésimos pecados». Entonces evidentemente que si tenemos que sufrir cruz, dificultad, esa cruz y esa dificultad nos ayuda para hacer penitencia por nuestros pecados. Santa Gema Galgani, que nunca en su vida cometió un pecado mortal, sin embargo se sabía la más grande pecadora; y no solamente la más grande pecadora, sino que de alguna manera ella, a semejanza de Nuestro Señor, era como que se había hecho pecado. Ella de alguna manera había pecado con todos los pecados de los hombres y de alguna manera también los asumía[2].

¿Qué otras razones hay para que amemos las tribulaciones, para que se nos haya enseñado que son necesarias para entrar en el Reino de los cielos? Muchas más. La tribulación nos enseña a hacer un cambio en el significado y en el sentir de las cosas. La tribulación, la cruz, hace que las más duras espinas se vuelvan suaves rosas. Eso lo dijeron de tantas maneras los santos. Por que si en el momento presente es un dolor, es una tribulación, es un sufrimiento (y muchas veces gran sufrimiento), pero Dios lo tiene dispuesto justamente para concedernos luego un gran fruto o una gran gloria. Por eso decía San Francisco de Asís (se le atribuye a él): «Tanto es el bien que espero que toda pena me da consuelo».

Otra razón es que los sufrimientos nos hace conocer mejor la Pasión de Cristo: «Nadie llega a conocer la Pasión como aquel que pasa algún dolor, algún sufrimiento»[3]. Cuando nosotros nos sentimos incomprendidos, cuando sufrimos injusticias, levantemos la mirada, miremos al Crucificado y entonces entenderemos lo que pasó Jesús en su corazón en el sagrado tiempo de Pasión. Y esas tribulaciones son las que nos dan una fecundidad del todo particular. «La cruz fecunda cuanto toca»[4]. No hay otra manera de ser fecundos sobrenaturalmente que abrazarse a la cruz y llevarla con alegría, no con desgana ni con depresión ni con tristeza, sino con alegría. Los apóstoles cuando sufrieron persecución del Sanedrín, dice el libro de los Hechos, salieron contentos por haber sido encontrados dignos de sufrir algo por Nuestro Señor Jesucristo.

Y una razón más, la última, el pasar dificultades, el tener tribulaciones, nos hace tomar conciencia de nuestra indigencia. Nosotros somos mendigos totales, absolutos. Todo lo esperamos de las manos de Dios y cuando nos toca sufrir es cuando más el alma se une a Dios, se entrega a Él, se abandona y le pide la ayuda que sólo Él puede dar. Nos toca en este sentido a nosotros la gracia de haber pasado una dura prueba. Siempre pienso cuando hablo de esto de manera especial en los diáconos. Llevan más de tres años esperando la ordenación sacerdotal, y siempre con motivos distintos, posponiendo, posponiendo, posponiendo y posponiendo, sin que hubiese de parte de ellos ninguna causa grave. «No, ahora no». Porque somos muy gorditos algunos. «Porque no, porque eres petiso». Y así, uno por gordo, otro por flaco, otro por alto, otro por bajo. «Bueno, ahora si se hace tal cosa, sí. De los olivos tienen que crecer melones. Cuando crezcan los melones, señal de que obedecen». Y bueno, llegó a su fin. A no haber estado Yahvé con nosotros, diga Israel, a no haber estado Yahvé con nosotros cuando se alzaron contra nosotros los hombres, vivos nos habrían tragado entonces cuando ardía su ira contra nosotros. Ya entonces nos habrían sumergido las aguas, hubiera pasado sobre nuestra alma un torrente, ya habrían pasado sobre nosotros las impetuosas aguas. Bendito sea Yahvé que no nos dio por presa de sus dientes. Escapó nuestra alma como pájaro del lazo del cazador. Rompióse el lazo y fuimos librados. Nuestro auxilio está en el nombre del Yahvé que hizo los cielos y la tierra (Sl 124).

Pidámosle a la Santísima Virgen la gracia de comprender siempre que el camino está marcado por la cruz y que ese camino marcado por la cruz es el camino que lleva al cielo.


[1] Ms. 12738 fol.615: Decl. de Francisco de Yepes; cit. Crisógono de Jesús, Vida y Obras de San Juan de la Cruz (Madrid 1978) 290.

[2] cfr. Cornelio Fabro, Santa Gema Galgani (Bilbao 1997).

[3] Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, II,XII,19.

[4] Sierva de Dios Concepción Cabrera de Armida, Cadena de amor, 14,15: cit. en Mons. Esquerda Bifet, «Fecundidad misionera de la cruz», L’Osservatore Romano 16 (1995) 220.