El Apóstol Santo Tomás profundizó en la Pasión de Nuestro Señor al meter su dedo y su mano en las llagas de las manos y el costado. Nosotros también debemos profundizar en su Pasión.
Hace algunos años atrás, junto con el P. José Hayes, IVE, íbamos camino a visitar a los Padres que estaban en Guyana, y estando en Bogotá decidimos ir a Cartagena de Indias. Cartagena de Indias es una ciudad colombiana que está en la costa del Pacífico, a la altura del Caribe, de mucho calor, mucha humedad y muy pintoresca porque es una antigua ciudad colonial muy colorida y típica que tiene un centro histórico amurallado, lo que pertenecía a la ciudad colonial. Fuimos allí porque en la iglesia de los Jesuitas está enterrado un gran santo, San Pedro Claver. San Pedro Claver fue discípulo de San Alonso Rodríguez, ese jesuita que era portero, un hombre de una vida espiritual seria y profundamente sobrenatural. Le tocó a Pedro Claver ser misionero en Colombia. Estuvo en distintos lugares y finalmente recaló en Cartagena de Indias, donde pasó gran parte de su vida. Y allí realizó un apostolado estupendo, extraordinario, con los hombres de color que traían como esclavos de África y llegaban a Cartagena de Indias para, desde ahí, enviarlos a toda América. Venían de distintos países de África, hablaban distintos dialectos, así que una de las preocupaciones grandes de San Pedro Claver era tener traductores para poder comunicarse con los que venían. Se calcula que eran más de veinticuatro lenguas diferentes, que evidentemente no las podía hablar San Pedro Claver, así que tenía él sus catequistas para cada lengua. Hizo un trabajo tan espléndido, durante su vida bautizó más de 300.000 africanos, con lo cual hizo de tapón en el norte de América del Sur para que ellos que venían como esclavos fuesen cristianos y entonces, por ser cristianos, viviesen la vida cristiana y diesen testimonio de Jesucristo y no fuesen de otras sectas o religiones.
De él quiero recordar de manera especial su amor a la Pasión de Jesús. Él es el que dice: «El único libro que hay que leer es la Pasión»[1]. Y el libro de la Pasión para él era lo que sobre la Pasión de nuestro Señor se narra en los cuatro Evangelios. Llegaba la noche, antes de acostarse se sentaba en la cama, tenía una silla al costado, con el libro de la Pasión abierto. A veces se arrodillaba para leerlo y leía un versículo y se ponía a llorar. Yentonces, no contento con eso, tenía que imitar a nuestro Señor en la Pasión, tenía escondida una corona de espinas, se ponía la corona de espinas, se disciplinaba, como nuestro Señor que recibió tantos azotes, y a veces, llevado por su devoción a la Pasión, una devoción verdadera, real, firme, fuerte; cargaba una cruz sobre sus hombros y descalzo –ya era de noche, el convento tenía las luces apagadas– iba por el corredor a la iglesia cantando (cantos de duelo, cantos tristes, cantos para participar en la Pasión de nuestro Señor), cuando llegaba a la iglesia se detenía frente al Sagrario para rezar y llorar. Realmente para él la Pasión no era una cosa distante, algo remoto, sino era algo presente, vivo, vital, actual, de ahora, de este momento; como lo está, misteriosa y sacramentalmente en la Misa. Ylo único que se conoce de su pensamiento es: «El único libro que hay que leer es la Pasión».
Si hoy pasa lo que pasa en la vida religiosa, pasa lo que pasa en la vida sacerdotal, es porque ha caído de la consideración del alma consagrada lo que ha sufrido nuestro Señor en la Pasión. El Vía Crucis está colgado en las paredes, pero ¿qué alma consagrada sintoniza con lo que está representado en las paredes? Dicen, no sé si todavía lo puede hacer, que el Papa[2] todos los días reza el Vía Crucis.
¿Cómo llegó a entender esto? Claver era jesuita, había hecho los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, entendió perfectamente la petición que nos hace hacer San Ignacio en la Tercer Semana, la semana de la Pasión, cuando nos dice en los preámbulos «demandar lo que quiero»[3], es decir: pedir lo que quiero. Ese pedir lo que quiero es el fin propio de la meditación o contemplación que uno va a hacer, como son las referidas a la Pasión. Y es la petición de gracia: pedir, o sea implorar, rezar, clamar a Dios para que me dé lo que en ese momento necesito. Y eso lo dice con pocas palabras, pero bellísimas palabras y palabras profundas, San Ignacio de Loyola.
¿Qué es lo que nos enseña a pedir?
- «Dolor con Cristo doloroso»
Si hay una esposa de Cristo que no ha experimentado nunca dolor con Cristo doloroso, ¿qué clase de esposa es esa esposa?, ¿cómo se da en ella ya no son dos sino una sola carne (Mt 19,6)? ¿Cómo se da? No se da; ¿de esposa qué tiene? El nombre… pero ¿la realidad? San Bernardo decía: «No está bien que la cabeza esté coronada de espinas y los miembros regalados»[4]. Por eso las verdaderas esposas quieren unirse al Esposo en lo que hace al misterio más grande de su vida que es el misterio de la Pasión, y por eso piden una y otra vez «dolor con Cristo doloroso», y por eso cuando viene el dolor, que siempre está en nuestras puertas, no se ponen como niñitas tontas a gimotear y a pedir consuelos y a buscar ayudas, sino que se ponen contentas de poder sufrir algo con Cristo, que ha sufrido tanto. Aprovechan el dolor para ser verdaderas esposas de Aquel que pasó tanto dolor.
- «Quebranto con Cristo quebrantado»
No es simplemente un mero dolor sensible, que finalmente no deja de ser una cosa superficial, una cosa de los sentidos, sino es algo mucho más profundo. Es un dolor que quebranta, es un dolor que es capaz –por así decirlo– de quebrar el alma, de quebrar el corazón, de darlo vuelta. Pues, si Cristo sufrió un dolor así en la Pasión, y si nosotros de verdad queremos ser sus discípulos, seguir sus caminos; si de verdad queremos lo que decimos cada vez que hacemos Ejercicios: «deseo oprobios y menosprecios…»[5] y bueno, vas a tener que experimentar el quebranto. Y si no lo llegás a experimentar nunca, y bueno mi hijita, será porque no sos verdadera esposa de Jesucristo, sos una mascarita, tenés el hábito de esposa, externo, pero el corazón está en otra cosa. Por eso es que la verdadera esposa de Cristo nunca se asusta por lo que tiene que sufrir. No cree que su sufrimiento es una cosa extraordinariamente grande, no cae en lo que dice San Luis María Grignion de Montfort: «la creencia luciferina de creer que somos algo grande»[6] porque se cree que está sufriendo mucho. Nunca le alcanza lo que sufre, porque Cristo sufrió mucho más. En este mundo en que nos toca vivir, falso y mentiroso, se rasgan las vestiduras frente a la película de «La Pasión» de Mel Gibson, por ejemplo: «¡Ah! ¡Cuánta violencia, señor hay!». Pero resulta que por televisión se matan miles de personas. Una vez leí una estadística: 75.000 homicidios por año ve una persona que mira tres horas por día de televisión, que es un promedio muy bajo, y después «¡Ay, cuánta violencia, señor!». En algunos lados incluso han prohibido la película para menores de 12 años, si mal no recuerdo en Francia, en la hija primogénita de la Iglesia. Escandalizados, «¡Ay!», todos los medios son una corrupción, una porquería, una podredumbre, una degeneración, una cosa insólita lo que se está viendo, lo que está pasando; y vienen a escandalizarse porque por primera vez consideran lo que significa la muerte de Cristo, ¡la Pasión! Mundo mentiroso y mundo falso. Ayer veía unos segundos nada más, porque es lo que pasaron por el noticioso, en Pamplona: un grupo de mujeres desnudas, haciendo manifestación contra la corrida de toros. Estamos todos locos. Menos mal que estaban las viejas españolas en los balcones y les gritaban cosas; es una cosa de no creer, sinceramente ¡de no creer! Cuando todo lo que representa de dolor, de sufrimiento y de violencia la película, es un pálido reflejo de lo que fue la realidad, porque no se puede ver en estricta realidad, lo que significan los dolores morales de nuestro Señor, ¡cargando con los pecados de todo el mundo! Eso no es jabón de olor, eso no es jugo de horchata. ¡Mundo falso y mentiroso! Y falsas y mentirosas las religiosas que no se dan cuenta de eso, viven años en vida religiosa y son tan necias, que jamás penetraron el corazón de Jesús. ¡Eso es más escandaloso que las histéricas que estaban desnudas defendiendo a los toros!
- «Lágrimas»… con Cristo que lloró en la Pasión
Lágrimas, ¿cuántas veces han llorado por la Pasión de Cristo? Las mujeres lloran por nada, se pinchan con una aguja y lloran, agarran la olla con las manijas calientes y ¡ay! lloran, ven un perrito que llora y lloran… ¡pobre perrito…! Pero uno tiene que plantearse seriamente eso: ¿no lloro por la Pasión de Cristo?, entonces no tengo derecho a llorar por nada, por ninguna otra cosa. No lloro por mis pecados, que han llevado a Cristo a tomar la Cruz, a crucificarse en ella y a morir, y me voy a poner a llorar porque tengo una dificultad, porque tengo una incomprensión… por una voltereta que nunca entendés finalmente de qué se trata, pero lloran. No hay derecho, más siendo esposa de Jesucristo. Lloren primero por la Pasión, lágrimas no de cocodrilo sino lágrimas de verdad. No por nada dice el Martín Fierro, no creo en lágrimas de mujer, ni en la renguera del perro[7]. ¡Hay que llorar por la Pasión de nuestro Señor, hay que pedir lágrimas, lágrimas! San Pedro Claver lloraba y se quedaba hasta altas horas de la noche, incluso en la madrugada, a veces ni siquiera se acostaba. Vivía en una pieza que todavía está con una ventanita cuadrada, chiquita, que uno cuando entra se acerca a la ventanita para respirar, estaba en ese lugar porque de ahí veía el mar y veía los barcos que venían y entonces se preparaba para cuando llegaban a tierra salir al encuentro de los esclavos que llegaban. Él lloraba. ¿Lloramos nosotros por la Pasión de nuestro Señor? ¿Hacemos nuestros, compartimos los sentimientos de su corazón? Dice San Pablo: Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús (Flp 2,5). ¿Tenemos el sentimiento del dolor profundo, del quebranto de Cristo que lo lleva a llorar?
- «Pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí»
Pena interior, «pena interna de tanta pena que pasó por mí». Esa pena interna que no necesariamente tiene que ser una cosa sensible. Esa pena interna que es una consideración espiritual, interior, por la cual me siento yo responsable moral de la muerte de Cristo, ya que va a la Cruz por mis pecados, porque participo, porque lo amo por la pena interna que pasó en la Pasión por mí. De tal manera que se cumpla lo que pedimos en los Ejercicios, lo que él nos enseña en la meditación de Cristo Rey: para que quien «siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria»[8].
Por eso noten: parte integrante, esencial, de nuestro carisma es la Pasión de nuestro Señor Jesucristo. Y si alguna no está decidida a vivir de corazón la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, decídase cuanto antes, porque así no va a caminar mucho, porque no va a llegar a aprender a amar a Dios. «El fuego del amor de Dios, dice San Alfonso María de Ligorio, sólo se prende con el leño de la Cruz»[9]. Quiere decir que cuando uno ama mucho a Dios, ama mucho a Dios porque ese fuego lo fue prendiendo con la meditación, la contemplación y la vivencia de la Pasión de nuestro Señor.
La Virgen estuvo de pie al pie de la Cruz, participó la primera como socia de Jesús y como nadie de la Pasión, pidámosle que Ella nos enseñe a participar de la misma.
[1] ÁNGEL VALTIERRA – RAFAEL M. DE HORNEDO, San Pedro Claver. Esclavo de los esclavos, BAC, Madrid 1985, 89 y passim.
[2] Esta homilía fue predicada el 6 de julio de 2004, durante el Pontificado de Juan Pablo II. Todavía el día antes de morir, el 1º de abril de 2005, rezó el Vía Crucis.
[3] SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales [203].
[4] SAN BERNARDO, In festo omnium Sanctorum, s. 5, n. 9 (PL, CLXXXIII, 480 C).
[5] SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales [146].
[6] SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT, Carta circular a los amigos de la Cruz, n. 48.
[7] Cf. JOSÉ HERNÁNDEZ, Martín Fierro. La vuelta de Martín Fierro, Editorial EDAF, Madrid 200613, Canto XV, est. 8, vv. 47-48, 160.
[8] SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales [95].
[9] SAN ALFONSOMARÍA DE LIGORIO, Práctica de Amor a Jesucristo, PS D.L., Madrid 1989, 69.