leonardo castellani

Leonardo Castellani, sacerdote

Leonardo Castellani, sacerdote

 

         Decía hace casi diez años: “es para muchos, como «el santo patrono» de los sacerdotes argentinos. Su sufrir fue paradigmático, su fidelidad modélica, ejemplares sus virtudes (…) Fue tempestad y calma, rosa y espada, ruiseñor y colibrí, paloma y hacha, fuego y agua, escudo y peña, pasión y ternura. Fue águila. Fue él mismo. Singular. Genial…”[1].

         Me toca hablar, por tanto, del aspecto más importante del Padre Castellani: sacerdote.

         “¿Cómo se animó a dar la conferencia con tan poco tiempo de preparación y casi sin tener material a mano?”, se preguntará alguno. Hace 40 años que conozco al Padre Castellani, un primo hermano me lo hizo conocer cuando yo tendría unos 13 años. Tuve la dicha de tratarlo con frecuencia. Sigo frecuentemente su trato a través de sus libros y, es más, de alguna manera, desde hace algunos años, buscamos de llevar a la práctica alguno de sus sueños. Como me reconozco deudor de él, y considerando suficiente la preparación remota, me pareció indigno decir que no. La personalidad descollante del Padre Castellani y su obra multifacética puede resumirse perfectamente en pocas palabras: fue, ante todo y por sobre todo, sacerdote de Cristo.

 1º ¿Qué es ser sacerdote?

         Ser sacerdote es un misterio, puesto que en su propia naturaleza dice relación directa a Dios. Por tanto, sólo puede ser captado a la luz de la fe, y de la fe en el Verbo Encarnado. Parafraseando al Concilio Vaticano II, podemos decir que el misterio del sacerdote sólo se esclarece a la luz del misterio del Verbo Encarnado[2].

         En el Antiguo Testamento Dios eligió a una de las 12 tribus, la de Leví (de allí el nombre de levitas), para el servicio litúrgico. Ellos debían anunciar la Palabra de Dios: Pues los labios del sacerdote guardan la ciencia, y la Ley se busca en su boca: porque él es el mensajero de Yahvé Sabaot. Pero vosotros os habéis extraviado del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la Ley, habéis corrompido la alianza de Leví (Mal. 2, 7-8).

         Además, debían ofrecer dones y sacrificios por los pecados (Hb. 5,1). Esta función sacerdotal se trasmitía de padres e hijos.

         Sin embargo, este sacerdocio era, de suyo, incapaz de realizar la salvación. Este sacerdocio de Aarón era prefiguración del sacerdocio de la Nueva Alianza.

         Ahora bien, todas las prefiguraciones del sacerdocio del Antiguo Testamento encuentran su cumplimiento en Jesucristo. Y así es:

               * Único Mediador entre Dios y los hombres (1 Tim. 2,5).

               * Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec (Hb. 5,10; 6,20).

          * Santo, inocente, inmaculado (Hb. 7,26). No hay en El pecado alguno.

                   * perfecto (Hb. 7,19). No tiene limitaciones ni falencias.

               * vivo (Hb. 7,25). Por esto la muerte no tiene poder sobre El (Rom 6, 9).

                   * sin interrupción (Hb. 7,3). Es un sacerdocio y una oblación continuada, sin fracturas, constante y perseverante.

                   * perpetuo (Hb. 7,24). Es un sacerdocio para siempre (…).

                 * universal (cf. Hb. 5,9). Es para beneficio de todos, sin excluir a ninguno, pues por todos murió Cristo (cfr 1 Tim 2, 6).

                   * sacrificado y ofrecido por sí mismo (cf. Hb. 9,26).

                   * mediante una sola oblación (Hb. 10,14), o sea, mediante el único sacrificio de la Cruz salvó a los hombres, purificándonos de nuestros pecados (cf. Hb. 9,14).

         En Jesucristo, y sólo en Jesucristo, y siempre en Jesucristo se encuentra la fons totius sacerdotii[3], la tota sacerdotii plenitudo[4], como enseña Santo Tomás.

         Él sustituye al sacerdocio levítico, no lo sucede. Nosotros -sacerdotes del Nuevo Testamento- no lo sustituimos a Él, ni multiplicamos su sacerdocio, sólo lo participamos en distintos grados: en el ministerial -obispos y sacerdotes-, y con diferencia esencial, todos los bautizados. Como enseña Santo Tomás: “…consta que Cristo realiza todos los sacramentos de la Iglesia: siendo Él quien bautiza; Él quien perdona los pecados; Él es el verdadero sacerdote que se ofreció en el ara de la cruz y por cuyo poder se consagra diariamente su cuerpo en el altar”[5].

         Así como la Misa hace presente el único sacrificio de la Cruz, de modo similar el único sacerdocio de Cristo se hace presente en la multitud de sujetos partícipes del sacerdocio de Cristo sin que se quiebre la unidad del mismo: “Sólo Cristo es el verdadero sacerdote, los demás son ministros suyos”[6]. El sacerdote del Nuevo Testamento actúa in persona Christi capitis[7]. Cristo en él está presente como la Cabeza de su Cuerpo, como Pastor de su rebaño, como Sacerdote del sacrificio redentor, como Maestro de la Verdad.

         Esta presencia de Cristo en sus sacerdotes no excluye en ellos “todas las flaquezas humanas”[8]. Por ello debemos tener siempre en cuenta que en los sacramentos no puede el pecado personal del sacerdote impedir el fruto de la gracia, ni siquiera la duda o la falta de fe, siempre que intente hacer lo que hace la Iglesia. En otros actos sí influye, ya que el mismo Dios quiere que su acción salvadora suponga la colaboración del sacerdote como instrumento libre.

         Este sacerdocio nuestro es ministerial, o sea verdadero servicio. De aquí que esté esencialmente referido a Cristo y a los hombres. El “poder sagrado” que se da al sacerdote no es otro que el de Cristo. Más aún, no sólo representa a Cristo Cabeza ante los fieles, sino que representa a toda la Iglesia ante Dios. Y esto en la oración de la Iglesia y, sobre todo, cuando ofrece el sacrificio de la Santa Misa.

  2º El Padre Leonardo Castellani, sacerdote de Cristo.

         Todo sacerdote, como mediador y puente entre Dios y los hombres, dice relación particularísima a Dios y a los hombres: también en el P. Castellani.

1- Relación con Dios.

         El Santo Sacrificio de la Misa, perpetuación del de la Cruz, fue siempre el centro de la vida sacerdotal del P. Castellani, a pesar de que se le quitó durante muchos años las licencias para la celebración. Conozco gente, que aún vive, que lo veía en Salta en la fila para comulgar.

         En la oración encontró el consuelo y la fortaleza: por eso fue un alma profundamente contemplativa. Particularmente, gustaba de rezar el Santo Rosario, a veces caminando por la vereda. Fue auténticamente piadoso. En los versos de su Parábola Quinta[9], que iremos viendo, y que de alguna manera reflejan su vida sacerdotal, parece querer expresar esto mismo:

                            ¿Y quién me enseñó estilo y armonía?

                            El mismo Director. El la enseñaba.

                            El la enseñaba, sí; yo la vivía

                            y ella en el alma se me ensimismaba.

 

                            Ritmo que eres Verdad, Vida, Belleza,

                            Justicia y Orden, pocos te perciben.

                            Vive por ti toda naturaleza;

                            pero pocos, poquísimos, te viven.

 

                            Todos te ven en el verano plomo

                            cuando a tu sombra alivian sus congojas.

                            Aun en invierno yo te veo, como

                            las agujas de un plátano sin hojas.

         Su conocimiento de la Palabra de Dios fue profundo y sapiencial. Prueba de ello son sus innumerables escritos exegéticos y escriturísticos: Los papeles de Benjamín Benavides, Las parábolas de Cristo, El Apokalypsis de San Juan, El Evangelio de Jesucristo, etc.

                            Hada Armonía, ley de todo ser,

                            que una mañana absorta de mi infancia

                            te vi y te quise más que a una mujer.

                            Mi reina, mi alimento y mi fragancia.

 

                            Que desde el astro rey a los gusanos

                            todo gesto acompasas y modulas.

                            Mociones mides, órbitas regulas

                            y el mundo riges de un pulsar de manos.

 

                            Batir vital que con eterna norma

                            riges la música del corazón.

                            Danzas del escultor la esbelta forma

                            y al sabio brindas la contemplación.

 

                            ¿Por qué te conocí? ¿Por qué viniste

                            a mí, pobre muchacho de la Pampa,

                            levantando a tu beso el alma triste

                            para hacerme caer en esta trampa?

         Su relación con Dios se dio, como no podía ser de otra manera, de modo especialísimo en la heroica práctica de las virtudes teologales. Ante todo, fue un hombre de fe: creyó siempre, creyó a pesar de todos los ataques, creyó por sobre todo. Su fe consistió, simplemente, en creer en Dios, ya que siempre se aferró a aquellas verdades insondables que la Única Verdad enseñó al hombre; en creer a Dios, porque su fundamento no fue otro que la autoridad innegable de Dios que no engaña ni se engaña; en creer tendiendo hacia Dios, buscando unirse con Dios y unir a los hombres, sus hermanos, con Dios:

                            Llegó, por fin, el fin de mi agria suerte.

                            Mañana tarde moriré. Estoy cierto.

                            Hoy he sentido el ala de la muerte

                            y ya me siento casi dolor de muerto.

 

                            Mi violín hará pausa en plena fiesta,

                            me tirará la manga el compañero:

                            ¡Tercer violín segunda fila orquesta!-

                            Caerá el violín, el arco y el arquero.

 

                            ¡Ridi, pagliaccio! ¡Piccola tragedia!

                            Ignora el vulgo vil nuestros cadalsos

                            Dirán algunos que morí de inedia

                            y he muerto a fuerza de oír acordes falsos.

 

                            El que una nota falsa pueda herir

                            de muerte a un pobre músico… Eso es loco.

                            ¿A quién podré escribiendo persuadir

                            que un hombre cuerdo muera por tan poco?

         Fue un hombre de esperanza. Sabiendo que es maldito el hombre que confía en el hombre (Jer 17, 5), no quiso apoyarse sino en Dios, cuyo poder, sabiduría y bondad no cambia ni se agota. Y no lograron hacer flaquear esa confianza las cruces ni disfrazarla los aplausos:

                            Mis hijos comen de esto. Por un triste

                            año -me dije- bien podré aguantar…

                            Me equivoqué. Mi cuerpo no resiste.

                            Llegó el momento ¡oh Dios! de reventar.

 

                            Pues con un alfiler, matar es dable

                            a un hombre, y no con mil y mil pinchazos,

                            con uno repetido es peor que un sable

                            siempre en un mismo punto de los brazos.

 

                            Se enconan las heridas y hay un nervio

                            que la espera más tenso cada vez.

                            Me trataron de indómito y soberbio

                            y a tocar me obligaron al revés.

         Finalmente, y por sobre todo, fue un hombre de caridad. Amó a Dios por sobre todo, sabiendo que es eterno su amor (Sal 118) y su misericordia se derrama de generación en generación (Lc 1, 50). De ese amor a Dios brotó, como de su fuente y fundamento, un entrañable amor al prójimo. Esta caridad auténtica se reflejó en el constante esfuerzo por otorgar a los demás el bien mayor: la posesión perfecta de Dios, ya comenzada en esta vida:

                            ¿Por qué la vida me asestó esta herida?

                            Yo no lo sé. Ya terminé mi parte.

                            Algunos hacen arte con la vida

                            pero ya hacía vida con el arte.

 

                            Y me entrego a la noche escalofriante

                            con paso firme y corazón que llora-

                            no me arrepiento de haber ido avante

                            aunque caí en la noche destructora.

 

                            Con la vaga esperanza de una aurora.

2- Relación con los hombres.

         En ese afán por entregar a Dios a todos los hombres, se esforzó por llegar eficazmente a todos. Para ello, adquirió un eximio conocimiento de la filosofía, especialmente de la filosofía moderna, sin quedarse en meros esquemas, generalizaciones o apriorismos. Por eso pudo, en brillante síntesis, afirmar que “la batalla final se dará entre Santo Tomás y Hegel”[10]. Admirable también fue su conocimiento de las lenguas de los hombres, sus hermanos: manejaba correctamente el latín, el griego, el español, el francés, el inglés, el alemán, el italiano y aún el danés, lengua que aprendió para leer en su propia habla a Sören Kierkegaard. Asimismo, fue descollante su dominio de los estilos, lo que le permitió realizar una fecunda e iluminadora crítica literaria[11].

         Su fructífero apostolado, porque la gracia no fue estéril en él[12], se hace patente en una ingente producción: más de 40 libros sobre diversidad de temas (filosóficos, teológicos, exegéticos, sociales, políticos, literarios); multitud de sermones y conferencias, así como también clases y artículos, por medio de lo cual fue ejerciendo un providencial influjo sobre la intelligentzia católica en nuestra Patria; colaboró también en los Cursos de Cultura Católica, cuya obra se vio coronada con la Universidad Católica Argentina.

         Particular importancia reviste su influencia sobre el nacionalismo católico, que impidió que el sindicalismo se volviese marxista, y que la mal llamada Democracia Cristiana argentina con su burdo liberalismo tuviese mayor influencia.

         Y, urgido por el amor de Cristo[13], amó a la Iglesia y por eso luchó contra el fariseísmo, mostrando su verdadera condición: “En efecto, ésta es la esencia del fariseísmo… Crueldad, soberbia religiosa y resistencia a la Fe… El corazón del fariseo primero se vuelve corcho, después piedra, después se vacía por dentro, después lo ocupa el diablo. Y el demonio entró en él, dice Juan de Judas… Cuando en la Iglesia ha salido un ramo de fariseísmo, Dios lo ha curado, pero alguien lo ha pagado con su sangre, desde Cristo hasta Juana de Arco, y hasta nuestros días”[14]. “En el principio de la Iglesia, el fariseísmo había plagado de tal manera la Sinagoga, que Jesucristo se dio como misión principal de su vida el combatirlo, y fue su víctima; en el fin de la Iglesia, el fariseísmo se volverá de nuevo tan espeso, que demandará para su remedio la segunda Venida de Cristo”[15].

         Denunció, ya en 1951, la amalgama entre la Redención de Jesucristo y la evolución, elevada a la categoría de dogma irrefragable: “Cito actualmente a Teilhard de Chardin con todas las reservas. Este ensayo, escrito en 1944, ignoraba la evolución posterior del pensamiento del naturalista francés, la cual ha sido pésima, a nuestro parecer. Ha caído en la peor de las herejías, el modernismo; y, según creemos, es un heresiarca virtual. Este no es aún, en este año 1951, el dictamen de la Iglesia, sino el de un doctor privado, Doctor en Teología”[16].

         Asimismo rechazó valientemente la confusión del Tercermundismo. En alusión a un escrito de Lucio Gera, llamado “Reflexión teológica”, aparecido en 1970, el Padre Castellani escribía: “El núcleo íntimo de la disertación es la decadencia de la Iglesia. Ahora bien, él no puede saber si la Iglesia está en decadencia; segundo, si lo estuviera, él no sabría ni la causa ni el remedio; y tercero, la Iglesia no está en decadencia… Si usted lo lee con atención, verá que en el fondo no dice nada, de modo que el artículo oriental-argentino viene a ser un vacío mal envuelto; envuelto en un lenguaje confuso, abstruso y pedantesco, que parece mal alemán mal traducido”. Y precisaba sabiamente: “Para saber si esta realidad inmensa que es la Iglesia está o no en “decadencia”, éste tendría que ser Francisco de Sales y Francisco Javier en uno. Haber gobernado una diócesis 50 años, haber recorrido el mundo y tanteado por todos lados”[17].

         Fue un hombre genial, y por eso su sacerdocio fue vivido genialmente:

         Ante todo, representante de la verdadera Tradición, que culmina en la Revelación que trae Jesucristo, y contra la cual se estrella el gnosticismo secular, fue sacerdote fiel. Su fidelidad pudo mantenerse invicta porque su fundamento era el mismo que Cristo había puesto para la Tradición: la roca de Pedro. Fidelidad completa al Magisterio del Papa, sin recortes en su adhesión ni reinterpretaciones personales, sea en nombre de un progreso sin Dios, sea en nombre de una tradición sin vida:

                            Quizás desciendo de esos hombres viejos

                            que en sus cuevas pintaron animales,

                            después ánforas, dioses y azulejos

                            y después construyeron catedrales.

         Fue asimismo un incansable luchador y perseveró hasta el fin en su lema sacerdotal: Que a todos quieran ayudar. A semejanza del Apóstol pudo decir: He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la fe (2 Tim 4,7):

                            Hoy, pues, se desenlaza el drama humilde

                            de un músico en el fondo de la balsa-

                            haré mi parte sin faltar un tilde,

                            mi vida no será una nota falsa.

 

                            Se ríe de mi horror el filisteo.

                            Un turista no entiende la nostalgia.

                            Que un músico se muera de solfeo

                            es como un hombre que se muera de álgebra.

 

                            A la Armonía y al que la ha creado,

                            que no conozco pero sé que existe,

                            hoy en mi última noche resignado

                            brindo la copa de mi sangre triste.

         Su vida fue un verdadero martirio, ya que en sus obras fue testigo de Jesucristo, el Verbo Encarnado, la “Verdad que contiene a las demás verdades”[18]. En este testimonio de Dios no le importó ni el que dirán ni los innumerables ataques que debió soportar:

                            Mi sufrir es secreto y no es decible

                            y al no salir del vaso, rompe el vaso.

                            Ni mi mujer escucha ya. Impasible

                            se echa a reír y dice: No hagas caso.

 

                            No me es posible ya nacer de nuevo,

                            no me es posible ya volver atrás:

                            ponzoña se volvió el agua que bebo,

                            y yo me muero de sed y bebo más.

         Siendo testigo del Testigo Fiel (Ap 1, 5), y a imitación suya, fue perseguido, y se aferró a la cruz, consciente de que mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal (1 Ped 3,17). El mismo recuerda: “Yo sospecho que sigo siéndolo (Doctor Sacro), y que ahora tengo otra firma más: la firma de la tribulación soportada por amor de Jesucristo; que es, como si dijéramos, la firma de Nuestro Señor”[19].

                            Empezó hace tres meses. Un chirrido

                            oí feroz, que no era la ni si.

                            Miré atrás. El Doctor no había oído,

                            no había oído y me miraba a mí.

 

                            Entonces empezó la zarabanda

                            o no tocaba yo o tocaba bien

                            pero era solo en medio de una banda

                            y había que decir a todo Amén.

         Por ser testigo con su vida, fue un verdadero maestro que cumplió egregiamente con la doble obligación que compete a todo sabio, como enseña Santo Tomás: “Por boca de la Sabiduría se señala convenientemente… el doble oficio del sabio: exponer la verdad divina, verdad por antonomasia, a la que se refiere cuando dice: Mi boca pronuncia la verdad, e impugnar el error contrario a la verdad, al que se refiere cuando dice: Y mis labios aborrecerán lo inicuo (Prov 8,7)”[20].

                            “Un músico que no era un Liszt tampoco

                            megalómano halló una muerte cruda.

                            El hombre era evidentemente loco

                            y que es suya la culpa ¿quién lo duda?”.

 

                            Se me castiga por tener talento,

                            cosa que es Dios, no yo, quien ha querido.

                            Culpa mía no es mi entendimiento-

                            me pegan porque tengo buen oído.

         Sacerdote de cuerpo entero, fue solidario con todos los que sufrían. Lo fue, en primer lugar, con sus hermanos sacerdotes: “No hay solidaridad, no hay respeto, no hay amistad. Y siendo así, ¿cómo podemos ser discípulos de Cristo? ¿Cómo podemos predicar la caridad fraterna a los fieles?… ¡La Iglesia del Silencio! Les aseguro que en la Argentina hay varios sacerdotes que pertenecen, si Uds. quisieran ver, a la Iglesia del Silencio, con que tanto ruido hacen ahora; y los han hecho de ella, no los moscovitas precisamente, sino otra raza de moscardones”[21]. Y lo fue también, de modo especial, con los pobres, signo éste del verdadero amor cristiano. Así, por ejemplo, en una entrevista con un Presidente de la Nación, pidió por un periodista preso.

         Por todo esto fue un sacerdote modélico y ejemplar. Hace diez años, al prologar la publicación de Las ideas de mi tío el cura, escribí: “Fue un superdotado, que siendo él mismo, supo ser profeta, evangelista, doctor, padre y eremita, visionario, patriota, taumaturgo, centinela y soldado, pionero, fundador, baqueano y chasque, y, por sobre todo, sacerdote católico sin crisis de identidad, conocedor como pocos de los hombres y de la cultura de su tiempo. Le fueron sumamente familiares todos los contextos socioculturales, sabiendo defender al hombre y promover su cultura. Asimismo, hizo de su fe, cultura, porque acogió y concibió plenamente la fe católica y la vivió con fidelidad”[22]. Y el mismo Castellani testimonia: “Yo siento lo mismo que Ud. el horror de esta época y la necesidad de oponerse a ese horror, si quiero salvar mi alma. Ese horror carga sobre mí incluso físicamente, en forma que me volvería loco si no tuviera fe en Dios. Ya ahora no lo conozco solamente por las encíclicas, por los sermones, por los libros, o por la compasión lírica hacia los otros, como antes; sino por la efectividad del estado de alma del lumpenproletarier. Mi situación actual no es sólo un asunto personal mío, sino que se proyecta al infinito como representación viviente de infinitos hermanos míos que viven y sufren igual o peor que yo”[23].

3º Continuar su obra.

         Es necesario que se sigan publicando sus obras y hacer nuevas reediciones, así como enviar ejemplares a las Bibliotecas públicas para que su personalidad y su pensamiento se conozca y se difunda. Asimismo, es preciso hacer una edición completa y crítica de sus obras. Tal vez sea también gran provecho el instituir una “Fundación Amigos del P. Castellani”.

         Para transmitir su mensaje, sería de gran utilidad hacerlo conocer valiéndose de las múltiples ventajas de los medios de comunicación actuales: escribiendo sobre él, realizando algún video, etc. Y solicitar se llame a una calle de Buenos Aires Padre Leonardo Castellani, como lo ha hecho el P. Requena en San Lorenzo (Salta). De igual modo, levantar un digno y visible monumento en bronce y de pié a su memoria.

         Coronando estas tareas sugeridas, habría que pedir la iniciación del proceso de su canonización y, en consecuencia, recoger todo el material que hay sobre él, así como los testimonios e impresiones de quienes lo han conocido.

         Su labor y su vida fue acercar a los hombres a Dios. Busquemos también nosotros unirnos a Dios por la gracia, y crecer siempre en esa unión por el ejercicio de las virtudes, por el cumplimiento cada vez más perfecto de la voluntad de Dios, por el esfuerzo para morir a nosotros mismos.

         Imitemos su fidelidad a Cristo y a su única Iglesia fundada sobre Pedro. No hay otra verdadera Iglesia. Aprendamos a rechazar las tentaciones que pueden tironearnos para un lado o para otro, con el fin de apartarnos del Papa.

         Como supo hacerlo él, sepamos nosotros descubrir y desarrollar nuestros talentos, los dones que la Divina Mano plantó en nosotros según el designio de su beneplácito, de modo que fructifiquen en servicio de nuestro prójimo.

                            Y me entrego a la noche escalofriante

                            con paso firme y corazón que llora

                            no me arrepiento de haber ido avante

                            aunque caí en la noche destructora.

 

                            Con la vaga esperanza de una aurora.[24]

         – aurora que esperamos será ya día radiante para él en el cielo.

         – aurora que deberíamos ser cada uno de nosotros si fuésemos fieles a su legado.

         Nos bendiga Nuestra Señora de las Siete Espadas de quien fue su cantor.

 

    [1] Prólogo de Las ideas de mi tío el cura, Ed. Excalibur, Buenos Aires 1984, pág. 9-11.

    [2] Cf. Gaudium et spes, nº 22.

    [3] S.Th. III, q.22, a.4 c.

    [4] S.Th. III, q.63, a.6 c.

    [5] CG, l.4, cap. 76, pag 933.

    [6] Santo Tomás, Super ad Haebreos, cp.7, lc.4.

    [7] Cfr. S.Th. III, q.22, a.4. c. Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 10. 28; SC 33; CD 11; PO 2. 6.

 [8] Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1550.

[9] Los papeles de Benjamín Benavides, Biblioteca Dictio, Buenos Aires, 1978, pág. 217-221.

[10] Los papeles de Benjamín Benavides, Biblioteca Dictio, Buenos Aires, 1978, pág. 217-221.

[11] Crítica literaria, Biblioteca del pensamiento nacional argentino, Tomo IV, Buenos Aires 1974.

[12] Cf. 2 Cor. 6,1

[13] Cf. 2 Cor. 5,14

[14] Los papeles de Benjamín Benavides, pág. 277-279.

[15] El ruiseñor fusilado, Ed. Penca, Buenos Aires, 1952, pág. 25.

[16] ¿Cristo vuelve o no vuelve?, Ed. Dictio, Buenos Aires, 1976, pág. 148.

[17] La quimera del progresismo, Colección Clásicos Contrarrevolucionarios, Buenos Aires, 1981, pág. 199-200.

[18] Juan Pablo II, Alocución, en la visita al Pontificio Ateneo Antonianum de Roma, a los profesores y alumnos, (16/01/1982), 5; L`Osservatore Romano (31/01/1982), p.19.

[19] Seis ensayos y tres cartas, Carta al Excmo. Mons. Dr. Enrique Rau, Biblioteca Dictio, Buenos Aires, 1978, pág. 191.

 [20] Suma contra los gentiles, I, 2.

 [21] Seis ensayos y tres cartas, Carta al Excmo. Mons. Dr. Enrique Rau, pág. 192.

[22] Prólogo de Las ideas de mi tío el cura, Ed. Excalibur, Buenos Aires, 1984, pág. 10.

[23] Id., pág. 210.

[24] Los papeles de Benjamín Benavides, Biblioteca Dictio, Buenos Aires, 1978, pág. 221.