Además de la Santísima Virgen María y de San José, son miembros «excelentes de la Iglesia» los apóstoles.
En sentido específico son los 12, porque:
Hay una elección particular: Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor (Lc 6,13–17).
Hay una institución particular: A estos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis. No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento» (Mt 10,5–8).
Hay una misión particular: Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas (Mt 10,6).
Esta misión tiene características generales, pero las dirige particularmente a los Doce: deben cumplir todo esto de una manera no común.
Más tarde los envía a predicar, dando a esta misión dos características exclusivas:
Universalidad y la inapelabilidad: Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado. Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará» (Mc 16,14–16).
Son apóstoles de la humanidad entera, en todo el mundo tienen autoridad y jurisdicción. Las doctrinas son definitivas, quién no las acepte se condenará.
Ellos son los únicos cuyo apostolado es universal e infalible. No transmiten ninguna de estas características a sus sucesores; solamente las transmite Pedro.
Por la misión específica de apostolar o predicarle de una manera fundamental, espera más fidelidad que los otros y más fe: ¿No he elegido yo a los doce? (Jn 6,70).
Por ello les manifiesta especial predilección: Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios». Y recibiendo una copa, dadas las gracias, dijo: «Tomad esto y repartidlo entre vosotros; porque os digo que, a partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios». Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío». De igual modo, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22,14–20).
Ora especialmente por ellos: Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad (Jn 17, 9–19).
Permanecen reunidos en el Cenáculo y sobre ellos desciende el Espíritu Santo.
Se cubre la vacante dejada por Judas. Habían algunos que estaban con Jesús desde el principio, que le acompañaron todo el tiempo, que fueron testigos de todos sus hechos: a partir del bautismo de Juan hasta el día en que fue arrebatado a lo alto de entre nosotros, uno de ellos sea testigo con nosotros de su resurrección (He 1,22). Uno debía ser elegido para que recibiera la misión específica del apostolado de los doce. Echaron suertes y la suerte cayó sobre Matías, que fue agregado al número de los doce apóstoles (He 1,26).
Este número se amplía más tarde –ya que es número de orden, no cardinal–: ¡Vedme aquí hecho un loco! Vosotros me habéis obligado. Pues vosotros debíais recomendarme, porque en nada he sido inferior a esos «superapóstoles», aunque nada soy. Las características del apóstol se vieron cumplidas entre vosotros: paciencia perfecta en los sufrimientos y también señales, prodigios y milagros (2Co 12,11–12).
¿En qué consistirá esta misión?
1. En ser padres de la fe. Sólo ellos recibieron la revelación con carácter infalible. La fe no falla, es divina; y no es admisible que fallen quienes ante nosotros gozan de paternidad sobre ella.
Las demás predicaciones serán ciertas en cuanto coinciden con sus enseñanzas.
«La teología… reconoce en los Apóstoles el privilegio especial de haber recibido por luz infusa un conocimiento explícito de la revelación divina, mayor que el de todos los teólogos o la Iglesia entera tienen o tendrán hasta la consumación de los siglos…»[1].
2. En ser padres de la Iglesia Universal
No de una Iglesia particular, de una diócesis, de una región. Pedro era la Cabeza, pero todos juntos con él constituyen la base y el fundamento de la Iglesia de Cristo. Como base, su función es universal. No son una parte, son el fundamento de todo.
Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo, en quien toda edificación bien trabada se eleva hasta formar un templo santo en el Señor (Ef 2,19–21).
Su base y fundamento es doctrinal y santificador.
Su doctrina y su santidad no son comunes, sino básicas.
* En cuanto a la doctrina: ellos recibieron y en ellos se clausuró la revelación. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo (Ro 8,23).
* En cuanto a la gracia han tenido las primicias, o sea, es gracia más perfecta y principal. Enseña Santo Tomás:
– Los apóstoles fueron confirmados en gracia.
– Vivieron la vida de los dones del Espíritu Santo.
«Todos los actos y movimientos de los Apóstoles fueron según el instinto del Espíritu Santo»[2].
– Edifiquemos siempre sobre el fundamento de los Apóstoles.
– Que nuestra enseñanza sea conforme a la de ellos.
– Que nuestra santidad nos haga imitar la suya.
– Su intercesión de padres en la fe y de padres de la Iglesia Universal sea nuestro consuelo y gozo.