«…despojado los Principados y las Potestades y los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal»
La resurrección de Jesús transforma la situación fundamental del mundo y del hombre. Con la resurrección de Jesús los poderes autónomos del cosmos –que actúan independientemente de Dios- han perdido su dominio1: eso en lo que el mundo experimenta el poder y es poder.
La cruz también sufrió su asalto, el asalto de los poderes políticos y espirituales, y a su vez, la cruz ha: «…despojado los Principados y las Potestades y los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal» (Col 2,15). Despojados, es decir, privados de su dominio, perdido su poder. En el Crucificado se ha estrellado toda la autonomía de los poderes que se creen independientes de Dios, olvidándose como Poncio Pilatos de que deben referirse siempre a Dios, como le recordó Nuestro Señor: «No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de lo alto;…» (Jn 19,11).
La fuerza de Dios ha resucitado de entre los muertos al Crucificado y lo ha colocado a su derecha: «…y cuál la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos, por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero. Bajo sus pies sometió todas las cosas…» (Ef 1,19-22).
Así, en el Crucificado y Resucitado, cada nombre que venga en nombre propio o en nombre del mundo se quiebra, y nosotros no tenemos ya que temblar ante ningún nombre, ni dejarnos doblegar más por ningún nombre, ningún nombre es más nuestra esperanza fuera del nombre del Kyrios, Jesucristo (cfr. Hch 4,12). Por más que se llame Nerón, Isabel I, Robespierre, Lenin, Stalin, Plutarco Calles, Hitler, Mao, Carrillo, Pol Pot, Guevara… Ningún nombre nos hace temblar, ni doblegar, fuera de Jesucristo.
También han quedado suprimidos los poderes anónimos del futuro que no conocemos, llámese como se llame la ideología o el sistema de doctrina o las nuevas herejías y cismas, no tenemos que temer ante ninguna corriente intelectual, ni ante ninguna corriente de los tiempos o vientos de la historia, por funestos que sean en sus efectos. Hemos visto pasar grandes imperios: babilónico (persas y medos), egipcio, griego, romano, carolingio, bizantino (330-1453), azteca, maya, inca, español, francés, de Mali, brasileño (1822-1899), británico, mexicano, mogol, otomano, portugués, islámico, chino, austro-húngaro (1867-1914), Kanem-Bornu, el imperio soviético… de manera especial, en el poder de muerte que puedan tener. Veremos pasar el liberalismo, el relativismo, la cristofobia, los lobbys – gay, mediático, laicista, narco, financiero del “imperialismo internacional del dinero” [2], neo-con, new age, etc.-, los carteles, las mafias, el terrorismo, el Anticristo con su poder infernal… Porque ahora en Jesucristo está roto el poder interior de estos poderes, del cual ellos viven y el cual ejercitan: la muerte, y sus adjuntos, la tentación, el pecado, el terror, el odio, la rabia[3], la mentira: «Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la Muerte. Porque ha sometido todas las cosas bajo sus pies» (1 Co 15,25s.); «Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados» (Col 1, 13-14); «si nos mantenemos firmes, también reinaremos con Él» (2 Tim 2,12).
Esto que vale para los pueblos y las civilizaciones, para las naciones y el planeta, para las ideologías y la propaganda, vale también para el individuo, las familias, las comunidades civiles y religiosas. Un padre que obra como autónomo de Dios o un esposo; un superior que cree que su poder está a su servicio; un párroco que no obra en su gobierno tendiendo en todas las cosas a Dios… (fácilmente se pueden seguir poniendo ejemplos), por usar de sus poderes independientemente de Dios, está despojado, de hecho, de los mismos.
La crisis del mundo, la más profunda y suprema crisis del mundo, es decir, la muerte y resurrección de Cristo ha estallado ya, y todas las otras crisis –también la presente crisis sistémica global- nos remiten a esta única y gran crisis. No está el poder del mundo en grandes ejércitos, ni en sofisticadas armas, ni en grandes portaviones, bombarderos gigantescos, submarinos con ojivas nucleares –la más terrible y destructora arma actual -, sofisticados y poderosos medios de comunicación, cazas supersónicos, cajas fuertes rebosantes de dinero… «Si el Señor no cuida la ciudad, en vano vigila el centinela» (Sal 127,1).
Con la destrucción de la muerte, por la cruz y la resurrección, el poder de los poderes –el más grande que nos podamos imaginar- es un vacío, una inanidad, una burbuja, una tela de araña. A los hombres mundanos sólo les queda la ilusión de poder y la ficción de poder. Sólo tienen un poder light, virtual, fantasma. Son poderes zombis (= cadáveres vivientes). Tienen, como dicen algunos, el ‘síndrome del pollo decapitado’, que sigue dando vueltas como loco (debido a la preservación de sus reflejos neuronales innatos) hasta que se desploma.
Satanás, en el siglo XX, congregó contra Cristo y los cristianos fuerzas dispares y contrarias: filósofos inmanentistas y materialistas; historiadores desinformados y escritores que falsifican la verdad histórica; dictadores de distinto palo: nazis, liberales, comunistas, tecnocráticos…; masones; musulmanes fundamentalistas fanáticos; sectas anticatólicas; difusores de pornografía y droga; defensores del aborto… En el siglo que pasó provocaron 45.500.000 de mártires (que corresponden al 65 % del total de los 20 siglos de historia de la Iglesia católica), lo que hace un promedio de ¡1.250 mártires por día[4]! ¿Qué recuerdo queda de los victimadores? Los campos de exterminio, los Gulags, las checas, los laogais…: ¡Destrucción y muerte!
Jesús, camino a la cruz y a su exaltación, dice: «Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo es echado afuera» (Jn 12,31); «¡Ánimo!, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).
¡Vengan los poderes autónomos que vengan, no podrán no ser de antemano, “poderes despojados” (cfr. Col 2,15)!
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[1] Seguimos libremente a Heinrich Schlier, Sobre la resurrección de Jesús, 30Días 2008, 56-58.
[2] Pío XI, Carta encíclica Quadragesimus annus, 109; Beato Juan XXIII, Carta encíclica «Mater et Magistra», 28; cfr. Juan Pablo II, Carta encíclica «Solicitudo rei socialis», 37.
[3] Cfr. Heinrich Schlier, Poderes y Dominios en el Nuevo Testamento, EDECEP 2008, 53-57.
[4] Don Máximo Astrua, Los mártires del siglo XX, 17-18; recomendamos la lectura de: Andrea Riccardi, El siglo de los mártires, Plaza & Janés, 2001.