María Antonia de la Paz y Figueroa
Una historia poco conocida…
El protagonismo de la mujer religiosa.
Lo que vamos a contar en estas páginas es una historia poco conocida de la mujer argentina, que en la sociedad de nuestro país ha cumplido por lo general un rol secundario, y que en lo religioso asumió un protagonismo sorprendente.
Hay dos momentos adversos en la historia de la evangelización, como lo fueron la expulsión de los jesuitas en 1767 y la embestida de los gobiernos liberales en la década del ´80 del siglo pasado, contra la presencia religiosa en la sociedad y especialmente en el ámbito educativo. En este contexto surgieron María Antonia de Paz y Figueroa, en el primer momento, y Camila Rolón, Catalina María de Rodríguez, María Benita Arias, Transito Cabanillas, Mercedes Guerra y otras mujeres en el segundo, que desempeñaron una labor silenciosa y efectiva en el campo religioso, educativo y asistencial, que no siempre se ha conocido.
María Antonia fue una precursora. Ella solita, sin estructuras ni medios inicia la tarea de reinstalar la práctica de los Ejercicios Espirituales que habían dejado de realizarse desde la expulsión de los jesuitas. Comienza en su natal Santiago del Estero para luego proseguir en Catamarca, Jujuy, Salta, Tucumán, La Rioja, Córdoba, Buenos Aires y Montevideo.
Realiza una tarea ciclópea porque son tandas de 200, 300 y hasta 500 personas que ella se ocupa de albergar y alimentar.
Su obra es conocida en el exterior, por las cartas enviadas por otras personas a los jesuitas residentes en Europa. Estos las traducen a diversos idiomas y el nombre de María Antonia llega también a Rusia.
Pero comencemos por el principio…
Se cría en una humilde encomienda
Una infancia en medio del campo
Nacida en 1730 en Santiago del Estero, María Antonia desciende de una ilustre familia de conquistadores y gobernantes, contando entre sus antepasados a don Francisco de Aguirre, fundador en Chile de La Serena y más tarde de Santiago del Estero, como paso intermedio entre la poderosa Lima y el incipiente puerto de Buenos Aires. A esta ciudad llega para establecerse el Maestre de Campo Francisco Solano de Paz y Figueroa y su esposa doña Andrea de Figueroa.
María Antonia vive en una humilde encomienda de indios, donde su padre es encomendero.
Cuenta entre su familia a militares y regidores, que habían dejado España atraídos por estas sierras vírgenes.
Su niñez la pasa en el campo, en la hacienda paterna, sin más contacto con el mundo que la compañía de sus hermanas –Catalina, Cristina y María Andrea– y de los aborígenes que integran la encomienda regenteada por su padre.
Santiago del Estero es por ese entonces una ciudad de paredes de adobe, quemada por el sol y un aire ardiente y seco, donde el viento norte levanta torbellinos de polvo.
La pueblan familias de abolengo. El obispo Vitoria instala a fines del siglo XVI la primera escuela y el obispo Trejo funda mas adelante el Seminario Diocesano de Santa Catalina.
Pero las caprichosas crecientes del río Dulce provocan la emigración de numerosas familias hacia las verdes serranías de San Miguel del Tucumán y hacia Córdoba, que en 1699 se convierte en sede episcopal.
En Santiago quedan unas pocas familias que, arraigadas al suelo no quieren abandonarlo. Todas emparentadas entre sí, de ellas salen cabildantes, alcaldes y regidores, que luchan contra el suelo, el clima y la indiada. La vida es rutinaria en la comarca, y solo las procesiones de los días santos y las tertulias familiares modifican cada tanto la diaria monotonía.
Una decidida actitud a los 15 años
Su consagración a la vida religiosa
A los 15 años la familia se establece en Santiago del Estero y la joven les cuenta a sus padres su intención de consagrarse a la vida religiosa. Las tres hermanas eligen el camino del matrimonio, mientras ella prefiere leer a San Ignacio de Loyola y dedicarse a ayudar a los aborígenes y a los pobres.
No le faltan muchachos que la pretenden porque María Antonia es muy bella, de facciones finas y grandes ojos azules. Los santiagueños lamentan la decisión de esta joven tan hermosa.
María Antonia decide entonces usar una túnica negra y vivir junto a otras mujeres como ella, que en aquella época en que no existían religiosas de vida activa –sólo había monjas de clausura– se las llamaba beatas.
Las beatas se iniciaban realizando un período de prueba y luego se les entregaba el hábito negro o la sotana de la Compañía, y en ese momento cambiaban el nombre o apellido de la familia, por el de algún santo de su especial devoción. María Antonia de Paz y Figueroa lo cambia por el de María Antonia del Señor San José.
Dirigidas por un religioso jesuita, este grupo ayudaba a los sacerdotes, instruía a los niños en las verdades cristianas, cosían y bordaban, cuidaban a los enfermos y repartían limosnas entre los pobres.
En adelante se la verá caminar por las resecas calles de sierra santiagueña, vestida con su sayal negro y para sus vecinos será la beata Antula.
1767: la expulsión de los jesuitas
Un vacío difícil de llenar
En su juventud conoce al padre Gaspar Juárez, un jesuita con el cual estará relacionada gran parte de su vida.
Cuando en 1767 se produce la expulsión de los jesuitas, América queda huérfana de un grupo de hombres que había logrado modificar el estado casi salvaje en que se encontraba el sur americano. Porque los jesuitas que llegaron a nuestras sierras, fueron los que fabricaron una imprenta con las maderas locales, utilizaron aparatos astronómicos para descubrir los secretos de estos cielos y construyeron instrumentos musicales. Contaron además con religiosos que se destacaron en otras tareas, entre ellos historiadores como Ruiz de Montoya; arquitectos como Juan Prímoli que planeó el Cabildo de Buenos Aires y los templos de la Merced, San Francisco, el Pilar y San Telmo; cartógrafos que trazaron los primeros mapas y médicos que curaban con yerbas medicinales que ellos mismos preparaban.
Los jesuitas fueron los que enseñaron en sus estancias la ganadería y la agricultura, e iniciaron en Tucumán la industria azucarera, elaboraron el célebre queso de Tafí y en Misiones plantaron el algodón y cosecharon la yerba mate.
De las casas de la Compañía salían cal, harina, quesos, chocolate, jabón, cuchillería de estaño, herrería y telas. En las improvisadas fábricas se producían desde las tallas policromadas hasta los indispensables útiles de labranza.
Pero toda la obra de más de un siglo fue barrida de un plumazo, cuando el rey Carlos III dispuso expulsar a los jesuitas de todos los territorios regidos por el monarca. Los orígenes de esta drástica medida hay que buscarlos primero en la corte, donde los ministros no veían con buenos ojos los consejos de los hombres de la Compañía. Y también en los encomenderos afincados en el Nuevo Mundo, que fantaseaban con tesoros y riquezas acumuladas en las misiones jesuíticas. El recelo hacia los jesuitas también surgió por el poder que habían adquirido en América, gracias a su trabajo silencioso pero muy efectivo. Se argumentó también que las misiones terminaron convirtiéndose en un Estado dentro de otro Estado, por lo que era necesario terminar con esa situación.
Lo cierto es que la decisión de Carlos III, juzgada como nefasta por la historia, dejo un vacío que las demás órdenes religiosas no pudieron llenar. Cerraron colegios, se desquiciaron las administraciones en aquellos lugares donde antes había prevalecido el orden, se vendieron propiedades para favorecer a particulares por motivos políticos, que permitieron comprarlas por monedas y se generó una grave confusión en las comunidades aborígenes que no lograron entender la disposición monárquica.
Fidelidad de María Antonia a los Jesuitas
La reinstauración de los Ejercicios Espirituales
María Antonia cuenta 37 años cuando Carlos III dispone la expulsión de los jesuitas.
Este hecho fue un golpe muy duro porque de pronto se siente como huérfana ante la ausencia de quienes la venían orientando espiritualmente en su vida. Y en un medio hostil como es la condena pública del gobierno y su posterior destierro, María Antonia los defiende y se confiesa fiel seguidora, en un momento en que ser partidaria de los religiosos jesuitas no es bien visto y hasta resulta peligroso.
Para no nombrarlos se les dice los “expatriados” y hasta deja de celebrarse la fiesta de San Ignacio. Se habla por ejemplo, de los bienes que pertenecieron a los “expatriados”.
María Antonia sigue manteniendo contacto con los jesuitas a través de sus cartas. Especialmente con el padre Gaspar Juárez, residente en Roma.
El hecho produce un cambio fundamental en María Antonia, que se propone llenar de alguna manera el vacío profundo dejado por la expulsión de los hijos de San Ignacio.
Cree entonces que una manera de suplir la ausencia de los religiosos es reinstaurar los Ejercicios Espirituales que los conoce por propia experiencia, y además por los inmensos beneficios espirituales que brindaban a los que los ponían en práctica.
Antes de la expulsión de los jesuitas, los Ejercicios eran una práctica habitual y de los que la gente participaba no sin cierto sacrificio, –especialmente cuando debían realizar largos viajes– porque abandonaban sus tareas durante varios días. Pero la gente los hacía porque sentía un gran deseo interior.
Descalza, con una túnica y una cruz,
organiza los primeros Ejercicios Espirituales
María Antonia descubre en los Ejercicios Ignacianos la labor a la cual debe consagrarse para rescatar esa práctica valorada por sacerdotes y fieles.
Decide salir entonces con su túnica negra, descalza y con una gran cruz de madera en la mano, que le sirve como apoyo cuando camina, para invitar a la gente a participar de los Ejercicios.
Y comienza su recorrido de puerta en puerta. Un grupo de mujeres se acerca a María Antonia que ya demostraba una gran capacidad para entusiasmar a otras personas en esta tarea. Entre ellas su sobrina Ramona Ruiz y Manuela Villanueva, una pariente lejana; ambas la acompañarán toda la vida.
María Antonia demuestra interés en hacer las cosas con excelencia. Busca al sacerdote que mejor predica y lo encuentra en el superior de los mercedarios, el padre Diego Toro. Las dos primeras tandas tienen tanto éxito que se anima luego a salir a la campiña y recorrer los pueblos rurales.
Comenzaría luego un itinerario que se extenderá a los pueblos de Silipica, Loreto, Salavina, Soconcho, Atamisqui y otros. María Antonia organiza los Ejercicios en Santiago desde 1768 hasta 1770. Los frutos de estos encuentros fueron muchos: esposos que se reencuentran, enemigos que se reconcilian, pecadores que se convierten.
Lleva los Ejercicios a las provincias vecinas
«Fui curada por una mano invisible»
Trepa entonces la sierra de Ancasti y baja al valle de Catamarca para continuar con su obra. Sigue por los arenales riojanos hasta llegar a la capital y luego se dirige a Jujuy.
El obispo del Tucumán, Juan Manuel Moscoso y Peralta –que entonces tenía jurisdicción sobre dicha provincia, Salta, Jujuy, La Rioja, Santiago del Estero y Córdoba– le otorga licencias para pedir limosnas destinadas a organizar los Ejercicios Espirituales que serían predicados por sacerdotes del lugar.
Y así los Ejercicios comienzan a tener aceptación nuevamente, y a ellos concurren tanto sacerdotes, como hombres y mujeres de la sociedad y gente del pueblo.
«Los frutos de los Ejercicios los conocen los buenos sacerdotes que me ayudan y me dicen que se advierte reforma en la ciudad y sus contornos» –escribe María Antonia.
«Los Ejercicios no paran en ninguna estación del año, ni por fríos ni por calores. Cuando salen unos, no hay más días de por medio que dos, otras veces uno, y ha habido ocasión que han salido por la mañana y han entrado por la tarde otros». «Los Ejercicios no discrepan en nada de los que los Padres daban. Lo que he añadido es que sean de diez días contando desde el día en que entran hasta que salen».
María Antonia realiza estos recorridos junto con sus dos compañeras, algunas mujeres que las ayudan en las tareas domésticas y un peón de su confianza. Llevan un carrito y mulas para la carga y los elementos para celebrar la Misa.
Cuando llega a un pueblo se pone de acuerdo con el sacerdote que anuncia la realización de los Ejercicios. Mientras, ella sale a invitar a las familias del vecindario y a pedir limosna, que cuando es en especies las carga en el carrito.
«Yo no doy ningún paso en estas empresas –decía María Antonia–, antes de haber comprendido bien si es una orden de Dios, que parece entonces conducirme por la mano, aun cuando no pueda decirles como se hace… En muy largos y penosos viajes a través de desiertos deshabitados, en medio de lagos y ríos desconocidos, y muchos otros obstáculos, no he sufrido daño considerable. Cuando estuve en Catamarca fui desahuciada por el médico. Me encomendé al Sagrado Corazón de Jesús y me encontré curada de pronto, sin ningún remedio. A consecuencia de una caída me rompí una costilla. En otra ocasión me disloque un pie, pero fui curada una y otra vez por el contacto de una mano invisible».
Un puma en su camino
Inicia un largo itinerario de 1.400 kilómetros
Luego pasa a Salta, donde establece los Ejercicios, y luego al Tucumán. Allí alcanza a organizar 60 tandas. Mientras viajan por esta provincia se les aparece en medio de la sierra un puma que les cierra el paso. Sus compañeros retroceden asustados, pero María Antonia se mantiene serena y avanza con la cruz en la mano y la fiera termina retirándose.
Para asegurarse la continuidad de los Ejercicios en Tucumán y Salta, deja a su prima Josefa Paz en la primera ciudad, y “a una niña de Toranzo” en Salta. Luego regresa a Santiago, para quedarse poco tiempo.
La mira de María Antonia es ahora Buenos Aires, pasando por Córdoba. Toda una locura si se tiene en cuenta los 1.400 kilómetros que la separan de Santiago, y cuyo itinerario sólo es recorrido por caravanas que son protegidas con hombres armados.
Un día María Antonia alista su equipaje: su Dolorosa –probable recuerdo de la Compañía– un San Estanislao, el Niño Jesús que lleva colgado al cuello y a quien llama su “Manuelito”, el bastón largo rematado en cruz y una capa para protegerse del frío. Cuatro mujeres deciden seguirla: Manuela, Ramona y dos criadas.
El recorrido es a pie, a través de desiertos y evangelizando durante su trayecto a los paisanos que encuentra en el camino. Los pobladores con los cuales convive mientras realiza su marcha, tratan de hacerla desistir.
Son muchos los peligros: jaguares, chanchos del monte y las incursiones de la indiada.
Pero María Antonia sigue adelante…
Su amistad con Ambrosio Funes
En Córdoba, 60 tandas de Ejercicios
Llega a Córdoba en 1777 y permanece durante dos años. Allí organiza 60 tandas de Ejercicios a las que concurre un promedio de 200 a 300 personas. Córdoba ya comenzaba a conocerse como “la docta” por la cantidad de colegios que tenía.
En Córdoba María Antonia conoce a Ambrosio Funes, con quien iniciara una larga amistad. Socialmente la familia Funes era una de las principales de la época. Ambrosio es hermano del Deán, de actuación destacada este último en los años de la revolución. Ambrosio, habrá de ocupar diversos cargos en el gobierno, entre ellos gobernador de la Provincia después del Congreso de Tucumán.
Es además, un hombre culto que mantiene vinculaciones con los jesuitas desterrados, a quienes ayuda enviándoles dinero.
Entusiasta de la obra de María Antonia, a la que profesara siempre profunda veneración, se ofrece generosamente a colaborar con ella, y en el futuro se generará una mutua correspondencia.
Con la ayuda de Ambrosio, María Antonia inicia los Ejercicios en Córdoba en la antigua casa que los jesuitas tenían habilitada pare esas funciones. Los más ilustres sacerdotes son los que tienen a su cargo las charlas en los distintos Ejercicios.
Quizás el hecho más auspicioso para María Antonia es lograr que las damas cordobesas acepten convivir en los Ejercicios con sus sirvientas, porque en la aristocracia de la ciudad mediterránea, la diferencia de clases era muy marcada y defendida por las familias pudientes.
En Córdoba María Antonia conoce a Margarita Melgarejo y Dávila de Moreno, emparentada con Mariano Moreno, la que luego acompaña a María Antonia.
El paso siguiente será Buenos Aires. Ahora la marcha es con una sola criada porque la otra falleció en Córdoba. María Antonia debe caminar 800 kilómetros.
Un recibimiento poco cordial
Su llegada a Buenos Aires
Llega a Buenos Aires en septiembre de 1779. La gente que la ve entrar a la ciudad descalza, con una cruz de madera en las manos y exhortando a la penitencia por las calles e invitando a participar de los Ejercicios Espirituales, la considera una bruja. Y hay quien la cree un jesuita disfrazado o alguno de los que se escapó de la expulsión.
Al verlas así vestidas algunos chicos se ríen y les tiran piedras.
María Antonia se aloja en casa de una familia santiagueña y luego solicita entrevista al obispo Sebastián de Malvar y Pinto, quien no la recibe.
María Antonia insiste y se encuentra siempre con dificultades para lograr la autorización del prelado. El obispo la hace ir y venir sin recibirla. María Antonia soporta con larga paciencia los desaires del prelado, retirándose serenamente cada vez que le dicen que no va a ser recibida. Las idas y venidas duraron casi un año.
Pasado ese lapso la recibe y le concede todos los permisos.
La presencia del nuevo obispo de Córdoba, José de San Alberto, que llega a Buenos Aires para ser consagrado, crea un clima propicio y cambia el parecer del obispo Malvar, porque el prelado tiene un concepto favorable sobre la práctica de los Ejercicios.
Pero si el obispo tuvo dudas, el virrey Vértiz no las tiene. Por su antipatía visceral hacia todo lo que fuese jesuítico, no quiere saber nada de ellos.
Lo cierto es que el virrey –cuyos poderes sobre el terreno religioso eran amplios– le niega a María Antonia la autorización pare organizar los Ejercicios. Pero la Beata no le asigna importancia. Le da la espalda y se retira.
Los primeros Ejercicios espirituales se realizan igual, en agosto de 1780, para 20 personas. Poquísimos ejercitantes en comparación con los que ya había organizado María Antonia en otros lugares del país. Pero a partir del tercero la situación cambia y la case resulta estrecha. Este es el relato de María Antonia: «La gente se tira sobre esteras, colchas y colchones. Es necesario que su Divina Majestad y mi señora de Dolores me provean de habitación correspondiente a la multitud de almas que anhelan nutrirse con el maná que adquieren mediante las sabias cristianas reglas que nos prescribió San Ignacio. El alimento lo da Dios muy sobrante, excesivo y sazonado, con que logro complacer a todas las que participan, quien a más de esta dicha que logro no rehúsan mezclarse las señoras principales, con las pobrecitas domésticas, negras y pardas que admito con ellas».
Ahora recibe el apoyo del obispo.
Los Ejercicios se ponen de moda en Buenos Aires
A partir de allí el obispo Malvar y Pinto da un vuelco y otorga un gran respaldo; fomenta entre sus fieles la práctica de los Ejercicios y paga el alto alquiler de la casa donde se realizan las prácticas. Se hace presente en los Ejercicios para escuchar algunas predicaciones, concurre al comedor compartiendo la comida con los ejercitantes y se muestra muy satisfecho por lo sabrosa que es. Y tiene otro gesto cuando dispone que su mayordomo asista a María Antonia cuando haya necesidades urgentes.
Escribe el obispo: «La gente viene desde la campaña, donde viven lejos de las parroquias y de los curas. Unos que nunca se han confesado, otros que en muchos años no lo han hecho, y todos con arrepentimiento verdadero, lloran sus miserias y hacen firmes propósitos de enmendarse. Y en todos se palpa el aprovechamiento espiritual».
Malvar dispone que «ningún seminarista se ordenase sin que primero la Beata certificase la conducta con que se hubiesen portado en sus Ejercicios».
María Antonia escribe al respecto: «Veo que la Divina Providencia me socorre indefectiblemente pare su continuación y que cada día más experimenta el público el gran fruto de ellos. Yo me contento por ahora con decirle que en cuatro años de ejercicio de este ministerio, en este pueblo son más de 15 mil las personas que han hecho los Ejercicios».
A los Ejercicios concurren numerosas personas. «Hubo tandas de 200 personas y la Providencia fue tan generosa que diariamente sobraba para proveer comida a los presos de la cárcel y alimentar a los mendigos que concurrían a la casa. Con que a la vista de tanto beneficio, le alabo y le doy infinitas gracias».
La práctica de los Ejercicios Espirituales pasa a convertirse en una de las actividades prestigiosas de la vida religiosa porteña, y tanto los sectores de abolengo, como los de condición humilde encuentran en Mamá Antula, como la empezaban a llamar, persona a quien encomiendan sus oraciones por diversas necesidades.
En 1784 el obispo Malvar y Pinto, envía una carta al Papa, informándole que en los cuatro años que venían realizándose los Ejercicios, habían pasado unas 15.000 personas, sin que se les haya pedido «ni un dinero por diez días de su estadía y abundante manutención».
La fiesta de San Ignacio, que había sido suprimida y vedada por temor a las ordenanzas reales, es restablecida por María Antonia, después de diecinueve años.
Visita a pobres, enfermos y presos
Salva a un preso de la ejecución
La Madre María Antonia tiene una gran capacidad para atraer a la gente con su presencia, y al mismo tiempo que invita, entrega una cuota de ternura y afecto, que la gente recibe de buen grado.
Aunque la Madre María Antonia es conocida especialmente por los Ejercicios Espirituales, Buenos Aires sabe también de su gran generosidad hacia los pobres. En las visitas que hace para pedir limosnas pare los Ejercicios, llega a muchas casas donde se sufren carencias y les proporciona ayuda. También los enfermos la conocían porque ella los visita y reza con ellos. No sólo visita a los enfermos; también se los llevan a su casa para que los bendiga, y haga oración con ellos.
Con todos demuestra un gran poder de persuasión. Como con aquella jovencita que había tenido un desengaño amoroso y sufría una angustia tremenda, que hacía temer por su vida. María Antonia se acerca, le habla y consigue que haga los Ejercicios. Tiempo después toma el hábito y cambia totalmente su vida.
Entre sus tareas habituales figura también la visita a las cárceles. Lleva consuelo a los presos y los ayuda materialmente.
De María Antonia se cuentan numerosas intervenciones que hablan de una persona que poseía capacidades extraordinarias. Entre ellas la del preso que condenado a muerte, es absuelto porque María Antonia se presenta ante el Virrey argumentando que es inocente y que existen irregularidades en su proceso. El Virrey que tiene una gran consideración por ella, dispone ordenar el proceso y se encuentra con que nuevamente María Antonia había intervenido oportunamente, y absuelve al preso.
También fue una mujer que tuvo premoniciones. Mientras se encuentra en Misa en la actual Capilla de la Casa de Ejercicios, tiene la visión, de una multitud de gente de cabellos rubios que llega hasta el puerto, y le informa a las autoridades del hecho. Una década después se producían las Invasiones Inglesas.
El esfuerzo que significa organizar los Ejercicios lo relata la propia María Antonia en una carta: « ¿Cómo podría yo, miserable, mantener a los ejercitantes, pagar a los sirvientes y los crecidos alquileres de las grandes casas? Estos medios son todos muy visibles y son solamente de la Divina Providencia».
Se traslada a la otra orilla
Los Ejercicios llegan al Uruguay
Al Uruguay llega por un llamado del padre Diego Toro, que estaba misionando en Montevideo.
El Virrey Nicolás de Arredondo le retacea el permiso. María Antonia recibe por fin la autorización del Virrey a fines de 1790. Y además de otorgarle un pasaje costeado por la corona española, va personalmente a despedirla.
Su primer destino es Colonia del Sacramento. Allí se queda durante un tiempo y organiza 10 tandas de Ejercicios. Luego pasa a Montevideo donde durante casi tres años se dedica a promover los Ejercicios Espirituales, con tandas en las que llegan a participar 500 personas «por lo que puse dos oratorios, con sus directores correspondientes, que era como dar dos Ejercicios a un tiempo».
Pero el obispo de Buenos Aires la requiere y María Antonia hace el viaje de regreso. Al despedirse, la gente le ofrece un terreno con escritura para edificar una casa de Ejercicios en Montevideo.
En Buenos Aires, María Antonia reúne entorno suyo a un grupo numeroso de mujeres que la ayudan en sus tareas. Se ocupan de atender la Casa, servir la comida a los ejercitantes, instruir a las mujeres que entran voluntariamente o a las reclusas que vienen por orden del juez, enseñar las primeras letras, doctrina cristiana y labores.
María Antonia inicia con un grupo de mujeres una forma de organización religiosa, que establece un postulantado, vestición de la sotana de san Ignacio, votos privados y obediencia a quien presidiera la casa.
Una obra de Dios y para Dios
Construye la Casa de Ejercicios
De Buenos Aires la habían llamado para que edificara una casa destinada a la práctica de los Ejercicios.
Recibe la donación de tres parcelas de terreno contiguas, una de ellas donada por los padres de Manuel Alberti, sacerdote éste que años después integrará la Junta de Mayo.
María Antonia inicia entonces la construcción de una casa pare Ejercicios, un Beaterio de mujeres y una casa anexa, que servirá de refugio para las prostitutas.
María Antonia logra que un caballero empleado del rey, Rosendo Rico, le obsequiase una bellísima imagen de Jesús Nazareno, quien se la envía desde Cuzco, Perú. La imagen, que tiene fama de milagrosa, está considerada como uno de los grandes exponentes del arte religioso americano y se la puede apreciar en el Oratorio de la Casa de Ejercicios, sobre la avenida Independencia.
Durante muchos años la Casa de Ejercicios es un renombrado taller de bordados en seda y oro, de flores artificiales, ornamentos religiosos, ropa blanca para las familias y hábitos para sacerdotes.
Para edificar la casa María Antonia golpea puertas, visita amigos y pide tanto a los entes privados como al Virrey, porque «la obra era de Dios y para Dios».
Cornelio Saavedra –quien años después sería presidente de la Junta de Mayo– actúa de apoderado en la construcción de la Casa, que al morir María Antonia está muy avanzada.
Los jesuitas difunden su obra en Europa
María Antonia es conocida hasta en Rusia
María Antonia se convierte ya en un personaje en la ciudad virreinal. Pero ahora, su fama trasciende las fronteras.
Todo viene por el lado de la correspondencia que María Antonia mantiene con los jesuitas desterrados y con las cartas que sobre su persona enviaba Ambrosio Funes.
Los jesuitas desterrados en Roma reciben las cartas de María Antonia y se las pasan a otros. Lo cierto es que sus cartas son traducidas al latín, francés, inglés y alemán y enviadas a distintas naciones, en particular a Rusia Blanca donde la Compañía de Jesús se encuentra en todo su vigor, y al monasterio de Saint-Denis de París, que tiene como priora de ese Carmelo a la tía del rey Luis XVI.
Lo cierto es que sin saberlo, María Antonia es vista como un modelo y admirada en los países europeos, por la acción de los jesuitas desterrados. Según se dice, en Francia se reforman varios conventos por la fuerza testimonial que emana de las cartas de María Antonia.
El interés despertado por la obra desarrollada en estas latitudes, alienta a los jesuitas a redactar un esbozo biográfico de María Antonia, en base a sus cartas y a las cartas e informes de Ambrosio Funes. El trabajo se titula «El estandarte de la mujer fuerte» y se edita en 1791.
El padre Juárez afirma que de la obra realizada por María Antonia quedaban admirados no sólo los jesuitas de todas las provincias, sino «desde el Papa hasta los demás cardenales y prelados».
La multiplicación de las comidas
Los prodigios de María Antonia
María Antonia se caracteriza por protagonizar una serie de hechos prodigiosos que son transmitidos por las personas que trabajan cerca suyo y luego corren como reguero de pólvora por toda la ciudad.
El primer hecho ocurre durante una tanda de Ejercicios. Ramona, su compañera, dice que falta el pan para los ejercitantes y no hay como conseguirlo porque ya es muy tarde. «Vaya hija a la portería, que allí lo hallará», le dice María Antonia con gran serenidad. Ramona se encuentra con dos canastas llenas de pan blanco, que nadie sabe de dónde han salido.
Otro de estos episodios ocurre cuando uno de los ejercitantes sufre un ataque de locura y con un cuchillo hiere a tres compañeros que dormían con él. La gente comienza a escapar mientras el loco se adueña del patio. Cuatro hombres intentan terminar con la situación y dispuestos a matarlo sacan un fusil. María Antonia aparece de improviso y se coloca entre el cuchillo y el fusil. “No lo maten”, exclama, al mismo tiempo que el loco baja el cuchillo y se rinde.
En unos Ejercicios que se realizaban para cien mujeres, la cocinera se encuentra de pronto con que en la olla hay comida sólo para unas treinta personas. Cuando le comenta su aflicción a María Antonia, ésta llega a la cocina, se pone a llenar los platos y sirve cien abundantes porciones.
En otra oportunidad se estaba preparando la comida y faltaba la grasa. María Antonia le encomienda a la cocinera que le rece a la Virgen de los Dolores, patrona de los Ejercicios. Poco después llega un desconocido a caballo y luego de golpear la puerta deja una provisión de grasa y cebo para hacer velas.
Otra vez necesita algo dulce pare ofrecer como postre a los ejercitantes. Sale a la puerta y se encuentra con un señor que tiene dos bolsas de porotos. «Hermano, deme esos ricos pelones que trae, porque los necesito para el postre». El hombre se muestra sorprendido y dice que sólo trae porotos. «Abra las bolsas», le dice María Antonia, y al abrirlas se encuentra que están llenas de pelones.
Un día en que María Antonia andaba por el campo pidiendo limosna, entra a una estancia donde se esquilaban las ovejas. Le pide entonces un cordero al dueño, pero éste se lo niega con la excusa de que había tenido un año muy malo. María Antonia se retira y a los tres días el estanciero se le presenta desesperado porque sus ovejas se habían quedado ciegas, y al no poder ver el pasto no comían y por lo tanto se iban a morir. La Madre lo consuela diciendo que no puede suceder tal cosa, que las ovejas comen y están sanas. Vuelve desilusionado el estanciero a su campo y cuando llega se encuentra que efectivamente todas sus ovejas están sanas y pastando.
Un pedido de los obispos argentinos
La beatificación de María Antonia
El 6 de marzo de 1799 se siente desfallecer y presa de una gran fiebre se acuesta en su tarima de madera, que hacía las veces de cama. Confiesa y comulga y al día siguiente entrega su alma al Señor, a los 69 años. Muere en brazos de Margarita Melgarejo de Moreno, a quien le confía la continuación de la obra.
Sus restos son sepultados en la iglesia de la Piedad. El entierro es muy humilde y austero, tal como lo había solicitado en su testamento. Pero Buenos Aires quiere rendirle un homenaje público y ello ocurre el 12 de julio de ese año en la iglesia de Santo Domingo, con asistencia de autoridades y pueblo. La oración fúnebre leída por el superior dominico, fray Julián Perdriel, constituye un documento que sintetiza la vida de la Madre y que todavía es fuente de consulta.
Cuando murió, se calcula que los porteños que hicieron Ejercicios Espirituales fueron entre 70 y 80 mil.
El corazón de la Madre Antula sigue palpitando en la Casa de Ejercicios, el edificio más antiguo de Buenos Aires, que atesora viejos recuerdos en forma de imágenes, muros, puertas y ventanas; éstos constituyen un patrimonio vivo de la historia argentina y representan también el legado de una mujer que fue pionera de la evangelización argentina. Y también vive a través de la Congregación Hijas del Divino Salvador, herederas de tan preciado carisma: «La gloria de Dios y la salvación de las almas».
En 1905 los obispos argentinos elevaron una petición al Papa para obtener la introducción de la causa de beatificación de María Antonia.
Proclaman Venerable a María Antonia de la Paz Y Figueroa
Buenos Aires, 5 de Julio del 2010: El Santo Padre Benedicto XVI autorizó, el jueves 2 de julio del 2010, a la Congregación vaticana para las Causas de los Santos a promulgar el decreto por el que se reconoce que la Sierva de Dios María Antonia de Paz y Figueroa (María Antonia de San José) practicó las virtudes cristianas en grado heroico y la proclamó Venerable. De este modo la religiosa, conocida como “Mamá Antula”, dio un paso decisivo en el proceso de su beatificación.