Sermón pronunciado por el P. Carlos M. Buela el 10 de agosto de 2001, en la basílica Nuestra Señora de Luján, con ocasión de la primera Misa de 49 neosacerdotes ordenados el día anterior en la Catedral Basílica de La Plata por Mons. Andrea María Erba.
Queridos hermanos y hermanas:
Nos encontramos en este lugar tan querido por el corazón de todos los argentinos. Porque es el lugar donde nos encontramos con nuestra Madre, que quiso quedarse con nosotros junto al río Luján, haciendo que las carretas se detuviesen milagrosamente, mostrando así que Ella es la mujer que espera a nosotros sus hijos.
Es una gracia de Dios muy grande que hoy podamos traer a esta Villa a estos 49 sacerdotes, a celebrar su primera Misa aquí. Para que, ya desde su primera Misa se consagren totalmente, a la dulce Madre del cielo.
Y, como por así decirlo, nos encontramos en familia, no puedo dejar de recordar a mi madre, una mujer que se encuentra aquí con 90 años (que no escuchará lo que yo digo, pero se lo dirán los que están al lado de ella). Ella, mi madre de la tierra, me enseñó a amar a la Madre del cielo.
Antes, venir en peregrinación acá era toda una aventura, un viaje muy largo, no había autopistas como ahora, se demoraba horas, y después íbamos a los juegos, al trencito, al río.
Cuando era seminarista, recuerdo haber rezado muchísimas veces a la Virgen de Luján en ese comulgatorio, pidiéndole la gracia de orientar a muchas y santas vocaciones sacerdotales y religiosas. Y aquí también tuve la dicha de poder celebrar mi primera Misa en el Camarín. Estaba presente también mi madre.
El cardenal Eugenio Pacelli, romano, años después de haber llegado a esta Basílica como Cardenal legado y siendo ya Pío XII, recordaba el 12 de junio de 1947, que cuando entró aquí: «Nos pareció que habíamos llegado al fondo del alma del gran pueblo argentino»[1].
Y hay tantas cosas de las que podríamos hablar, pero permítanme que cuando uno ama, habla de las cosas que quiere y de la forma que quiere, aunque a veces no sea la mejor. Y permítanme en este día, tan solemne para nosotros, ver como la santísima Virgen, en este lugar, nos enseña a evangelizar la cultura. En primer lugar, cómo nos enseña amar lo nuestro propio. Y en segundo lugar, cómo el amar lo de nuestra cultura propia, si es verdadero, debe estar abierto a los valores universales.
«Es una gracia de Dios muy grande que hoy podamos traer a esta villa a estos 49 sacerdotes, a celebrar su primera Misa aquí. Para que, ya desde su primera Misa se consagren totalmente, a la dulce Madre del cielo»
I
Y así vemos, en primer lugar, las cosas nuestras.
Al ver la imagen vemos su manto celeste y su túnica blanca, de donde Belgrano tomó los colores para nuestra bandera.
«Nos pareció que habíamos llegado al fondo del alma del gran pueblo argentino» (Pío XII)
En la rayera gótica, los rayos del sol, donde quiso poner el p. Salvaire: «Es la Virgen de Luján la primera fundadora de esta Villa». Y está escrito en nuestra propia lengua.
En la luna de plata a sus pies hay tres escudos: uno de ellos es el de la República Argentina. Está allí el escudo, al igual que en su corona original.
La corona imperial fue puesta sobre las sienes de la Virgen el 8 de mayo de 1887 por Mons. Federico León Aneiros, arzobispo de Buenos Aires, porteño. Por eso es que la fiesta de la Virgen de Luján es siempre el 8 de mayo. Y luego de que esa corona espléndida de joyas y piedras preciosas fue robada, fue coronada nuevamente por el arzobispo de Buenos Aires, Mons. Uladislao Castellanos, cordobés. Los escudos de ambos arzobispos están en la corona.
La Basílica, inmensa, señorial, fue la primer iglesia gótica de estilo ojival o lanceolado de la Argentina, siendo sufragada totalmente por el pueblo, sin ninguna ayuda del Estado.
Los 3 millones de ladrillos que se hicieron acá mismo, con tierra del lugar, fueron usados para rellenar los cimientos y para hacer algún tipo de arquería[2].
La Piedra Fundamental, un cubo de casi 1,22 metros de lado con un hueco en su centro, es blanca, de Tandil[3].
La hermosa piedra casi rosada, fue buscada mucho tiempo por el p. Salvaire, y fue encontrada en una cantera de Entre Ríos, más propiamente cerca de la ciudad de Colón, sobre el río Uruguay, que fue comprada por el mismo p. Salvaire[4].
Los mármoles rosados son traídos de Córdoba, de Villa María. Otros, de Alta Gracia[5].
De Salta y de Jujuy las maderas y pizarras[6].
De San Luis, el mármol ónix o ágata, en las columnitas intercaladas del pasamanos de la escalera que sube y baja del camarín[7].
La lámpara votiva de la República Argentina en el camarín, es de plata, con los escudos de lo que en aquel entonces eran solamente las 14 provincias[8].
De San Juan, los mármoles de la sierra «Pie de palo»[9].
Y personajes. Cómo no recordar a aquella mujer que fue la que donó el terreno para que la Virgen quedase acá, doña Ana de Matos, cordobesa.
«Ella es la única que salvará nuestra patria»
A la Virgen de Luján ha sido consagrada nuestra Patria de manera solemne, el 30 de noviembre de 1969, por un presidente de la Nación, que actuó como cabeza de la sociedad civil[10]. Otro presidente dijo: «Ella es la única que salvará nuestra patria»[11].
II
Pero sin embargo, también aparecen valores de otros lugares: tanto de Hispanoamérica como del mundo.
La imagen fue hecha, en Brasil, en el valle de Paranaíba, en San Pablo[12].
En la luna de plata, además, están los escudos de las repúblicas hermanas del Uruguay y del Paraguay.
La corona se hizo en París, la encargó ese gran sacerdote que fue el P. Jorge María Salvaire, francés, de madre española, que es el verdadero creador de este hermosísimo monumento, Santuario Nacional de la Argentina. El p. Salvaire llevó la preciosa corona y la puso en manos de León XIII (que nació en Carpineto (Anagni), vecino a Segni, que es donde estamos nosotros en Italia, de donde es obispo Mons. Andrea María Erba, quien preside esta concelebración).
En nombre de León XIII fue coronada la imagen el 8 de mayo de 1875. La corona, además de los escudos de Argentina, Uruguay y Paraguay, luce el de España «en memoria de los dos siglos de protección con que España distinguió a este admirable santuario».
En la corona está también el escudo del Beato Papa Pío IX, quien siendo canónigo y de paso a Chile en la Delegación Apostólica en 1824, estuvo acá, celebró Misa y veneró la imagen de Nuestra Señora de Luján. Escribió en su Diario: «El Cura envió un altar con servicio de plata para que Monseñor Vicario Apostólico pudiese decir Misa al día siguiente, domingo 18 de enero. Habiendo dicho Misa Monseñor en su aposento[13] y yo en la Iglesia se partió»[14]. Pío IX, acaba de ser beatificado y por tanto es el primer beato en la historia de la Iglesia que ha peregrinado a Luján. El gran Pío IX nació en Sinagalia, cerca de Ancona, italiano, de La Marche.
También está el escudo de León XIII, quien la bendijera y que hizo que en su nombre fuera coronada la imagen.
«Pío IX, acaba de ser beatificado y por tanto es el primer beato en la historia de la Iglesia que ha peregrinado a Luján»
El 8 de septiembre de 1930, el Papa Pío XI, italiano, de Milán (como Mons. Erba), la declaró patrona de la patria y el mismo año concedió al Templo los honores de Basílica.
El 11 de junio de 1982, en la primera peregrinación de un Papa a la Argentina, Su Santidad Juan Pablo II, polaco, regaló a la Virgen de Luján esa distinción tan delicada, la rosa de oro.
En la piedra fundamental que está debajo del altar, se colocaron piedras de Tierra Santa, de la gruta de Nazaret, donde el Verbo se encarnó, del Calvario, donde derramó su sangre por todos nosotros. Hay piedras de las catacumbas de Roma, de los santuarios de Loreto y la Porcíuncula de Asís, en Italia, de los del Pilar de Zaragoza y Monserrat, en España, de los de Lourdes, de la Sallete y de la Basílica de Montmartre en Francia[15].
Su arquitecto fue Ulrico Courtois, francés.
La lámpara votiva del Uruguay, hermosísima, en la entrada del Crucero Occidental (el que da hacia el río) dedicado a Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa.
El mármol rosado, también de Uruguay, ubicado en el Crucero Oriental dedicado al Sagrado Corazón de Jesús[16].
Hay varios altares de Francia, como el de Santa Rosa de Lima que está en el deambulatorio; el de San Patricio, que es el primero en este lado y en donde está enterrado el P. Gray, irlandés, y probablemente el sacerdote que introdujo el fútbol en la República Argentina[17].
De la Costa de los Ríos, tierras llamadas también de Guinea, África, hoy enmarcadas en distintos Estados, era el negrito Manuel, quien fuera 40 años esclavo de la Santísima Virgen, y por medio de quien la Virgen hacía milagros[18]. Él fue enterrado aquí cerca.
Antonio Farías de Saá que hace traer las imágenes desde Brasil, portugués.
El capitán de buque, Andrea Juan, probablemente brasileño.
De Lieja, Bélgica, el esqueleto del techo y los chapones[19].
De Génova, Italia, el altar de San Antonio de Padua[20]. Donación de la señora Margarita Morgan, en recuerdo del capellán irlandés, Antonio Fahy.
También de Italia, en mármol de Carrara, las catorce estatuas del Altar Mayor[21].
De Inglaterra el piso del Camarín, en mosaico[22].
De Francia los vitraux (de la Casa Dagrand, Burdeos), el rosetón (de la empresa Val-d’Osne)[23]. De París, el gran órgano de la Casa Cavaillé-Coll, de tres teclados y pedalera, 49 juegos y proporcionales registros[24].
En la cripta, es decir, debajo de la Basílica, llamada Cripta de las Américas, están todas las distintas imágenes de las distintas advocaciones de la santísima Virgen, patrona de los distintos países de América.
«María, aquí, es la mujer que espera, pero también María, aquí, es la mujer que envía»
Por eso digo, queridos hermanos, que María de Luján, es una gran evangelizadora de la cultura. Nos enseña a fundamentarnos sobre nuestros propios valores, pero siempre abiertos a los universales: Sin xenofobias, sin chauvinismos, sin particularismos exagerados, sin encerramientos incomprensibles.
En Ella se da la mejor síntesis de lo nuestro particular y de lo universal, de lo local y de lo latinoamericano, de lo laical y de lo jerárquico, de lo criollo y de lo bueno que puede venir de afuera, de la Iglesia particular y de la Iglesia universal.
Por eso, la Limpia y Pura Concepción que se quedó en Luján, fue, es y será, «el fondo del alma del gran pueblo argentino», como recordara el Papa Pío XII.
«Quiere quedarse junto con nosotros en países muy distantes, en culturas muy diversas, para acompañarnos, guiarnos, protegernos, y bendecirnos»
Y en este caso particular, quiero recordar que María, aquí, es la mujer que espera, pero también María, aquí, es la mujer que envía. Y no solamente envía, sino que en sus distintas réplicas, quiere quedarse junto con nosotros en países muy distantes, en culturas muy diversas, para acompañarnos, para guiarnos, para protegernos, y para bendecirnos.
Sepamos ser fieles a este magnífico legado.
[1] Cfr. Carlos M. Buela, María de Luján, Ed. Verbo Encarnado 2000, p.20.
[2] Cfr. Armando E. Banchero, Historia de la Basílica, en La Perla del Plata, nn. 2231-2234, Número aniversario, p. 27 y passim.
[3] Banchero, o. c., p. 15.
[4] Banchero, o. c., p. 24.25.
[5] Banchero, o. c., p. 28.
[6] Banchero, o. c., p. 28.
[7] Banchero, o. c., p. 30.
[8] Banchero, o. c., p. 31.
[9] Banchero, o. c., p. 32.
[10] Juan Antonio Presas, Anales de Nuestra Señora de Luján, Buenos Aires 3ra. edición 1993, pp. 309-310.
[11] Una confidencia hecha a mí personalmente.
[12] Juan Antonio Presas, Nuestra Señora de Luján en el arte, Paulinas Buenos Aires, 1981, pp. 15-18.
[13] Se hospedaron en la más tarde llamada «Posta de Nuñez», detrás de la actual Basílica.
[14] Anales…, o. c., p. 161.
[15] Banchero, o. c., p. 17.
[16] Banchero, o. c., p. 32.
[17] Comentario al suscripto del historiador P. Horacio Palacios.
[18] Juan Antonio Presas, El negro Manuel, Morón 2001 5ta, edición, p.7.
[19] Banchero, o. c., p. 34.35.37.
[20] Banchero, o. c., p. 34.
[21] Banchero, o. c., p. 36.
[22] Banchero, o. c., p. 36.
[23] Banchero, o. c., p. 34 y 37.
[24] Juan Antonio Guerault, La Virgen de Luján y su Santuario, Buenos Aires, 1962, p. 85.