Madre de Dios

María es ¡ Madre de Dios !

Hemos celebrado hace pocos días, con gran alegría y hermosamente, la fiesta grande de la Anunciación del Señor, de la Encarnación del Verbo en el gran Jubileo del 2000, y este hecho nos debe mover a conocer cada vez más al Verbo Encarnado. Conocer su misterio, conocer su Persona, conocer lo que nos dice la fe acerca de El, cuál es la doctrina que Él enseñó, qué es lo que Él quiere de nosotros. Y en forma tal, que sepamos defender en nosotros la fe en el Verbo Encarnado.

Les contaba días atrás, que estando fuera del país, un señor laico europeo, profesor en un Seminario, me preguntó a boca de jarro, habiendo hecho anteriormente críticas a la Iglesia, que cómo puede ser posible que se diga de la Virgen María que es Madre de Dios, pero, «¿acaso Dios puede tener madre?». Así como suena: Negaba la maternidad divina de la Santísima Virgen, por tanto no entendía nada del misterio de la Encarnación del Verbo.

¿Cómo puede ser que personas con gran formación cultural y profesional ignoren cosas tan elementales y tan fundamentales de la fe católica? Dios, en su naturaleza divina, no tiene Madre. En cuanto Dios, no tuvo cuna, ni usó pañales, ni tomó la mamadera, ni se entretuvo con sonajeros… porque Dios, en cuanto Dios, es espíritu purísimo, no tiene cuerpo, ni huesos, ni músculos, ni sangre, ni presión arterial, ni diabetes… y no tiene principio. Como tampoco tiene fin, ni pasa por terapia intensiva, ni necesita ataúd, ni sepultura, ni mortaja… porque es eterno.

Pero si Dios se hace hombre, es decir, además de tener una naturaleza divina asume una naturaleza humana verdadera, (tal la Encarnación del Verbo), tiene que haber una mujer que le dé la naturaleza humana, y esa naturaleza humana por estar unida a la persona del Verbo, segunda de la Trinidad, es una naturaleza humana que no tiene persona humana, porque el lugar de la persona humana la ocupa de una manera mucho más maravillosa, la persona del Verbo. Entonces esa Madre engendra una naturaleza humana que está unida sustancialmente a una persona divina, por eso se puede y se debe decir a tal Madre, ¡Madre de Dios! ¡Porque Cristo, su Hijo, además de ser hombre, es Dios! Y esto es elemental. Es una cosa tan elemental que negar esto, primero es hacer gala de una ignorancia supina, basta que lean el Catecismo de la Iglesia Católica[1]: es un dogma de fe definido, definido por el concilio de Éfeso[2], en aquella zona se hablaba griego, se reunieron los Padre conciliares y para referirse a la Virgen María la palabra que usaron, técnica, precisa, fue «Teothokos», es decir, Madre de Dios. Como rezamos en el Ave María, en la segunda parte: «Santa María, Madre de Dios…», es elemental, es el abecé del cristianismo. Porque si no, ¡no hay Encarnación! Si la Virgen no fuese Madre de Dios, sería Madre del hombre, y no habría Encarnación, ya que habría dos sujetos: uno divino y otro humano. Para que haya Encarnación es necesario que Dios asuma una naturaleza humana, y es necesario para que esas dos naturalezas, divina y humana estén unidas sustancialmente, no en la naturaleza (porque sería una tercera cosa, que no sería ni Dios ni hombre); esa unión se tiene que dar en la persona, en la persona divina, segunda de la Santísima Trinidad, la persona del Verbo. «De otro modo no se creería en una Trinidad, sino en una cuaternidad de personas»[3]

Ignorar esto, es ignorar las cosas más elementales, y lo peor del caso, es poner confusión, incluso en las almas consagradas, porque después tuve el caso de un seminarista que me vino a hacer la misma pregunta, exactamente la misma pregunta. Cuando en un alma consagrada entran esas barbaridades, esa alma poco tiempo va a estar consagrada, porque si no sabe que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, y es Uno sólo porque ambas naturalezas están unidas en la Única persona del Verbo, ¿qué sentido tiene la vida religiosa, qué sentido tiene la virginidad, qué sentido tiene la pobreza, qué sentido tiene la obediencia, qué sentido tienen los sacramentos? Si el que uno ve en la cruz no tiene una naturaleza humana unida hipostáticamente a una persona divina, nadie pagó por nuestros pecados, porque sería un puro hombre, ni el bautismo te lava de los pecados, ni la confesión, ni la Eucaristía sería el Cuerpo y Sangre del Señor, junto con su alma y su divinidad.

Caen todos los sacramentos, cae la Iglesia. Por eso así estamos, por eso hay tantos sacerdotes que se dedicaron a las cuestiones temporales y algunos pareciera que han dejado de creer en las verdades eternas. Por eso hay que profundizar siempre en esas verdades de fe, porque son esas verdades de fe las que son capaces de mover nuestro corazón a imitarlo al Señor. Y saber de manera tal, de ser capaz de responder cuando les sale alguien con alguna cosa así. Porque como decía Juan Pablo I: «De la fe sólo tenemos lo que somos capaces de defender». Si hay algo de la fe que no somos capaces de defender es porque no tenemos fe, porque no tenemos fe como la que tendríamos que tener. Por eso pidámosle en esta noche a la Santísima Virgen, a la que le vamos a cantar dentro de unos minutos, la gracia de defender con la mayor fuerza posible la verdad del Verbo que se hizo carne.


[1] cfr. Catecismo de la Iglesia católica, n. 495.

[2] cfr. DH 251.

[3] San Agustín, Sobre la predestinación de los elegidos, 15,31; cit. en Liturgia de las Horas, III, p. 488.