Maria y Misa

María y la Misa

María y la Misa[1]

  1. Pedro Crisólogo afirmó que Cristo «es el pan, que sem­brado en la Virgen, leudado en la carne, en la pasión amasado, cocido en el horno del sepulcro, conservado en la Iglesia y ofre­cido en los altares, suministra cada día a los fieles un alimento celeste»[2].

Santo Tomás de Aquino estableció una comparación, citando a San Ambrosio, entre el nacimiento virginal, que es de or­den sobrenatural, y la conversión eucarística, que es también sobrenatural[3].

En la liturgia etiópica, también se ve ésta relación, en efecto se recita: «Tú eres el cesto de este pan de ardiente llama y el vaso de este vino. Oh, María, que produces en el seno el fruto de la oblación». Y también: «Oh, Virgen, que has hecho fructificar lo que vamos a comer y que has hecho brotar lo que vamos a beber. Oh, pan que viene de ti: pan que da la vida y la salvación a quien lo come con fe».

  1. Enseña el Catecismo: «La Iglesia ofrece el Sacrificio Eucarístico en comunión con la Santísima Virgen María y haciendo memoria de ella, así como de todos los santos y santas. En la Eu­caristía, la Iglesia, con María, está como al pie de la cruz, unida a la ofrenda y a la intercesión de Cristo»[4].
  2. Por ser acción de Cristo y de la Iglesia es también de María Santísima, pues ella «Tiene una gran intimidad, tanto con Cristo como con la Iglesia, es inseparable de uno y de otra. Está unida, pues, a ellos, en lo que constituye la esencia misma de la liturgia: la celebración sacramental de la salvación para gloria de Dios y santificación del hombre. María está presente en el memorial -la acción litúrgica- porque estuvo presente en el acontecimiento salvífico»[5].
  3. «En la penetración de este misterio viene en nuestra ayu­da la Virgen Santísima, asociada al Redentor, porque “cuando celebramos la Santa Misa, en medio de nosotros está la Madre del Hijo de Dios y nos introduce en el misterio de su ofrenda de redención. De este modo, se convierte en mediadora de las gracias que brotan de esta ofrenda para la Iglesia y para todos los fieles”[6]. De hecho, “María fue asociada de modo único al sacrificio sacerdotal de Cristo, compartiendo su voluntad de salvar el mundo mediante la cruz. Ella fue la primera persona y la que con más perfección participó espiritualmente en su oblación de Sacerdos et Hostia. Como tal, a los que participan en el plano ministerial del sacerdocio de su Hijo puede obtenerles y darles la gracia del impulso para responder cada vez mejor a las exi­gencias de la oblación espiritual que el sacerdocio implica: sobre todo, la gracia de la fe, de la esperanza y de la perseverancia en las pruebas, reconocidas como estímulos para una participación más generosa en la ofrenda redentora”[7]»[8].
  4. «Cuando celebramos la Santa Misa […] junto a nosotros está la Madre del Redentor, que nos introduce en el misterio de la ofrenda redentora de su divino Hijo»[9]. «La relación del sacerdote con María no se reduce sólo a la necesidad de protección y ayuda; se trata ante todo de tomar conciencia de un dato objetivo: “La cercanía de la Señora”, como “presencia operante junto a la cual la Iglesia quiere vivir el misterio de Cristo”[10]»[11].
  5. La parte de la Hostia que se echa en el cáliz «“simboliza el Cuerpo de Cristo resucitado”[12], y con El a la bienaventurada Vir­gen María, y si hay ya algún santo con el cuerpo en la gloria»[13]. Afirma Santo Tomás con rigurosa lógica litúrgica, que sabe del lenguaje de los signos; así como la separación de la Sangre del Cuerpo significa muerte, su unión significa resurrección.
  6. En el capítulo «En la escuela de María, Mujer “eucarística”», nos enseña Juan Pablo II: «Puesto que la Eucaristía es mis­terio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta»[14].
  7. «Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros -a ejemplo de Juan- a quien una vez nos fue entre­gada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el com­promiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía.

Por eso, el recuerdo de María en la celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente»[15].

  1. Así como estuvo de pie al pie de la Cruz, así está de pie al pie de cada altar donde se celebra la perpetuación del Sacrificio de la Cruz.

[1] Carlos M. Buela, Nuestra Misa, IVE Press, New York 2010, p. 218-220.

[2] SAN PEDRO CRISÓLOGO, Serm. 67,7: CCL 24A, 404-405 (PL 52,392).

[3] Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. Th., III, 75,4; In IVSententiarum, 8,2,1, ad 3.

[4] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1370.

[5] SAN JUAN PABLO II, «Alocución dominical del 19 de febrero de 1984», 2-3, L’Osservatore Romano 8 (1984) 93.

[6] SAN JUAN PABLO II, «Introducción a la Santa Misa con ocasión de la memoria litúr­gica de la Virgen de Czestochova», L’Osservatore Romano (26 de agosto de 2001).

[7] SAN JUAN PABLO II, Catequesis en la Audiencia General «La devoción a María Santísima en la vida del presbítero» (30 de junio de 1993) 4.

[8] CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, «Elpresbítero, PastoryGuíade la comu­nidad parroquial» (4 de agosto de 2002) 13.

[9] SAN JUAN PABLO II, Discurso del Santo Padre a la asamblea plenaria de la Congregación para el Clero (23 de noviembre de 2001) 6.

[10] Cf. PABLO VI, Exhortación apostólica «Marialis cultus» (2 de febrero de 1974) 11.32.50.56.

[11] CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, «Elpresbítero, Pastory Guía de la comu­nidad parroquial», 8.

[12] SERGIO, Decretis «De consecr.», II, 22.

[13] SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. Th., III, 83, 5, ad 8.

[14] SAN JUAN PABLO II, Carta encíclica «Ecclesia de Eucharistia», 54.

[15] Ibid., 58.