misionero

«Me gastaré y me desgastaré»

«Me gastaré y me desgastaré» (2Cor 12, 15)

El sacerdote tiene dos oficios principales: El primero es la gloria de Dios; el segundo es el bien de los hombres y mujeres y del bien más grande que es la salvación de sus almas, como dice San Pedro: para que logréis la meta de vuestra fe, la salvación de las almas (1Pe 1, 9), conquistando los corazones de los hombres y de las mujeres para Dios.

San Pablo describe en enérgicos trazos el programa de todo auténtico sacerdote: Mirad, es la tercera vez que estoy a punto de ir a vosotros, y no os seré gravoso, pues no busco vuestras cosas, sino a vosotros. Efectivamente, no corresponde a los hijos atesorar para los padres, sino a los padres atesorar para los hijos. Por mi parte, muy gustosamente me gastaré y me desgastaré totalmente por vuestras almas. Amándoos más ¿seré yo menos amado? (2Cor 12, 14-15). Nos referiremos tan sólo al segundo objetivo principal.

  1. «No busco vuestras cosas, sino a vosotros»

Buen pastor es aquel que da la vida por las ovejas (Jn 10, 11.15), no el que se aprovecha de la lana, de la leche y de la carne de las ovejas. Buen pastor es aquel que defiende a las ovejas. El que es mal pastor el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas (Jn 10, 12-13). Y en esto, como en otras cosas, el pueblo fiel tiene un olfato infalible dado por el instinto de la gracia, por el Maestro interior, el Espíritu Santo.

El buen pastor es seguido por sus ovejas: las ovejas le siguen, porque conocen su voz (Jn 10, 4). Y esto ocurre en todas partes, incluso en los lugares más difíciles, hablando humanamente. Por eso, para el que es buen pastor, ningún destino es un castigo. A San José de Cupertino los superiores lo destinaron a un pequeño pueblo perdido en las montañas y un compañero le hizo notar que era un mal destino, el santo le preguntó: «¿Allí está Dios?», «Sí» le contestó el compañero, «pues entonces para mí es un muy buen destino» respondió el santo. En todo lugar está Dios y en todo lugar se puede hacer bien a los seres humanos. Por eso para el buen pastor ningún lugar puede ser malo. Como dijo el Obispo Ignacio Kung Pin-Mei, que estuvo preso casi 33 años en China, al salir de prisión: «Con Dios el tiempo no se desperdicia».

El mal pastor, que se sirve de las ovejas, no suele ser seguido por el conjunto de las mismas, sólo tal vez por un pequeño grupo, y él es el principal culpable de sus fracasos pastorales, algunos incluso clamorosos.

  1. «Me gastaré y me desgastaré por las almas»

Gastarse, en el Apóstol, es la disposición de querer consumirse por el bien de los demás; y desgastarse es el querer perseverar en el consumirse poco a poco por los demás hasta el fin. Es gastar su tiempo, sus bienes, sus fuerzas, en una palabra, su vida.

Comenta Santo Tomás: «En la semejanza propuso dos cosas. Una es que los hijos no deben atesorar para sus padres -esto ya es evidente-; otra, los padres deben atesorar para sus hijos, y hacerles donación (de lo suyo). Y en referencia a esto dice: porque yo soy vuestro padre, por eso estoy dispuesto a donarme a vosotros. Y esto es lo que dice: yo muy gustosamente gastaré bienes por vosotros, no solamente bienes espirituales, predicando y dando ejemplos sino, además, bienes temporales, lo cual también hacía: cuando les predicaba, incluso les servía con cosas recibidas de otras iglesias.

Estas tres cosas debe suministrar el pastor, quienquiera que sea, a sus súbditos. De ahí que el Señor haya dicho tres veces a Pedro: Apacienta mis ovejas (Jn 21, 15.17), esto es, apacienta con tu palabra, apacienta con tu ejemplo, apacienta con tu ayuda temporal.

Y no solamente esto gastaré por vosotros, sino que también estoy dispuesto a morir por la salvación de vuestras almas. Por eso dice: y me desgastaré por vuestras almas: Nadie tiene amor más grande, que el que da la vida por sus amigos (Jn 15, 13); Si Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos (1Jn 3, 16); El buen Pastor da su vida por las ovejas (Jn 10, 11).

 Seguidamente increpa la ingratitud de estos al decir: Amándoos más, ¿seré yo menos amado?, como si dijera: con agrado me gastaré por vosotros, por más que seáis ingratos, aun cuando amándoos más, menos sea yo amado.

Y esta comparación puede ser expuesta de dos maneras. De una manera sería así: aunque yo os ame más que los falsos (apóstoles), sin embargo menos soy amado por vosotros que lo que son amados los falsos (apóstoles), a quienes amáis más que a mí. Y quede claro que yo os amo más que ellos, porque yo busco vuestra salvación; ellos, por el contrario, buscan solamente vuestros bienes.

De otra manera se podría entender así: aunque os amé más, a saber, a vosotros que a las otras iglesias, sin embargo menos soy amado por vosotros que por las otras iglesias. Testigo me es Dios de cuánto os quiero a todos vosotros en el afecto entrañable de Cristo Jesús (Flp 1, 8). Y que más amó a los Corintios que a las otras iglesias es algo evidente, porque por ellos más trabajó. Pues aquello en lo cual más trabajamos, nos habituamos a amarlo más».[1]

El sacerdote debe tener clara conciencia de que es pontífice, hacedor de puentes, y puente de doble dirección: de Dios a los hombres, y de los hombres a Dios; y que sólo sirve para ser pisado por los hombres.

No debe ahorrar esfuerzo alguno para llevar el Evangelio de Jesucristo a todos los hombres que pueda. No debe reclamar otra cosa. Por eso, sobre todo ahora en estos tiempos, tiene que estar dispuesto a una pastoral incisiva, entusiasta; no de espera, sino de propuesta.

Es todo un mundo que hay que rehacer en Cristo. Hay dos terceras partes del mundo que todavía no han oído hablar de Cristo. En rigor, los ámbitos de la misión «en virtud del mandato universal de Cristo no conoce confines»,[2] pero se pueden apreciar varios ámbitos.

Hay áreas geográficas que lo conocen muy poco, por eso, hacia el continente asiático: «debería orientarse principalmente la misión ad gentes».[3]

Hay fenómenos sociales nuevos, como la urbanización, las megápolis -que «deberían ser lugares privilegiados»[4] de misión-, los jóvenes «que en numerosos países representan ya más de la mitad de la población».[5]

Hay áreas culturales o areópagos modernos como ser el mundo de las comunicaciones; el compromiso por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos, sobre todo los de las minorías; la promoción de la mujer y del niño; la salvaguardia de la creación. El vastísimo areópago de la cultura, de la investigación científica, de las relaciones internacionales…

La Exhortación postsinodal «Ecclesia in América» también nos recuerda la urgencia de evangelizar la cultura, los centros educativos, los medios de comunicación social, teniendo en cuenta «el grave obstáculo para el esfuerzo evangelizador»[6] que representan las sectas. En estos días el Cardenal Darío Castrillón Hoyos, prefecto de la Congregación para el Clero, afirmó que: «Hoy el mundo de las religiones se ha convertido en un supermercado donde el interés comercial priva por encima de todo… Estamos ante el mayor auge del esoterismo y de las ciencias ocultas que ha conocido la cultura occidental. En Europa y en Estados Unidos el número de astrólogos registrados es tres veces más numeroso que el de todos los físicos y químicos juntos. En Francia hay más de 50.000 consultorios de pitonisas… La proliferación de sectas es un fenómeno notable en todo el mundo que no sólo afecta a América. Y sólo estamos viendo la punta del iceberg que va a venir».[7]

  1. «Me gastaré y me desgastaré»:
    ¿de qué manera concreta?

Este programa implica disponibilidad para, aún con muchos sacrificios, administrar los sacramentos. Pienso en especial en la confesión, en la unción de los enfermos… aún en medio de las persecuciones más crueles, de las desolaciones más profundas, de las noches oscuras más terribles y de las tentaciones más espantosas. ¡Allí se ve el temple sacerdotal! ¡No arruga ante ninguna dificultad, ni se arredra ante ningún obstáculo! Y debe llegar a la noche rendido de su trabajo sacerdotal de todo el día, agotado por los empeños pastorales y ansioso por el necesario descanso reparador.

En darse suficiente tiempo para la digna celebración de la Misa, para la dirección espiritual, para preparar con seriedad los sermones, en especial, los dominicales. Señalan los obispos argentinos que: «Las respuestas a la consulta al Pueblo de Dios reflejan, con alto índice, la existencia de homilías superficiales y poco preparadas, como también alejadas de la vida real».[8] La realización actualizada de las misiones populares,[9] la predicación inteligente de ejercicios espirituales, retiros, conferencias, Cursos de Cultura Católica, catequesis, clases… La realización de oratorios al estilo de San Juan Bosco, del Beato Luis Orione quien enseñaba recordando al primero: «¿Queréis salvar a un pueblo, a una ciudad? Abrid un buen Oratorio».[10] Hacer campamentos, para niños y jóvenes, que sean escuela de vida, etc.

El sacerdote no debe renunciar a priori a ninguna de las formas de predicar la Palabra. Una de las formas más importantes es escribir, porque el escrito perdura y llega a mayor número de personas; editar libros, propagar la prensa católica.

Asimismo hay que pensar los nuevos problemas y buscar con creatividad las soluciones eficaces, con gran confianza en el poder de Dios que sigue obrando en el mundo incansablemente. No hay que tener miedo a las pastorales inéditas, siempre que sean según Dios.

Finalmente, como dice San Pablo: Yo planté, Apolo regó; mas fue Dios quien dio el crecimiento (1Cor 3, 6-7).

Estoy convencido que la felicidad sacerdotal -y la felicidad del seminarista- está en ese «gastarse y desgastarse». Esa es la mística del trabajo sacerdotal. Y, ¿cuál es la medida del «gastarse y desgastarse»? Estimo que es la regla que señala San Ignacio para la penitencia: «cuanto más y más, mayor y mejor, sólo que no se corrompa el subiecto, ni se siga enfermedad notable».[11] Debemos prepararnos, incluso, para trabajar también en el cielo, como dijo Santa Teresita: «Mi cielo será seguir haciendo el bien en la tierra».[12]

María nos enseñe siempre a gastarnos y ha desgastarnos por la salvación de los hermanos y hermanas, y que lleguemos a entender que, pastoralmente, no hay nada más eficaz que la muerte total al propio yo.

[1] Santo Tomás de Aquino, II ad Cor, 12, 14-15.

[2] Juan Pablo II, Carta encíclica «Redemptoris Missio» (7 de diciembre de 1990) 37.

[3] Juan Pablo II, Carta encíclica «Redemptoris Missio» (7 de diciembre de 1990) 37.

[4] Juan Pablo II, Carta encíclica «Redemptoris Missio» (7 de diciembre de 1990) 37.

[5] Juan Pablo II, Carta encíclica «Redemptoris Missio» (7 de diciembre de 1990) 37.

[6] Cfr. 70-73.

[7] ZENIT, «26 de agosto de 1999» ZS99082606 (www.zenit.org).

[8] Conferencia Episcopal Argentina, Líneas pastorales para la Nueva Evangelización, 51 (Buenos Aires 1990) 57.

[9] Cfr. Conferencia Episcopal Argentina, Líneas pastorales para la Nueva Evangelización, 47 (Buenos Aires 1990) 52.

[10] Cartas selectas del siervo de Dios Don Orione (Mar del Plata 1952) 139.

[11] Ejercicios Espirituales, [83].

[12] Santa Teresita, Novissima Verba.