Enseña el Apóstol San Pablo: Nos capacitó para ser ministros de una Nueva Alianza (2Cor 3, 6). Ya vimos que el sacerdote católico es ministro, veamos entonces qué cosa es ser «ministro de la Nueva Alianza».
La alianza expresa las relaciones de Dios con su pueblo elegido.
Ella implica la elección, que es la acción inicial y permanente que asegura la relación singular de Dios con su pueblo, y de la que la alianza «es a la vez la forma y el contenido».[1]
Ella lo constituye en su pueblo particular.
Esa realidad singular de las relaciones de Dios con su pueblo, se denomina con distintas palabras:
– En hebreo: tyrIB. (berith);
– en griego: diaqh,kh (diathéke, empleado por la LXX);
– en latín: foedus, testamentum, pactum;
– en español: alianza, testamento, pacto. También se la denomina, ley, en cuanto «expresión de la alianza»[2] y «condiciones de la alianza».[3]
La etimología de la palabra berith es incierta. La más probable es la que la hace derivar de una raíz brh que significa atar (algunos la relacionan con el asirio birtu= lazo, y, biritu= traba).
No hay que asombrarse de la complejidad de este tema, en el que varían tanto los autores, porque en todas las lenguas la palabra alianza o pacto o testamento significa muchas cosas:
– La materia del pacto;
– el símbolo con que se hace alianza;
– la acción de pactar.[4]
hubo históricamente?
Encontramos que el Libro de la Alianza o Biblia se divide en dos grandes partes: el Antiguo Testamento o Alianza, y el Nuevo Testamento o Alianza, que entre sí tienen una correlación o continuidad como de lo imperfecto a lo perfecto.
3. ¿Qué es la Antigua Alianza?[5]
En rigor, la Antigua Alianza son muchas alianzas de Dios con su pueblo. Por su característica de imperfección había de ser renovada en el transcurso de los tiempos. De ahí que podamos decir que ha tenido varias etapas.
La alianza con Adán, que se basaba en el mandato de no comer del árbol del bien y del mal. La alianza con Noé, que tuvo por sello el arco iris.[6] Con los Patriarcas, en especial con Abraham, se estableció la circuncisión que sellará a su descendencia carnal,[7] como señal de esa alianza. Con Moisés fue el cordero pascual, la sangre y el sábado. Luego tenemos alianzas individuales: con la tribu sacerdotal;[8] con Josué;[9] con la casa de David;[10] con el sacerdote Joyadá;[11] con el rey Josías;[12] con Esdras;[13] etc.
Siempre nos encontramos con dos partes: Dios y el pueblo. Dios, que libérrimamente, promete proteger al pueblo, dándole una bendición, una gran descendencia -y a veces otras cosas como instalarse en Canaán-,[14] etc. Promesa de Dios que es condicional, ya que el pueblo tiene condiciones que cumplir. El pueblo se compromete a observar la ley de Dios cuyas condiciones se señalan en el Decálogo, la fórmula preferida será: «Señor tú eres nuestro, nosotros somos tuyos». Generalmente el pueblo era representado por un mediador.[15]
Todos los relatos de alianza ponen de relieve tres cosas:
– La alianza es un don de Yahveh;
– por la alianza Dios entra en relación con su pueblo y crea un lazo de comunión con él;
– la alianza crea obligaciones que toman forma concreta bajo figura de ley.[16]
Los preceptos de la Antigua Ley se agrupan en tres clases: morales, ceremoniales y judiciales.
Ya fue profetizada en el Antiguo Testamento y se dijo que será:
- Superior a la Antigua Alianza:
He aquí que días vienen -oráculo de Yahveh- en que yo pactaré con la casa de Israel (y con la casa de Judá) una nueva alianza; no como la alianza que pacté con sus padres, cuando les tomé de la mano para sacarles de Egipto; que ellos rompieron mi alianza, y yo hice estrago en ellos -oráculo de Yahveh-. Sino que esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días -oráculo de Yahveh-: pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano, diciendo: «Conoced a Yahveh», pues todos ellos me conocerán del más chico al más grande -oráculo de Yahveh- cuando perdone su culpa, y de su pecado no vuelva a acordarme (Jr 31, 31-34);
- Eterna:
Así dice Yahveh, el que da el sol para alumbrar el día, y gobierna la luna y las estrellas para alumbrar la noche, el que agita el mar y hace bramar sus olas, cuyo nombre es Yahveh Sebaot. Si fallaren estas normas en mi presencia -oráculo de Yahveh- también la prole de Israel dejaría de ser una nación en mi presencia a perpetuidad. Así dice Yahveh: si fueren medidos los cielos por arriba, y sondeadas las bases de la tierra por abajo, entonces también yo renegaría de todo el linaje de Israel por todo cuanto hicieron -oráculo de Yahveh- (Jr 31, 35-37);
- Todos serán santificados (hasta los leprosos del Gareb):
He aquí que vienen días -oráculo de Yahveh- en que será reconstruida la ciudad de Yahveh desde la torre de Jananel hasta la Puerta del Ángulo; y volverá a salir la cuerda de medir toda derecha hasta la cuesta de Gareb, y torcerá hasta Goá, y toda la hondonada de los Cuerpos Muertos y de la Ceniza, y todo el Campo del Muerto hasta el torrente Cedrón, hasta la esquina de la Puerta de los Caballos hacia oriente será sagrado de Yahveh: no volverá a ser destruido ni dado al anatema nunca jamás (Jr 31, 38-40).
Jesucristo abroga la Ley antigua
Jesucristo al venir al mundo y hacerse carne, trajo consigo la Nueva Alianza, de tal modo que Él es la Nueva Alianza y la sella con su sangre derramada, en especie ajena, en la Última Cena -y en cada Misa- y, en especie propia, en la cruz, y con la efusión de su Espíritu.
El fin de la ley antigua era llevar al hombre a Jesucristo. Cuando viene Cristo, ya no tiene razón de existir, por eso es derogada y abrogada -en cuanto a los preceptos ceremoniales y judiciales- y el cristiano, por el bautismo, queda fuera del imperio de la ley mosaica, como enseña San Pablo: Así pues, hermanos míos, también vosotros quedasteis muertos respecto de la ley por el cuerpo de Cristo, para pertenecer a otro: a Aquel que fue resucitado de entre los muertos, a fin de que fructificáramos para Dios. Porque, cuando estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas, excitadas por la ley, obraban en nuestros miembros, a fin de que produjéramos frutos de muerte. Mas, al presente, hemos quedado emancipados de la ley, muertos a aquello que nos tenía aprisionados, de modo que sirvamos con un espíritu nuevo y no con la letra vieja (Ro 7, 4-6). Por el bautismo el cristiano queda muerto a la ley mosaica, que desde ese momento no es nada para él. Esta ley era deformada por los rabinos y fariseos en tres aspectos: uno, el ético, convirtiéndola en una legalidad formalista y externa que se observaba mecánicamente (se preguntaban si se podía comer el huevo que ponía una gallina el día sábado porque había trabajo; y en la actualidad, no se puede jugar al fútbol el día sábado en cancha de césped natural, porque con los tapones del botín se puede arrancar pasto, y eso es trabajo, pero sí se puede jugar en cancha de césped plástico; etc.). Otro era el del nacionalismo judío que excluía a los gentiles. Y el tercero, teológico: hacían definitivo lo que sólo era transitorio.
La primera deformación hacía estéril la sangre de Cristo, y la segunda hacía imposible la unión en el Cuerpo místico de Cristo. Por eso San Pablo abomina con todas las fuerzas de su alma la visión rabínica de la ley:
– Se introdujo la ley para que abundase el pecado (Ro 5, 20);
– la ley da fuerza al pecado (1Cor 15, 56);
– es ministerio de muerte (2Cor 3, 7);
– es ministerio de condenación (2Cor 3, 9);
– es régimen de maldición (Ga 3, 10) y
– es enemistad personificada.[17]
La Ley Nueva o Nueva Alianza[18]
Lo único nuevo
Lo único auténticamente nuevo que ha habido, hay y habrá en el mundo es Jesucristo, que «al darse a sí mismo ha dado novedad a todas las cosas».[19] Jesucristo al hacerse hombre cambia el sacerdocio, cambia el sacrificio, cambia la víctima y cambia la ley. Al darse a sí mismo, nos da la Ley Nueva o Nuevo Testamento o Nuevo Pacto. Han pasado ya casi 2000 años de la Encarnación del Verbo y, sin embargo, sólo Cristo es la novedad del mundo. Es el Único que no envejece, es el Único que no pasa, es el Único que conserva una eterna juventud.
Distintos nombres de la Nueva Alianza
El domingo mismo de su resurrección, en forma privada, hizo Jesucristo lo que luego hará, en forma pública, el día de Pentecostés, enviando el Espíritu Santo: Sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo (Jn 20, 22), que constituye lo principal de la Ley Nueva, o Nueva Alianza, o Evangelio: es la vida, y vida en abundancia (Jn 10, 10) que Cristo vino a traer a la tierra. Es la ley de Cristo (Ga 6, 2), es la ley de la fe (Ro 3, 27), ley espiritual, ley perfecta (Sant 1, 25), ley de libertad (Sant 2, 12), ley del Espíritu (Ro 8, 2), Evangelio de la gracia (Heb 20, 24). Es la ley infusa -infundida en el corazón- profetizada por Jeremías: …pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón (Jr 31, 33). Es «en lo que está todo su poder… en la misma gracia del Espíritu Santo, que se da por la fe en Cristo». Sólo esta ley justifica y salva al hombre: el Evangelio… es poder de Dios para la salvación de todo el que cree (Ro 1, 16).
Lo principal es que es interior
La Ley Nueva no es ley escrita, o sea, exterior, sino infusa -infundida en el corazón-, tal como lo había profetizado Jeremías: pondré mi ley en su interior (Jr 31, 33). La Ley Nueva es el amor de Dios (que) se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado (Ro 5, 5), dicho con otras palabras: es la fe que actúa por la caridad (Ga 5, 6).
Cada cosa se denomina por lo que en ella es principal y lo principal de la Ley Nueva es la gracia del Espíritu Santo, por eso es principalmente infusa, solo secundariamente es escrita. Santo Tomás enseña: «Lo principal en la ley del Nuevo Testamento y en lo que está todo su poder es la gracia del Espíritu Santo, que se da por la fe en Cristo… la ley nueva principalmente es la misma gracia del Espíritu Santo, que se da a los fieles de Cristo».[20] Así «como la ley de las obras fue escrita en tablas de piedra -dice San Agustín-, así la ley de la fe está escrita en los corazones de los fieles», y añade: «¿cuáles son las leyes de Dios escritas por Él mismo en los corazones, sino la misma presencia del Espíritu Santo?».[21]
Secundariamente es externa
La Ley Nueva es, secundariamente, escrita, o sea, externa al hombre, tratándose de lo que toca a la gracia del Espíritu Santo, bajo dos aspectos:
– como disposición;
– como ordenación.
Como disposición. Trata de cuáles deben ser las disposiciones para recibir la gracia del Espíritu Santo, por ejemplo, en cuanto a la disposición del entendimiento se nos manda todo lo que debemos creer por la fe -mediante la cual se nos da la gracia del Espíritu Santo- y se contiene en el Evangelio cuanto pertenece a la revelación de la divinidad y de la humanidad de Cristo. En cuanto a la disposición del afecto de la voluntad, se contiene en el Evangelio cuanto mira al desprecio del mundo, por el cual se hace el hombre capaz de la gracia del Espíritu Santo. Pues el mundo -es decir, los amadores del mundo-, como enseña Nuestro Señor: no puede recibir el Espíritu Santo (Jn 14, 17).
Como ordenación. La Ley Nueva, secundariamente, tiene preceptos que están ordenados al uso de la misma gracia del Espíritu Santo, como adquirirla, desarrollarla, perseverar en ella, etc. El uso espiritual de la gracia consiste en las obras de todas las virtudes, a las que de muchas maneras exhorta a los hombres la Escritura del Nuevo Testamento.
Sólo la Nueva Alianza en cuanto infusa, justifica y salva.
Dice San Pablo: No me avergüenzo del Evangelio, que es poder de Dios para salvación de todo el que cree… (Ro 1, 16). La Ley Nueva, en cuanto infusa, o sea, en cuanto que es la gracia del Espíritu Santo, comunicada interiormente, justifica y salva. En cuanto a los elementos secundarios -los documentos de la fe y los preceptos escritos- no justifica ni salva la Nueva Alianza. Por eso enseña San Pablo: La letra mata, el Espíritu es el que da la vida (2Cor 3, 6). Comenta San Agustín que por «letra» se entiende cualquier escritura que está fuera del hombre, aunque sea de preceptos morales, cuales se contienen en el Evangelio, por donde también la letra del Evangelio mataría si no tuviera la gracia interior de la fe, que sana.[22]
5. Comparación entre la Antigua
y la Nueva Alianza
La Ley Nueva es distinta de la Antigua
Se nos enseña: Mudado el sacerdocio, de necesidad ha de mudarse también la Ley (Heb 7, 12). Toda ley ordena la vida humana a alcanzar un fin. Se pueden diferenciar en que una mira más de lejos el fin (es imperfecta) y otra mira el fin desde más cerca (es perfecta). La Ley Nueva no se distingue de la Ley Antigua en cuanto que las dos tienen el mismo fin -y este es que los hombres se subordinen a Dios-, sino que se distinguen en que una era imperfecta y la otra es perfecta. La Antigua era como un encargado del cuidado de los niños: De manera que la ley ha sido nuestro pedagogo hasta Cristo, para ser justificados por la fe. Mas, una vez llegada la fe, ya no estamos bajo el pedagogo (Ga 3, 24-25); en cambio, la Ley Nueva es ley de perfección, porque es ley de caridad y de la caridad dice San Pablo que es: vínculo de perfección (Col 3, 14).
Todas las diferencias entre una y otra se toman de su imperfección o perfección:
Se distinguen:
10- Por su profundidad: |
Cuando viene Cristo, la Ley Antigua pierde su razón de ser.
La Ley Nueva da cumplimiento a la Antigua
Nos enseña Jesús: No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda (Mt 5, 17-18). En cuanto a los preceptos morales la Ley Nueva se compara con la Antigua como lo perfecto a lo imperfecto. Lo perfecto suple lo que falta a lo imperfecto.
Dos cosas podemos considerar en la Vieja Ley: el fin y los preceptos.
Respecto del fin. El fin de la Antigua Alianza era la justificación de los hombres, lo cual la ley no podía llevar a cabo y sólo la representaba con ciertas ceremonias y prometía con palabras. La Ley Nueva perfecciona la Ley Vieja justificando por el poder de la pasión de Cristo. Lo da a entender San Pablo: Pues lo que era imposible a la ley, reducida a la impotencia por la carne, Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne… (Ro 8, 3). La Ley Nueva realiza lo que la Antigua sólo prometía: Pues todas las promesas hechas por Dios han tenido su sí en Él; y por eso decimos por Él «Amén» a la gloria de Dios (2Cor 1, 20). La Ley Nueva realiza lo que la Antigua sólo representaba: Todo esto es sombra de lo venidero; pero la realidad es el cuerpo de Cristo (Col 2, 17).
Respecto a los preceptos. Cristo también los perfeccionó con las obras y con la doctrina: con las obras, en el sentido de «cumplir» («perficere», como realizar, llevar a plenitud); porque quiso ser circuncidado y quiso observar las otras cosas que debían observarse en aquel tiempo, según aquello de hecho bajo la Ley (Ga 4, 4); con su doctrina perfeccionó los preceptos morales de la Antigua Ley de tres maneras:
– Declarando el verdadero sentido de la Ley, contra lo que enseñaban los fariseos que sólo creían prohibidos los actos externos malos: Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos (Mt 5, 20);
– Ordenó observar con mayor seguridad lo que había mandado la Ley Antigua: Habéis oído también que se dijo a los antepasados: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos. Pues yo digo que no juréis en modo alguno (Mt 5, 33);
– Añadió ciertos consejos de perfección como aparece en la respuesta al que dijo que había cumplido los preceptos de la Antigua Alianza: Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme» (Mt 19, 21).
El sacerdote católico no debe olvidarse jamás que no es ministro de una alianza cualquiera, ni tampoco de la Antigua Alianza aunque haya sido hecha por el mismo Dios, sino que es ministro de la Nueva Alianza.[23]
Ello lo recuerda, día a día, al perpetuar sobre el altar el sacrificio de la «Alianza nueva y eterna».[24] Allí es donde aprende a ser ministro de la Nueva Alianza y todo lo que esa maravilla significa. De hecho, la grandeza más sublime del sacerdocio católico es ser ministro de la Nueva Alianza.
[1] E. Jacob, Teología del Antiguo Testamento (Madrid 1969) 200.
[2] E. Jacob, Teología del Antiguo Testamento (Madrid 1969) 204.
[3] P. van Imschoot, Teología del Antiguo Testamento (Madrid 1969) 434.
[4] Cfr. J. de Maldonado, Comentarios a los Cuatro Evangelios, I (Madrid 1950) 947ss.
[5] Santo Tomás trata maravillosamente el tema de la Ley Antigua en STh, I-II, 98-105.
[6] Cfr. Gn 9, 5-6.
[7] Cfr. Gn 17, 10.
[8] Cfr. Dt 33, 9.
[9] Cfr. Jos 24, 1ss.
[10] Cfr. 2Sam 23, 5; Sl 89, 4.29.
[11] Cfr. 2Re 11, 17.
[12] Cfr. 2Re 23, 2.
[13] Cfr. Ne 10, 1.30.
[14] Cfr. P. Grelot, Introducción a los Libros Sagrados (Buenos Aires 1965) 70.
[15] Cfr. Ex 24, 1.
[16] Cfr. E. Jacob, Teología del Antiguo Testamento (Madrid 1969) 201.
[17] Cfr. Ef 2, 14.
[18] Cfr. STh, I-II, 106-108.
[19] San Ireneo, Adversus Haereses, IV, 34, 1.
[20] Santo Tomás de Aquino, STh, I-II, 106, 1.
[21] De spiritu et littera, 21.
[22] Cfr. Santo Tomás de Aquino, STh, I-II, 106, 2.
[23] Cfr. 2Cor 3, 6.
[24] Misal Romano, Plegaria eucarística (todas); 105 y passim.