«En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (Ef 2, 10)
En la segunda lectura que se ha proclamado de San Pablo a los Efesios (Ef 2, 4-10), hay una muy hermosa enseñanza: «nosotros somos creación suya». Y en este sagrado tiempo de Cuaresma no solamente nos preparamos para la mejor celebración de la Pascua del Señor, del misterio de su muerte y resurrección, sino que además es el tiempo en el cual debemos profundizar en todos los grandes misterios de nuestra fe. Si lo vemos desde otro punto de vista podemos decir que el tiempo de Cuaresma es un tiempo que la Iglesia, en su sabiduría bimilenaria, le da a los cristianos para que se esfuercen por recuperar la dignidad primigenia de la verdad de su naturaleza. El día del miércoles santo, con la imposición de la ceniza, es un recuerdo solemne de que el hombre ha de morir, pero también es un recuerdo de que está hecho para vivir: “acuérdate que eres polvo, y que un día tu cuerpo al polvo ha de volver”. Y todo el gran trabajo que debemos hacer se reduce a esas tres obras principales que son raíces de todas las demás, que son: la caridad con el prójimo –la limosna–, el amor a Dios –intensificar la oración–, y el amor ordenado a nosotros mismos –que se manifiesta en la penitencia, en el ayuno, en el sacrificio–. Estas obras deben oponerse a aquellas tentaciones en las cuales cayeron nuestros padres en el Paraíso, y que son las mismas tentaciones que sufrió Nuestro Señor al término de sus cuarenta días de ayuno.
Por eso es que el tiempo de Cuaresma también sirve para redescubrir la grandeza del misterio de la creación. Cada día en la Santa Misa, en el momento del ofertorio, nos enlazamos con el misterio de la creación, ya que allí, en esa presentación de los dones, incluso verbalmente, decimos que presentamos a Dios el pan, fruto de la tierra –la creación– y del trabajo del hombre. Y el vino, fruto de la vid –la creación– y del trabajo del hombre. Y junto con el pan y con el vino ofrecemos toda la creación, esa creación inmensa, hermosísima, que da, por el solo hecho de existir, gloria objetiva a Dios. Al ser asumida de alguna manera por el hombre esa gloria objetiva que dan a Dios las criaturas no racionales, la convierte en gloria formal. Por esta razón es que el hombre da libremente gloria a Dios de manera especial en la Santa Misa, por toda la obra de la creación.
Así es que me parece que puede ser conveniente reflexionar, aunque sea muy brevemente, sobre algunos aspectos de este misterio de la creación respecto de nosotros.
“Nosotros somos creación suya”
1. En cuanto al origen
Solemos decir comúnmente, y es verdad, que “nuestros padres nos trajeron al mundo”. Deberíamos decir con más frecuencia: “Dios me trajo al mundo”. Dios me trajo a participar de esta maravilla de la creación. En mi origen, en mi término a quo (principio del movimiento) está la mano poderosa de Dios que creó inmediatamente mi alma espiritual e inmortal. Más allá de todas las discusiones que los hombres hacen de si utilizó Dios para crear al hombre una técnica fixista, una técnica de alguna manera evolucionista, está la verdad indubitable, porque es una verdad de fe: Dios y solamente Dios es el que puede crear y de hecho crea inmediatamente cada alma y todas las almas. Por eso nosotros somos creación suya. En nuestro origen está el mismísimo Dios que ha querido hacernos partícipes de esta maravilla de la creación, que nos ha dado el ser, que nos ha dado la vida, que nos ha creado a su «imagen y semejanza»1 .
2. En cuanto a la existencia y conservación
Dios no hizo solamente un acto por el cual nosotros llegamos a la existencia, sino que nos ha conservado en esa existencia y nos ha de conservar en ella, en lo que algunos llaman la creación permanente. Está permanentemente, segundo a segundo, creándonos, segundo a segundo dándonos el ser, segundo a segundo sosteniéndonos en el ser. De tal manera que no es solamente el hecho de que en el principio, cuando todavía empezábamos a existir en el vientre de nuestra madre, infundió el alma, sino que eso es una cosa que continúa, como continúa con la obra de toda la creación. Dios, al sostener en el ser, en el sentir, en la vida, está influyendo directamente, como si fuese a través de un cordón umbilical para que nosotros realmente estemos fuera de la nada y fuera de las causas. Nosotros somos creación suya.
3. En cuanto a nuestra naturaleza
Para valorar lo que es el misterio de la creación, podemos también considerar lo que se refiere a nuestra naturaleza humana. ¡Admirable compuesto sustancial de alma y cuerpo! Dios, al crearnos y al conservarnos en la existencia nos da una naturaleza determinada; naturaleza que, por ser el alma espiritual, nos hace ser a imagen de Dios, y por querernos dar su gracia santificante, nos hace semejantes a Dios. ¡Es un Misterio extraordinario! Y por si fuese poco, porque necesariamente quiere hacernos a su imagen, dota nuestra alma de esas dos grandes potencias espirituales que son el entendimiento y la voluntad. Porque somos creación suya somos capaces de pensar. Porque somos creación suya, somos capaces de amar, y así vemos esos actos de heroísmo extraordinario que hacen los santos, los mártires, los confesores de la fe. ¡Extraordinarios! Una cosa superior. El obispo que le predicó los Ejercicios Espirituales al Papa en el Vaticano cuenta cómo, en prisión, se las había ingeniado para pedir vino diciendo que estaba mal del estómago. Ese vino lo guardaba para la Misa. No tenía copa, no tenía recipiente: ponía tres gotitas de vino en la palma de la mano, y una gotita de agua. Ahí consagraba, celebraba Misa. Algo extraordinario. Otro caso increíble es el Cardenal Kung: estuvo treinta años en una celda de dos metros por un metro veinte. Son hombres superiores, donde se ve la dignidad, la excelencia, lo exorbitante de ser el hombre un espíritu encarnado. Por ser espíritu, es capaz de dominar la materia. Por ser espíritu es capaz de enseñorear la materia y porque es espíritu está dispuesto a dar la vida corporal si es necesario, porque no tiene miedo de los perseguidores ya que no le pueden arrebatar el alma. Y por esa realidad de ser nosotros creación de Él, somos capaces de elegir, conscientemente, responsablemente. Y aun cuando nos podamos equivocar, porque somos humanos, y errar es humano, somos libres; y si nos coaccionan somos capaces de seguir eligiendo, porque, en última instancia, no nos pueden arrancar de raíz nuestra libertad, ya que somos espíritu.
4. En cuanto a nuestras obras
Nosotros somos creación suya. Se ve por las obras. Este es un punto que siempre me llamó mucho la atención. Y para ilustrarlo mejor, pongo ejemplos de nuestro Seminario. Las obras. El solo hecho de encontrar tantos jóvenes que quieran practicar la virtud (no digo que la practiquen), es un triunfo del espíritu. Encontrar tantos jóvenes que quieran vivir nadando contra la corriente, contra lo que el mundo quiere, contra lo que el mundo grita, contra lo que el mundo espera; y no hay cosa más diametralmente opuesta al mundo que los consejos evangélicos. Nosotros no nos damos cuenta, pero sigue habiendo gente incapaz de entender la virginidad consagrada. Y eso son obras del hombre. Grupos como éste, de jóvenes que puedan vivir como hermanos, en paz (por lo menos una paz relativa), en comunidad, ayudándose unos a otros, formando lo que antiguamente decía muy hermosamente Saint-Exaupery “la ciudadela”, una ciudad en pequeño: los distintos oficios, los distintos trabajos, ayudando todos para alcanzar el bien común temporal y, lo que más vale, el bien común eterno. Son cosas grandiosas. Esa obra del estudio, grandiosa no solamente para los que son más capaces intelectualmente, sino grandiosa en aquellos que son más “troncos” y sin embargo se esfuerzan más para saber, arañando a veces para aprobar, pero esforzándose; y tal vez les cuesta horrores, pero siguen con tesón: eso es triunfo del espíritu. Y no para tonteras, sino para conocer, para saber, para adquirir la ciencia teológica y la ciencia moral, para poder hacer bien después transmitiendo esa ciencia y ese conocimiento, para ser “maestros en Israel”. Y también son algo grandioso las obras de apostolado. ¡Cuántas almas (eso lo sabremos cuando estemos en el Cielo) se habrán salvado tal vez por usar nosotros la sotana! Tal vez por tocar el timbre de una casa y hacer la misión permanente, preguntando cómo están, si hay algún enfermo; por rezar por aquellas personas que están encomendadas a nuestro apostolado… Ayer pensaba en el número de niños que vienen al catecismo o al Oratorio. Esos niños no perseverarán todos, pero muy probablemente el día de mañana, cuando sean más grandes y (tal vez) se enfermen, los lleven al hospital Schestakow, y si llega a haber capellán, si llega a haber monjitas ahí, cuando vean a alguno van a pedir los sacramentos y se salvarán. Esas son obras extraordinarias, de las que nosotros a veces no nos damos cuenta. El sólo hecho de que una persona entre en contacto con alguien consagrado, ya lo toma como amigo, y será eso para siempre porque entró ese afecto, ese cariño, ese bien, en el cofre de su corazón y ahí se conservará.
¡Y si vemos las obras del hombre, todas las obras de la técnica actual y de la ciencia! Lástima que muchas veces la ciencia está sin conciencia. Pero la ciencia es una cosa grandiosa, extraordinaria, desde todo punto de vista. La maravilla de la ingeniería genética, en lo que tiene de bueno. La maravilla de los avances de la medicina, la maravilla de la cibernética, la grandiosidad del arte, de la música, de la pintura, de la arquitectura, de la escultura. Realmente nosotros somos creación suya.
5. En cuanto al fin
Por último, el fin, el término ad quem. El hombre que tiene su origen en Dios, también tiene fin en Dios, porque Dios no puede crear por algo que sea inferior a él y para algo que sea inferior a él. Es una cosa grandiosa. ¡Cuántos hermanos y hermanas nuestras están gozando de la vista de Dios en el Cielo! ¡Cómo nosotros debemos preocuparnos para alcanzar esa salvación! ¡Cuántos, como hemos dicho, gracias a nuestros sacrificios y apostolados podrán gozar de Dios por toda la eternidad! Eso que cantábamos en el salmo responsorial hace unos instantes: “Somos peregrinos”, somos peregrinos del Absoluto, todos. Somos peregrinos que no nos tenemos que olvidar del destino final, la Patria del Cielo. Eso es algo grandioso también, propio del hecho de que somos creación suya.
Por eso, queridos hermanos, en este domingo de Cuaresma, los invito a que reflexionen, redescubran, profundicen en esta hermosísima realidad: nosotros somos creación suya. Y no de cualquier manera, sigue el texto: Somos creación en Cristo Jesús. Cada uno de nosotros, que somos creación suya, hemos sido creados en Cristo Jesús.
Que la Santísima Virgen, Madre del Amor Hermoso, nos enseñe lo espléndido de esa maravilla del misterio de la creación y de nuestro ser.
NOTAS
1 Cfr. Gen 1,26.