«Concede, Señor, a estos elegidos llegar digna y conscientemente a la confesión de tu nombre, a fin de que el poder de tu gloria les alcance la primitiva dignidad perdida por la culpa original»[2].
«Cuando nosotros estábamos perdidos y éramos incapaces de volver a ti, nos amaste hasta el extremo. Tu Hijo, que es el único justo, se entregó a sí mismo en nuestras manos para ser clavado en la cruz»[3]. Seguir leyendo
«Señor, fortalécenos con tu auxilio al empezar la Cuaresma, para que nos mantengamos en espíritu de conversión; que la austeridad penitencial de estos días nos ayude en el combate cristiano contra las fuerzas del mal»[3].
En la Fachada de la Pasión de la Basílica de la Sagrada Familia de Barcelona, sobre el gran Cristo crucificado hay un elemento artístico de gran valor representativo: El velo rasgado del Templo de Jerusalén.
Narran los evangelios: «Más Jesús, de nuevo, gritando con gran voz, exhaló su espíritu. Y he aquí que el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló rompiéndose las rocas; y los sepulcros se abrieron y muchos cuerpos de santos resucitaron» (Mt 27,51-52; Mc 15,38; Lc 23,45). Seguir leyendo
La palabra de Dios tiene que ser objeto de nuestro más delicado amor. Nosotros debemos ser profundamente enamorados de la palabra de Dios. No basta un conocimiento superficial de la palabra de Dios, sino que se debe un conocimiento profundo y un conocimiento amoroso para lo cual hay que dedicarle tiempo. Por eso, de manera particular, se tiene que leer el Nuevo Testamento, los Evangelios sobre todo, pero también el resto del Nuevo Testamento. Y también conocer el Antiguo, aunque no con la importancia que se debe dedicar al Nuevo Testamento. De manera especial se debe conocer el Antiguo Testamento en los libros sapienciales y los libros proféticos. Seguir leyendo