Palabra de DIos

Palabra viva de Dios vivo II

La palabra de Dios tiene que ser objeto de nuestro más delicado amor. Nosotros debemos ser profundamente enamorados de la palabra de Dios. No basta un conocimiento superficial de la palabra de Dios, sino que se debe un conocimiento profundo y un conocimiento amoroso para lo cual hay que dedicarle tiempo. Por eso, de manera particular, se tiene que leer el Nuevo Testamento, los Evangelios sobre todo, pero también el resto del Nuevo Testamento. Y también conocer el Antiguo, aunque no con la importancia que se debe dedicar al Nuevo Testamento. De manera especial se debe conocer el Antiguo Testamento en los libros sapienciales y los libros proféticos.

La Palabra de Dios tiene muchas características.

  1. ¿Cuál es la singularidad de la Palabra de Dios? ¿Qué cosa es lo que hace que la Palabra de Dios sea algo absolutamente único? La palabra de Dios tiene a Dios por autor principal[1], de tal modo que el autor humano, o los autores humanos: Moisés, David, Isaías, Mateo, Juan, Pablo, Pedro… escribieron –hay que observar estas palabras– todo y sólo lo que Dios quiso[2]. Ella contiene lo que Dios ha querido revelar, por tanto, la Palabra de Dios se debe recibir primero con fe. Siempre debo abrir mi alma cuando abro la Sagrada Escritura. Debo abrir mi corazón, mi mente, mi alma para que lo que yo vaya leyendo, se vaya grabando en mi corazón, en mi mente, en mi alma. Cuando uno hace así –eso lo tienen que experimentar ustedes – la palabra de Dios se hace más dulce que la miel. Como dice el Eclesiástico, referido a la sabiduría: “Mi recuerdo es más dulce que la miel, mi heredad más dulce que panal de miel” (24,27).
  1. Jesucristo, fin, luz, centro y protagonista de la Sagrada Escritura. Los discípulos de Emaús exclamaron extasiados luego que Jesús les enseñase la Sagrada Escritura: “No ardían nuestros corazones…” (Lc 24,32).
  2. ¿Cuál es el fin de la lectura? No es otro que Jesucristo: “Desde el Génesis al Apocalipsis, pasando por los profetas, Cristo es el objeto del Libro Sagrado” (San Clemente de Alejandría). Así es que las Divinas Páginas nos hablan de las circunstancias de la vida terrestre de Jesús, de los misterios que vino a realizar, de su Segunda Venida, del Cristo Total, de la vida sacramental, de Cristo en el alma del cristiano. Benedicto XV pide que “todos los hijos de la Iglesia” conozcan la Sagrada Escritura a “a fin de llegar a un conocimiento perfecto de Jesucristo”[3].
  3. Pero, además, es la luz, la clave de la Sagrada Habla. “Y les dijo: ¡Oh hombres sin inteligencia y tardos de corazón para creer todo lo que vaticinaron los profetas!” (Lc 24,45).

Cristo es el supremo exégeta: “sus entendimientos estaban embotados, y hasta hoy existe el mismo velo en la lectura del Antiguo Testamento sin renovarse, porque sólo con Cristo desaparece” (2Cor 3,14); porque entender la Biblia es una gracia de Cristo. Sólo el que tiene su Espíritu puede comprenderlas. La Sagrada Escritura debe leerse con el mismo Espíritu con que fueron escritas[4]. Como decía Orígenes no se puede entender las Letras Divinas, si no se ha reclinado, como el cuarto evangelista, sobre el pecho del Señor y si no se ha recibido de Jesús a María por Madre.

  1. Asimismo Cristo es el centro de las Santas Escrituras. “Y comenzando por Moisés y por todos los profetas, les fue declarando cuanto a Él se refería en todas las Escrituras” (Lc 24,27) del Antiguo y del Nuevo Testamento. Todo el Antiguo Testamento no era sino una inmensa predicción de su vida. Como dice San Agustín: “El Nuevo Testamento se oculta en el Antiguo. El Antiguo Testamento se revela en el Nuevo”[5]. El Antiguo es como una parábola del Nuevo: “Todo lo que está escrito en el Antiguo Testamento se relaciona, en figura y en enigma con Cristo” (Orígenes). Afirmaba San Hilario: “En cada personaje (del Antiguo Testamento), en cada época, en cada hecho, hay una imagen de Cristo”. Y Melitón de Sardes: «Este (Jesucristo) es el que tuvo que sufrir mucho y en muchas ocasiones: el mismo que fue asesinado en Abel y atado de pies y manos en Isaac, el mismo que peregrinó en Jacob y fue vendido en José, expuesto en Moisés y sacrificado en el cordero, perseguido en David, y el que, resucitado de entre los muertos, subió a los cielos»[6].
  2. Más aún, Cristo es el protagonista de toda la Escritura

      “Es el quién… por figuras manifiestas y verdaderas, engendra, lava, santifica, elige, separa, o rescata a la Iglesia, por el sueño de Adán, por el diluvio de Noé, por la bendición de Melquisedec, por la justificación de Abraham, por la servidumbre de Jacob…” (San Hilario). Agrega San Ireneo que el Verbo ha estado sembrado a lo largo de las Escrituras: “a veces hablando con Abraham, a veces con Noé para darle las medidas del arca, a veces buscando a Adán, o llevando a juicio a los sodomitas, ya dirigiendo el camino de Jacob, ya hablando con Moisés desde la zarza”[7]. La Palabra primero se manifestó en la Escritura y luego en la carne. Nosotros debemos ser “voceros de su Voz, gritos del Verbo”.

  1. Por eso es sumamente fecunda: «Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacía, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié» (Is 55,10-11).
  1. Aunque nosotros vemos la Sagrada Escritura como inerte, como si no tuviera vida, pero es algo vivo. Como dice el Apóstol San Pablo “Ciertamente es viva la palabra de Dios” (Hebreos 4,12). ¿Por qué es viva? Porque fue inspirada por el Espíritu Santo y es el mismo Espíritu Santo quien le sigue dando vida a cada una de las palabras de la Sagrada Escritura.
  1. Y porque es viva la Palabra de Dios, es eficaz, es decir que produce efectos beneficiosos para el alma. Sucede hoy día: suscita conversiones, provoca decisiones vocacionales, produce vocaciones misioneras… nos hace aprender a amar más a Dios y las cosas de Dios.
  1. Es viva la palabra de Dios y es eficaz. Con una eficacia tal, que la palabra de Dios penetra en el alma, y no de cualquier manera, sino que penetra el alma como espada de doble filo. Lo acabamos de leer en la carta a los Hebreos “tajante como espada de dos filos y penetra hasta las fronteras del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y las médulas y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay para ella criatura invisible. Todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuentas” (vv. 12–13). Por eso el Apóstol pone entre las armas espirituales que debe usar el cristiano la espada de la palabra: “Tomad también el yelmo de la salvación y la espada del espíritu que es la Palabra de Dios” (Ef 6,17). Por eso se debe aprender a ser buen esgrimista, a saber usar esa espada. Es una espada de doble filo, es una espada penetrante, es una espada con la cual todavía hoy día se deben luchar los combates del Señor. ¡Y es tan eficaz que es capaz de darnos la victoria!
  1. La Palabra de Dios también alimenta. Así como nos alimentamos en la mesa de la Eucaristía, comiendo el Cuerpo y la Sangre del Señor, tenemos que aprender a alimentarnos en la mesa de la Palabra, haciendo nuestra esa Palabra que es Palabra de Dios. Y porque alimenta –a semejanza de la Eucaristía– la Palabra de Dios también fortalece, sustenta. Por eso dijo Nuestro Señor Jesucristo, rechazando las tentaciones del diablo “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4).

Ciertamente que tenemos que evitar un mal muy grande de este tiempo. Actualmente hay algunos ‘profesores’ de Sagrada Escritura que creen que pueden interpretar la Sagrada Escritura como ellos se la imaginan. Siempre los hubo. Caen en lo que fue y es, el llamado libre examen protestante. Cada uno interpreta la Biblia como quiere. Así ocurrió, por ejemplo, una vez en Inglaterra en la época del protestantismo. Habían sentenciado que la Palabra de Dios, es decir, la Biblia, tenía que ser para los jueces norma de juicio. A un hombre lo habían encarcelado y lo habían condenado por robarle la capa a otra persona. Entonces este hombre se defendió en el tribunal del juez y le dijo: “No, yo no he robado, sino lo que yo he pretendido es cumplir con la Palabra de Dios, porque en la Carta a los Gálatas Pablo dice “Llevad los unos la carga de los otros y cumpliréis con la ley de Cristo” (6,2). Con su libre examen de San Pablo pretendió justificar un robo.

Esto ya lo advierte el Apóstol San Pedro, en la segunda carta cuando dice: “Tened presente que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia” (1,20). Por eso la Escritura debe leerse “en Iglesia”[8]. Es decir, teniendo en cuenta lo que la Iglesia a través de los siglos ha dicho sobre la Palabra que estoy leyendo y sobre la interpretación que ha dado. “Porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que hombres movidos por el Espíritu Santo nos han hablado de parte de Dios” (1,21).

  1. Es Sagrada la Escritura. Y así como nadie va a mezclar hostias sin consagrar con hostias consagradas, porque las hostias consagradas ¡son sagradas! Pues así tampoco tenemos que mezclar nuestra interpretación meramente humana con el sentido genuino de lo que es sagrado, de lo que es Palabra de Dios.
  1. Es una Palabra que es superior a mí, está por encima. Dice Jesús: “El Cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán” (Mt 24,35).

 

  1. Es una Palabra que es anterior y posterior a mí: Viene antes que yo existiese y además va a existir después de mí. Yo moriré, pero la Palabra de Dios seguirá viva eternamente.
  1. Es una Palabra que es trascendente a mí. Yo puedo interpretarla, yo puedo rezar con ella, puedo vivir contemplándola, sin embargo la Palabra de Dios siempre va a ser como una fuente inagotable, nunca podré agotar la fuente. Y beberé de ella y tendré ganas de beber más. Y beberé más y la fuente no se agotará. Y al no agotarse la fuente, mis ansias de beber serán más grandes y aprovecharé más, y la Palabra de Dios seguirá siendo trascendente a mí. Por eso dice Santo Tomás de Aquino: “El Espíritu Santo fecundó la Sagrada Escritura con verdad más abundante de la que los hombres puedan comprender”[9].

 

  1. No es un libro, aunque viene en forma de libro. Se puede decir que es como una biblioteca. Como se decía de San Jerónimo: “A través de la diaria lectu­ra y meditación de la Escritura, ha hecho de su corazón una biblioteca de Cristo”[10].
  1. Es lámpara, como dice otro salmo: “Tu eres Yahvé mi lámpara, mi Dios que alumbra mis tinieblas” (Sl 18,29). Y las alumbra por medio de su Palabra.
  1. Palabra de Dios también consuela al alma. El alma que está triste, el alma que está sufriendo tentaciones, el alma que no sabe por dónde seguir: “Lámpara para mis pasos”. “Palabras buenas, palabras de consuelo”, dice Zacarías 1,3. Para que con la paciencia y el consuelo[11] que dan las Escrituras mantengamos la esperanza. La Escritura da esperanza, da consuelo, da paciencia.
  1. La Biblia es como una farmacia donde se encuentra los remedios adecuados para nuestras enfermedades. Así la llama San Gregorio Nacianceno[12].
  1. « Ensalzar la Palabra de Dios es ensalzar al mismo Dios» (San Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia)[13].
  1. «La ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo» (San Jerónimo)[14] .
  1. «Múltiples riquezas encierra la Palabra de Dios, ya que es un tesoro dónde se encuentran todos los bienes» (San Lorenzo de Bríndisi).
  1. «Colóquense delante de Dios como una tela pronta para recibir los brochazos y pinceladas del pintor. Cuando tenemos esta actitud de ‘tela de pintar’, el Espíritu Santo puede obrar» (Santa Margarita María Alacoque).
  1. «Leer la Biblia es rezar; meditarla es hacer oración; reverenciarla es adorar la grandeza y majestad de Dios; familiarizarse con la Biblia es entrar en conversación frecuente con Dios y es empezar a gozar de Él» (Pseudo-Dionisio).
  1. «No hay riubarbo ni caña fístola[15] que así revuelva el estómago como la Palabra de Dios» (San Juan de Ávila)[16].
  1. Es como un espejo en el que debemos mirarnos para vernos las manchas que tenemos y sin olvidarnos de ellas, poder limpiarlas para llegar a ser, cómo debemos ser. ««Poned por obra la palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno se contenta con oír la palabra sin ponerla por obra, ése se parece al que contemplaba sus rasgos fisonómicos en un espejo: efectivamente, se contempló, se dio media vuelta y al punto se olvidó de cómo era. En cambio el que considera atentamente la Ley perfecta de la libertad y se mantiene firme, no como oyente olvidadizo sino como cumplidor de ella, ése, practicándola, será feliz» (Sant 1,22-25). Los Padres consideran la Sagrada Escritura como un espejo, por ejemplo, San Gregorio Magno: «La Sagrada Escritura se presenta como cierto espejo a los ojos de la mente para que nuestro interior se refleje en ella; y allí en efecto conocemos nuestra fealdad, nuestra hermosura: allí sentimos cuanto nos podemos aprovechar, y vemos también allí cuán lejos distamos del estado de los proficientes»[17].
  1. Es fuego y martillo: « ¿No es así mi palabra, como el fuego, y como un martillo que golpea la peña?» (Je 23,29), sino quema la raíz de nuestros vicios, y no rompe nuestro corazón endurecido, es señal que la leemos mal.
  1. «Las palabras del Señor son palabras auténticas, son como plata pura siete veces purificada en el crisol» (Sal 12,7).
  1. Santa Ángela de Foligno afirmaba que las Sagradas Escrituras contiene delicias tan exquisitas que el hombre que las poseyera olvidaría el mundo y aún más: «No se olvidaría sólo del mundo el que gustase el deleite singular de entender los Evangelios; se olvidaría de sí mismo».

 

  1. Finalmente, debemos entender complexivamente la Palabra de Dios. Es la Palabra que sale de la boca de Dios:

1º Contenida en la Biblia.

2º Celebrada, proclamada y festejada en la Liturgia.

3º Testimoniada por los Mártires.

4º Comentada por los Santos Padres.

5º Saboreada por los Místicos.

6º Profundizada por los Doctores de la Iglesia.

7º Predicada por los Misioneros.

8º Interpretada por el Magisterio.

9º Esgrimida por los Pastores.

10º Defensora del pueblo fiel.

11º Amada por los niños.

12º Vivida por los Santos de todos los tiempos.

Se cuenta de ese gran santo, Santo Domingo, que amaba tanto la Palabra de Dios que Él, aunque las conocía de memoria, llevaba siempre sobre su pecho el Evangelio de San Mateo. Con esto se quiere expresar que hay que llevar en el corazón la Palabra de Dios. Después, viendo ese amor que han tenido los santos a la Sagrada Escritura, debemos nosotros aprender a conocerla para poder amarla cada vez más. Y esa será un arma poderosa para nuestra santificación y para nuestra perseverancia.

  La Santísima Virgen conocía de tal manera la Sagrada Escritura que cuando se pone a cantar como poetisa el Magníficat, hace un hermoso enhebrado de textos bíblicos y de reminiscencias bíblicas.

Ojalá que pase con nosotros así como pasó con Ella.

[1] Cfr. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Dei Verbum 11: «Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo. La santa Madre Iglesia, según la fe apostólica, tiene por santos y canónicos los libros enteros del Antiguo y Nuevo Testamento con todas sus partes, porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor y como tales se le han entregado a la misma Iglesia». Cf. Concilio Vaticano I, Constitución dogmática Dei Filius, c.2: Dz. 1787 (3006); ver Dz 2180 (3629); EB 420 y ED 499.

[2] cfr. Dei Verbum 11: «Pero en la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a hombres, que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando El en ellos y por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que Él quería». Cfr. León XIII, encíclica Providentissimus Deus: Dz 1952 (3293); EB 125.

[3] Spiritus Paraclitus, 66.

[4] Cf. Dei Verbum, 12.

[5] Quaestiones in Heptateucum, 2, 73: PL 34, 623.

[6] Homilía de Pascua.

[7] Adversus haereses, 4,10,1.

[8] Juan Pablo II, Discurso al Consejo internacional de los Equipos de Nuestra Señora (17/09/1979); OR (30/09/1979), p. 8; passim.

[9] II Sent, 12, 1, 2, ad 7.

[10] San Jerónimo, Ep. ad Heliodorum, LX, 10.

[11] cfr. Romanos 15,4.

[12] Cfr. Epist. 2,3; PG 32, 228 BC; cit. Tomas Spidlík, Ignacio di Loyola e la spiritualitá orientale, Roma 1994, 16-17.

[13] Obras completas, BAC 2002, t. III, 343.

[14] Comentario a Isaías, prólogo, Obras completas, BAC 2007, t. VI a, 5.

[15] Plantas usadas como purgantes (parecidas al mechoacán y la jalapa de México), para limpiar, purificar y quitar lo innecesario, inconveniente y superfluo.

[16] Obras completas, BAC 2002, t. III, 344.

[17] Moralia in Job 2,1, PL 75,553.