san cayetano

Pan y Trabajo

Pan y Trabajo, San Cayetano

Homilía predicada por el R.P. Carlos M. Buela en la fiesta patronal de la Capilla San Cayetano, en calle Rawson, de la Parroquia Nuestra Señora de los Dolores, el día 7 de agosto de 1995, ante alrededor de 4.000 feligreses.

        Presidir esta Misa en honor de nuestro santo patrono San Cayetano me hace recordar que, hace unos años, yo mismo le pedí a Monseñor León Kruk, el Obispo anterior, que aquí pudiésemos tener una capilla en honor de San Cayetano, para que los devotos de él, aquellos que confían en su intercesión, tuviesen un lugar donde pedir, sobre todo, por pan y por trabajo; un lugar aquí, en esta ciudad de San Rafael, donde pudiesen acudir a pedir su ayuda, su intercesión.

        Algunos podrán pensar: «Padre, ¡qué contento que estará hoy con tanta gente!» Sin embargo, mi corazón está triste, porque tanta gente -mucha más de la que nunca hemos tenido acá- está indicando que nuestro pueblo está pasando por necesidad.

        Yo vengo de un familia de trabajadores; soy hijo y nieto de ferroviarios -ferroviarios maquinistas-; incluso, un tío abuelo mío, Don Manuel Carvallo, fue uno de los fundadores de uno de los primeros sindicatos en nuestro país, el sindicato de «La Fraternidad». Y, entonces, sé lo que significa en nuestras familias el pan. Pero, por sobre todas las cosas, conozco lo que significa en nuestras familias el trabajo, porque puede faltar el pan, pero eso se arregla como nos arreglábamos en nuestra época. Ustedes recordarán: ¡tomando a la noche café con leche y, al mediodía, a veces una sopita! Pero cuando a un hombre le falta el trabajo, parece que no tiene ni manos ni tiene pies, porque es él quien tiene que proveer para la familia.

        Muchas veces, más que la preocupación de no tener trabajo ahora, es tener la sospecha de que más adelante no se va a conseguir tampoco trabajo. Por eso es que el corazón mío está lleno de tristeza, porque hoy día falta el trabajo. Claro que no a todos, pero sí a muchos.

        ¡Pensar que durante años hemos escuchado decir que el trabajo es el deber de todo hombre! Porque siempre ha habido holgazanes, siempre ha habido hombres que no les gustaba poner el hombro, siempre ha habido vagos… Y resulta que el trabajo es un deber para el hombre porque Nuestro Señor, cuando nuestros primeros padres faltaron contra Él, les dijo: «Comerás el pan con el sudor de tu frente» (Gen. 3,19). El sudor de la frente es producido en el hombre por el trabajo. Necesariamente hay que trabajar; es un deber del hombre, es una obligación del hombre. Pero también es un derecho, es decir, el hombre tiene derecho a encontrar, en el esfuerzo diario, el sustento para su vida; y no solamente para su vida, sino para la vida de su familia, para la educación de los hijos, para el legítimo descanso, y para el legítimo descansar después del trabajo, cuando llegue a la vejez. No es un regalo que se le hace al hombre: el poder trabajar es un derecho inalienable de cada hombre y cada mujer.

        Lamentablemente hoy día, no solamente en nuestra patria sino en muchos países del mundo, está produciéndose ese fenómeno del desempleo; no solamente en América, en Europa y ni que decir en África y en Asia. ¡Fenómeno tremendo que conlleva muchas consecuencias nocivas y nefastas! Muchas veces es consecuencia de múltiples factores: factores de tipo cultural, tipo político, tipo social, tipo laboral. ¡Desgraciado fenómeno que está asolando en estos momentos nuestra patria!. Que este fenómeno ocurra en muchas partes del mundo no quiere decir que no tenemos porqué trabajar, esforzarnos, utilizar estos dones que Dios nos ha dado de inteligencia y voluntad para revertir ese proceso.

        La Iglesia, y yo en su nombre, no tenemos soluciones técnicas. La Iglesia tiene otra misión en el mundo: es la misión de trabajar por salvar las almas, por indicarle al hombre cuál es el camino que tiene para la vida eterna. En esa misión la Iglesia tiene el deber y la obligación de señalar cuáles deben ser las relaciones de justicia para los hombre y debe constituirse, sin demagogias, en la voz de los que no tienen voz. Por eso es que, en la medida de nuestras fuerzas y según nuestras capacidades, llamamos a la conciencia de aquellos que pueden y deben dar trabajo. Llamamos a la conciencia de aquellos que son los que establecen las grandes políticas, para que no se olviden del ser humano…, ¡porque de nada vale tener en el tesoro del Banco Central millones de dólares o de lingotes de oro si resulta que nuestra familia no tiene pan en sus mesas o nuestros hombres y mujeres no tienen trabajo para realizar! ¡De nada sirve un país rico y un pueblo pobre!

        La doctrina social de la Iglesia indica con toda claridad que absolutamente todo -la economía, la política, lo social- tiene que estar ordenado al hombre. La persona humana creada a imagen y semejanza de Dios, la persona humana por al cual Cristo murió en la cruz, tiene que ser el objetivo primario y fundamental sin el cual no puede haber justicia en toda la realidad política, económica y social.

        Pero también debo decirles, hermanos, por mi oficio, por el hecho de que tengo que buscar el bien de ustedes, el bien más grande, el bien más alto, el bien espiritual: hay problema de desempleo porque los hombres se han olvidado de Dios.

        Dios mismo es el que nos enseñó a rezar pidiendo no solamente por los bienes del cielo, sino pidiendo también por los bienes de la tierra que nos son necesarios para llegar al cielo. Porque si un hombre tiene que ir al cielo, tiene antes que vivir acá en la tierra con dignidad, tiene que tener un poco de justicia, tiene que tener los medios materiales necesarios para poder practicar la virtud.

        El mismo Jesucristo, quién fue obrero, carpintero como su padre adoptivo San José, Él mismo nos enseñó a rezar cuando los apóstoles les pidieron: «Señor, enséñanos a rezar» .

        «Cuando oréis decid: Padre nuestro, que estás en el cielo… Danos hoy nuestro pan de cada día …» (cf. Lc 11, 1 y ss.).

        «El pan nuestro», es decir, la comida material, el pan. «Pan nuestro» porque no es un regalo, no es una mera dádiva; es conseguido con el esfuerzo de cada uno. Entonces «el pan nuestro» quiere decir también el trabajo nuestro. Allí, en esa petición del Padre nuestro, pedimos a Dios no solamente el pan material sino todas las cosas que son necesarias para nuestra vida acá en este mundo, mientras peregrinamos a la patria del cielo.

        Y, lamentablemente, hermanos, hay muchos inducidos por las situaciones contemporáneas, por los medios de comunicación social… que se olvidan que ese pan nuestro de todos los días es producto de nuestro esfuerzo, pero es también don de Dios:«Si Dios no construye la casa, en vano se esfuerzan los constructores; si Dios no guarda la ciudad, en vano vigila el centinela» (Sal 127, 1). ¡Cuántas veces los hombres se han olvidado de que aún ese pan material es una gracia de Dios que hay que pedir!

        ¿Y cuándo hay que pedir? ¿Solamente el 7 de agosto en la fiesta de San Cayetano? ¡No! Hay que pedir todos los días.

        ¿Y porqué todos los días? ¿Por qué tenemos que pedir «el pan nuestro de cada día dánoslo hoy», «danos hoy nuestro pan de cada día»?

* Para que sepamos que «el pan de cada día» finalmente y en última instancia es un don de Dios.
* Para que cada día volvamos a decir: «danos hoy nuestro pan de cada día», danos hoy con el pan todo lo que necesitamos para tener este pan, que es el trabajo.

        Además, queridos hermanos, cuando pedimos en el Padre nuestro «el pan de cada día», estamos pidiendo por ese pan que supera todo otro pan material. Estamos pidiendo por el Pan supersubstancial, el Pan de los ángeles, el Pan venido del cielo, que es Jesucristo presente en la Eucaristía… ¡Y cuántas veces hermanos hemos dejado de ir a la Eucaristía los Domingos, a la Santa Misa, con la excusa que tenemos que descansar, con la excusa de trabajo, o a veces con la excusa de comodidad, o a veces sin excusa! Yo tengo que señalar esto, porque muchas veces por olvidarnos de lo más importante en nuestra vida, que es lo espiritual, después este olvido culpable hace que incluso nos falte lo material, por culpa nuestra.

        Por eso, dentro de la tristeza que ciertamente embarga mi corazón, por lo menos me queda un consuelo: el que tenemos a alguien, a San Cayetano, que es nuestro intercesor en el cielo. Y a él le pido junto con todos ustedes, encarecidamente, que se solucionen los graves problemas que afligen a nuestra patria.

        A él le pido por nuestros hombres y mujeres, para que puedan hacer uso de ese derecho que tienen de conseguir trabajo.

        Le pido a él por todas y cada una de las familias, sean católicas o no sean católicas, nosotros no pensamos solamente en un sector de la gente, tenemos la obligación de pensar en todo el pueblo, en toda la patria, en toda la nación, y no solamente en la patria, en la nación, sino en todo el mundo. Cristo no murió por un grupito de judíos o por un grupito de elegidos: Él murió por todos «se entregó a sí mismo a la muerte para la salvación de todos» (1 Tim 2, 6). Por eso nos debemos a todos, y por eso, hoy y siempre, debemos rezar por todos-.

        Le pedimos a San Cayetano por los que tienen trabajo, para que lo sigan teniendo; por los que están desempleados, para que puedan encontrar trabajo. Para que el trabajo no sea en esta patria tan grande, que tiene gente tan buena, ¡qué el trabajo no sea un objeto de lujo…! ¡Qué las familias que quieren iniciarse, los jóvenes que quieren contraer matrimonio, puedan tener una casa, puedan educar a sus hijos…! ¡Qué todos tengan oportunidades para poder desarrollarse, para poder llegar a ser en plenitud hombres y mujeres como nuestro Padre celestial lo quiere!

        Por todo eso le pido a nuestro patrono San Cayetano. Que a las familias que están presentes y las que no están, puedan tener siempre un pan en su mesa y, para ello, puedan tener un trabajo digno.

        Nosotros tratamos de ayudar en la medida que podemos. En la Finca del Seminario diariamente se da comida para más de cien pobres y de manera semejante en todas las casas de la Congregación, tanto de la rama masculina cuanto femenina, ¡y estamos dispuestos a los sacrificios que haya que hacer para poder seguirlo haciendo! Así les enseñamos a los seminaristas, como lo enseñaban los Santos Padres, porque no es cuestión de soplar y hacer botellas. Cuando alguien está en necesidad, cuando alguien no tiene que comer, ¡hay que darle de comer! Decían los Santos Padres que los sacerdotes debían estar dispuestos a vender los cálices si es necesario para dar de comer a los que tienen hambre. Nosotros estamos dispuestos. Claro que lo que podemos hacer no es más que una gotita de agua en el océano.

        Pero sepan ustedes, todos ustedes, si conocen gente que están pasando hambre, díganle que vengan a golpear nuestra puerta, que preferimos quedarnos sin nada antes de dejar a un pobre sin comer. Y lo hacemos no solamente por caridad… ¡Ah!, ¡qué generoso que es el padre…! ¡No!, generosidad hay, pero Dios nos va ha bendecir mucho más. Porque ¡Dios no se deja ganar en generosidad por nadie!.

        Por eso, ustedes en la medida que puedan, ayuden a esos pobres que no tienen a veces ni donde caerse muertos, que no tiene a veces un plato de sopa caliente. Háganlo y Dios no se va a dejar ganar en generosidad. «Ni siquiera -dice Jesucristo- un vaso de agua, dado por amor a Mí, quedará sin recompensa» (cf. Mt 10, 40). Y yo sé porque conozco -he nacido aquí, en Argentina; es mi pueblo-, yo sé que mi pueblo es hospitalario y es generoso. Yo sé que es servicial. Yo sé que busca de ayudar aún sacando de lo que no se tiene, como me lo enseñaba mi abuela Amalia. Ella nos decía: «cuando alguien pide de comer, aunque sea un sándwich, hay que dárselo, no hay que negárselo. Y si uno se lo tiene que sacar de la boca, se lo saca de la boca, porque Dios no se deja ganar en generosidad».

Así que cada uno, en la medida que pueda, trate de pelear la situación: «una mano lava la otra y las dos lavan la cara». Sigamos pidiendo y peticionando para que aquellos que tienen la responsabilidad de solucionar la situación realmente lo hagan. Esto también se lo pedimos a San Cayetano. Que así sea.