Pan y vino

Pan y Vino

La Eucaristía es una realidad tan maravillosa que, desde cualquier punto de vista que se la mire, supera todo lo que el entendimiento humano pueda pensar, aún desde aquel punto de vista que alguno pudiera considerar que es secundario, como ser lo que constituye la materia del sacrificio eucarístico.

1. La materia del sacrificio

        ¿Cuál es la materia? Pan y vino.

        ¿Qué calificación teológica tiene esta doctrina? Es de fe definida por el Concilio de Trento[1] que la materia para la confección de la Eucaristía es el pan y el vino.

       ¿Qué pan y qué vino? Pan de trigo y vino natural de la vid (que el pan sea ácimo o fermentado no es una diferencia sustancial).

       ¿Por qué esto es así? Hay una sola razón: Porque el Señor así lo determinó. En efecto, nuestro Señor, en la Última Cena, empleó pan y vino[2]. Por eso: “En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino…”[3].

       Acerca de la materia del sacrificio, debemos hacer notar varias cosas:

1. La materia es sencilla, ya que pocas cosas hay más sencillas que el pan y el vino.
2. Fue materia viva, es decir, animada por un alma vegetal y tiene, por tanto, la nobleza de todo lo que fue vivo.
3. Pero es materia elaborada por el hombre, porque no se dan naturalmente el pan y el vino, sino que es necesario el trabajo del hombre[4].
4. Es materia cocinada. Ha tenido que pasar por un proceso de cocción. Con los granos de trigo molidos se produce la harina que se mezcla con agua y debe ser cocinada por el fuego y los granos de uvas luego de ser molidos tienen una suerte de cocción por el “calor natural”[5] del mosto.
5. Además, es una materia compuesta por muchas unidades: el pan por muchos granos de trigo que el hombre tuvo que moler para hacerlos harina y el vino es formado por muchos granos de uva que el hombre tuvo que triturar en el lagar.
6. Es materia doble: pan y vino, ya que en todo banquete hay comida y bebida. El pan tiene por función nutrir y el vino deleitar.
7. Es materia no cruenta, porque ahora es materia inanimada.
8. Por último, es materia sensible, visible, que vela lo invisible. De ahí la necesidad de la fe para comprender lo que pasa en la Eucaristía más allá de lo sensible.


2. Hubo quienes usaron otras materias

       Como suele pasar con muchas otras cosas, ha habido (y hay), quienes pretendieron corregirle la plana a Jesucristo en la elección que Él hizo acerca de la materia del sacrificio eucarístico. El ridículo y la necedad suelen hacer brillar con mayor esplendor la verdad y la sabiduría.

       Los artotyritas, como dice San Agustín y Teodoreto, usaban de pan y queso, porque suponían que era lo que los primeros hombres ofrecían a Dios, como dice el Génesis, que eran los frutos de la tierra y de los animales, simbolizados en los productos indicados: el pan, fruto de la tierra, y el queso, hecho de leche de ovejas[6].

       Los catafrigios y pepucianos usaban pan de harina amasado con sangre de niños, para manifestar la realidad sacrificial de la eucaristía con la sangre inocente de los niños[7].

       Los ebionitas y encatritas sólo ofrecían agua (de ahí que también se los llamara acuarios), bajo pretexto de sobriedad. En esto los imitaron los severianos y los maniqueos. Otros usaron sólo agua, por miedo en tiempo de las persecuciones, a quienes reprende San Cipriano[8]. El Papa Julio[9] reprende a los que “guardan durante el año un paño empapado en mosto y, cuando quieren sacrificar, lavan en agua una de sus partes y así ofrecen”[10].

       Los calvinistas sostienen que en caso de necesidad se puede usar como materia todo lo que tenga alguna analogía con el pan y con el vino[11].

       Hace años escuché a alguno argüir en contra del pan y del vino porque en Alaska no se dan[12], no dándose cuenta que si el Señor hubiese elegido una materia que abundara en Alaska, ésta, probablemente faltaría en el resto del mundo. Más modernamente, en USA, uno propuso que sería más popular que la materia fuese pizza y Coca-Cola. En Salta un delirante afirmó que el pan de trigo era cancerígeno y algunos periodistas en vez de apuntar a las panaderías, apuntaron a la Eucaristía; no faltó quien dijo que la materia se podía cambiar si Roma lo autorizaba, ignorando que ni un Papa ni todos los Papas juntos, ni un Concilio ni todos los Concilios juntos, pueden cambiar la materia establecida por Jesucristo.

3. Conveniencias[13]

        Digamos una vez más que la materia de los sacramentos es elegida libremente por Dios para ser signos visibles y eficientes (es decir, que causan lo que significan) de la gracia invisible. Pero no ha sido una elección arbitraria, sino conveniente.

1. Por el modo de usar el sacramento que es a la manera de manjar. El pan y el vino, que son comida común de los hombres, se reciben en este sacramento como manjar espiritual, que sostiene, aumenta, repara y deleita.
2. Porque representa la Pasión de Cristo en que la sangre fue separada de su cuerpo; por eso en este sacramento, que es su memorial, se toman por separado el pan como sacramento del cuerpo y el vino como el sacramento de su sangre.
3. Por el efecto que produce en los que lo reciben, ya que sirve de defensa del alma y del cuerpo. Por eso se ofrece la carne de Cristo, bajo especie de pan, como salud del cuerpo, y la sangre de Cristo, bajo especie de vino, para la salud del alma.
4. Por lo que obra en toda la Iglesia constituida por muchos fieles, causando su unidad, como el pan se hace de muchos granos para formar una sola cosa y el vino de muchas uvas también para formar una sola cosa, así en la Iglesia “dado que uno es el pan, un cuerpo somos los muchos; pues todos participamos del único pan” (1 Co 10, 17).
5. La primacía del pan y del vino sobre los otros alimentos del hombre por ser los más nobles y principales frutos del reino vegetal. San Ireneo[14] los llama primicias de las criaturas, primicias de los dones de Dios[15].

        ¡Qué magníficas son las determinaciones del Señor! ¡Realizar algo tan grandioso con elementos tan sencillos como el pan y el vino! ¡Los miles de millones de seres humanos formamos un solo Cuerpo porque el Pan y el Vino son Uno!

     Por si esto fuese poco todavía nos resta considerar otro pequeño “detalle”.

4. …y un poco de agua[16]

        Ya en el siglo II se habla expresamente de esta conmixtión en la Eucaristía[17]. “El Sacrosanto sacrificio eucarístico debe ofrecerse con pan y vino, al cual se ha de mezclar un poco de agua” preceptúa la ley universal de la Iglesia[18]. Al hecerlo el diácono, o el sacerdote, dice en secreto: «El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana»[19].Ello es así porque se cree que el Señor instituyó la eucaristía con vino mezclado con agua, según costumbre del pueblo elegido en la Cena pascual [20].

       Además, es así porque conviene a la representación de la pasión del Señor, por eso dice el Papa Alejandro: “No se debe ofrecer en el cáliz del Señor vino solo o agua sola, sino los dos mezclados, porque se lee haber salido los dos del costado de Cristo en su pasión”[21].

       También, porque sirve para significar el efecto del sacramento que es la unión del pueblo cristiano con Cristo, como dice el Papa Julio: “En el agua vemos sobreentendido el pueblo[22], y el vino significa la sangre de Cristo. Por consiguiente, al añadir en el cáliz agua al vino, se une el pueblo a Cristo”[23], así también San Cipriano: “…en el agua se simboliza al pueblo…”[24]. Así como el vino absorbe el agua, así Cristo nos ha absorbido en sí mismo a nosotros y a nuestros pecados. Esta unión es tan fuerte, que nada la puede deshacer, lo mismo que es imposible separar el agua del vino.

       Por último, porque es conveniente para significar el último efecto del sacramento, que es la entrada a la vida eterna. De ahí que San Ambrosio (o quien sea el autor del libro) diga: “Rebosa el agua en el cáliz y salta a la vida eterna”[25].

       Hubo quienes erraron en esto. Los armenios llevados de su error monofisista creyeron que debía consagrarse el vino sin mezcla de agua, para que no se pensase que con la mezcla del vino y del agua significaban la distinción de las dos naturalezas en Cristo[26]. Los luteranos ofrecen vino puro, reprochándole a la Iglesia Católica que lo mezcle con agua. Los calvinistas también, pretendiendo que la mezcla solo tiene fundamento humano, opuesto a la pureza evangélica.

       Contra eso el Concilio de Trento enseña: “Si alguno dijere que no debe mezclarse el agua con el vino en el cáliz que se ofrece, por ser esto contra la institución de Cristo; sea anatema”[27].

       Con todo, la mezcla del agua no afecta a la validez del sacramento (es sólo una añadidura que tiene una significación mística accidental), pero sí a su licitud.

       Por eso se pone más vino que agua. Enseña el Concilio de Florencia: “ …el sacramento de la Eucaristía, cuya materia es el pan de trigo y el vino de vid, al cual antes de la consagración se debe añadir una pequeñísima porción de agua”[28].

       ¿Qué ocurre con las gotas de agua? Según Santo Tomás la opinión más probable es que el agua se convierte en vino[29]. Así también se expresa el Catecismo de Trento: “Según la sentencia y el parecer de todos los eclesiásticos aquella agua se convierte en vino”[30].  Por eso debe añadirse poca agua.

       Por si algo faltase a la Eucaristía, unas pocas gotas de agua, que suelen pasar desapercibidas por muchos, tiene también su significado profundo. ¡Es que nada hay en la Misa que sea superfluo! ¡Es una de las grandes obras maestras de Dios, en la que ni Él mismo se puede superar!.

Queridos hermanos y hermanas:

        ¡Todo es admirable en la Santa Misa! ¡Todo está cargado de sentido! ¡Todo ayuda para que nos vayamos adentrando cada vez más en el misterio! ¡Hasta unas pocas gotas de agua!

        Y, ¿por qué es esto así? Porque detrás de la Misa hay una inteligencia poderosa y hay un corazón muy grande. La inteligencia y la voluntad de quien la hizo: Jesucristo. Inteligencia y amor desbordantemente geniales ya que inventó algo que viene realizándose en el mundo desde hace 2000 años y que se realizará hasta el fin de él: “Hasta que Él vuelva” (1 Co 11, 26). Y ello con algo tan sencillo como pan y vino, frutos de la tierra y del trabajo del hombre.

       Debemos aprender, los sacerdotes y los fieles cristianos laicos, en la Misa, a valorar todos los hechos sencillos, los llamados medios pobres -como el pan y como el vino-, y a descubrir que nuestra vida, incluido nuestro trabajo pastoral, es una larga serie de pequeños actos, delicados y sacrificados, por medio de los cuales nuestros prójimos deben ser capaces de descubrir nuestro amor a ellos, así como el pan y el vino transubstanciados nos gritan, con voz imposible de enmudecer, ¡Cuánto nos ama el Señor!

        Los medios pobres en sus manos ¡son poderosísimos!

        Que la Mujer del “Sí” nos lo ayude a comprender.

[1] Dz. 877, 884; CIC 924, 926; cf. Ludwig Ott, Manual de Teología Dogmática, Herder, Barcelona, 1966, p.578.
[2] Cf. Mt 26, 26-29; Mc 14, 22-25; Lc 22, 15-20; 1 Co 11, 23-26.
[3] Catecismo de la Iglesia Católica, 1333.
[4] «Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también la bondad de la creación. Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por el pan y el vino, fruto “del trabajo del hombre”, pero antes, “fruto de la tierra” y “de la vid”, dones del Creador» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1333).
[5] Aristóteles, IV Meteor., cap. 2, n. 4.
[6] Cf. Emilio Saurás, Madrid, Introducción a la cuestión 74, Suma Teológica, BAC, t. XIII.
[7] Cf. San Epifanio, Haer. 48, 14.
[8] Cf. Epist. 63 ad Caecilium.
[9] Gratianus, Decretum In sacramentorum, cn.7 Cum omne; cfr. Conc. Bracar. IV an. 675 cn. 2.
[10] Cf. S.Th. III, 74, 8.
[11] Cf. Beza, Ep. 25 ad Tillium.
[12] Santo Tomás, siete siglos antes ya respondía esa dificultad: «Aunque no se den en todas las regiones el pan y el vino, pueden, sin embargo, fácilmente transportarse en cantidad necesaria para su uso» (S. Th. III, 74, 1, ad 2) y «el vino verdadero puede transportarse a esas regiones en cantidad suficiente para el sacramento» (S.Th. III, 74, 5, ad 1).
[13] Cf. Santo Tomás, S. Th., III, 74, 1.3.4.6.
[14] Haer. 4, 17.
[15] Cf. Gregorio Alastruey, Tratado de la Santísima Eucaristía, BAC, Madrid, 1951, pp. 24-25.
[16] Misal romano, Ordinario de la Misa, 22.
[17] San Justino, Apol. I 65 67; San Ireneo, Ad haer., V 1.2; inscripción de Abercio (Quastem, Mon 24).
[18] CIC, 924.
[19] Idem, nota 16.
[20] Knabenbauer, Comm. In Matth., p. 442.
[21] EpAd omnes orth.
[22] En el Apocalipsis el agua designa al pueblo: cf. 17, 15.
[23] Cf. nota 9.
[24] Cf. nota 8.
[25] De Sacramentis, l. 5, c. 1.
[26] Nicéforo Calixto, Hist. Eccl., l. XVIII.
[27] Dz. 956.
[28] Dz. 698.
[29] “…aqua in vinum convertitur…”(III, 74, 8, ad 2).
[30] Parte II, n.18.