- Jesucristo.
Estimamos que puede ser muy importante reflexionar sobre lo que es el corazón de la Misa, que es el corazón de Jesús, la Plegaria Eucarística, para conocer, amar y servir mejor a nuestro Señor Jesucristo.
Plegaria Eucarística (Según la Ordenación General del Misal Romano).
En este momento comienza el centro y la cumbre de toda la celebración, esto es, la Plegaria Eucarística [o anáfora= (Del lat. anaphŏra, y este del gr. ἀναφορά, repetición). En las liturgias griegas y orientales, parte de la misa que corresponde al prefacio y al canon en la liturgia romana, y cuya parte esencial es la consagración. Jungmann la llama «oración suprema»[1].], que ciertamente es una oración de acción de gracias y de santificación. El sacerdote invita al pueblo a elevar los corazones hacia el Señor, en oración y en acción de gracias, y lo asocia a sí mismo en la oración que él dirige en nombre de toda la comunidad a Dios Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo. El sentido de esta oración es que toda la asamblea de los fieles se una con Cristo en la confesión de las maravillas de Dios y en la ofrenda del sacrificio. La Plegaria Eucarística exige que todos la escuchen con reverencia y con silencio.
Los principales elementos de que consta la Plegaria Eucarística pueden distinguirse de esta manera[2]:
- Acción de gracias (que se expresa especialmente en el Prefacio), en la cual el sacerdote, en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da gracias por toda la obra de salvación o por algún aspecto particular de ella, de acuerdo con la índole del día, de la fiesta o del tiempo litúrgico [da gracias al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, por todas sus obras, por la creación, la redención y la santificación].
- Aclamación: con la cual toda la asamblea, uniéndose a los coros celestiales, canta el Santo [cantan al Dios tres veces santo]. Esta aclamación, que es parte de la misma Plegaria Eucarística, es proclamada por todo el pueblo juntamente con el sacerdote.
- Epíclesis [el sacerdote con las manos extendidas con las palmas hacia abajo]: con la cual la Iglesia, por medio de invocaciones especiales, implora la fuerza del Espíritu Santo [(o el poder de su bendición (cf. Misal Romano, Plegaria Eucarística I o Canon romano, 90)] para que los dones ofrecidos por los hombres sean consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo. Y para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la Comunión sirva para la salvación de quienes van a participar en ella [(algunas tradiciones litúrgicas colocan la epíclesis después de la anámnesis)].
Bendice y santifica, oh Padre, esta ofrenda,
haciéndola perfecta, espiritual y digna de ti,
de manera que sea para nosotros
Cuerpo y Sangre de tu Hijo amado,
Jesucristo, nuestro Señor.
Tal vez, sea epíclesis después de la consagración:
que cuantos recibimos
el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo,
al participar aquí de este altar,
seamos colmados
de gracia y bendición.
- Narración de la institución y consagración: por [la fuerza de] las palabras y por las acciones de Cristo [y el poder del Espíritu Santo] se lleva a cabo el sacrificio que el mismo Cristo instituyó en la última Cena, cuando ofreció su Cuerpo y su Sangre bajo las especies de pan y vino, y los dio a los Apóstoles para que comieran y bebieran, dejándoles el mandato de perpetuar el mismo misterio [hacen sacramentalmente presentes bajo las especies de pan y de vino su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido en la cruz de una vez para siempre].
[Por la transustanciación del pan y del vino, la oblación u ofrecimiento de la Víctima, luego por la comunión de la misma Víctima, somos hechos:
Concorpóreos,
Consanguíneos,
Consacrificados,
Conofrecidos y
Conaceptados con Jesucristo.
Ensenaba San Juan Crisóstomo, Doctor de la Iglesia: «No se contentó con haberse hecho hombre, con haber sido abofeteado y crucificado, sino que además se une y mezcla con nosotros, y no sólo por la fe, sino en realidad nos hace su propio cuerpo» siguiendo su doctrina, ¿No podemos decir, además, que nos hace su propia sangre, su propio sacrificio, su propia ofrenda y su propia aceptación? Análogamente, podemos parafrasear: «sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada naturaleza su propiedad». (CB)].
- Anámnesis [o memorial]: por la cual la Iglesia, al cumplir el mandato que recibió de Cristo por medio de los Apóstoles, realiza el memorial del mismo Cristo, renovando principalmente su bienaventurada pasión, su gloriosa resurrección y su ascensión al cielo.
Por eso, Padre,
nosotros, tus siervos, y todo tu pueblo santo,
al celebrar este memorial de la muerte gloriosa
de Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor;
de su santa resurrección del lugar de los muertos
y de su admirable ascensión a los cielos,
- Oblación: por la cual, en este mismo memorial, la Iglesia, principalmente la que se encuentra congregada aquí y ahora, ofrece al Padre en el Espíritu Santo la víctima inmaculada. La Iglesia, por su parte, pretende que los fieles, no sólo ofrezcan la víctima inmaculada, sino que también aprendan a ofrecerse a sí mismos[3], y día a día se perfeccionen, por la mediación de Cristo, en la unidad con Dios y entre ellos, para que finalmente, Dios sea todo en todos[4] [presenta al Padre la ofrenda de su Hijo que nos reconcilia con Él].
te ofrecemos, Dios de gloria y majestad,
de los mismos bienes que nos has dado,
el sacrificio puro, inmaculado y santo:
pan de vida eterna
y cáliz de eterna salvación.
- Aceptación: se pide al Padre que acepte el sacrificio porque la aceptación lo consuma o lo lleva a la perfección. El hecho de la transustanciación efectuada por Dios, implica ya una verdadera aceptación por parte de Dios. Que, ante la imposibilidad material de decir todo junto, se expresa luego con palabras.
Mira con ojos de bondad esta ofrenda
y acéptala,
como aceptaste los dones del justo Abel,
el sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe,
y la oblación pura
de tu sumo sacerdote Melquisedec.
Ya antes, en el Te ígitur se dijo: …te pedimos… que aceptes… (99), en el Hanc ígutur (más en sus 7 variantes): Acepta, Señor, en tu bondad esta ofrenda… (102) y en el Quam oblationen: Bendice… esta ofrenda… haciéndola digna de ti (=acceptabilémque facere dignéris)… (103).
Al pronunciar la oración «Suplices te rogamus…»[5], se inclina el sacerdote haciendo una reverencia profunda, según una antigua costumbre, en señal de humilde actitud de oblación[6], diciendo:
«Te pedimos humildemente,
Dios todopoderoso,
que esta ofrenda sea llevada a tu presencia,
hasta el altar del cielo,
por manos de tu ángel,
para que cuantos recibimos
el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo,
al participar aquí de este altar,
seamos colmados de gracia y bendición»[7].
Que «esta ofrenda sea llevada a tu presencia…», o sea, aceptada. Enseña Santo Tomás: «No pide el sacerdote que las especies sacramentales sean transportadas al cielo ni que el cuerpo verdadero de Cristo deje de estar en el altar, sino que pide esto para el Cuerpo místico, significado en este sacramento; desea que el ángel asistente a los divinos misterios presente a Dios las oraciones del pueblo y del sacerdote, a tenor de lo que se lee en el Apocalipsis: El humo del incienso subió de la mano del ángel con las oraciones de los santos (8,4). El “altar sublime” es la Iglesia triunfante, en la que rogamos ser inscriptos, o el mismo Dios, de quien pedimos participar»[8].
O sea, pide que las oraciones del pueblo y del sacerdote, los sacrificios espirituales, sean presentados a Dios por el ángel asistente a los divinos misterios. Y por mano del Ángel subió delante de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los santos (Ap 8,4) y por él las «envía»[9].
En otras plegarias: Dirige tu mirada… (Plegaria III, 127; IV, 137; V/a, p. 1060; V/b, p. 1066; V/c, p. 1072; V/d, p. 1078), etc.
- Intercesiones: por las cuales se expresa que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia, tanto con la del cielo, como con la de la tierra; y que la oblación se ofrece por ella misma y por todos sus miembros, vivos y difuntos, llamados a participar de la redención y de la salvación adquiridas por el Cuerpo y la Sangre de Cristo [y en comunión con los pastores de la Iglesia, el Papa, el obispo de la diócesis, su presbiterio y sus diáconos y todos los obispos del mundo entero con sus Iglesias]. El rezar por el perdón de los pecados de los difuntos es una prueba más de que la Santa Misa es sacrificio de propiciación o expiación.
- Doxología final: por la cual se expresa la glorificación de Dios, que es afirmada y concluida con la aclamación Amén del pueblo.
«El sacerdote, antes del prefacio, prepara el alma de los hermanos, diciendo: «Levantemos el corazón» para que respondiendo el pueblo: «Lo tenemos levantado hacia el Señor», sepa que no debe pensar otra cosa más que en Dios», enseña San Cipriano[10], ¿Vivo la Misa con esa intención o, por el contrario, me entretengo en distracciones a sabiendas? En el Santo ¿Me uno a los coros celestiales? En las epíclesis ¿Renuevo mi docilidad al Espíritu de Jesús? En la consagración ¿Adoro a Jesús presente verdadera, real y sustancialmente con su Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad? ¿Recuerdo que es el mandato de Jesús en la última Cena que perpetua el sacrificio de la Cruz? ¿Ofrezco la Víctima divina, mis sacrificios espirituales –inmolándome como víctima- y ofrezco todas las Misas que se celebran ese día en el mundo con todos los sacrificios espirituales de los hermanos? ¿Suplico la aceptación de Dios? ¿Intercedo por vivos y muertos? ¿Apruebo todo lo que se hizo en el altar con mi Amén?
- La Iglesia.
- En general: También se ofrece su Cuerpo místico.
La Iglesia, Cuerpo místico de Cristo unido a su cabeza es también la cosa ofrecida en el sacrificio de la Santa Misa. Se pregunta el P. Gregorio Alastruey[11] si la cosa ofrecida o víctima del sacrificio de la misa es no sólo Cristo, sino también su Cuerpo místico o la Iglesia.
El sentido de esta cuestión no es que la Iglesia o Cuerpo místico de Cristo sea hostia en la misa, del mismo modo que lo es Cristo su cabeza. Cristo en el sacrificio de la misa es hostia o víctima en sentido físico o técnico; pues realmente presente como se halla bajo las especies sacramentales es la misma hostia de la cruz inmolada incruentamente en el sacrificio eucarístico.
Pero el cuerpo místico, aunque simbolizado en las especies sacramentales de pan y vino, no está, sin embargo, realmente presente bajo ellas; y, por tanto, no puede ser hostia o víctima física o técnicamente, sino sólo moralmente, o como dice Billot[12], por el afecto y la significación, en cuanto se reviste de aquellos afectos de religión y devoción, que por la oblación de la víctima estrictamente dicha se expresan y fomentan.
TESIS. La Iglesia o Cuerpo místico de Cristo unido a su cabeza es también la cosa ofrecida en el sacrificio de la misa.
1. ° MAGISTERIO DE LOS ROMANOS PONTÍFICES. — El Santo Padre Pío XI dice: «Conviene que tengamos siempre presente que toda virtud de expiación depende del único sacrificio de Cristo, que sin cesar se renueva de modo incruento en nuestros altares… Por lo cual, la inmolación de los ministros y de los otros fieles debe unirse con este augustísimo sacrificio eucarístico, para que ellos mismos se manifiesten también hostias vivas, santas, gratas a Dios» (Ro 12,1)[13].
Y Su Santidad Pío XII (g. r.): «Así como el divino Redentor, al morir en la cruz, se ofreció a sí mismo al Eterno Padre como cabeza de todo el género humano, así también en esta oblación pura (Mal 1,11) no solamente se ofrece al Padre celestial como Cabeza de la Iglesia, sino que ofrece en sí mismo a sus miembros místicos, ya que a todos ellos, aun a los más débiles y enfermos, los incluye amorosísimamente en su corazón»[14].
»Para que la oblación, con la que en este sacrificio ofrecen la víctima divina al Padre celestial tenga su pleno efecto, es necesario todavía otra cosa, a saber: que los fieles se inmolen a sí mismos como víctimas.
»Todos los elementos de la liturgia tienden, pues, a reproducir en nuestras almas la imagen del divino Redentor a través del misterio de la cruz, según el dicho del Apóstol de los Gentiles: Estoy crucificado con Cristo y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. (Gal. 2, 19-20). Con lo cual nos convertimos en víctimas juntamente con Cristo, para mayor gloria del Padre.
»A esto, pues, deben dirigir y elevar su ánimo los fieles al ofrecer la víctima divina en el sacrificio eucarístico. Si, en efecto, como escribe San Agustín, en la mesa del Señor está puesto nuestro misterio; esto es, el mismo Cristo Nuestro Señor (Serm. 272), en cuanto es cabeza y símbolo de aquella unión, en virtud de la cual nosotros somos cuerpo de Cristo (1 Cor 12,27) y miembros de su cuerpo (Ef 5,30); y si San Roberto Belarmino enseña, en conformidad con el Doctor de Hipona, que en el sacrificio del altar está significado el sacrificio general con que todo el Cuerpo místico de Cristo, esto es, toda la ciudad redimida se ofrece a Dios por Cristo, Sumo Sacerdote (De Missa, II, c. 8), nada puede hallarse más recto ni más justo que el que todos nosotros nos inmolemos al Padre eterno con Jesucristo nuestra Cabeza que por nosotros sufrió. En el sacramento del altar, según el mismo San Agustín, se hace patente que la Iglesia en el sacrificio que ofrece es también ella misma ofrecida» (Ciudad de Dios, 1. X, c. 6)[15].
2. ° SANTOS PADRES Y DOCTORES. — San Cipriano enseña que por las mismas especies eucarísticas, esto es, por la infusión del agua en el vino y por la confección del pan de muchos granos se expresa y simboliza la unión de Cristo con los fieles; y así en el sacrificio eucarístico se ofrece con su Cabeza el Cuerpo místico de Cristo, «Cuando en el cáliz se mezcla el agua al vino, se une el pueblo a Cristo y la muchedumbre de los creyentes se agrupa con aquel en quien cree. Con el cual sacramento se muestra unido nuestro pueblo, pues así como muchos granos molidos y amasados componen un pan, así sepamos que somos un cuerpo en Cristo, que es el pan celestial, al cual estamos unidos y conglutinados»[16].
Eusebio de Cesarea: «Sacrificamos de modo nuevo, según el Nuevo Testamento, una hostia limpia…, celebrando, por una parte, la memoria de aquel gran sacrificio según los misterios entregados por Él…, y por otra, consagrándonos por entero a Él y al Pontífice de Él, que es el Verbo como yaciendo ante Él, inmolados en cuerpo y alma»[17].
San Agustín: «Toda la ciudad redimida, esto es, la congregación de los santos, ofrece a Dios un sacrificio universal por el Sacerdote magno, el cual también se ofreció a sí mismo en la Pasión por nosotros… Este es el sacrificio de los cristianos: muchos un Cuerpo en Cristo. Esto es lo que realiza la Iglesia en el sacramento del altar conocido de los fieles, donde se hace patente que en el sacrificio que ofrece es también ella misma ofrecida»[18].
San Cirilo de Alejandría: «En nuestro sacrificio, como en imagen, inmolamos de alguna manera nuestras almas y las ofrecemos a Dios mientras morimos al mundo y a la sabiduría de la carne y mortificamos los vicios y somos de alguna manera crucificados con Cristo, para que, inaugurando un género de vida puro y santo, vivamos según su voluntad»[19].
San Gregorio Magno recomienda a los fieles que imiten el misterio de la Pasión del Señor que conmemoramos en la misa, inmolándose a sí mismos en la contrición del corazón: «Es necesario que al hacer estas cosas nos inmolemos a nosotros mismos a Dios en la contrición del corazón, porque los que celebramos los misterios de la Pasión del Señor debemos imitar lo que hacemos»[20].
San Alberto Magno: «Celebrados convenientemente todos los ritos de la misa, clama el diácono: Ite missa est. Como si dijera: La hostia y nosotros en la hostia –missa est- está enviada al Padre: Id con los aumentos de virtudes como incorporados a la hostia y enviados –missi- a Dios. Y el coro responde: Deo gratias, porque ésa es la gracia cumbre de la que el mismo Hijo dio gracias al Padre en tan alto sacramento (Mt 26)[21]: Tomó el pan; lo bendijo, lo partió, dándoselo a los discípulos…»
San Roberto Belarmino: «La misa aprovecha primeramente para manifestar la comunión de los santos, porque el sacrificio del verdadero Cuerpo de Cristo se ofrece y debe ofrecerse en nombre de todo el Cuerpo místico; por tanto, se ha de hacer en él mención de los pontífices reinantes, de los reyes y de otros muchos; deben también ser nombrados los difuntos, ya estén en el purgatorio, ya en el cielo, pues todos pertenecen a aquel Cuerpo. Además, como escribe San Agustín en el libro X de Civ. Dei y en el libro XXII, capítulo 10: «En el sacrificio del altar se significa el sacrificio general, por el que todo el Cuerpo místico, esto es, toda la ciudad redimida, es ofrecida a Dios por Cristo Sumo Sacerdote, ya que a la estructura de este Cuerpo pertenecen también los santos que están en el cielo, por lo que también han de ser nombrados en su orden en el sacrificio del altar»[22].
Y Pedro de Ledesma: «Dos son las cosas que se ofrecen en este sacramento: el Cuerpo verdadero de Cristo y su Cuerpo místico… Por eso la Iglesia, al ofrecer en la misa por medio del sacerdote, como público ministro, el verdadero Cuerpo de Cristo, no sólo ofrece a Dios el verdadero Cuerpo de Cristo y su Pasión, sino que también se ofrece por Cristo a sí misma, que es el Cuerpo místico de Cristo su Cabeza»[23].
3° SAGRADA LITURGIA, en la cual se expresa esta oblación pasiva de la Iglesia. Así, en el ofertorio de la misa dice el celebrante: «Con espíritu de humildad y corazón contrito seamos recibidos por ti, Señor, y de tal manera sea hoy ofrecido nuestro sacrificio en tu presencia que te sea agradable, Señor Dios». En la secreta de la feria segunda de Pentecostés: «Te rogamos, Señor, santifiques propicio estos dones, y al aceptar la ofrenda de esta hostia espiritual haz de nosotros oblación eterna en honor tuyo». Y en el Pontifical Romano, en la ordenación del presbítero: «Considerad lo que hacéis; imitad lo que tratáis, y al celebrar el misterio de la muerte del Señor procurad mortificar vuestros miembros de los vicios y concupiscencias».
4. ° RAZÓN TEOLÓGICA. —Todo el que ofrece la víctima en el sacrificio la ofrece como vicaria suya, a fin de expresar la interior sumisión y absoluta devoción con que quiere el mismo ser consumido espiritualmente en honor de Dios. Si, pues, como luego se dirá, la Iglesia entra en la misa como oferente, igualmente entrará como víctima ofrecida, ciertamente, en unión con Cristo, su Cabeza[24].
¿Vivo la realidad que la Eucaristía hace la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía? ¿Al ofrecer la Víctima divina y mis sacrificios espirituales con Ella, ofrezco también todas las Misas que se celebren en ese día y todos los sacrificios espirituales que in voto ofrecen todos los bautizados y los hombres de buena voluntad? ¿Se abrir mi corazón hasta los límites del mundo?
B. En particular: Según el Ordinario de la Misa.
- En los saludos del sacerdote.
De hecho, cada vez que el sacerdote saluda: «El Señor esté con vosotros» y el pueblo responde: «Y con tu espíritu», «queda de manifiesto el misterio de la Iglesia congregada»[25]. Cinco veces se hace en la Misa: Al inicio (Misal Romano, 3); al comienzo del Evangelio (14); al comienzo de la Plegaria Eucarística en el prefacio (29-98; y hay 53 prefacios más, en total 122 prefacios); antes del saludo de la paz (141); y antes de la bendición final (155).
- En el Credo.
En el Credo niceno-constantinopolitano: « Creo en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica» (17), y en el Credo llamado «de los apóstoles»: «Creo…en la santa Iglesia…».
- En el Orate frates
En el segundo Orate fratres: «En el momento de ofrecer el sacrificio de toda la Iglesia…» (26), respondiendo el pueblo: «El Señor reciba de tus manos este sacrificio (es decir, que lo acepte), para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia».
- En las Plegarias.
En la Plegaria I «…este sacrificio santo y puro que te ofrecemos, ante todo, por tu Iglesia santa y católica, para que le concedas la paz, la protejas, la congregues en la unidad y la gobiernes en el mundo entero…» (99); todos los aquí reunidos…te ofrecen este sacrificio de alabanza…» (100); «Reunidos en comunión con toda la Iglesia…» (101); «…la ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa…» (102); «…la Alianza nueva y eterna… por todos los hombres…» (o «muchos» con intensidad universal, es el caso del polloi griego) (105.118.125.135 y en las otras 9 plegarias); «…nosotros tus siervos, y todo tu pueblo santo…» (107); uniendo en distintos momentos los tres estados de la Iglesia: celestial, paciente y peregrinante.
En la Plegaria II: Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra…» (120).
En la Plegaria III: «…congregas a tu pueblo sin cesar…» (122); «Dirige tu mirada sobre la ofrenda de la Iglesia y reconoce la Víctima… formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu… Te pedimos… que esta Víctima de reconciliación traiga la paz y la salvación al mundo entero. Confirma en la fe y en la caridad a tu Iglesia, peregrina en la tierra… y a todo el pueblo redimido por ti. Atiende los deseos y súplicas de esta familia que has congregado en tu presencia. Reúne en torno a ti… a todos tus hijos dispersos por el mundo» (127).
En la Plegaria IV: «…te ofrecemos su Cuerpo y su Sangre, sacrificio agradable a ti y salvación para todo el mundo. Dirige tu mirada sobre esta Víctima que tú mismo has preparado a tu Iglesia…» (137).
En la segunda oración después del Padre nuestro: «…no tengas en cuenta nuestro pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad» (140).
No recorremos las otras 9 plegarias, ni vemos todos los otros textos de la obra maestra, master piece, del Misal Romano.
¿Aprovechas el hecho de que por cinco veces en cada Misa se afirma que la Iglesia ha sido congregada? Y, ¿La afirmación de las cuatro notas esenciales de la Iglesia: Una, santa, católica y apostólica? ¿Qué cada Misa se ofrece por el bien de toda la Iglesia? ¿Pides conscientemente para Ella la paz, la protección, la unidad, el buen gobierno? ¿Conoces por la ‘Comunión de los santos’ las obligaciones que tenemos con los hermanos de la Iglesia peregrinante, paciente y celestial?
- La Virgen María.
María y la Misa[26].
- Pedro Crisólogo afirmó que Cristo «es el pan, que sembrado en la Virgen, leudado en la carne, en la pasión amasado, cocido en el horno del sepulcro, conservado en la Iglesia y ofrecido en los altares, suministra cada día a los fieles un alimento celeste»[27].
Santo Tomás de Aquino estableció una comparación, citando a San Ambrosio, entre el nacimiento virginal, que es de orden sobrenatural, y la conversión eucarística, que es también sobrenatural[28].
En la liturgia etiópica, también se ve esta relación, en efecto se recita: «Tú eres el cesto de este pan de ardiente llama y el vaso de este vino. Oh, María, que produces en el seno el fruto de la oblación». Y también: «Oh, Virgen, que has hecho fructificar lo que vamos a comer y que has hecho brotar lo que vamos a beber. Oh, pan que viene de ti: pan que da la vida y la salvación a quien lo come con fe».
- Enseña el Catecismo: «La Iglesia ofrece el Sacrificio Eucarístico en comunión con la Santísima Virgen María y haciendo memoria de ella, así como de todos los santos y santas. En la Eucaristía, la Iglesia, con María, está como al pie de la cruz, unida a la ofrenda y a la intercesión de Cristo»[29].
- Por ser acción de Cristo y de la Iglesia es también de María Santísima, pues ella «Tiene una gran intimidad, tanto con Cristo como con la Iglesia, es inseparable de uno y de otra. Está unida, pues, a ellos, en lo que constituye la esencia misma de la liturgia: la celebración sacramental de la salvación para gloria de Dios y santificación del hombre. María está presente en el memorial –la acción litúrgica– porque estuvo presente en el acontecimiento salvífico»[30].
- «En la penetración de este misterio viene en nuestra ayuda la Virgen Santísima, asociada al Redentor, porque “cuando celebramos la Santa Misa, en medio de nosotros está la Madre del Hijo de Dios y nos introduce en el misterio de su ofrenda de redención. De este modo, se convierte en mediadora de las gracias que brotan de esta ofrenda para la Iglesia y para todos los fieles”[31]. De hecho, “María fue asociada de modo único al sacrificio sacerdotal de Cristo, compartiendo su voluntad de salvar el mundo mediante la cruz. Ella fue la primera persona y la que con más perfección participó espiritualmente en su oblación de Sacerdos et Hostia. Como tal, a los que participan en el plano ministerial del sacerdocio de su Hijo puede obtenerles y darles la gracia del impulso para responder cada vez mejor a las exigencias de la oblación espiritual que el sacerdocio implica: sobre todo, la gracia de la fe, de la esperanza y de la perseverancia en las pruebas, reconocidas como estímulos para una participación más generosa en la ofrenda redentora”[32]»[33].
- «Cuando celebramos la santa misa […] junto a nosotros está la Madre del Redentor, que nos introduce en el misterio de la ofrenda redentora de su divino Hijo»[34]. «La relación del sacerdote con María no se reduce sólo a la necesidad de protección y ayuda; se trata ante todo de tomar conciencia de un dato objetivo: “La cercanía de la Señora”, como “presencia operante junto a la cual la Iglesia quiere vivir el misterio de Cristo”[35]»[36].
- La parte de la Hostia que se echa en el cáliz «“simboliza el Cuerpo de Cristo resucitado”[37], y con Él a la bienaventurada Virgen María, y si hay ya algún santo con el cuerpo en la gloria»[38]. Afirma Santo Tomás con rigurosa lógica litúrgica, que sabe del lenguaje de los signos; así como la separación de la Sangre del Cuerpo significa muerte, su unión significa resurrección.
- En el capítulo «En la escuela de María, Mujer “eucarística”», nos enseña Juan Pablo II: «Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta»[39].
- «Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros –a ejemplo de Juan– a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en la celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente»[40].
- Así como estuvo de pie al pie de la cruz, así está de pie al pie de cada altar donde se celebra la perpetuación del sacrificio de la cruz.
[1] El sacrificio de la Misa, 651.
[2] En rojo entre corchetes [ ] ponemos textos del Catecismo de la Iglesia Católica que complementan la Ordenación General del Misal Romano (OGMR). En el primero faltan la oblación (aunque la incorporan a la anámnesis), la aceptación y la doxología final; en la OGMR falta el pedido de aceptación al Padre. También hay algún agregado nuestro (CB).
[3] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, 48; Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium, día 25 de mayo de 1967,12: A.A.S. 59 (1967), págs.548-549.
[4] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, 48; Decreto sobre el ministerio y la vida de los Presbíteros Presbyterorum ordinis, 5; Sagrada Congregación de Ritos Instrucción Eucharisticum mysterium, día 25 de mayo de 1967, 12: A.A.S. 59 (1967), págs.548-549.
[5] Es uno de los elementos más antiguos de la liturgia romana y no sólo de ella; cfr. JUNGMANN, El sacrificio de la Misa, 785.
[6] Cfr. JUNGMANN, El sacrificio de la Misa, BAC Madrid 1963, 795.
[7] Misal Romano, Plegaria Eucarística I o Canon Romano, n. 109.
[8] SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. Th., III, q. 83, a. 4, ad 9.
[9] Carlos Buela, Nuestra Misa, IVE Press, New York 2010, p. 215-216.
[10] De Orat. Domin., c.31; Cfr. S. Th., III, q. 83, a. 4, ad 5.
[11] Tratado de la Santísima Eucaristía, BAC Madrid 1951, p. 311-316.
[12] De Eccl. sacram. De sacrificio Missae, 3.
[13] Enc. Miserentissimus Redemptor, 8 mayo 1928.
[14] Enc. Mystici Corporis Christi, 29 junio 1943.
[15] Enc. Mediator Dei, 20 nov. 1947.
[16] Ep. 63.
[17] Demonstr. Evangel., I, 10.
[18] De Civ. Dei, X, 6.
[19] De adoratione in spiritu et veritate, 11.
[20] Dial., 4, 59.
[21] De sacra Euchar., dist. 5, c.2.
[22] De Missa, IV. 8.
[23] L.c.
[24] BILLOT, De Eccl. Sacram. De sacrificio Missae, 3.
[25] Ordenación general del Misal Romano, Coeditores Litúrgicos 2005, nº. 50, p. 33.
*Nota: Los números en paréntesis corresponden al ordinario de la Misa.
[26] Nuestra Misa, IVE Press, New York 2010, p. 218-220.
[27] SAN PEDRO CRISÓLOGO, Serm. 67,7: CCL 24A, 404-405 (PL 52,392).
[28] Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. Th., III, q. 75, a. 4; In IV Sententiarum, d. 8, q. 2, a. 1, ad 3.
[29] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1370.
[30] JUAN PABLO II, «Alocución dominical del 19 de febrero de 1984», 2-3, L’Osservatore Romano 8 (1984) 93.
[31] JUAN PABLO II, «Introducción a la Santa Misa con ocasión de la memoria litúrgica de la Virgen de Czestochova», L’Osservatore Romano (26 de agosto de 2001).
[32] JUAN PABLO II, Catequesis en la Audiencia General «La devoción a María Santísima en la vida del presbítero» (30 de junio de 1993) 4.
[33] CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, «El presbítero, Pastor y Guía de la comunidad parroquial» (4 de agosto de 2002) 13.
[34] JUAN PABLO II, Discurso del Santo Padre a la asamblea plenaria de la Congregación para el Clero (23 de noviembre de 2001) 6.
[35] Cfr. PABLO VI, Exhortación apostólica «Marialis cultus» (2 de febrero de 1974) 11.32.50.56.
[36] CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, «El presbítero, Pastor y Guía de la comunidad parroquial», 8.
[37] SERGIO, Decretis «De consecr.», II, 22.
[38] SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. Th., III, q. 83, a. 5, ad 8.
[39] JUAN PABLO II, Carta encíclica «Ecclesia de Eucharistia», 54.
[40] JUAN PABLO II, Carta encíclica «Ecclesia de Eucharistia», 58.