Misa Coroneles

Participación de los laicos en la santa Misa – Subsidio IV

  1. La Misión del laicado católico.
  1. En cuanto a la espiritualidad:
  1.  Participación en la Misa. Los laicos participan activamente en la liturgia de la Iglesia, pero no ejercen actividades religiosas jerárquicas.

Vamos a la Misa, sobre todo, para participar del ofrecimiento de la Víctima divina, Jesucristo, y para comulgar del sacrificio, teniendo las disposiciones necesarias.

Olvidamos, a veces, que el primero que se ofrece así mismo es Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, y Sacerdote principal en cada Misa. A su ofrecimiento une el suyo el sacerdote ministerial y todos los sacerdotes bautismales, por manos del sacerdote ministerial como instrumento, en cuanto nos representa a todos y juntamente con él como concausa, por razón de que los sacerdotes bautismales han sido destinados para ese oficio.

¿Ejerzo mi oficio sacerdotal ofreciendo la Víctima Suprema de la Misa presente y de las que se celebraran en todo el mundo, a mí con ellas, y con ellas los sacrificios espirituales de todos los hermanos? ¿Tengo hambre de Eucaristía? ¿Intento, siempre que pueda, participar diariamente de la Eucaristía? ¿Se perpetúa la Cruz y yo no me esfuerzo por participar como lo hicieron la Virgen María, San Juan Evangelista y las demás santas mujeres? Es el mismísimo Jesucristo quien está presente por mí, ¿Y esto no me conmueve?

  1.  Santificar todas las cosas. Con su santificación imprimen carácter cristiano a todas las actividades de su vida: familia y amistades, trabajo y descanso, estudio y deporte, limosna, descanso, ayuda al prójimo, uso de la TV, del celular, del automóvil, del Internet -es especial la navegación por la Web-, todas las variantes de adicción compulsiva -o casi- que indican una falta de señorío cristiano, violencia psicológica, soy esclavo del optimismo o pesimismo visceral e irreflexivo, etc.

En lo que haya desorden me debo ordenar, ¿Pongo para ello los remedios eficaces? ¿Caigo y vuelvo a caer en las mismas faltas? Acaso, ¿No es posible con la gracia de Dios? ¿Aprovecho, por el contrario, para santificarme con lo que pienso, quiero, tengo o hago?

  1. En cuanto al apostolado:
  1.  Apostolado común. Pueden y deben ejercer el apostolado común de la Iglesia. Por razón del bautismo todos estamos obligados al apostolado común.

Leer en apéndice El apostolado del propio ambiente.

¿Saco fruto apostólico de todas las posibles oportunidades para hacer el bien? Debo hacer siempre el bien a todos y el mal, nunca, ni a nadie. ¿Me doy cuenta que la persona que pone en mi camino, tal vez, nunca más tenga oportunidad de hablar con un cristiano practicante? La Madre Teresa de Calcuta tenía la costumbre de regalar la “Medalla Milagrosa”, a todo aquel con quien se encontraba. Muchas veces aún es menos lo que hay que dar: un poco de tiempo, una sonrisa, una palabra, un gesto…

  1.  Apostolado mandatado.  Pueden ejercer el apostolado mandatado de la Acción Católica o instituciones semejantes, como cofradías, hermandades, asociaciones aceptadas por la Iglesia, movimientos eclesiales, Terceras ordenes, etc.

¿Trato de cumplir bien con lo que me haya comprometido? ¿Busco en mi Parroquia de unirme a otros para difundir el Evangelio? ¿Me doy cuenta que eso crea un ambiente sano donde los niños, los jóvenes y los adultos pueden encontrar contención? Un grano no hace al granero, pero ayuda al compañero.

  1. En cuanto a lo secular:

El pan de los fieles cristianos laicos.

Dice el Catecismo de Trento que «pan» significa:

«1. El alimento material y todo lo que necesitamos para la conservación de la vida del cuerpo;

2. Todos los dones de Dios necesarios para la vida espiritual y para la salud y salvación del alma.

Es constante doctrina de los Padres que en esta petición del Padre nuestro imploramos las cosas necesarias para la vida terrena… [Pedimos también] todo cuanto en esta vida nos es necesario para la salud y robustez de la vida del alma y para conseguir la salvación eterna»[1].

«Danos hoy nuestro pan de cada día, ya se trate del pan sacramental, cuyo uso cotidiano es saludable a los hombres, y en el que se sobrentiende que están incluidos todos los demás sacramentos; ya se trate del pan corporal, de tal suerte que por pan se entienda toda clase de alimentos, conforme a las palabras de San Agustín, Ad Probam[2]: pues lo mismo que la eucaristía es el principal entre los sacramentos, también es el pan el alimento principal. De ahí el que en el Evangelio de San Mateo (6,11) se lo llame supersustancial, o sea, principal, como expone San Jerónimo[3]»[4], o sea, todo lo que nos es necesario para alcanzar la vida eterna, que incluye el pan de la Palabra de Dios[5], y todo lo que nos es necesario para la vida presente.

Sobre pedir lo necesario para la vida temporal agrega Santo Tomás en otro lugar: «…se hacía preciso pedir algunas cosas necesarias cuya posesión perfecta fuese posible en la vida presente. El Espíritu Santo nos ha enseñado a pedirlas, mostrándonos al mismo tiempo que Dios tiene providencia de nuestras necesidades corporales»[6].

Lo cual nos da una base bíblica y litúrgica para que los fieles cristianos laicos se inspiren para participar en la Misa teniendo cuenta de su misión: «Los laicos tienen como vocación propia el buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios»[7]. Por eso hay que llevar a la Misa todas las realidades temporales en las que cada uno de los laicos está particularmente comprometido o comprometido de manera general: «Los laicos tienen como vocación especial el hacer presente y operante a la Iglesia en los lugares y circunstancias donde ella no puede llegar a ser sal de la tierra sino a través de ellos[8]»[9].

Además, «danos» es expresión de la Alianza; nosotros somos de Él y Él es de nosotros y para nosotros. Pero este «nosotros» lo reconoce también como Padre de todos los hombres, y nosotros le pedimos por todos ellos, en solidaridad con sus necesidades y sus sufrimientos»[10]. De ahí, «que el drama del hambre en el mundo llama a los cristianos… a una responsabilidad efectiva hacia sus hermanos… la novedad del Reino… debe manifestarse por la instauración de la justicia en las relaciones personales y sociales, económicas e internacionales…»[11].

La palabra griega «de cada día»: «…en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la vida, y más ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia»[12].

Además, sustenta el pedido de ayuda para los asuntos temporales el fin impetratorio de la Santa Misa y el hecho de que la Misa asume la creación y la historia:

«La fe en Dios Redentor, que en su humanidad, históricamente, muere en la cruz por la salvación de todos los hombres, está indisolublemente unida a la fe en Dios Creador del cielo y de la tierra, o sea, del cosmos. La liturgia católica une sin oponer estas dos vertientes del culto a Dios. En la Misa se lo puede apreciar. Se pone de relieve la orientación cósmica: «Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también la bondad de la creación. Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por el pan y el vino (cfr. Sal 104[103],13-15), fruto “del trabajo del hombre”, pero antes, “fruto de la tierra” y “de la vid”, dones del Creador. La Iglesia ve en el gesto de Melquisedec, rey y sacerdote, que ofreció pan y vino (Gn 14,8), una prefiguración de su propia ofrenda[13]»[14].

«En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio entre las primicias de la tierra en señal de reconocimiento al Creador. Pero reciben también una nueva significación en el contexto del Éxodo: los panes ácimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto. El recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la Palabra de Dios (cfr. Dt 8,3). Finalmente, el pan de cada día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. El cáliz de bendición (1Cor 10,16), al final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera mesiánica del restablecimiento de Jerusalén. Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz»[15].

El tiempo –también el litúrgico– es una realidad cósmica. Junto al ritmo solar, está el lunar. De ambos elementos cósmicos usa la liturgia católica para la Santa Misa: el ritmo solar, con la primacía del Domingo, que en el mundo mediterráneo era el día del sol, como todo apunta a la resurrección de Jesús «al tercer día», se convierte en la Nueva Alianza en el día del Señor, es la hora de la celebración cristiana[16], memoria de la acción de Dios, día del comienzo de la creación y del comienzo de la recreación, y por tanto, de un nuevo comienzo, de un tiempo nuevo que supera el tiempo antiguo y que conduce al mundo definitivo de Dios[17]; al ritmo lunar lo tenemos en la Pascua que se celebra el primer Domingo después del primer plenilunio de primavera (en el hemisferio norte). De tal manera que los dos calendarios cósmicos están unidos en la historia de Jesús y en la historia de la Iglesia.

Y también se pone de relieve la orientación histórica en distintos momentos: en la Liturgia de la Palabra y en la Liturgia eucarística: «En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de Él, hasta su retorno glorioso, lo que Él hizo la víspera de su pasión: Tomó pan…, tomó el cáliz lleno de vino…»[18].

Así como la creación tiende al descanso del sábado, que a la luz de los relatos de la Torá sobre ese día, es el símbolo de la Alianza de Dios con los hombres; el sábado –cosmos– recapitula desde dentro la esencia de la Alianza –historia–. «La meta de la creación es la Alianza, historia de amor entre Dios y el hombre»[19]. «La liturgia histórica del cristianismo es y seguirá siendo cósmica –sin separación ni mezcla– y sólo así ostentará toda su grandeza. Aquí radica la novedad de la realidad cristiana»[20].

Toda la excelencia de esta grandeza –cósmica e histórica– de la liturgia católica se percibe aún con más fuerza, si cabe, cuando se canta en las Laudes de la Liturgia de las Horas de los domingos, dentro de la Misa, el Cántico de las criaturas de Daniel (3, 57-88).

El mundo anda mal «por la cobardía de los buenos y por la audacia de los malos» decía León XIII[21]. Por cobardía no se pide en la Misa luz para descubrir las enfermedades del mundo y fuerza para curarlas, con la gracia de Dios que no falta nunca si se pide. Pero si no se pide… «Quien no llora, no mama». Si la Doctrina Social de la Iglesia no se implementa o se implementa mal en el mundo, es porque faltan oraciones que la hagan vital para el mundo. Cristo es «Vida» (Jn 14,6) y viene al mundo en cada Misa para que sepamos que: «Yo he venido para que tengan vida, y la tengan abundante» (Jn 10,10).

Es hora de que los laicos asuman su misión insustituible en la Iglesia católica. Nos lo recuerda San Juan Pablo II: «Uno de los frutos de la doctrina de la Iglesia como comunión en estos últimos años ha sido la toma de conciencia de que sus diversos miembros pueden y deben aunar esfuerzos, en actitud de colaboración e intercambio de dones, con el fin de participar más eficazmente en la misión eclesial. De este modo se contribuye a presentar una imagen más articulada y completa de la Iglesia, a la vez que resulta más fácil dar respuestas a los grandes retos de nuestro tiempo con la aportación coral de los diferentes dones… Estos nuevos caminos de comunión y de colaboración merecen ser alentados por diversos motivos. En efecto, de ello se podrá derivar ante todo una irradiación activa de la espiritualidad más allá de las fronteras del Instituto, que contará con nuevas energías, asegurando así a la Iglesia la continuidad de algunas de sus formas más típicas de servicio. Otra consecuencia positiva podrá consistir también en el aunar esfuerzos entre personas consagradas y laicos en orden a la misión: movidos por el ejemplo de santidad de las personas consagradas, los laicos serán introducidos en la experiencia directa del espíritu de los consejos evangélicos y animados a vivir y testimoniar el espíritu de las Bienaventuranzas para transformar el mundo según el corazón de Dios[22].

No es raro que la participación de los laicos lleve a descubrir inesperadas y fecundas implicaciones de algunos aspectos del carisma, suscitando una interpretación más espiritual, e impulsando a encontrar válidas indicaciones para nuevos dinamismos apostólicos. Cualquiera que sea la actividad o el ministerio que ejerzan, las personas consagradas recordarán por tanto su deber de ser ante todo guías expertas de vida espiritual, y cultivarán en esta perspectiva «el talento más precioso: el espíritu»[23]. A su vez, los laicos ofrecerán a las familias religiosas la rica aportación de su secularidad y de su servicio específico»[24].

  1.  La familia. Deben santificar o cristianizar de modo inmediato y directo, la vida matrimonial y familiar.

Aquí deberían leerse nuevamente de San Juan Pablo II, Carta a las familias, del 22 de octubre de 1983, y la Exhortación apostólica Familiaris consortio, del 22 de noviembre de 1981. También pueden ayudarse con los artículos sobre Esponsalidad y Paternidad y maternidad, en el apéndice.

¿Llevo en mi corazón a mi esposo o a mi esposa, a mis hijos, uno por uno, para pedir por ellos, por su salud física y espiritual, por sus necesidades concretas, para que se corrijan de sus errores, reparen las injusticias, amen más? ¿Trabajo siempre a favor de la unidad y de la indisolubilidad, de la prole y de la fidelidad? ¿Soy consciente que he sido sacerdote junto con mi cónyuge, en mi propio matrimonio? ¿Soy generoso en la trasmisión de la vida? ¿Me preocupo por educar bien a mis hijos? ¿También los nietos necesitan del afecto, de las palabras y de los ejemplos de sus abuelos[25]? ¿Rezo y sufrago por los difuntos de la familia?

  1.  El trabajo. Deben santificar y cristianizar de modo directo e inmediato, la vida económica en sus aspectos diversos de:
  1. uso de la propiedad privada;
  2. sentido del trabajo;
  3. manejo de las empresas;
  4. ejercicio de las diversas profesiones.

Aquí debería releer de San Juan Pablo II Laborem exercens (1980), Sollicitudo rei sociales (1987) y Centesimus annus (1991). Sobre los deberes profesionales con provecho se puede leer Antonio Royo Marín, Teología moral para seglares, BAC, Madrid 1996, p. 876-947 y en cualquier buena deontología, por ejemplo, Antonio Peinador, Moral profesional, BAC, Madrid 1962.

Pueden verse en el artículo II “Los esquemas de orientación profesional” en el libro de Royo Marín, que acabamos de señalar, en p. 898-947 que pueden ser útiles para que participen en sus Misas según la profesión de cada uno, adaptando lo que sea necesario: 1. Los deberes profesionales en general; 2. El gobernante; 3. El empresario; 4. El catedrático; 5. El estudiante; 6. El médico; 7. El jurista; 8. El técnico; 9. El educador; 10. El periodista; 11. El escritor; 12. El artista; 13. El comerciante; 14. El empleado; 15. El labrador o agricultor.

  1. La cultura. Deben santificar y cristianizar, de modo directo e inmediato, las distintas manifestaciones de la cultura en:
    1. letras;
    2. educación;
    3. artes;
    4. ciencias experimentales;
    5. técnicas;
    6. ciencias del espíritu;
    7. filosofía.

¿Llevo a la Misa aquel aspecto de la cultura que me es afín? ¿Hallo luz en los problemas? ¿Seguridad en las soluciones? ¿Puedo y debo incidir más en el campo cultural trabajando apostólicamente en los puntos de inflexión: las familias, la educación –en especial la universitaria y la terciaria–, los medios de comunicación social y los hombres de pensamiento o “intelectuales”? ¿Participo, según mis posibilidades, en eventos, congresos, conferencias, asociaciones… para fomentar la filosofía perenne[26]?

  1.  La política.  Deben santificar y cristianizar, de modo directo e inmediato, las actividades cívicas y políticas:
    1. en el plano edilicio o municipal,
    2. cívico,
    3. nacional e
    4. internacional.

Es todo un mundo que hay que rehacer, como decía Pío XII «de salvaje hacerlo humano, de humano hacerlo divino». Si algo ha cambiado es que deberíamos decir primero «de satánico hacerlo salvaje…».

No se nos pide el éxito, sino el esfuerzo. Debemos luchar para no dejarles ‘el campo orégano’ a los enemigos de Dios, de Cristo y de la Iglesia. Como lo que quieren es que la gente no piense, debemos empeñarnos en enseñar a pensar.

Está revelado que: «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas» (Sl 127 (126), 1). Acaso, el olvido de esta enseñanza no ha llevado al mundo a la espantosa crisis sistémica global que padecemos. ¿No es la política y la economía sin Dios la que produce esa catástrofe?

¿Pienso y ‘sueño’ con mi ciudad, mi provincia, mi Patria? ¿Empequeñezco mis sueños en lugar de agrandar mi corazón? ¿He perdido los ideales, es decir, aquello por lo que vivo y que, llegado el caso, sería capaz de morir? ¿Por lo menos debo rezar para que Dios nos mande buenos dirigentes? Acaso, cuando Dios cierra todas las puertas, ¿No está por abrir una gran ventana?

  1. Se unen aquí espiritualidad, apostolado y secularidad.
  1. Consagración del mundo a Dios.

Basta con recordar el número 34 de la Lumen gentium[27]:

«Dado que Cristo Jesús, supremo y eterno Sacerdote, quiere continuar su testimonio y su servicio por medio de los laicos, los vivifica con su Espíritu y los impulsa sin cesar a toda obra buena y perfecta.

Pues a quienes asocia íntimamente a su vida y a su misión, también les hace partícipes de su oficio sacerdotal con el fin de que ejerzan el culto espiritual para gloria de Dios y salvación de los hombres.

Por lo cual los laicos, en cuanto consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, son admirablemente llamados y dotados, para que en ellos se produzcan siempre los más ubérrimos frutos del Espíritu.

Pues todas sus obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el cotidiano trabajo, el descanso de alma y de cuerpo, si son hechos en el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida si se sobrellevan pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo (cf. 1Pe 2,5), que en la celebración de la Eucaristía se ofrecen piadosísimamente al Padre junto con la oblación del cuerpo del Señor.

De este modo, también los laicos, como adoradores que en todo lugar actúan santamente, consagran el mundo mismo a Dios».

¿Tengo conciencia de que debo Consagrar el mundo a Dios? Sí es algo inmensamente grande, ¿Pero, no he sido dotado para poder hacerlo? ¿No es cierto que «Todo lo puedo…» (Flp 4,13) si tengo fe intrépida y caridad ardiente? ¿Bajo los brazos olvidándome que Dios puede dar la victoria con pocos o con muchos, y generalmente, la da con pocos?

Todo esto, en tanto Dios los llama a cada laico a realizar como función propia, deben llevarlo a la Misa.

  1. En cuanto laicos de la 3ª Orden.
  1. Carisma

«Por el carisma propio del Instituto, todos sus miembros deben trabajar, en suma docilidad al Espíritu Santo y dentro de la impronta de María, a fin de enseñorear para Jesucristo todo lo auténticamente humano, aun en las situaciones más difíciles y en las condiciones más adversas [30]».

«Es decir, es la gracia de saber cómo obrar, en concreto, para prolongar a Cristo en las familias, en la educación, en los medios de comunicación, en los hombres de pensamiento y en toda otra legítima manifestación de la vida del hombre. Es el don de hacer que cada hombre sea “como una nueva Encarnación del Verbo”[28], siendo esencialmente misioneros y marianos [31]».

¿Qué mejor que agradecer el carisma recibido, del que se participa, en la Santa Misa? ¿Debemos pedir perdón por las veces que dejamos de dar fruto por olvidarnos del carisma propio? ¿Pedir la gracia para conocerlo y vivirlo mejor? ¿Descubrir sus muchas virtualidades? ¿Nos disponemos a poder enfrentar «las situaciones más difíciles y en las condiciones más adversas»?

  1. Elementos adjuntos del carisma «no negociables».

Los agrupamos en tres temas para ayudar a su comprensión, aunque bien sabemos que están interrelacionados, además debemos saber que no se deben entender de la misma manera como los entienden los religiosos que se obligan bajo voto:

  1. En el ámbito de la espiritualidad:
  1. Importancia de la participación en la Misa.

Es justamente lo que tratamos de hacer, primero, con Ars celebrandi para los sacerdotes que celebran las Misas, y, segundo, con el presente Ars participandi para los que participan en las mismas.

El tema de la participación en la Misa activa, consciente y fructuosa es fundamental para nuestra más auténtica vida consagrada. Y debe ser objeto de nuestra permanente atención. La defección religiosa suele ser, generalmente, defección de la Eucaristía.

¿Cómo deben ser mis actitudes y gestos en la Misa? ¿Mis palabras y cantos? ¿El ofrecimiento de la Víctima que se inmola y mis sacrificios espirituales unidos a la misma? Toda mi persona, ¿No debería dar la impresión de que se eleva a Dios, como el incienso, como la llama de los cirios, como las notas del órgano?

  1. Espiritualidad seria, ‘no sensiblera’.

Decía San Juan Pablo II[29]: «El Concilio Vaticano II ha reservado una atención particular a la multiforme acción del Espíritu en la historia de la salvación: ha subrayado la “admirable providencia” con que El impulsa a la sociedad para progresar hacia metas cada vez más avanzadas de justicia, de amor, de libertad[30]; ha ilustrado su presencia operante en la Iglesia, que está solicitada por Él para realizar el plan divino[31] mediante una comprensión cada vez más profunda de la Revelación[32], conservaba íntegra en el fluir del tiempo[33]; y gracias a un compromiso siempre renovado de santificación[34] y de comunión en la caridad[35]; finalmente ha puesto de relieve su acción en cada uno de los fieles, a quienes Él estimula a un valiente testimonio apostólico[36], fortaleciéndoles por medio de los sacramentos y enriqueciéndoles de “gracias especiales, con las que les hace aptos y prontos para ejercer diversas obras y funciones, útiles para la renovación y la mayor expansión de la Iglesia”[37].

¡Qué perspectivas tan amplias se abren, hijos queridísimos, ante nuestros ojos! Ciertamente, no faltan riesgos, porque la acción del Espíritu se desarrolla en “vasos de barro” (cf. 2 Cor 4,7), que pueden reprimir su libre expansión. Vosotros conocéis cuáles son:

-una excesiva importancia dada, por ejemplo, a la experiencia emocional de lo divino;

-la búsqueda desmedida de lo “espectacular” y de lo “extraordinario”;

-el ceder a interpretaciones apresuradas y desviadas de la Escritura;

-un replegarse intimista que rehúye del compromiso apostólico;

-la complacencia narcisista que se aísla y se cierra…

Estos y otros son los peligros que se asoman a vuestro camino, y no sólo al vuestro. Os diré con San Pablo: “Probadlo todo, y quedaos con lo bueno” (1 Te 5, 21). Es decir, permaneced en actitud de constante y agradecida disponibilidad hacia todo don que el Espíritu desea difundir en vuestros corazones, pero no olvidando, sin embargo, que no hay carisma que no sea dado “para utilidad común” (1 Cor 12, 7). Aspirad, en todo caso, a los “carismas mejores” (ib., v. 31). Y vosotros sabéis, a este propósito, cuál es “el camino mejor” (ib.): en una página estupenda San Pablo señala este camino en la caridad, que, por sí sola, da sentido y valor a los otros dones (cf. 1 Cor 13)».

¿Supero los límites sensibles que impiden, a veces, la unión con Dios? ¿Hago agere contra para no distraerme con las cosas secundarias que me hacen olvidar de lo sustancial? ¿Trabajo para conocer las mociones de mi alma, discernirlas, rechazar las malas y ejecutar las buenas? No neguemos nada al Espíritu Santo, «Que alguno haga la prueba, durante tres meses, de no rehusar absolutamente nada a Dios, y verá qué profundo cambio experimentará su vida»[38].

  1. Fuerte vida comunitaria y ambiente de alegría.

Vivir con intensidad la vida comunitaria da fuerza, abre horizontes, empuja a grandes tareas, huye de los miedos de acometer nuevas acciones. No por nada Jesús los mando «de dos en dos» (Lc 10,1), por eso decía Chesterton: «Uno más uno son dos, pero un hombre más otro hombre son dos mil».

«Nadie nos podrá quitar la alegría y la belleza de ser discípulos de Jesus»[39]. «Pero ¿qué es lo que no alcanza una fe viva en un pecho cristiano? Mirad ya a los Mártires dirigiéndose al patíbulo rodeados de una inmensa turba. Entre tantas personas que tienen en ellos fija la vista se van descubriendo mil afectos diversos: la ira en unos, la compasión en otros, la admiración en todos; pero en ninguno la alegría: esta reside por completo en los rostros de los Mártires. Miradlos… ¡en ellos reside la alegría y la belleza!

Apuntando sus fusiles, tiémblales a los verdugos los brazos y palidecen, mas a ellos no les cae una lágrima, ni se les escapa un suspiro; ellos solo suspiran por el golpe que todos temen»[40].

Así como respetamos la preciosa Sangre de Cristo, debemos respetar siempre la sangre de los mártires. En la visión del llamado tercer secreto de Fátima, vio Lucía como se mezclaban en dos jarras de vidrio que sostenían dos ángeles la Sangre de Cristo y la de los mártires[41]. Cuando oigamos hablar a alguien contra la Sangre de Cristo o de los mártires, directa o indirectamente como los que hablan bien de la revolución francesa o del comunismo, no les escuchemos, tapémonos los oídos, porque no son plantación del Padre celestial. No se juega con su sangre.

Los mártires de Cristo aprendieron a dar su vida en la Misa, ¿Lo aprendo yo? ¿Ellos nos enseñan a no tener miedo a quienes pueden matar el cuerpo «pero no pueden matar el alma» (Mt 10,28)? ¿Ellos sabían muy bien que la fortaleza está en el sí indoblegable de María? ¿Comulgo todos los días Sangre del Mártir Supremo y, con su gracia no podré ser mártir, si a eso nos estamos preparando?

  1. Visión providencial de toda la vida.

Por la que estamos dispuestos a «Buscar el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se nos dará por añadidura» (Mt 6,33), convencidos que «Todo lo que sucede, sucede para bien de los que aman a Dios» (Ro 8,28).

«Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?… ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?  (Mt 6,26.28-30). Claro que a los pájaros no les pone la comida en la boca. Como decía San Ignacio de Loyola: ««Orad como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros»[42].

Comenta Santo Tomás de Aquino: «En segundo lugar demuestra cuanto había dicho, con dos autoridades, de las cuales la primera se encuentra escrita en Job 5, 13 (Vg). Por esto dice: Está escrito: “Él caza a los sabios en su astucia”. Ahora, Dios caza a los sabios en su astucia porque, por el mismo hecho que ellos piensan astutamente contra Dios, Dios impide su esfuerzo y lleva así a cumplimiento su propio intento; así como a través de la maldad de los hermanos que querían impedir a José su supremacía, se ha verificado, por medio del ordenamiento divino, que José, una vez vendido, en Egipto dominase. Y así, antes de las susodichas palabras, en Job 5,12 (Vg) se dice: “vuelve vanos los pensamientos de los listos y sus manos no cumplen sus designios”, porque como se dice en Prov 21,30: “no hay sabiduría, no hay prudencia, no hay consejo de frente al Señor”»[43].

Y Fray Luis de León: «Trastorna los planes del artero, | de modo que fracase en sus manejos; enreda en su astucia a los sabios, | arruina las decisiones tortuosas» (Job 5,12-13).

Porque las armas con que Dios deshizo [al diablo] fueron esas mismas que se forjó él para deshacer el bien y deshacer la preeminencia del hombre. Porque, engañando a Adán, pensó apartar a Dios del hombre; y, por allí vino a juntarse el hombre en una misma persona con Dios. Y trayendo a Cristo a la muerte, pretendió fenecer la vida de Cristo; y la muerte de Cristo dio vida al hombre y asoló el poder del demonio»[44].

¿Podemos vivir la pobreza a full porque confiamos en la infinita Providencia de nuestro buen Padre? ¿Experimentamos la delicadeza maternal de Dios que no nos deja faltar nada de lo necesario? ¿No es infinitamente hermoso el aliño[45] con que hace todo?

  1.  Devoción a la Virgen.

Fundamentos de la Consagración a Jesús por María

El fundamento teológico-dogmático de la consagración a Jesucristo por medio de la Virgen se encuentra en el hecho de que Jesús es Rey y Ella, por ser la Madre, es Reina.

El reinado de Jesús es sumo (o sea, supremo), en grado máximo. En absoluto (excluye toda relatividad, es independiente y sin restricción alguna). Es omnímodo (lo abraza y lo comprende todo); todo poder debe estarle sujeto y obedecerle. Y es permanente e irrevocable: su reino no tendrá fin (Lc 1,33). «Y este derecho (es) exclusivo y propio suyo»[46]. Esta potestad, dominio, imperio de Cristo sobre todos los hombres y mujeres y sobre todas las cosas, no sólo lo posee con derecho nativo (o dominio natural) por ser Dios-hombre, el Verbo Encarnado, sino también, por otro derecho adquirido: Jesucristo […] se entregó a sí mismo para rescatar a todos (1 Tim 2,6). Por eso todos los hombres y mujeres (no sólo los cristianos), como dice San Pedro, son pueblo adquirido (1 Pe 2,9). ¿A qué precio? ¡Al precio de su sangre!

Ahora bien, llevado de su bondad y caridad suma, permite que, por libre elección nuestra, «le ofrezcamos lo que es suyo y que se lo demos y consagremos como si se tratara de cosa nuestra […]. Consagrándonos a Jesús (por María) no solamente acatamos y reconocemos su dominio de un modo agradable y manifiesto, sino que, al mismo tiempo, atestiguamos con ello que si en realidad de verdad fuese de nosotros lo que ofrecemos, que lo daríamos con la misma excelente voluntad, y le pedimos que admita de nosotros lo que, en rigor, es completamente suyo»[47].

De ahí que enseñaba Pío XI que consagrarse a Jesucristo (por María) es ofrecer «todas nuestras cosas, reconociéndolas como recibidas de la eterna bondad de Dios»[48].

Dos maneras hay para lograr nuestra santificación, es decir, para que Cristo viva en mí[49]: una larga, difícil y peligrosa –cuando confiamos en nuestra pericia–; otra pronta, fácil y suave –cuando nos dejamos modelar por la Santísima Virgen–. San Agustín, llama a la Virgen «forma Dei»: molde viviente de Dios. No sólo formó –Ella sola– al Dios-hombre, Jesucristo, sino que en Ella sola se forma el hombre-Dios que debemos ser nosotros.

San Luis María Grignion de Montfort explica con un ejemplo las dos formas de lograr nuestra santificación: «Un escultor puede sacar una estatua o un busto perfecto de dos formas: 1°, ateniéndose a su pericia, a su fuerza, a su ciencia y a la perfección de sus herramientas y trabajando sobre una materia dura e informe; 2°, utilizando un molde. Largo, difícil y expuesto a muchos tropiezos es el primer procedimiento: un golpe mal dado de cincel o de martillo basta con frecuencia para echarlo a perder todo. Un segundo de tiempo basta con frecuencia para echarlo a perder todo. El segundo, en cambio, es rápido, sencillo, delicado y casi exento de gastos y fatiga, siempre que el molde sea perfecto y represente con exactitud la figura a reproducir y que la materia utilizada sea maleable y no oponga resistencia a su manejo.

María es el molde maravilloso de Dios, hecho por el Espíritu Santo para formar a la perfección a un Hombre-Dios por la encarnación y para hacer al hombre partícipe de la naturaleza divina mediante la gracia. María es el molde en el cual no falta ni un solo rasgo de la divinidad. Quien se arroje en él y se deje moldear, recibirá allí todos los rasgos de Jesucristo, verdadero Dios. Y esto en forma suave y proporcionada a nuestra debilidad, sin grandes trabajos ni angustias; de manera segura y sin peligro de ilusiones, pues el demonio no tuvo ni tendrá jamás entrada donde esté María; de manera santa e inmaculada, sin rastro alguno de pecado.

Alma querida, hay una gran diferencia entre un cristiano formado en Jesucristo por los medios ordinarios y que –como los escultores– se apoya en su habilidad personal, y otro enteramente dócil, despegado y disponible, que, sin apoyarse en sí mismo, confía plenamente en María para ser plasmado en Ella por el Espíritu Santo. ¡Cuántas manchas, defectos, tinieblas, ilusiones, resabios naturales y humanos hay en el primero! ¡Cuán purificado, divino y semejante a Jesucristo es el segundo!»[50].

– Sepamos profundizar en el sentido de la consagración a Jesús por María.

– Seamos apóstoles de la Consagración, «apóstoles de María».

– ¡Cuántos se han de convertir por esta práctica!

– ¡Cuántos se han de santificar…!

Esto es así porque Jesús es el Rey de Reyes y Señor de los Señores (Ap 19,16).

Consagrándonos como esclavos de la Virgen queremos «entrar en el seno de nuestra Madre y volver a nacer».

Consagrarnos a Jesús por María es seguir el camino que siguió Él para venir al mundo, que sigue usando y que usará. (Directorio de Espiritualidad del IVE, 83).

b.En el campo de lo doctrinal:

  1. Docilidad al Magisterio vivo de todos los tiempos.

Como enseñaba el Beato Pablo VI en carta del 21 de septiembre de 1966: «Las enseñanzas del Concilio Vaticano II se deben entender en la misma línea del Magisterio eclesiástico anterior, del cual las enseñanzas del concilio Vaticano II son continuación, explicación y desarrollo»[51].

Debemos seguir al Papa en la doctrina –nunca se equivocaron- y debemos seguir a los santos en la vida –siguieron el buen camino-, están en el cielo.

Decía el célebre liturgista Jungmann: «Para una buena praxis, no hay nada mejor que una buena teoría», ¡Cuántos fallan en lo práctico (espiritualidad, pastoral, docencia…), por falta de ciencia y sabiduría! Debemos ser de buena doctrina, la que enseño Jesucristo, los apóstoles y la Iglesia durante más de 2000 años. Un instrumento muy útil es el Catecismo de la Iglesia Católica, por lo menos.

  1. Búsqueda de la verdad. Santo Tomás y comentadores recientes.

El primer Concilio Ecuménico que ha aconsejado a un teólogo por su nombre ha sido el Concilio Vaticano II: Santo Tomás de Aquino. El Concilio lo cita 19 (diecinueve) veces en nota. Pero explícitamente en el texto dice: «… aprendan luego los alumnos a ilustrar los misterios de la salvación, cuanto más puedan, y comprenderlos más profundamente y observar sus mutuas relaciones por medio de la especulación, siguiendo las enseñanzas de Santo Tomás…»[52]; «La Iglesia tiene también sumo cuidado de las escuelas superiores, sobre todo de las universidades y facultades. E incluso en las que dependen de ella pretende sistemáticamente que cada disciplina se cultive según sus principios, sus métodos y la libertad propia de la investigación científica, de manera que cada día sea más profunda la comprensión de las mismas disciplinas, y considerando con toda atención los problemas y los hallazgos de los últimos tiempos se vea con más exactitud cómo la fe y la razón van armónicamente encaminadas a la verdad, que es una, siguiendo las enseñanzas de los doctores de la Iglesia, sobre todo de Santo Tomás de Aquino»[53]; «Las disciplinas filosóficas hay que enseñarlas de suerte que los alumnos se vean como llevados de la mano ante todo a un conocimiento sólido y coherente del hombre, del mundo y de Dios apoyados en el patrimonio filosófico siempre válido, teniendo también en cuenta las investigaciones filosóficas de los tiempos modernos sobre todo las que influyen más en la propia nación, y del progreso más reciente de las ciencias…»[54]

  1. En la esfera pastoral:
  1. Creatividad apostólica y misionera.

No se puede ser apóstol sin ser creativo; y sin ser creativo no se puede ser misionero. Porque está implícito en la claras palabras de Jesucristo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio» (Mc 16,15) y «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20,21). «El apóstol es un cáliz lleno de nuestro Señor Jesucristo, que derrama en los demás su superabundancia». Su misma misión trasciende al apóstol y al misionero. Ambos son creativos en su persona, en su pensamiento, en sus palabras, en su acción, en su misión y en sus ideales. Por eso repiten siempre aún sin palabras: «Más, siempre más», «Siempre adelante, nunca hacia atrás» (Beato Junípero Serra), «A la mayor gloria de Dios» (San Ignacio de Loyola), «Dios solo» (San Luis María Grignion de Montfort)…

¿Considero que el apostolado es burocracia? ¿Me olvido que ser misionero es una aventura a la que no hay que ser esquivo? ¿No sé qué para ser misionero se requiere una profunda espiritualidad? Si somos de la estirpe de los apóstoles, ¿A qué tener miedo, en el nombre del Señor? ¿Acaso no debemos «enseñorear para Jesucristo todo lo auténticamente humano, aun en las situaciones más difíciles y en las condiciones más adversas»[55]? Nuestro Señor, ¿No osó la osadía de encarnarse y no osó la osadía de quedarse bajo las especies de pan y vino? ¿Si Él osó, nosotros debemos atrevernos? Los poderes autónomos de Dios, es decir todos los enemigos, ya están, anticipadamente derrotados por la muerte y resurrección del Señor. Veremos pasar el liberalismo, el marxismo, el relativismo, la cristofobia, los lobbys -gay, mediático, laicista, narco, financiero del “imperialismo internacional del dinero”[56], neo-con, new age, y todos los que vendrán-, los carteles, las mafias, el terrorismo, el Anticristo con su poder infernal… Porque ahora en Jesucristo está roto el poder interior de estos poderes, del cual ellos viven y el cual ejercitan: la muerte, y sus adjuntos, la tentación, el pecado, el terror, el odio, la rabia[57], la mentira: «Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la Muerte. Porque ha sometido todas las cosas bajo sus pies» (1 Co 15,25s.); «Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados» (Col 1,13-14); «si nos mantenemos firmes, también reinaremos con Él» (2 Tim 2,12)? ¡Vengan los poderes autónomos que vengan, no podrán no ser de antemano, “poderes despojados” (cfr. Col 2,15)!

  1. Inserción realista.

Estimo que es el enfoque que tiene en cuenta la realidad a evangelizar, sabiéndose adaptar a cada situación buscando siempre la mayor gloria de Dios y la mejor salvación de las almas.

Viene a ser una sana aplicación a la realidad de nuestras Parroquias, colegios, profesorados, obras de misericordia, Ejercicios Espirituales, Misiones populares y ad gentes, pastorales: infantiles, juveniles, vocacionales, de adultos, de los enfermos…

¿Me preocupo por alcanzar a conocer la realidad dónde debo hacer apostolado? No basta lo que algunos o muchos digan, nosotros hemos visto surgir muchas vocaciones a la vida consagrada dónde nunca antes había salido nadie. Hay muchos que viven con anteojeras y pueden pasar una vida sin tener un juicio certero sobre la realidad que les rodea. ¿Pides la gracia de ver a Dios en la Misa? ¿Haces ofrecer Misas para alcanzar esa gracia? ¿Cuándo te la conceden das las gracias? Una vez tenido un diagnóstico certero, ¿Aplicas el remedio oportuno? Generalmente, en pastoral, los problemas existen porque ha faltado una catequesis adecuada, en contenido y en tiempo. ¿Sabes aplicar los remedios adecuados a determinados síndromes? ¿Consultas a personas sabias y prudentes?

  1.  Elección de los puestos de avanzada.

La idea es ir donde muy pocos quieren ir «aun en las situaciones más difíciles y en las condiciones más adversas»[58], ciertamente que teniendo en cuenta que hay lugares donde no surgen vocaciones como para que las comunidades cristianas, solventen, ahora, las necesidades de vocaciones consagradas. Esas vocaciones, por ahora, tienen que salir de otras comunidades y los Superiores deben estar atentos a esta situación.

Este no es tema para los laicos, generalmente no lo puede elegir físicamente, pero espiritualmente pueden apadrinar con sus oraciones algunos de los destinos difíciles que tenemos.

  1.  Obras de misericordia espirituales y materiales.

Entiendo que, en especial, son las obras de misericordia corporales tal como los Hogarcitos de discapacitados, la atención a los pobres de todo tipo y con todo tipo de ayuda, en la medida de nuestras posibilidades.

Si atendemos a los pobres, Dios no se olvidará de ayudarnos a nosotros, porque no se deja ganar en generosidad, ¿o no? Ama particularmente a quienes atienden a sus pobres, con amor, ¿o no? Siempre conservará su validez: «Y dijo al que lo había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos”» (Lc 14,12-14), ¿Creemos estas palabras de vida eterna?

Por lo menos con nuestra oración debemos estar con ellos.


[1] Catecismo Romano, BAC, Madrid 1954, p. 958-959.965.

[2] Ep.130 c.11: ML 33,502; Obras completas de San Agustín, BAC, Madrid 1987, t. XI a, p. 71.

[3] In Mt. l.1 super 6,11: ML 26,44; Obras completas de San Jerónimo, BAC Madrid 2002, t. II, p. 65.

[4] Santo Tomás, S. Th., II-II, q. 83, a. 9.

[5] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 2835.

[6] Santo Tomás, Catecismo tomista, Gladius-Vórtice, Buenos Aires 2005, p. 153.

[7] Concilio Vaticano II, Const. dogm. sobre la Iglesia  Lumen gentium, 31.

[8] Cf. Pío XI, Quadragesimo anno, AAS 23 (1931), p. 221s; Pío XII, aloc. Six ans se sout écolés, AAS (1951), p. 790s.

[9] Concilio Vaticano II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 33.

[10] Catecismo Iglesia Católica, 2829.

[11] Catecismo Iglesia Católica, 2831.2832.

[12] Catecismo Iglesia Católica, 2837.

[13] Cfr. Plegaria Eucarística I o Canon Romano, n. 95; Misal Romano, edición típica (Librería Editrice Vaticana 1970) 453; Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1333.

[14] Cfr. JOSEPH RATZINGER, El espíritu de la liturgia, 44-55.

[15] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1334.

[16] Es imperioso leer la hermosa carta apostólica «Dies Domini» (31 de mayo de 1998) de San Juan Pablo II.

[17] Por eso los Padres lo llamarán, también, octavo día.

[18] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1333.

[19] RATZINGER, El espíritu de la liturgia, 46.

[20] RATZINGER, El espíritu de la liturgia, 55.

[21] Cfr. Encíclica Sapientae Christianae, 12.

[22] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 31.

[23] S. Antonio M. Zaccaria, Scritti. Sermone II, Roma 1975, 129.

[24] San Juan Pablo II, Exhortación apostólica Vita consecrata, 54-55.

[25] Una niñita de jardín de infantes estaba llorando en el patio de la escuela parroquial. Me acerque y le pregunté: “¿Qué te pasa?”. Sin cesar de llorar me respondió: “Tengo dos abuelitas”.

[26] Pío XII, en la Humani generis, 25, enseña que es la filosofía de Santo Tomás de Aquino; Cfr. Concilio Vaticano II, Optatam totius, 16 y Gravissimum educationis, 10, fue el primer Concilio Ecuménico en 2000 años de historia de la Iglesia en recomendar nominalmente a un teólogo. En Optatam totius, 15, dice: que hay que basarse «en el patrimonio filosófico válido para siempre», citando a Pío XII en la Humani generis, 25. En el canon 251 del Código de Derecho Canónico de la Iglesia latina leemos: «La formación filosófica, que debe fundamentarse en el patrimonio de la filosofía perenne y tener en cuenta a la vez la investigación filosófica realizada con el progreso del tiempo, se ha de dar de manera que complete la formación humana de los alumnos, contribuya a aguzar su mente y les prepare para que puedan realizar mejor sus estudios teológicos».

[27] Dividimos los párrafos para que se capte mejor la riqueza de contenido.

[28] BEATA ISABEL DE LA TRINIDAD, Elevaciones, Elevación nº 33.

[29] Discurso al Movimiento nacional italiano de “Renovación en el espíritu”, L’Osservatore Romano, 25 de enero de 1981, p. 9.

[30] Cf. Concilio Vaticano II, Const. pastoral Gaudium et spes, 26.

[31] Cf. Concilio Vaticano II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 17.

[32] Cf. Concilio Vaticano II, Dei Verbum, 5, 8.

[33] Cf. Concilio Vaticano II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 25; Dei Verbum, 10.

[34] Cf. Concilio Vaticano II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 4, 40, etc.

[35] Cf. Concilio Vaticano II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 13; Unitatis redintegratio, 2, 4.

[36] Cf. Concilio Vaticano II, Decreto Apostolicam actuositatem, 3.

[37] Concilio Vaticano II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 12.

[38] Cf. Mahieu, Probatio caritatis, Brujas 1948, p. 271.

[39] Cardenal José Zen Ze-Kiun, El libro rojo de los mártires chinos, Encuentro Madrid 2008, p. 25.

[40] Seguimos libremente a San Antonio M. Claret, Colección de selectos panegíricos¸ Barcelona 1861, 286-292.

[41] Cfr. J. Ratzinger, Comentario teológico, en Congregación para la Doctrina de la Fe, El Mensaje de Fátima, 26 de junio de 2000; cfr. Carlos Miguel Buela, Fátima, IVE Press 2012, p. 157-158.

[42] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 2834; cf. Pedro de Ribadeneyra, Tractatus de modo gubernandi sancti Ignatii, cap. 6: MHSI, 85, 631.

[43] Comentario a la 1 carta a los Corintos 3,19, nº 180.

[44] Fray Luis de León, Obras completas castellanas, Job, BAC, Madrid 1991, p. 117.

[45] aliñar. (De a- y el lat. lineāre, poner en línea, en orden). tr. aderezar (ǁ componer, adornar). U. t. c. prnl. ||  || 3. aderezar (ǁ preparar). U. t. c. prnl. ||  ||  || 6. ant. Gobernar, administrar.

[46] León XIII, Annum sacrum, 25 de mayo de 1899, n. 5.

[47] León XIII, Annum sacrum, 25 de mayo de 1899, n. 7.

[48] Pio XI, Miserentissimus Redemptor, sobre la Comunión expiatoria debida al Sacratísimo Corazón de Jesús, 8 de mayo de 1928, n. 4.

[49] Cf. Gal 2,20.

[50] San Luis M. Grignion de Montfort, El secreto de María, nn. 16-18.

 

[51] «At vero, quaecumque a Concilio Vaticano II docentur, arcto nexu cohaerent cum magisterio ecclesiastico superioris aetatis, cuius continuatio, explicatio atque incrementum sunt dicenda», Cum iam, Epistula, Ad E.mum P. D. Iosephum S. R. E. Cardinalem Pizzardo, Praefectum S. Congregationis Seminariis Studiorumque Universitatibus praepositae, cum Romae Congressus Internationalis de Theologia Concilii Vaticani Secundi haberetur, d. 21 m. Septembris a. 1966, Paulus PP. VI; cfr. L’Osservatore Romano, 26-27 sept.1966.

[52] Concilio Vaticano II, Decreto Optatam totius, 16; cfr. nota 36: Cf. Pío XII, Discurso a los alumnos de los Seminarios, 24 junio 1939: AAS 31 (1939), p.247: «Al recomendar la doctrina de Santo Tomás, no se suprime, sino que más bien se provoca y se dirige de manera segura, la emulación en la investigación y divulgación de la verdad». PABLO VI, Alocución en la Universidad Pontificia Gregoriana, 12 marzo 1964: AAS 56 (1964), p.365:«(Los profesores)… escuchen con respeto la voz de los doctores de la Iglesia, entre los que Santo Tomás ocupa el primer lugar. En efecto, el Doctor Angélico tiene tan gran inteligencia, tan sincero amor a la verdad y tan grande sabiduría en la búsqueda, en la explicación y en la sistematización de las verdades más profundas, que su doctrina es un instrumento muy eficaz, no sólo para asegurar los fundamentos de la fe, sino también para conseguir con seguridad y provecho los frutos de un sano progreso». Cf. También la Alocución al VI Congreso Internacional Tomístico, 10 sept. 1965: AAS 5(1965), p.788-792.

[53] Concilio Vaticano II, Declaración Gravissimum educationis, 10: cfr. nota 31: Cf. PABLO VI, Alocución al VI Congreso Tomístico Internacional, 10 sept. 1965: AAS 57 (1965) 788-792.

[54] Concilio Vaticano II, Decreto Optatam totius, 15; cfr. nota 29: cf. Pío XII, enc. Humani generis, 12 agosto 1950: AAS 42 (1950), p. 571-575.

[55] Constituciones del IVE, [30].

[56] Pío XI, Carta encíclica Quadragesimus annus, 109; Beato Juan XXIII, Carta encíclica «Mater et Magistra», 28; cfr. Juan Pablo II, Carta encíclica «Solicitudo rei socialis», 37.

[57] Cfr. Heinrich Schlier, Poderes y Dominios en el Nuevo Testamento, EDECEP 2008, 53-57.

[58] Constituciones, 30.