Hemos recordado reiteradas veces que la Eucaristía: “Tiene razón de sacrificio en cuanto se ofrece; y de sacramento en cuanto se recibe”1 y tiene los mismos fines que el sacrificio de la cruz. Hoy tenemos que hablar del fin propiciatorio, o expiatorio, o purificatorio, o de hacernos agradables a Dios, o de borrar las culpas, o del poder que tiene para perdonar los pecados y las penas temporales merecidas por los pecados, como el sacrificio de la cruz.
La Misa como sacrificio propiciatorio produce tanto la propiciación que aplaca a Dios, restablece al hombre en su amistad y perdona el pecado, cuanto la satisfacción que remite las penas temporales merecidas por el pecado, que han de ser expiadas en esta vida o en el purgatorio. Por eso algunos llaman a este efecto satisfactorio.
1. IDEAS SOBRE EL TEMA EN LA BIBLIA.
En la Biblia se usa frecuentemente -unas 70 veces- el término “expiación”, por ejemplo: Con la sangre del sacrificio por el pecado, es decir, el de la expiación, una vez cada año hará expiación por él en vuestras sucesivas generaciones (Ex 30,10); Después derramó la sangre al pie del altar; de esta manera lo consagró haciendo por él la expiación (Lev 8,15), Tendréis esto como decreto perpetuo: hacer la expiación… (Lev 16,34), el día décimo de este séptimo mes será el día de la Expiación (Lev 23,27; el 10 tisri es el Ion Kippur), Mientras el sumo sacerdote ofrecía el sacrificio de expiación (2Mac 3,33), etc. Decir expiar es decir esencialmente “purificar”, o más exactamente, hacer un objeto, un lugar o una persona, agradable a Dios, después de haber sido desagradable.2 A veces se usa el término “propiciación” (heb. kipper; gr. hilaskesthai). Todo eso que en el Antiguo Testamento era figura de lo que habría de venir, se hace realidad en el Nuevo Testamento, en Cristo Jesús.
Así se dice en el Nuevo Testamento: …justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, habiendo pasado por alto los pecados cometidos anteriormente… (Rom 3,24-25); Por eso tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, para ser misericordioso y Sumo Sacerdote fiel en lo que toca a Dios, en orden a expiar los pecados del pueblo (Heb 2,17); El es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero (1Jn 2,2); En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados (1Jn 4,10).
Dice muy bien Stanislas Lyonnet: “Por Cristo y en Cristo rea”.3
2. LO QUISO CRISTO AL INSTITUIR LA EUCARISTÍA.
Dijo: …este es mi cuerpo, que se entrega por vosotros… este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros… (Lc 22,19-20); y en Mt 26,28: Esta es mi sangre del Nuevo Testamento, que será derramada pomuchos para remisión de los pecados. Se ve con toda claridad que Cristo instituyó la Eucaristía para el perdón de los pecados, o sea, por un fin propiciatorio, expiatorio, purificatorio… Él mismo lo proclama.
Esa es la función de todo sacerdote: ¡Ofrecer sacrificios para el perdón de los pecados! Lo dice el autor de la carta a los Hebreos: Porque todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados; y puede sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados, por estar también él envuelto en flaqueza. Y a causa de esa misma flaqueza debe ofrecer por los pecados propios igual que por los del pueblo (Heb 5,1-3). Por eso nos dejó el santo sacrificio de la Misa.
3. LO RECUERDAN LOS SANTOS PADRES.
Así San Cirilo de Jerusalén: “Ofreciendo a Cristo inmolado por nuestros pecados, solícitos en tornar propicio a Dios misericordioso, tanto para los difuntos como para nosotros”.4 San Juan Crisóstomo: “Cristo yace inmolado en el altar para reconciliarte con Dios, Señor de todo el mundo”.5 San Ambrosio: “El sacerdote ofrece a Cristo y se ofrece a la vez para que nuestros pecados sean perdonados”.6 San Agustín: “Aquellos sacrificios de la Ley Antigua significaban este único sacrificio, en el que se opera verdadera remisión de los pecados…”.7 Y San Gregorio Magno: “Esta Víctima, de modo singular salva al alma de la muerte eterna, pues que reitera por el misterio la muerte del Unigénito, el cual, aunque resucitado de entre los muertos, ya no muere, ni la muerte le dominará en adelante (Rom 6,9); sin embargo, incorruptible e inmortal se inmola de nuevo por nosotros en este misterio del santo sacrificio”.8
4. LO ENSEÑA EL MAGISTERIO.
Así Trento en el cap. II: “El sacrificio de la Misa es propiciatorio no sólo por los vivos, sino también por los difuntos. Y por cuanto en este divino sacrificio que se hace en la Misa, se contiene y sacrifica incruentamente aquel mismo Cristo que se ofreció por una vez cruentamente en el ara de la cruz; enseña el santo Concilio, que este sacrificio es con toda verdad propiciatorio, y que se logra por él, que si nos acercamos al Señor contritos y penitentes, si con sincero corazón, y recta fe, si con temor y reverencia; conseguiremos misericordia, y hallaremos su gracia por medio de sus oportunos auxilios. En efecto, aplacado el Señor con esta oblación, y concediendo la gracia, y don de la penitencia, perdona los delitos y pecados por grandes que sean; porque la hostia es una misma, uno mismo el que ahora ofrece por el ministerio de los sacerdotes, que el que entonces se ofreció a sí mismo en la cruz, con sola la diferencia del modo de ofrecerse. Los frutos por cierto de aquella oblación cruenta se logran abundantísimamente por esta incruenta: tan lejos está que esta derogue de modo alguno a aquella. De aquí es que no sólo se ofrece con justa razón por los pecados, penas, satisfacciones y otras necesidades de los fieles que viven; sino también, según la tradición de los Apóstoles, por los que han muerto en Cristo sin estar plenamente purgados”9 . Y en el canon 3: “Si alguno dijere, que el sacrificio de la Misa es solo sacrificio de alabanza, y de acción de gracias, o mero recuerdo del sacrificio consumado en la cruz; mas que no es propiciatorio; o que sólo aprovecha al que le recibe; y que no se debe ofrecer por los vivos, ni por los difuntos, por los pecados, penas, satisfacciones, ni otras necesidades; sea excomulgado”.10
5. NOS LO RECUERDA LA LITURGIA.
En el momento más importante de toda Misa se dicen las mismas palabras de Cristo: “…este es mi cuerpo, que será entregado por vosotros… este es el cáliz de mi sangre, que será derramada por vosotros… para el perdón de los pecados”.11
Frecuentemente se enseña en las oraciones litúrgicas el carácter propiciatorio de la Santa Misa, por ejemplo: “Cada vez que se ofrece este sacrificio, se renueva la obra de nuestra Redención”.12
6. LO DEMUESTRA LA TEOLOGÍA.
La Misa es verdadero y propio sacrificio, como en todo sacrificio, después de la adoración y en la misma línea que ella está el efecto propiciatorio, que aplaca a Dios ofendido y le hace propicio al oferente.
Han negado esta verdad de nuestra fe los protestantes, con el siguiente razonamiento: si para el perdón de los pecados fuese necesario un sacrificio distinto del de la cruz, quedaría anulado el sacrificio de la cruz, o se estaría diciendo que éste fue insuficiente, porque se necesitaría otro sacrificio para completarlo.
¿Qué hay que decir a esto? Simplemente, que el sacrificio de la Misa no es un sacrificio propiciatorio por sí mismo, sino porque es perpetuación del sacrificio de la cruz, por el que Cristo mereció el perdón de todos los pecados. En la Misa Cristo ya no merece mérito alguno, porque se merece durante esta vida, no después de la muerte, ni tampoco cuando se ha resucitado; pero lo que hace en cada Misa es aplicar los méritos obtenidos en la cruz, por los que se perdonan todos los pecados.
De hecho, cualquier acción de Cristo, por tener valor y mérito infinito, podría haber consumado la Redención (por ejemplo, la Última Cena), pero, por disposición del Padre, el Hijo debía morir en la cruz para salvarnos. Si ni en la Cena, donde podía merecer nos salvó, menos en la Misa donde no puede ya merecer. Eso sí, en la Misa se aplican (es como decir, se usan, se emplean, se utilizan, se destinan, se aprovechan, se hacen valer…) los frutos del sacrificio de la cruz, de su Cuerpo entregado y de su Sangre derramada. ¡Ahora y aquí!¡Y mañana y pasado, y en todo el mundo donde se celebre la Misa!¡Hasta el fin de los tiempos! ¡Se APLICA lo que Jesús hizo en la cruz!
Por eso el sacrificio de la cruz y su perpetuación incruenta en la Misa, es el pararrayos de la humanidad pecadora. Así como en la cruz, alzado entre el cielo y la tierra, atrajo sobre sí los justos rayos de la ira divina que merecíamos nosotros por nuestros pecados, así en la Misa, elevado entre el cielo y la tierra, impide que recibamos el justo castigo que merecemos por nuestro pecados.
Por eso decía el Papa Pío XII: “Se puede decir que Cristo ha construido en el Calvario como un estanque de purificación y salvación, que llenó con la Sangre por Él vertida; pero si los hombres no se bañan en sus aguas y no lavan en ellas las manchas de sus maldades, no pueden ciertamente ser purificados y salvados.
Más para que cada uno de los pecadores se lave con la Sangre del Cordero, es necesaria la colaboración de los fieles. Pues, aunque Cristo, hablando en términos generales, haya reconciliado con el Padre por medio de su cruenta muerte a todo el género humano, quiso, sin embargo, que todos se acercasen y fuesen conducidos a la cruz por medio de los sacramentos, y por medio del sacrificio de la Eucaristía, para poder conseguir los frutos de la salvación, ganados por Él en la cruz…
El augusto sacrificio del altar es como un insigne instrumento para la distribución de los creyentes de los méritos derivados de la cruz del divino Redentor: “Cada vez que se ofrece este sacrificio, se renueva la obra de nuestra Redención”.13 Y esto, más bien que disminuir la dignidad del sacrificio cruento, hace resaltar, como afirma el Concilio de Trento,14 su grandeza y proclama su necesidad”.15
Queridos hermanos y hermanas:
A los 2000 años de la Encarnación del Verbo recordemos con energía que: “El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios: Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados (1Jn 4,10). El Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo (1Jn 4,14). El se manifestó para quitar los pecados (1Jn 3,5): “Nuestra naturaleza enferma, exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla, ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado?”16 “.17
¡Que generosidad y magnificencia la de Jesucristo que nos quiso dejar un sacrifico propiciatorio… cotidiano, que perpetúa en nuestros altares el sacrificio de la cruz: “El Nombre de Dios Salvador era invocado una sola vez al año por el sumo sacerdote para la expiación de los pecados de Israel, cuando había asperjado el propiciatorio del Santo de los Santos con la sangre del sacrificio. El propiciatorio era el lugar de la presencia de Dios. Cuando san Pablo dice de Jesús que Dios lo exhibió como instrumento de propiciación por su propia sangre (Rom 3,25), significa que en su humanidad estaba Dios reconciliando al mundo consigo (2Co 5,19)”.18
¡Qué tontos seríamos, hermanos, si no nos aprovechásemos del tesoro de la Santa Misa! ¡Cuán pobres y cuán ciegos seríamos! ¡Cuánta soledad y llanto, cuánta tristeza y aflicción tendríamos! Desposeídos de Dios, ¿qué cosa será nuestra riqueza?, ¿qué no tendremos por llanto y amargura?, ¿qué norte guiará la nave al puerto?
El que ama busca la compañía del amado, nosotros decimos que amamos a Dios, ¿y no lo buscamos en la Santa Misa dominical? ¿Puede ser eso verdad? ¡No es amor si no buscamos reconciliarnos con Él, para que se nos muestre propicio!
¡Qué la Madre y Reina de Misericordia nos lo recuerde siempre!
1 S. Th. III,79,5.
2 Cfr. LÉON-DUFOUR, Vocabulario de Teología bíblica (Barcelona 1978) 322ss.
3 Idem.
4 Cat. mistag., 5.
5 Hom. 2 de prodit. Iudae.
6 De Ofic,I, 48.
7 In Lev, 57.
8 Dial., 4, 58. Todas las citas han sido sacadas de ALASTRUEY.
9 Dz 940.
10 Dz 950.
11 Plegaria Eucarística I.
12 Antes secr. de la dom. IX post Pent.; cfr. Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 3.; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1364.
13 Antes secr. de la dom. IX post Pent.; cfr. Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 3.; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1364.
14 Ses. XXII, c.2, c.4.
15 Encíclica Mediator Dei, nn. 50-51.
16 SAN GREGORIO DE NISA, Oratio catechetica, 15.
17 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 457.
18 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 433