Perfil sacerdotal
No resulta fácil escribir sobre la personalidad del Padre Julio Meinvielle y ello por tres motivos: Primero por la vastedad, diversidad y trascendencia de su pensamiento y de su accionar multifacéticos; segundo, porque todavía no hay nada escrito sobre su vida y su obra; tercero, porque aún no ha pasado el tiempo suficiente que haga posible la decantación de su obra faltando así la perspectiva histórica que se requiere para que pueda ser valorada en toda su dimensión. Además, por ser mi padre en Cristo (cf. 1 Cor. 4,15), resúltame particularmente difícil expresar de manera adecuada lo que él fue.
Con todo me atrevo a esbozar su perfil sacerdotal, desde mi peculiar punto de vista, con el deseo de que su ejemplo ilumine las mentes y los corazones de los que se están preparando para el sacerdocio, como antes me iluminó a mí, y los aliente a configurarse con Cristo para realizar la obra más divina entre las divinas como es la que realiza el sacerdocio católico.
El Padre Julio -como lo llamábamos- era hombre de principios y actuaba en total coherencia con ellos. De ahí ese “espíritu de príncipe” (Vg. Salmo 50,14) que enseñoreaba todos los aspectos de su vida y que es el fruto lógico de su admirable fidelidad a la gracia del Orden Sagrado. Poseía el hábito de los primeros principios tanto del orden natural como sobrenatural, y ello en grado eminente, no separadο indebidamente de los órdenes, ni yuxtaponiéndolos, ni entremezclándolos, sino uniéndolos de manera vital y con sentido jerarquizante, es decir, dando neta primacía a lo sobrenatural.
Su obra intelectual y apostólica, tan intensa y de una gama tan variada, encuentra su clave de bóveda y su razón de ser en aquella enseñanza de Nuestro Señor Jesucristo: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mt. 6, 33), que expresa de manera categórica la principalía de lo sobrenatural, la secundariedad de lo temporal y la unión jerarquizada de ambos órdenes en la subordinación de lo temporal a lo eterno.
Para lograr una aproximación más precisa a la rica personalidad del Padre -difícilmente encerrable en el marco de unas pocas páginas- enfocaré este esbozo desde cuatro puntos de vista, complementarios entre sí: su vida interior, su actividad intelectual, la disciplina de su vida, su trabajo pastoral. Como se trata más de una semblanza que de una biografía, sólo me ocuparé de los aspectos más salientes y que más me impresionaron, en especial cuando yo era seminarista.
SU VIDΑ ESPIRITUAL
-Sacerdote virtuoso. Hombre de principios, ante todo en lo espiritual, obraba de acuerdo con ellos. ¿Cuáles son esos principios sobrenaturales que ponen al hombre en contacto directo con Dios? Son principalmente las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad, virtudes en las que descollaba el Padre como quedará de manifiesto en estas páginas. A las que debemos agregar -además de las virtudes morales- los dones del Espíritu Santo gracias a los cuales un sacerdote virtuoso adquiere cierta “espontaneidad” en su vida sobrenatural, dones que llevan, como de la mano, al gozo de los “frutos del Espíritu Santo” (cf. Gal. 5, 22-23) y a los actos de las bienaventuranzas evangélicas (cf. Mt. 5, 3-10) que son el coronamiento -aquí, en la tierra- de toda la vida espiritual.
Meinvielle era un hombre vertical, un hombre de Dios, un hombre movido por Dios y por sus dones. La grandeza, la majestad, soberanía y trascendencia de Dios conculcadas por el proyecto de autonomía inmanentista que caracteriza el pensamiento moderno fue lo que lo llevó a luchar denodada y apasionadamente en pro de la filosofía perenne y de la cultura cristiana durante más de cuarenta años, sin otro temor que el santo temor de Dios. Toda la labor intelectual fue, en él, la expresión de su espíritu religioso. ¿No resplandece acaso en su producción literaria -más de una veintena de libros- el don de la sabiduría? Vivía Meinvielle para los demás, para aconsejar a los demás. ¡Cuántas personas de todo tipo desfilaban por su casa para pedirle consejo! Por otra parte la inquebrantable e invicta energía en la práctica de todas las virtudes, la intrepidez y la valentía frente a toda clase de poderosísimos enemigos, de peligros, de dificultades de todo tipo, el coraje de enfrentarse a los errores y desviaciones viniesen de quien viniesen y costase lo que costase -fama, tranquilidad, puestos, etc.- sólo puede explicarse por la acción del don de la fortaleza. Le oí decir una vez: “¡Aunque el Anticristo me aplaste la cabeza, con el último aliento de mi vida quiero confesar a Cristo!” Luchó con denuedo, sin dar ni pedir cuartel, contra los enemigos de Dios, de Cristo, de la Iglesia, de la Cristiandad, que desde el comienzo del cristianismo -pero con más intensidad desde hace cinco siglos- están llevando al mundo a la apostasía, denunciando documentadamente la infiltración de los mismos incluso dentro de la Iglesia con una clarividencia que no he conocido en ningún otro. No fue, por tanto, un “pastor mercenario” (cf. Jo. 10,12), ni “perro mudo” (cf. Is. 56,10).
Por lo que se ve, con cuánta verdad podemos decir de él que “buscó primero el Reino de Dios y su justicia” entendiendo acá la palabra “justicia” no meramente en el sentido jurídico de dar a cada uno lo suyo sino en el sentido bíblico de la justificación que viene de Dios y de la santidad que consiste en el cumplimiento de la ley divina[2]. “Buscad primero el Reino de Dios y la santidad”, como traduce el P. Francisco Castañeda.
Hay que entender ese “primero” en sentido cronológico y ontológico, para poder comprender la vida y la obra del Padre Julio. Quitemos ese “primero” y su vida y su obra carecerán de sentido. Sólo si entendemos lo que implica ordenar todo el ser, el sentir, el pensar y el proceder, primeramente, hacia Dios, esperado y amado sobrenaturalmente, podremos comprender cómo ha podido hacer tanto, con tan pocos medios, en tan poco tiempo y frente a tanta adversidad. Ese, por así decirlo, adentrarse en Dios, es lo que le permitió y le obligó luego a entregarse a los hombres.
Aquí ya estamos apuntando hacia otro aspecto de su vida espiritual: su constante preocupación por lo temporal, pero en tanto y en cuanto fuese ordenado u ordenable al “Reino de Dios”. No iba a lo político por lo político mismo, ni a lo económico o a lo social por lo económico o lo social; mucho menos se introducía en esos terrenos para llevar a Calvino, o a Marx, o a Freud. Iba allí para llevar a Cristo, para llevar la Verdad de Cristo, y sólo Cristo, es la solución total incluso para los problemas temporales ya que “no hay otro nombre dado a los hombres por el que seamos salvos” (Act. 4, 12) y esto vale tanto para los individuos como para los pueblos.
No conozco otro sacerdote que se haya ocupado tanto y tan ordenadamente -es decir con la debida subordinación- de los problemas económicos, sociales y políticos a la luz del Evangelio de Cristo y de la Doctrina Social de la Iglesia, como el P. Meinvielle. Hizo de ello un apostolado y no un motivo -y menos aún una excusa- para mundanizarse; “estaba en el mundo pero no era del mundo” (Jo. 17, 15), o, para mejor decir, por la fe que tenía, “el mundo no era digno de él” (Hebr. 11, 38). Hasta el cansancio, pοr activa y por pasiva, gritó que el gran problema del mundo moderno, “que muere por laicista y por ateο”[3], radica en que busca primero la añadidura, lo temporal, y así se queda sin lo eterno e incluso acaba por perder lo temporal.
-Sacerdote eucarístico. Otro rasgo saliente de su vida espiritual lo constituía su sólida devoción al Santo Sacrificio de la Misa. No por nada es el Santo Sacrificio, al decir de Santo Tomás, el “acto principal” del sacerdocio católico[4]. Era un gusto participar de la Santa Misa que cotidianamente celebraba con tanta piedad, cοn un tono uniforme -se puede decir que “semitonaba” la Misa- lo que le daba un profundo clima de unción. Visiblemente se podía apreciar que estaba “realizando algo sagrado”. Entendía que con la Misa se hacen milagros. La última vez que conversamos, antes del accidente que le costara la vida, le pedí consejo para ver qué camino deba seguir ya que me encontraba frente a una disyuntiva y no sabía cuál fuese la voluntad de Dios; luego de estar sopesando durante un rato los pro y los contras de ambas posibilidades y sin poder inclinarse por ninguna de las dos, me dijo: “Ofrece las Misas que tengas libres para saber cuál es la voluntad de Dios”. Confiaba ciegamente en la virtualidad del Sacrificio.
-Sacerdote mariano. La Santísima Virgen ocupó un lugar de privilegio en la catedral de su vida interior. Su relación con Ella era filial, tierna y profunda. Todo lo ponía en sus manos, especialmente los asuntos más arduos, encomendándose bajo su protección de una manera particular. Nos solía decir: “Queridos, hay que rezar el Rosario entero: los quince misterios”. Y él lo hacía. Era un placer verlo rezar paseando por la vereda de la calle Independencia al 1100, con las manos juntas atrás y colgando de ellas el Rosario, con la cabeza erguida y desafiante, como golpeando el suelo al caminar. El último mes de su vida, que lo pasó postrado en cama, como consecuencia de las muchas fracturas que sufrió al ser atropellado por un auto, sin poder mover más que el antebrazo derecho, se lo pasó desgranando las cuentas del Santo Rosario.
En cierta profundidad, durante un campamento con sus Scout en Mar del Plata, un grupo de ellos se estaba bañando y he aquí que en determinado momento se encontraron en una situación tal que no podían regresar a la orilla porque había mar de fondo. El Maestro Scout, Pablo Di Benedetto –“Pablito”, que luego sería sacerdote- se lanzó inmediatamente al mar para tratar de salvar a los chicos. Logró ir sacando a todos menos a uno porque ya se encontraba muy cansado, de modo que tanto él como el chico restante quedaron desamparados. Alertados los de la orilla avisaron al P. Julio y a otro sacerdote joven, actualmente obispo, y emplearon todos los medios a su alcance para salvarlos; uno de ellos ya se hundía. Humanamente estaba todo perdido. Fue entonces cuando se escuchó -imperiosa- la voz del P. Meinvielle: “Recemos a la Virgen para que los salve”. Todos se hincaron en la arena y rezaron un Ave María. La Virgen los escuchó porque los que se estaban ahogando encontraron un banco de arena y caminando salieron del mar. Así fue posible que “Pablito” se hiciera sacerdote realizando, durante su corta vida, un fecundo apostolado.
Su intenso amor a la Virgen María no se reducía al ámbito meramente personal. En una ocasión, siendo ya párroco, una secta protestante, provocativamente instaló una carpa en los límites de su parroquia para hacer proselitismo, y desde allí comenzaron a predicar diversos errores, incluyendo blasfemias sobre la Santísima Virgen. No contentos con eso, comenzaron a recorrer casa por casa, e incluso se instalaron en el atrio de la parroquia para allí repartir volantes, invitando a su culto. El Padre no podía tolerar que se blasfemara de Nuestra Señora, y mucho menos en el territorio de su jurisdicción. “Digno es de alabanza ser paciente en las injurias contra unο mismo -enseñaba S. Juan Crisóstomo-, pero disimular y tolerar las hechas contra Dios, sería en extremo impío”[5]. Y blasfemar de la Madre de Dios es doble pecadο porque se injuria a la Madre y a Dios. En fin, luego de algunos avisos disuasivos, tomó el Padre drásticas medidas… y los blasfemos desaparecieron.
-Sacerdote perseguido. En cuanto a los actos de las bienaventuranzas, que tratan “indudablemente de las virtudes heroicas”[6] y que son actos tan perfectos que hay que atribuirlos “más a los dones que a las virtudes”[7] bastará para nuestro propósito de bosquejar la semblanza espiritual del P. Meinvielle hacer mención de la octava bienaventuranza: “Bienaventurados lοs que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos seréis cuando los hombres por mi causa os maldijeren, y os persiguieren, y dijeren con mentira toda suerte de mal contra vosotros. Alegraos y regocijaos entonces, porque es muy grande la recompensa que os aguarda en los cielos; del mismo modo persiguieron a los profetas que ha habido antes de vosotros” (Mt. 5, 10-12), ya que esta bienaventuranza “es una confirmación y manifestación de todas las precedentes”[8].
Nuestro Señor ya nos advirtió que “el discípulo no es mayor que el maestro. Si a mí me persiguieron, también lo harán con vosotros” (Jo. 15,20) y San Pablo: “Todos los que quieren vivir virtuosamente en Jesucristo, han de padecer persecución” (2 Tim.3, 12). Dos veces por lo menos lo llevaron preso injustamente; intentaron asesinarlo disparándole varios balazos; recibía múltiples amenazas anónimas, por escrito y telefónicamente; buscaron mil y una maneras para silenciarlo. Sin embargo no cejó en lo que entendía era misión. Conoció como pocos la “conspiración del silencio” que, al modo de nebuloso manto, pesó sobre él. Asimismo se intentó empañar su obra tratando de restarle brillo y densidad, ridiculizando la importancia y actualidad de la misma. Las calumnias que tuvo que soportar merecerían todo un artículo: los que no son “verdaderos israelitas” (Jo. 1, 47) lo llamaban “nazi”, aunque escribió un libro denunciando los errores del nacional-socialismo[9], también “antisemita” aunque condenó explícitamente el antisemitismo[10]; mientras otros afirmaban que sería judío porque no atacaba la Compañía de Jesús(!). Algunos lo tildaron de marxista solapadο, mientras que los marxistas intentaron hacerle un juicio por insania[11] porque veía “marxistas por todos lados”. Algunos católicos de inspiración liberal afirmaron que tenía una “mentalidad desaprensiva frente al derecho de la propiedad”; los comunistas decían que tenía una cosmovisión capitalista. Los progresistas lo trataron de “cerrado”, los inmovilistas le achacaron un “irenismo imprudente” y de no caracterizarse su escuela “por su combatividad, frente al progresismo”. Los que no quieren subordinar lo temporal a lo eterno lo llamaron “teologizante”, los que niegan la sana autonomía de lo temporal lo estigmatizaron como “economicista”, etc. Y muchas otras calumnias. Sé, circunstancialmente, que llegaron a calumniarlo con denuncias fundamentadas en fotos y grabaciones fraudulentas. Por todo comentario dijo: “La Virgen no va a permitir que triunfen”.
El P. Meinvielle fue, pues, incesantemente perseguido. Pero jamás perdió por ello la alegría. “Los que siembran entre lágrimas, cantando cosecharán” dice la Escritura (Salmo 126, 5). Amó la Cruz, las humillaciones, el oprobio, el desprecio porque seguía las huellas de Aquél que pasó por todo esο para salvarnos. Pudo decir con San Juan María Vianney: “Me dispuse a pedir el amor a la cruz y entonces fui feliz”.
SU VIDA INTELECTUAL
De vez en cuando iba a visitar al Padre solo o con algún otro seminarista. Vivía en la residencia del capellán de la Santa Casa de Ejercicios de Independencia y Salta, exactamente en el N° 1194 de la primera arteria. Pasando la puerta de la calle hay un zaguán con una entrada a la mitad, que da a una sala amplia usada como escritorio, despacho y sala de reuniones. Al fondo, un estante de unos ocho metros sobre la pared, colmado de libros, un escritorio grande también lleno de libros, sobre la derecha, en el alféizar de la ventana, el teléfono, varios sillones y sillas, en el medio una mesita, colgando del techo, una araña con tres o cuatro lamparitas, sobre la izquierda en un sillón doble solía encontrar al Padre estudiando, con la cabeza reclinada en un apoyabrazos del sillón y las piernas apoyadas en el otro. Una lámpara de brazo flexible le daba luz y, junto a él, una silla con varios libros, revistas, folletos, cartas, etc., que era su material de lectura inmediato. Ni bien empujaba la puerta del cuarto escuchaba un estentóreo: “¡Qué tal, doctor Buela!”, porque para el Padre todos los que estudiábamos teníamos algo de doctores; inmediatamente dejaba su lectura, se sentaba, estiraba el brazo y con sus largos dedos apagaba la luz de la lámpara. Comenzaba entonces la conversación que no sólo era interesante sino edificante, interrumpida varias veces por llamadas telefónicas, por el ingreso de no pocos pobres que acudían a él para recibir limosna, por curiosos que deseaban conocer la histórica Santa Casa, etc. Así hemos tenido la inmensa dicha de escuchar de sus labios las mejores y más esenciales lecciones de Teología, Filosofía y comentarios de la actualidad política nacional e internacional. ¡Esa fue su cátedra de todo momento!
Si fue “luz en esta Babel” que nos toca vivir -como me escribió un sacerdote, discípulo suyo -es porque estudió incansablemente, dedicando muchas horas del día a la ardua tarea de “leer adentro” -intus legere- de las cosas y de los acontecimientos. ¡Qué ejemplo era para nosotros, seminaristas, encontrar estudiando -siempre estudiando- a un sacerdote de sus quilates intelectuales y de su trayectoria y experiencia!
Con fruición saboreaba la Sagrada Escritura ilustrándose constantemente con la Palabra de Dios que era para él “tajante como espada de doble filo” (Hebr. 4, 12), la “espada del Espíritu” (Ef. 6,17) de la que es muy digno esgrimista.
Leía y releía Santo Tomás de Aquino, su maestro, a quien conocía perfectamente, considerándolo “la más grandiosa realización del pensamiento cristiano”[12] y que “aún en la profesión de verdades puramente naturales es una gracia”[13]. Sabía muy bien que “Santo Tomás iluminó más a la Iglesia que todos los doctores y en sus libros aprovecha más el hοmbre en un año que todo el resto de la vida en los demás”, como afirmó Juan XXII en su Bula de canonización del Doctor Angélico. Sabía también que, como enseña León XIII en su Encíclica Aeterni Patris, citando a Cayetano, “por haber venerado en gran manera a los antiguos Doctores sagrados, obtuvo de algún modo la inteligencia de todos”[14].
Llegó a ser una verdadera tradición “el grupo de la Suma” como se le llamaba al grupo de jóvenes que se reunían todas las semanas en la casa del P. Julio para estudiar con él la Suma Teológica. De estos grupos salieron grandes profesionales y dirigentes católicos de valer.
No puedo dejar de consignar algunas enseñanzas que el Padre repetía con respecto a Santo Tomás y que tanto bien me hicieron: “La sola lectura de Santo Tomás forma la inteligencia y le da estructura”, decía, pero también: “El error de muchos consiste en creer que con una sola lectura ya entienden a Santo Tomás y no es así”. Al tratado “De Deo Uno” le asignaba especial realce “porque es el paso a la trascendencia”.
La otra fuente inspiradora del P. Julio era el auténtico Magisterio eclesiástico de todos los tiempos. Así enseña: “A nosotros sólo nos corresponde la fidelidad más estricta al magisterio augusto de la Cátedra de Pedro”[15], y también: “El católico no se ha de dejar acomplejar (por el progresismo) sino que ha de mantener su fidelidad al magisterio de la Cátedra rοmana, porque ésta es la condición de la fidelidad auténtica a la fe de Cristo”[16]. Hace el elogio y ponderación del Magisterio de los Pontífices. Pareciera componer un himno cuando recuerda las grandes encíclicas católicas[17], por la importancia que les daba, por ejemplo, la “Mater et Magistra”[18], la “Pacem in terris”[19], la “Ecclesiam suam”[20], la “Populorum progressio”[21] ¡Cuántas veces le hemos oído decir: “En la doctrina, hay que seguir al Papa; en la vida, a los santos”[22].
Así, pues, su pensamiento se alimentó básicamente en las grandes fuentes de la cultura católica: en la palabra de Dios, en lo mejor de la Tradición -especialmente Santo Τοmás- y en el Magisterio de la Iglesia. Asimismo conocía perfectamente, por lectura directa, a los pensadores más importantes y a los teólogos más publicitados del momento. De la vastedad de su erudición habla elocuentemente la nutrida bibliografía que aduce en sus libros.
Quiero señalar, antes de terminar este capítulo, tres características que describen mejor la envergadura de su inteligencia.
-Inteligencia cristalina. Apasionadamente enamorado de la verdad huía de todo academicismo, de toda abstrusidad en el lenguaje, de toda inútil complejidad en la exposición de su pensamiento. Su estilo tiene sabor a Evangelio. Es simple, claro, profundo, preciso, propio de quien es poseído por la Simplísima Verdad y que no necesita de ningún rebuscado artificio para llamar la atención.
Lo mismo hay que decir del estilo de sus predicaciones que la feligresía seguía con atención porque “hablaba como quien tiene autoridad” (Mt. 7, 29) y no con la cantilena rutinaria del funcionario.
-Inteligencia discernidora. Propio es del “sabio” saber discernir. Al poseer en grado eminente el hábito de los primerοs principios del ser, toda la obra intelectual del P. Meinvielle no constituye sólo una vigorosa afirmación de la verdad sino también un franco rechazo del error, marcando de una manera tajante la oposición entre el ser y el no-ser, entre el sí y el no, entre el bien y el mal, entre la salνación y la perdición. De ahí el carácter polémico de buena parte de su obra en la cual no se contenta con defender arduamente las verdades de la Tradición católica, sino que ataca con la misma fuerza la tradición anticatólica en sus diversas variantes: el liberalismo[23], el sionismo[24], la masonería y sinarquía[25], el comunismo[26]. Denunció con vigor los errores sostenidos pοr Jacques Maritain[27], por Teilhard de Chardin[28], por Karl Rahner[29], y por otros.
Verdaderamente en él había echado raíz el principio de no contradicción: “lo que es, no puede al mismo tiempo y bajo el mismo respecto, no ser”, principio asumido y sacralizado por la enseñanza de Nuestro Señor Jesucristo: “Usad este lenguaje: Sí, sí; no, no” (Mt. 5,37) y más aún por aquella otra: “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo desparrama” (Lc.11,23).
Sin dejarse llevar por falsos complejos irenistas, actuó como verdadero sabio según la enseñanza del Doctor Común: “A un mismo sujeto pertenece aceptar uno de los contrarios y rechazar el otro; como sucede en la medicina, Cuadro de texto: que sana y combate la enfermedad. Luego, así como propio del sabio es contemplar, principalmente, la verdad del primer principio y juzgar de las otras verdades, así también le es propio impugnar la falsedad contraria. Por boca de la Sabiduría (Prov.8,7) se señala convenientemente el doble oficio del sabio: exponer la verdad divina, verdad por antonomasia, a la que se refiere cuando dice: ’Mi boca pronuncia la verdad’, e impugnar el error contrario a la verdad, al que se refiere cuando dice: ’Y mis labios aborrecerán lo inicuo’[30].
Enemigo del error y enemigo de las medias tintas. Su espíritu tan recto experimentaba instintivamente repugnancia por la actitud de aquellos que mezclan desaprensivamente lo bueno y lo malo, o de los que quieren quedar bien con Dios y con el diablo, a los que graciosamente, con su voz estentórea y ceceante, llamaba “pasteleros”.
-Inteligencia arquitectónica. Es otra de las características que hay que señalar en la penetrante inteligencia del padre: era una mente ordenadora, que consideraba las parcialidades pero como ordenadas a un fin, unidas jerárquicamente dentro de un todo, lo que siempre le daba una visión del conjunto, totalizadora. A ello lo llevaba su amor a la verdad íntegra. Y así en toda su obra aparecen armoniosamente unidas: la Revelación y la razón, lo Sobrenatural y lo natural, la Teología y la filosofía, la gracia y la naturaleza, la Contemplación y la acción, lo Sagrado y lo profano, binas todas unidas en la preeminencia del primer término sobre el segundo.
Por eso Meinvielle se levanta como un gigante de coherencia frente a la monstruosidad de la herejía moderna del “alogismo”[31]. Esa coherencia es la que lo lleva, durante tantos años, a predicar “con ocasión o sin ellas” (2Tim.4,2), la necesidad de la Civilización Cristiana, de la Ciudad Católica, que es una consecuencia de la vida cristiana. Por esο su lucha contra el liberalismo que hace de Cristo uno más en la vida de las Naciones, con el progresismo que reduce su mensaje a un puro temporalismo horizontalista, contra el marxismo que considera a Cristo un enemigo de la humanidad.
Esa coherencia no sólo se deja advertir en su pensar orgánico, sino en toda su conducta. Vivía lo que pensaba, hacía lo que decía, afirmaba “desde los terrados” (Lc. 12,3) lo que sostenía en privado. A los seminaristas nos repetía: “No sólo hay que rezar y hay que ser de buena doctrina sino que, también, hay que actuar en consecuencia. Esas tres cosas son las que hacen a un buen sacerdote. No una, ni dos, sino las tres”.
Carecemos aún de la perspectiva necesaria para poder medir o evaluar la trascendencia de su obra intelectual, ni en relación con la restauración de la filosofía perenne, ni en relación con la teología de la civilización y la cultura, ni en orden a la cosmovisión católica de la historia, ni en orden a la Ciudad Católica, ni, sobre todo, con respecto a la defensa y al testimonio de la fe católica[32]. Todavía está fresca la tinta de sus trabajos, algunos de ellos inéditos, y aún no han despertado grandes discípulos -salvο honrosas excepciones-, ni sabemos los que tendrá en el futuro. Lo que sí sabemos es que su obra no ha muerto con él, y que, según la promesa divina hecha a los que temen a Dios, “poderosa será sobre la tierra la descendencia suya” (Salmo 111,2). El murió pero continúa predicando a través de sus libros que siempre estarán abiertos para quienes tengan sed de la verdad que no muere. No en vano suscita Dios semejantes hombres. Cuando, por la misericordia de Dios, cese la gran crisis doctrinal que sacude a la Iglesia en la hora presente, sin duda se le ha de dar el lugar que en justicia le corresponde y que hasta ahora se le ha negado así como “se convencerán de mentira los que le habían infamado”(Sab. 10,14).
SU DISCIPLINA DE VIDΑ
Como buen luchador, Meinvielle era disciplinado. Administraba su tiempo y sus fuerzas prudentemente. Organizaba racionalmente sus actividades, llevando una vida metódica, vivida con intensidad, sin perderse en banalidades. No era nada proclive ha ensoñaciones, o “cerebraciones”-esa especie de secreción de las inteligencias de los que no llegan a penetrar la esencia de las cosas-, o divagaciones pueriles, o a formalismos intranscendentes. Cuando algún visitante comenzaba a deslizarse por esos terrenos, sin ningún empacho le decía: “Bueno, querido, se te hace tarde”, y alargaba su mano para saludar al visitante.
Este aprovechamiento del tiempo, sin perder un minuto, era en él una ascesis y ayuda a explicarnos la prodigiosa actividad que desarrollaba. Era una ascesis cristiana porque nacía de la enseñanza del Apóstol que invita a aprovechar “lo mejor posible el tiempo presente” (Col.4,5) y, además porque estaba subordinada a la caridad ya que no dudaba en dejar de escribir un libro, o de rezar el breviario o el rosario, o interrumpía una conversación con una persona importante, para dar una limosna a los pobres, para responder alguna pregunta de cualquiera que solicitase algo, para contestar el teléfono. Nunca se negaba a recibir, a conversar con quien fuese.
En la conversación, luego de escuchar con atención el asunto que uno llevaba entre manos, directamente, sin floreos ni alambicamientos, daba su opinión o su consejo según el grado de certeza que le mereciera la cosa en cuestión: “Me parece…”, o “no me consta…” o “es así…”. Cuando la consulta era sobre un tema importante siempre fundaba su juicio sea en la Sagrada Escritura, o en el Magisterio de la Iglesia, o en alguna autoridad de peso, y lo hacía leyendo, o mejor, haciendo que unο leyese en voz alta el párrafo en que apoyaba su parecer. Por muchas que fuesen las preguntas que unο le hiciese siempre respondía de buen grado, pero brevemente. No sermoneaba. Cuando algo no lo sabía decía simplemente que no lo sabía. No era de los que presuponen saber todo, ni lo pretendía, ni le interesaba. Dicen que en música lo más importante son los silencios; lo mismo hay que decir de la conversación del Padre.
No veía televisión, ni cine, ni escuchaba radio salvo excepciones. El teléfono lo usaba abundantemente, pero era breve. Leía los diarios, un matutino y un vespertino, pero en la lectura demoraba unos pocos minutos. ¿De dónde obtenía entonces la profusa información que poseía? Creo que de la gran cantidad de personas importantes que lo visitaban y de la abundante correspondencia que recibía.
Temprano se acostaba y temprano se levantaba. Generalmente era a la mañana cuando escribía en su escritorio. La correspondencia la contestaba casi siempre el mismo día que la recibía, con pocas pero esenciales líneas[33].
Hacia el mediodía, cuando ya llevaba casi cinco hοras de trabajo, almorzaba frugalmente y luego hacía la siesta. A las 13.30 horas ya estaba nuevamente trabajando.
También era mortificado en el dormir y en el comer. Por ejemplo, en la parroquia de Versailles durmió durante años bajo la máquina de cine, sobre cojines y también sobre el suelo. Hacía ayunos de uno, tres, ocho días, y llegó a hacer unο de cuarenta días; él lo llamaba “dieta”. Hay muchos testigos de lo que digo.
¿Y todo para qué? Para mejor servir a Cristo y al prójimo. No tuvo ociosos los talentos que Dios le dio sino que, con la ayuda de su gracia, los hizo fructificar y fructificar con abundancia.
Como un soldadο que se dispone con energía para la misión que tiene que cumplir y no se deja llevar por la molicie, la debilidad, la abulia, sino que tensa todas sus fuerzas como las cuerdas de un violín para ser instrumento apto, así fue el P. Julio Meinvielle fiel instrumento en las manos de Dios y esforzado soldado de sus causas.
SU TRAΒAJO PASTORAL
Le escuché predicar en la primera Misa de un neo-sacerdote: “La regla de oro de la pastoral católica es: ‘Buscad primero el Reino y su justicia, todo lo demás se os dará por añadidura’ (Mt.6,33)”. Como en los otros órdenes de su intensa vida sacerdotal nos encontramos aquí de nuevo con esta enseñanza de Cristo que fue el “leit motiv” de toda su vida.
– El apostolado intelectual. Sin lugar a dudas el apostolado de la “iluminación de las inteligencias” constituyó la dedicación más sobresaliente del Padre. Es autor de más de 21 libros “que no morirán fácilmente”, como dijo el P. Leonardo Castellani en una conferencia. Colaborador de Criterio, Cruzada y Universitas (en sus primeras épocas), de Sol y Luna, La Fronda, Itinerarium, Ars, La Nueva República, Ortodoxia, Sapientia, Ulises, Anfiteatro, Verbo, Jauja, Azul y Blanco, Tiempo Político, Estudios Filosóficos y Teológicos, Cabildo, últimamente en MIKAEL (n° 2) y en sinnúmero de publicaciones extranjeras; fundador de periódicos: Nuestro Tiempo, Balcón, Presencia (1.945-1.956 y 1.962/3, n° especial 1.966), Diálogo (1954-55); fundador del Colegio de Estudios Universitarios; conferencista en Córdoba, Rosario, Corrientes, Concordia, Gualeguay, Curuzú-Cuatiá, Buenos Aires, Madrid, México, Santiago de Chile, etc.; director de innumerables grupos “Suma”. Su proficua correspondencia la desconocemos casi en absoluto.
En este orden la obra del P. Meinvielle es una gracia de Dios muy singular a su Iglesia y, en especial, a su Iglesia en Argentina. ¿Cuántos de sus velados críticos, que hacen gala de un cierto equilibrismo, han podido subsistir sin caer de lleno en el error porque estaban a la sombra de él, aún tomando de él cierta distancia? ¡Qué será ahora de nosotros si Dios no suscita a alguien que lo supla, alguien devorado por el celo de la casa de Dios! Alejado de nosotros este gigante de la doctrina, ¿cuánto se aumentará la audacia de los malos? ¿Quién acicateará la cobardía de los buenos?
-La cura de las almas. Porque el Meinvielle “autor” nο agota su dedicación pastoral. Conoció también la cura de las almas. En donde fuera párroco – Parroquia de Nuestra Señora de la Salud, Versailles- promovió de manera intensa la vida espiritual de sus fieles, sin descuidar lo temporal. Desarrolló allí lo que él llamaba “la pastoral de las puertas abiertas”. Todo el mundo podía entrar en su casa a cualquier hora prudente, no había “sancta sanctοrum”, es decir, lugares vedados. En más de una oportunidad nos repetía: “en la doctrina: hay que enseñar fielmente la de Nuestro Señor Jesucristo, sin ceder ni un ápice; en el apostolado: hay que ser lo más abierto posible, porque por todos murió Cristo en la Cruz”. Fundó allí, por primera vez en la Argentina, la Agrupación Scout que lleva el n° 1 y, luego, la Unión de Scout Católicos Argentinos de los que fue su primer Capellán Nacional. Con ellos se inició la costumbre de los campamentos de jóvenes católicos. También fundó en la Argentina el primer centro de la Juventud Obrera Católica de modo que el centro JOC de Versailles llevó también el n°1. Promovió las cuatro Ramas de la Acción Católica, las Conferencias Vicentinas y demás instituciones parroquiales.
Levantó un templo monumental como sede de su Parroquia de Versailles -en Bruselas y Marcos Sastre- que hizo exclamar al Cardenal Copello en la ceremonia de bendición: “¡Esto nο es una Iglesia, esto es una Catedral!”. Su preocupación por la salud moral y física de los jóvenes y de las familias lo llevó a fundar el Ateneo Popular de Versailles, calle Roma 950, del que fuera presidente hasta su muerte. En la actualidad cuenta con más de 7000 socios, de toda raza, credo y color, con más de 2000 metros cuadrados de superficie cubierta, provisto de cine, gimnasio cerrado con piso flotante, frontón de paleta cerrado, pileta de natación cubierta y con agua caliente, dos piletas de natación al aire libre, dos canchas de tenis, canchas de pelota al cesto, de básquet y voley, canchas de bochas, biblioteca, salón de juegos, tatáme para práctica de yudo y karate, quincho para asado, gran salón confitería, jardín de infantes, vestuarios de damas y de caballeros con duchas individuales, y un gran anexo en Dique Luján (Tigre) para la práctica de remo, natación y pesca. ¡Y pensar que comenzó con 450 pesos que pidió prestado a los vicentinos!
Así como hay que leer todos sus libros para conocer bien sus pensamientos, se requeriría ir a Versailles y hablar con la gente que lo conoció, ayudó y acompañó, ver el monumental Templo Parroquial, el no menos monumental Ateneo Popular, para conocer su vida. Obras así no se hacen con opiniones…
-La preocupación por los pobres. Es otro aspecto muy relevante de su vida apostólica. También en esto vivía de acuerdo con el Evangelio que nos enseña que Cristo mismo está en persona de los pobres (cf. Mt. 25,35ss). Su generosidad era proverbial: no había necesitado que se retirase con las manos vacías. Una de las primeras cosas que hacía a la mañana era ordenar sobre un alargue de su escritorio montoncitos de monedas para los pobres que venían a pedirle ayuda. Algunos de más confianza tomaban la limosna ellos mismo. Hasta esto era “jerárquico” porque no a todos daba lo mismo. En una ocasión en la que él había salido momentáneamente de su pieza un pobre se asomó a la puerta: yo le di un montoncito de monedas pero el pobre ni se movió. Cuando regresó el Padre le conté lo sucedido y con su risa característica me dijo: “Lo que pasa es que éste es un pobre de categoría”.Y le dio un billete.
Ayudaba absolutamente a todos, incluso a los que sabía que le estaban mintiendo o que estaban en el campo contrario. Su dicho era: “En rigor, hay que hacer el bien sin mirar a quién”. En un papel anotaba lo que prestaba y a quién y, al lado, a veces, escribía “que nunca me lo va a devolver”.
Yo mismo he visto, en una oportunidad, partir en tres partes el bife que le pasaban las religiosas y que él mismo hacía sobre una plancha eléctrica que había sobre el alféizar de la ventana del comedor: una parte era para un hombre cuyo nombre no recuerdo, otra para otro pobre, Don Juan, a quien por más de seis años dio la mitad de su propia comida, y la otra parte para él. Esto habla de su frugalidad en el comer, de generosidad en el dar, y de su misericordia por cuanto “partió su pan con el hambriento” (Is.58,6-7).
Merece una especial mención la ayuda desinteresada que brindó a tantos seminaristas y sacerdotes que fueron a estudiar a Europa a los que enviaba generosos giros. Esta fue otra de sus grandes preocupaciones: el aliento a las vocaciones incipientes, así como su desvelo por la sólida formación de los futuros sacerdotes.
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Que la intercesión de este celoso párroco, sacerdote ejemplar, campeón de la fe, apologista de Cristo Rey, paladín de la Cristiandad, apóstol de los últimos tiempos que perseverando hasta el final, “amó la justicia y aborreció la iniquidad” (Salmo 44,8) haga florecer muchas y santas vocaciones sacerdotales y religiosas para bien de la Iglesia y de la Patria. Υ, asimismo, que su ejemplo ilumine muchas vidas sacerdotales para que siempre “busquemos primero el Reino de Dios y la santidad” no poniendo obstáculo a la acción del Espíritu Santo en nosotros; para que hablemos el lenguaje de la verdad: sí, sí; nο, nο, que lo demás viene del Maligno, dando a todos “ejemplo de buena conducta en lo que se refiere a la pureza de doctrina, a la dignidad, a la enseñanza concreta e inobjetable”(Tito 2,7-8); para que marianicemos todo nuestro sacerdocio; para que sepamos también iluminar lo temporal con la luz de la doctrina de modo que Cristo reine en nuestra Patria; para que no temamos ser “signos de contradicción” (Lc 2,34 y passin) como lo fue Nuestro Señor; para que sólo y siempre busquemos la gloria de Dios porque si queremos “quedar bien con los hombres no seremos servidores de Cristo”(Gal.1,10); para que un día podamos decir como pudo hacerlo el querido Padre Julio Meinvielle: “He peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe”(2 Tim.4,7).
Quiero terminar estas líneas con un pensamiento del Padre Julio que caló muy hondo en mí tal vez porque lo pronunció en el sermón de mi primera Misa, en la Parroquia de San Bartolomé Apóstol: “estos poderes de enseñar y de santificar que ejerce el sacerdote sobre el Cuerpo Místico de Cristo, producen santos y han de producir santos; si no producen santos el sacerdote católico es estéril y como la higuera estéril del Evangelio no sirve sino para el fuego… Porque hoy, en esta humanidad seca y estéril, lo que hace falta son grandes santos…, hacen falta hombres de Dios, que nos hablen de Cristo, que es el Único que tiene palabras de vida eterna”.
[1] Artículo publicado en la revista Mikael, nº 9, tercer cuatrimestre de 1975.
[2] Mons. Dr. Juan Straubinger, en La Sagrada Biblia, por él anotada, Ed. Guadalupe IXº ed., T.V., Bs. As., 1958, p. 47.
[3] De Lamennais a Maritain, 2° ed., Ed. Theoria, Bs. As., 1967, p.9. Hay edición francesa, La Cité Catholique, Paris, 1953.
[4] Cf. Suma Teológica, Suppl. q.37, a.5.
[5] Citado por Julio Meinvielle, Pοlítica Argentina, 1949-1956, Ed. Trafac, Bs. As., 1956, p. 210.
[6] R. Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior, 3° ed, Ed. Desclée, Bs. As., 1950, p. 1022.
[7] S. Tomás, Suma Teológica, I-II, q.70, a. 2 c.
[8] Ibid. q. 69, a. 3, ad 5.
[9] Entre la Iglesia y el Reich, Ed. Adsum, Bs. As., 1937.
[10] El judío en el misterio de la historia, 4° ed., Ed. Theoria, Bs. As., 1964, p. 41. De este libro hay una edición mexicana y otra francesa.
[11] También a Jesús lo tomaron por loco: cf. Mc 3,21; Jn 10,20.
[12] De la Cábala al Progresismo, Ed. Calchaquí, Salta, 1970, p.201.
[13] Ibid. p. 457.
[14] Textos citados en MIKAEL 5, 1974, p. 58.
[15] Conceptos fundamentales de Economía, 21 ed. Eudeba, Bs. As., 1973, p. 155.
[16] Un progresismo vergonzante, ed. Cruz y Fierro, Bs. As., 1967, p. 43.
[17] Ver por ejemplo, La Iglesia y el Mundo Moderno, Ed. Theoría, Bs. As., 1966, pp.
265-275.
[18] Apéndice de su libro El Comunismo en la Revolución anticristiana; 2° ed., Ed. Theoría, Bs. As., 1964. (Hay 3° ed., Cruz y Fierro Ed., Bs. As., 1974, que no incluye ese apéndice).
[19] Pacem in terris. Prólogos y comentarios del P. Julio Meinvielle, Ed. Dalia, Bs. As.,
1963.
[20] La Ecclesiam suam y el progresismo cristiano, Ed. nuevo Orden, Bs. As., 1964.
[21] En Presencia en la hora actual, Ed. Cruz y Fierro, Bs. As., 1967, pp. 46-48.
[22] Cf. La política actual en torno a la idea de Cristiandad, Ed. Patria Grande, Bs. As., 1972.
[23] Cf. Concepción catόlica de la Política, 3° ed., Ed. Theoría, Bs. As., 1961. (La 4° ed. salió en 1974 por Ed. Dictio).
[24] Cf. El judío en el misterio de la historia, citado en nota 9.
[25] Hizo traducir al castellano las obras de Pièrre Virion, El gobierno mundial y la Contra-Iglesia, Ed. Cruz y Fierro, Bs. As., 1965; así como La Masonería dentro de la Iglesia, E. Cruz y Fierro, Bs. As., 1968, prólogos y apéndices del P. J. Meinvielle.
[26] Cf. El Comunismo en la Revolución anticristiana, citado en nota 17; El poder destructivo de la dialéctica marxista, ed. Theoría, Bs. As., 1962; El comunismo en la Argentina, Ed. Dictio, Bs. As., 1974.
[27] Cf. De Lamennais a Maritain, ya citado; Correspondance avec le R. P. Garrigou Lagrange à propos de Lamennais et Maritain, Nuestro Tiempo, Bs. As., 1947; respuesta a dos cartas de Maritain al R. P. Garrigou-Lagrange O.P., con el texto de las mismas, Nuestro Tiempo, Bs. As., 1948; Crítica de la concepción de Maritain sobre la persona humana, Nuestro Tiempo, Bs. As., 1948.
[28] Cf. La Cosmovisión de Teilhard de Chardin, Ed. Cruzada, Bs. As., 1960; y Theilard de Chardin o la Religión de la Evolución, Ed. Theoría, Bs. As., 1965.
[29] Sobre este autor preparó una obra inédita hasta el momento, fuera de numerosos artículos ya publicados.
[30] Contra Gentes, 1. 1, cap. 1.
[31] Cf. Hilaire Belloc, Las grandes herejías, Ed. Sudamericana, Bs. As., 1966, pp.24.
[32] Además de las obras ya citadas hay que tener presente: Concepción católica de la Economía, Ed. Cursos de Cultura Católica, Bs. As., 1936; ¿Qué saldrá de la España que sangra?, Talleres San Pablo, Bs. As., 1937; Un juicio católico sobre los problemas nuevos de la política, Gaudium, Bs. As., 1937; Los tres pueblos bíblicos en su lucha por la dominación del mundo, 2° ed., Ed. Dictio, Bs. As., 1974; Hacia la Cristiandad, Adsum, Bs. As., 1940.
[33] A modo de típico ejemplo, he aquí su respuesta epistolar a una pregunta que desde el Seminario de Rosario le hiciera con respecto al problema de la realidad e integridad del cuerpo resucitado de Nuestro Señor Jesucristo:
Buenos Aires, mayo 16.70.
Querido Carlos Buela:
Todo este asunto está estudiado por Santo Tomás en III, 54, 3. El asunto es de fe. Cristo ha resucitado con un cuerpo íntegro y palpable, Lc 24, 39; Spiritus carnem et ossa non habet, sicut me videtis habere. Y la negación de la integridad del cuerpo glorioso constituye la herejía de Eutiches.
Este asunto lo puedes estudiar en la parte pertinente de la dogmática;
También puedes leer en el “Dict. De Théol. Catholique”;
-corps glorieux
-Eutyches.
Vale
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