profetas

Profetas inermes

Los sacerdotes somos profetas inermes, es decir, estamos sin armas, estamos desarmados. Así nos envió Jesucristo a predicar el Evangelio a todo el mundo, como dice hermosamente San Vicente Ferrer: «Les marcó el movimiento del sol, que sale e ilumina, calienta y hace fructificar por todo el mundo, y no se detiene nunca en un lugar».[1]

¡Con qué facilidad se calumnia, se difama, se persigue a los sacerdotes! Hay incluso campañas orquestadas a nivel internacional: El Vicario, In the name of the Father, Via col vento in Vaticano, etc.

Y, ¿quién defiende al sacerdote? ¿Tal vez los medios de comunicación social? Por experiencia podemos afirmar que no.[2]

¿Tal vez la sociedad civil con sus leyes y la justicia? Cuando llega, llega tarde.

¿Tal vez los superiores? Sólo nos defienden los buenos, los que dan la vida por las ovejas, es decir, los que son movidos por Dios. Muchos no saben defendernos, otros no pueden, no quieren los demás.

En última instancia, sólo Dios defiende al sacerdote, aunque nos manda como ovejas en medio de lobos: Yo os envío como ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas (Mt 10, 16); Yo os envío como corderos en medio de lobos (Lc 10, 3).

Y esto ha sido así en todos los siglos:

En los primeros siglos, tres fueron las más grandes acusaciones:

  1. La quema de Roma

Tácito afirma: «Nerón se inventó unos culpables, y ejecutó con refinadísimos tormentos a los que, aborrecidos por sus infamias, llamaba el vulgo cristianos… luego, por las indicaciones que éstos dieron, toda una ingente muchedumbre quedaron convictos, no tanto del crimen de incendio, cuanto de odio al género humano. Su ejecución fue acompañada de escarnios, y así unos, cubiertos de pieles de animales, eran desgarrados por los dientes de los perros; otros, clavados en cruces, eran quemados al caer el día, a guisa de luminarias nocturnas».[3]

  1. La acusación de canibalismo

 Dice el historiador A. Hamman: «La celebración eucarística, en la que el obispo dice: Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre, es presentada como un rito caníbal: los cristianos inmolan un niño -se dice- como en el festín de Thyeste. Todos los apologistas se sienten en la obligación de salir al paso de estas falsedades que corren de ciudad en ciudad a lo largo del siglo II. Las reuniones de la comunidad, en las que los cristianos se llaman “hermanos”, “hermanas” y se dan el beso de la paz, se prestan a las peores interpretaciones. Y pasan a ser encuentros licenciosos. Para la canalla es difícil creer en la virtud, al libertino le es difícil reconocer que hay hombres y mujeres castos. De ahí a tachar el celibato voluntario de incivismo o de desviación, no hay más que un paso, que se da con frecuencia».[4] Y en el Octavio de Minucio Félix: «Tengo oído que veneran, no sé por qué absurda creencia, la cabeza consagrada de un asno, animal repugnante. ¡Religión digna y nacida de tales costumbres! Otros refieren que veneran las partes vergonzosas de sus sacerdotes; diríase que adoran la naturaleza de sus padres. No sé si será falsa esta sospecha, aunque muy puesta en razón por sus ceremonias ocultas y nocturnas… La historia de la admisión de los neófitos es tan detestable como pública. Se pone delante del que se inicia en los misterios un niño cubierto con pasta, para engañar a los incautos. El candidato, engañado por la pasta que envuelve al niño, le da golpes, al parecer inocentes, matándole a cuchilladas. ¡Qué horror! Lamen con avidez su sangre, reparten a porfía sus miembros. Con esta víctima pactan su alianza; con esta participación en el crimen aseguran su mutuo silencio. Estos misterios son más horripilantes que todos los sacrilegios».[5] Y San Justino: «…es que también vosotros creéis que nos comemos a los hombres, y que, después del banquete, apagadas las luces, nos revolvemos en ilícitas uniones».[6]

  1. Ateísmo

La peor de todas las acusaciones fue la de ateísmo. Dice Atenágoras: «Tres son las acusaciones que se propalan contra nosotros: el ateísmo, los convites de Thyeste y las uniones edípeas… sabemos que es costumbre que viene de antiguo y no inventada sólo en nuestro caso y que se cumple por una especie de ley y razón divina, que la maldad haga siempre la guerra a la virtud».[7] Es la acusación contra San Policarpo: «Toda la muchedumbre, maravillada de la valentía de la raza de los cristianos, que ama y rinde culto a Dios, prorrumpió en alaridos: “¡Mueran los ateos! ¡A buscar a Policarpo!”».[8] Y San Justino: «De ahí que se nos dé también nombre de ateos…».[9] Esta calumnia duró más de un siglo.

En el 845 un violento edicto del emperador Wutsung, de la dinastía Tang, en China, desencadenó la primera gran persecución, atribuyéndonos lo siguiente: «Hacen amar más a sus maestros que a los reyes y a sus padres y debilitan la institución de la familia al retirarse en los monasterios… Consumen sus fuerzas en obras improductivas, engañan a los pobres para adueñarse de su plata y de sus joyas. Por cada monje que no trabaja la tierra, alguien padece hambre; por cada monja que no trabaja la seda, alguien sufre frío». Afirma el profesor Gardini: «Las acusaciones citadas han permanecido sustancialmente invariables a lo largo de los siglos hasta nuestros días».[10]

En nuestros tiempos son muy conocidas las acusaciones y persecuciones del liberalismo, del nazismo, del comunismo, …pero también la «contradicción de los buenos», por ejemplo, los Cardenales Mindszenty[11] y Wyszynski,[12] quienes además de los sufrimientos impuestos por el régimen comunista, sufrieron por algunos co-hermanos. San Pío de Pietralcina sufrió duras incomprensiones de algunos miembros del Santo Oficio y otros; Santa María Micaela tuvo casi todo el clero madrileño en contra;[13] San Juan Bosco tuvo dificultades con el Arzobispo de Turín Mons. Ricardi y con su sucesor Mons. Gastaldi que le quitó las licencias para confesar y quien «retrasó tres años la aceptación de las dimisorias para la ordenación de nuevos sacerdotes salesianos y puso todos los inconvenientes posibles para que no se llevasen a cabo esas ordenaciones»;[14] a San Felipe Neri también le quitaron las licencias para confesar; al Padre José Kentenich, fundador de Schöenstatt, lo desterraron a Milwaukee con la acusación de falta de «sentido eclesial» y 15 años duraron sus dificultades (está en proceso de canonización).[15] Y se pueden multiplicar los ejemplos con los santos Teresa de Jesús, a quien el Nuncio Sega llamó «fémina inquieta y andariega, desobediente y contumaz» y que las fundaciones que hacía eran sin licencia del Papa ni de los superiores;[16] Juan de la Cruz que estuvo preso 9 meses en Toledo; Juan de Ávila, Luis María Grignion de Montfort, José de Cupertino a quien sus superiores tuvieron preso durante 13 años; Juan Bautista de la Concepción, Antonio María Claret, Alfonso de Ligorio, José de Calasanz (santo patrono de los fundadores en dificultades), José Benito Cottolengo, Juana de Lestonnac, Rafaela María del Sagrado Corazón, Juana Antida Thouret, Juan Calabria, Benito Menni… los beatos Francisco Palau, Comboni, Enrique de Ossó, Alix Le Clercq, Francisco Spinelli, Paulina del Corazón Agonizante, Mary Mackillop, Escrivá, Póveda, Juana Jugan, el Cardenal Ferrari… Alfonsa Cavín, Antonia París, Bonifacia Rodríguez, Marcial Maciel, María de la Pasión…

¿Cuál es nuestra mejor defensa? Nuestra mejor defensa es ser como ovejas, como los corderos, es decir, sufrir con mansedumbre la calumnia, el desprestigio, la maledicencia, la persecución…

Y, ¿cuáles son las razones por las que Jesucristo nos envía inermes en medio de los lobos? Las enseña magníficamente San Juan Crisóstomo:[17]

Cuatro son los objetivos que se alcanzan al mandarnos inermes:

– «Muchas cosas conseguía el Señor de este modo. Primero, que conocieran la fuerza de su presciencia. Segundo, que nadie pudiera sospechar que por flaqueza del Maestro acontecía todo aquello a sus discípulos. Tercero, que los que habían de sufrirlo no se espantaran como de cosa inesperada y fuera de lo normal. Cuarto, que al oír esto, al tiempo mismo de la cruz, no se turbaran…

De momento sólo les predice lo que ellos mismos tendrían que sufrir. Quiéreles seguidamente hacer ver que esta guerra es nueva, y peregrino el modo de combatir,[18] pues los envía por el mundo desnudos de todo, con una sola túnica, sin sandalias, sin bastón ni dinero en el cinturón y sin alforjas, con la orden de alimentarse en casa de quienes los reciban…».

– Enviándonos como ovejas en medio de lobos muestra su poder:

«Mas ni aquí detiene el Señor su discurso; para hacer alarde de su poder inefable, prosigue diciéndoles: “Y yendo así por el mundo, habéis de dar muestras de mansedumbre de ovejas, y de ovejas que han de ir a lobos, y no ir como quiera, sino estar en medio de lobos”… Porque yo -parece decirles- quiero señaladamente hacer muestra de mi poder en que las ovejas venzan a los lobos; en que, estando ellas en medio de lobos, y no obstante sus infinitas dentelladas, no sólo no acaben con ellas, sino que sean ellas más bien las que conviertan a los lobos. Más maravilloso, mayor hazaña que matarlos, es hacerles cambiar de sentir, transformar enteramente su alma. Y eso que los apóstoles no eran más de doce y los lobos llenaban la tierra entera».

– Si somos como ovejas vencemos por estar apacentados por Cristo, que nos envía:

«Mientras somos ovejas, vencemos; aun cuando nos rodean por todas partes manadas de lobos, los superamos y dominamos. Pero si nos hacemos lobos, quedamos derrotados, pues nos falta al mismo punto la ayuda del pastor. Como quiera que Él apacienta ovejas y no lobos, te abandona y se aleja de ti, pues no le permites que muestre su poder…

Todo esto les esperaba a quienes tenían poder de hacer milagros. ¿Cuál era, pues, el verdadero consuelo en medio de todos estos trabajos? El poder de quien les enviaba. De ahí que el Señor mismo, eso puso delante de todo: He aquí que yo os envío. Esto basta para vuestro consuelo, esto basta para que tengáis confianza y no temáis a los que os atacan».

– Podría habernos enviado no como ovejas, sino como leones:

«Hubiera podido ciertamente hacer lo contrario y no permitir que sufrierais mal alguno; hubiera podido hacer que no estuvierais bajo los lobos, sino que fuerais mas espantables que leones. Sin embargo, os conviene que así sea. Esto os hará a vosotros más gloriosos y pregonará mejor mi poder.

…Al decir: Yo os envío como ovejas, dice implícitamente, no desmayéis, porque yo sé, yo sé muy bien que de este modo sois invencibles».

– No sólo hay que ser mansos, sino también prudentes, y la mayor prudencia es conservar la fe:

«Mas veamos qué prudencia es la que aquí pide el Señor. Prudentes como la serpiente -nos dice-. Como la serpiente lo abandona todo, y aun cuando la hagan pedazos, no hace mucho caso de ello con tal de guardar indemne la cabeza, así vosotros -parece decir el Señor- entregadlo todo antes que la fe, aun cuando fuera menester perder las riquezas, el cuerpo, la vida misma. La fe es la cabeza y la raíz. Si esa se conserva indemne, aún cuando todo lo pierdas, todo lo recuperarás más espléndidamente».

– Además de la mansedumbre y la prudencia, hay que añadir la sencillez:

«Si esta sencillez no se le añade ¿para qué sirve la prudencia? ¿Entonces, qué puede haber más duro que estos preceptos? ¿No era bastante tener que sufrir? No, responde el Señor. Yo no os permito ni que os irritéis, pues tal es la naturaleza de la paloma. Es como si uno mandara echar una caña seca en el fuego y mandara que no se quemara la caña, sino que apagara ella el fuego. Mejor que nadie sabe el Señor mismo la naturaleza de las cosas, y Él sabe perfectamente que la violencia es fuego que no se extingue con otra violencia, sino con la mansedumbre.

¿Veis cómo por todas partes es menester que seamos perfectos, de suerte que ni los peligros nos abatan ni la ira nos arrebate?

Nuevamente les obliga el Señor a estar vigilantes, pues por todas partes les ofrece sufrimientos, y a ellos, en cambio, no les permite hacer mal alguno. Por donde hemos de aprender que en el sufrir está la victoria y de ahí hemos de levantar nuestros trofeos».

No tenemos armas materiales, armas según entiende el mundo. Tenemos «armas» espirituales, como enseña San Pablo: ¡Estad a pie firme!; ceñida vuestra cintura con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el Celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la Fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno. Tomad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios (Ef 6, 14-17).

San Pablo describe, magníficamente, la diversidad de armas espirituales (a semejanza de las corporales) de las que hay tres géneros, según explica Santo Tomás:[19]

– Con las vestiduras, que son para cubrirse, con las que nos defendemos de los enemigos carnales y vencemos las concupiscencias terrenas:

El cíngulo para ceñirse representa la lucha contra la concupiscencia de la carne; el hombre se viste antes de ceñirse. Pero el Apóstol empieza con este orden de armadura espiritual, porque en la guerra espiritual es necesario antes refrenar las concupiscencias de la carne, así como primero hay que vencer al enemigo cercano; ahora bien, esto se hace por la moderación (el refrenarse) de los lomos, en los que la lujuria tiene fuerza, lo cual se realiza por la templanza, que contraría a la gula y a la lujuria.

Luego nos amonesta el Apóstol a vencer las concupiscencias de las cosas:

La coraza, que cubre todo el cuerpo, nos defiende contra las codicias terrenas y representa a la justicia que cubre todas las virtudes;

El calzado, que nos defiende contra los excesivos cuidados de las cosas temporales.

– Las armas para defenderse protegiéndonos de los errores y confirmándonos en los bienes espirituales, corresponden a las dos partes del cuerpo que hay que proteger: corazón y cabeza, para ello es necesario:

El escudo, que representa a la fe, que nos defiende de los dardos del Maligno; los dardos son extinguidos por la fe, porque extingue las tentaciones presentes y transitorias por medio de los bienes espirituales y eternos, que promete la Sagrada Escritura;

El yelmo, que representa la esperanza del fin, que nos mueve a vivir en caridad. Porque así como el yelmo está en la cabeza, así la cabeza de las virtudes morales es el fin y de esto trata la esperanza. Que como dice San Agustín: «contra la violencia de la caridad el mundo no puede nada».

– Las armas para atacar nos ayudan a impugnar a los mismos demonios:

La espada, que representa a la Palabra de Dios, o sea, la predicación con la que se impugna a los demonios. En los sermones la Palabra de Dios, que penetra los corazones de los pecadores, expulsa la masa de los pecados y de los demonios. La predicación se llama «espada del Espíritu» no porque penetra hasta el espíritu, sino porque es guiada por el Espíritu Santo.

Aprendamos siempre a ser ovejas -y lo que es lo mismo- a revestirnos de armas espirituales. ¿Cuál es la palestra privilegiada para aprender a ser ovejas, para aprender a ser diestros en el uso de las armas espirituales? La mejor palestra es la Misa.

Allí aprendemos a amar la Verdad de la fe; la justicia que da a Dios y al prójimo lo que les corresponde; el celo por el Evangelio de la paz; la devoción por la Palabra de Dios; el crecimiento en la esperanza y en la caridad; el espíritu de oración; la docilidad al Espíritu Santo; intercedemos por todos sin excluir, absolutamente a nadie; adoramos a Dios; amamos a la Virgen…

En otra parte, San Juan Crisóstomo, refiriéndose a las persecuciones, decía: «No me recuerdes armas y murallas. Las murallas se derrumban con el tiempo; la Iglesia jamás envejece. Las murallas son destruidas por los bárbaros; a la Iglesia no logran vencerla los demonios. Que no sean estas meras palabras jactanciosas, lo atestigua la realidad de los hechos. ¿Cuántos son lo que se lanzaron contra la Iglesia y terminaron ellos por perecer? La Iglesia supera a los cielos. Tal es su grandeza: triunfa sobre lo inexpugnable; vence las asechanzas de la insidia; sale más pura de entre las injurias; sufre los golpes, pero no sucumbe con las heridas; azotada por las olas, no se sumerge; zarandeada por las tempestades, no naufraga; se ve agitada, pero no cae; lucha, pero no es vencida. ¿Por qué guerra tan feroz? Para conseguir trofeo más glorioso».[20]

San Hilario escribía de modo más conciso: «Esta es la característica de la Iglesia: el vencer cuando es herida, el ser entendida cuando es impugnada, el lograr su fin cuando es abandonada».[21]

Por eso, si el sacerdote es oveja ¡es invencible!, por más que anden muchos lobos sueltos. Por más que nos rodeen por todas partes. Está de por medio la palabra del Señor: Yo os envío como ovejas en medio de lobos (Mt 10, 16), que es como si dijera: ¡Yo sé muy bien que de este modo sois invencibles!

Nos enseñe la Virgen a ser buenas ovejas del redil de Jesucristo.

[1] San Vicente Ferrer, Biografía y escritos de San Vicente Ferrer (Madrid 1956) 651.

[2] Por el contrario, parecerían algunos medios empeñados en degradar el misterio de la Iglesia y del sacerdocio. Baste citar películas como El nombre de la Rosa, La última tentación de Cristo, Priest, El cuerpo, Dogma, Stigmata, etc.

[3] Tácito, Ann. XV, 34.

[4] A. Hamman, La vida cotidiana de los primeros cristianos (Madrid 1986) 107-109.

[5] Martirio de Policarpo, IX, 2-3.

[6] Dial., 10; cit. Ruiz Bueno, Padres Apologetas Griegos (Madrid  1979) 317-118.

[7] Atenágoras, Legación a favor de los cristianos, 3-4; 31; cit. Ruiz Bueno, Padres Apostólicos (Madrid 1979) 657.

[8] Martirio de Policarpo, IV, 2; cit. Ruiz Bueno, Padres Apostólicos (Madrid 1979) 679.

[9] San Justino, Apología, 6.

[10] Walter Gardini, El cristianismo llega a China (Buenos Aires 1983) 21-22.

[11] Memorias (Buenos Aires 1975).

[12] Diario de la cárcel (Madrid 1984).

[13] J. M. Cejas, Piedras de escándalo (Madrid 1992) 48ss; allí se cuenta que un sacerdote la abofeteó.

[14] J. M. Cejas, Piedras de escándalo (Madrid 1992) 73.

[15] J. M. Cejas, Piedras de escándalo (Madrid 1992) 98ss.

[16] Reforma I, L.4, c.30, 22; cit. Santa Teresa, Obras completas, 1723.

[17] Homilias sobre San Mateo, 33, 1-2.

[18] Nótese la belleza de la expresión y lo sublime de la realidad que expresa: «Nueva la guerra y extraño el modo de combatir». Y sigue siendo así a través de los siglos.

[19] Ad Ef, 6, 4.

[20] De capto Eutropio 1: PG 52, 597s. Ya más de un siglo antes había desarrollado bellamente esta idea de la estabilidad de la Iglesia San Hipólito, De Antichristo, 59: PG 10, 777-780.

[21] De Trinitate 7, 4: PL 10, 202. San Agustín habría de exponer bellamente estas ideas, Sermón 2, 5: PL 37, 1353.