Sermón predicado por el p. Carlos Miguel Buela, VE, el día 28 de noviembre de 1998,en la Santa Misa de clausura del año lectivo de la cuarta y quinta promoción de los colegios Alfredo Bufano e Isabel la Católica
Iniciamos el tiempo de Adviento de este año litúrgico con la fiesta de estos egresados de nuestros Institutos, el Bachillerato Humanista “Alfredo Bufano” y el Instituto “Isabel, la Católica”. Ciertamente es un día de mucha alegría para nosotros porque se trata de otra camada más de jóvenes, varones y mujeres, que ingresan, probablemente algunos en la universidad, otros en la vida laboral, otros seguirán estudios terciarios… Es decir, han llegado en sus vidas a una meta importante, y es importante también para nosotros, que nos hemos comprometido con padres y madres en formarlos. Siempre nos queda como una espina en el corazón, que nos dice: ¿los habremos formado bien? Porque las cosas que se enseñan son muchas: matemáticas, geografía, literatura, lengua, y tantas otras más. Pero la cosa fundamental para nosotros -como lo dijo hermosamente Juan Pablo II en su primera visita a los EE. UU. en el Madison Square Garden- es que el propósito de la educación católica consiste en presentarle a los jóvenes a Jesucristo, para que la actitud de ellos frente a los demás, sea la misma de Jesucristo(1).
De tal manera que lo esencial que en estos años en nuestros Institutos tendrían que haber alcanzado estos jóvenes, es haber hecho por sí mismos, de manera personal, una experiencia vital de Jesucristo. Tienen que haber percibido –esperamos que lo hayan percibido- que Jesucristo es nuestro contemporáneo, que es lo más actual y lo más vivo que hay sobre la tierra, que es Aquél que es “el alfa y el omega, el principio y el fin” (Ap 1, 6) y el “centro de la historia”(2) del hombre sobre la tierra. Esa experiencia vital abarca varios aspectos que deberían haber conocido en estos años.
1. Unirse a su persona
Esperamos, confiamos, que hayan hecho la experiencia de un conocimiento interno de Jesucristo. Interno quiere decir sobrenatural, propio de cada uno, por el cual han llegado -o deberían haber llegado- al conocimiento interior de Jesucristo, lo que pasa por el corazón de Jesucristo. Y para ello haberse unido a su Persona, Segunda de la Trinidad, por la fe, la esperanza, la caridad. Pero la fe nadie la puede dar, es un don de Dios que siempre hay que pedirlo, que siempre hay que agradecerlo, y que siempre hay que desarrollarlo. Eso no lo da a conocer ni la carne ni la sangre; no lo da a conocer el colegio, por más que sea el mejor que exista en el mundo; eso lo da a conocer el Padre celestial. Lo dice en el Evangelio: “…esto no os lo da a conocer ni la carne ni la sangre, sino el Padre que está en los cielos” (Mt 16, 17).
2. Tener su Espíritu
Y no basta simplemente un mero conocimiento, sino que hay que tener el mismo espíritu de Cristo. De las palabras más duras que hay en las Sagradas Escrituras, están aquellas de San Pablo: “El que no tiene el espíritu de Cristo, ése no es de Cristo” (Rm 8, 9). Pueden haber pasado siete años en un colegio católico y no tener el espíritu de Cristo; y si no se tiene el espíritu de Cristo, ese no es de Cristo. Se puede estar en un seminario, siete años, ocho años, nueve años, diez años; si ese seminarista no tiene el espíritu de Cristo, ése seminarista no es de Cristo. Puede ser sacerdote, obispo… si no tenés el espíritu de Cristo, no sos de Cristo. Hay que tener el espíritu de Cristo, el espíritu de Cristo es el Espíritu Santo. Por eso hay que enseñar a los jóvenes a ser dóciles al Espíritu Santo.
3. Asimilar su doctrina.
Además hay que asimilar la doctrina de Cristo. Para ello no bastan las clases de religión; sí, algo, es algo, pero no bastan, normalmente no bastan; si cada uno de ustedes no pone el empeño personal de seguir formándose, de seguir conociendo la doctrina de nuestro Señor; de leer los Santos Evangelios, de instruirse leyendo, por ejemplo, el Catecismo de la Iglesia Católica, no van a asimilar la doctrina de Jesucristo, y va a pasar lo que pasa hoy día lamentablemente en tantos lugares, donde Jesucristo es un desconocido. La doctrina que sostienen hombres bautizados, mujeres bautizadas, no es la de Jesucristo, es la doctrina del mundo, lo que dice el último periodista en el último canal de televisión… Criterios meramente mundanos, criterios que van diametralmente en contra del Evangelio de Jesucristo.
4. Cumplir los mandamientos.
Y además hay que saber cumplir y esforzarse por cumplir lo más exactamente posible los mandamientos de la Ley de Dios. Hoy día, con el avance tecnológico que hay, si te comprás una licuadora, necesitás un manual de instrucción que te enseñe cómo usarla: enchufarla así, usarla asá. Lo mismo sucede con cualquier otra cosa: comprás un auto, otro manual de instrucción; una afeitadora eléctrica, lo mismo; un ventilador… Todo tiene su manual de instrucciones. Te comprás un coche, y el manual de instrucciones te dice: “Funciona a nafta”. “Ah, no, yo voy a poner agua”. ¿Va a funcionar ese coche? No va a funcionar. “Al comienzo no lo pasés de cien kilómetros por hora, porque sino se va a fundir”. “No, yo lo voy a probar a ciento sesenta”. Se fundió. No respetó el manual de instrucciones. Nosotros, los seres humanos, tenemos un manual de instrucciones: nos lo dio Dios en el monte Sinaí, a Moisés, en las tablas de la Ley, son los Diez Mandamientos. Ahí están: ¿querés funcionar? Respetá, cumplí, los Diez mandamientos de la Ley de Dios. ¿Querés ponerte al margen de los mandamientos de la Ley de Dios? Lo podés hacer, porque nuestra libertad nos puede llevar a elegir cosas que van en contra de nosotros mismos. Lo podés hacer, como tantos, pero ahí está la humanidad contemporánea: un montón de troncos a la deriva, que no saben muchas veces las cosas más elementales que sabían nuestros abuelos, que no eran tan estudiados como los jóvenes ahora, que no tenían televisor; pero sabían lo que era vivir, y lo que era la vida, y sabían que tenemos diez leyes esenciales que debemos cumplir si queremos ser felices, si queremos alcanzar aquí en esta tierra -a pesar que siempre va a haber cruces, a pesar de que siempre será un valle de lágrimas-, lo que es un atisbo del Cielo.
5. Frecuentar sus sacramentos.
Si has hecho en estos años esa experiencia vital única, irrepetible, intransferible de Jesucristo, habrás descubierto que a Jesucristo se lo conoce de una manera muy especial: en la Santa Misa, en la comunión frecuente: “Mi carne es verdadera comida”, dijo Él, “mi sangre es verdadera bebida” (Jn 6, 55); “Quien come mi carne, bebe mi sangre, vive en mí y yo en él” (Jn 6, 56). Si has hecho esa experiencia de Jesucristo, perseverarás en la Misa dominical, y perseverarás en el otro sacramento, que hay que recibir también a menudo: la confesión; confesión y comunión, comunión y confesión, confesión y comunión, ¡comunión y confesión! Y si pasaste por arriba estos años en el Instituto Bufano o Isabel la Católica, no habrás conocido a Jesucristo. No vas a frecuentar la Eucaristía, no vas a frecuentar la confesión. Entonces, como tantos, nacidos para ser hojas de sable, se convirtieron pronto en facón de latón. Por eso, lamentablemente, en nuestra patria, por cada diez mil cachorros, no hay ni un jefe verdadero.
6. Imitar sus ejemplos
Si de verdad –no de verso, porque estamos llenos de verso en este país- si de verdad conocés a Jesucristo, vas a imitar sus ejemplos. “Tened -como dice San Pablo- los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús” (Fil 2, 5). Tener los mismos sentimientos, en el corazón, en lo profundo. ¿Qué es eso? Es amar al padre, a la madre, es cumplir con los deberes de estado, es saber sacrificarse, es ser servicial, es ser honesto, es ser bueno, es ser piadoso, es ser cumplidor, es ser hombre de palabra, es ser mujer amante de hacer el bien a los demás. Tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, es aquello que dijo el Papa en el Madison Square Garden: “para que vuestra actitud hacia los demás sea la de Cristo”.
7. Estar en comunión con su Iglesia
Si somos fieles a Jesucristo, seremos fieles a su Iglesia, seremos fieles a Él que dijo a Simón: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”(Mt 16, 18). Si tu fe está sostenida con alfileres en el alma o si está pegada con cinta adhesiva, en las tormentas de la vida, en las dificultades que necesariamente vas a pasar, vas a caer; pero si tu fe en Jesucristo es realmente personal, si has hecho una experiencia en verdad de Él, ni aunque vengan degollando vas a aflojar. Entre los que egresan hay un alumno, Baudry, que tiene en la familia un mártir; en la revolución francesa, cuando degollaban a los católicos, el prefirió ser católico antes que apostatar de la fe. Y nuestra fe tiene que tener esa calidad: martirial. No llegaremos al martirio probablemente -tal vez, no sé, al paso que se va, ¿quién lo podrá decir?-, pero sí hay que mantenerse firme, como corresponde. No es la fe algo que se puede comprar y vender como cuando compramos una remera. La fe es lo más sagrado que tiene el hombre en la tierra, y si no sabemos respetar nuestra santa fe, ¿qué cosa hay sobre la tierra que el hombre pueda respetar?
8. Reconocerlo en los hermanos
Tener experiencia de Jesucristo es reconocerlo en los hermanos: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber” (Mt 25, 35); estuve de paso, me hospedaste; no sabía, me enseñaste; estaba triste, me consolaste; estaba abrumado por dificultades, por cruces, me ayudaste a llevarla; no tenía quien me comprendiera, vos me diste la palabra que me alegró el alma.
9. Verlo en sus santos.
Conocerlo a Jesucristo, es reconocerlo en sus santos. Aquí mismo, entre estos jóvenes, aunque a veces los padres no se den cuenta, hay verdaderos santos y santas; hay jóvenes que quieren hacer las cosas bien, que no se quieren doblegar, que quieren triunfar a pesar de todas las dificultades que pueda haber, porque saben que está la gracia de Dios, y que con la gracia de Dios se puede, porque para Dios no hay nada imposible. Hay que saber reconocerlo en sus santos. Por ejemplo, Edith Stein, miren qué vida ejemplar; esa otra gran mujer, laica, Isabel; la reina Isabel la Católica, a quien se debe en gran parte a que América sea católica, la que con esa sabiduría y esa intuición de mujer, y de mujer genial, supo preparar los grandes eventos de la Iglesia, como fue el concilio de Trento, ya que los mejores teólogos católicos fueron formados en España e intervinieron en ese concilio. Los santos son “verdaderas palabras de Dios” (Ap. 22,6), los santos son los que nos dicen a nosotros las cosas que debemos hacer, como Pier Giorgio Frassati, laico.
10. Amar a su Madre
Y por fin, si realmente has conocido a Jesucristo, tenés que tener un trato muy amante, muy cordial, muy tierno, con su Madre, la Santísima Virgen. No se puede conocer a Jesús si uno no conoce a María, y no se puede conocer a María si uno no conoce a Jesús. Jesús y María, María y Jesús. Él, el Hijo del Dios vivo; Ella, la Madre del Hijo de Dios. Así como ella quiso que Jesús adelantase su hora de hacer los milagros en Caná de Galilea (cf. Jn 2, 5s) -prácticamente le obliga a cambiar el agua en vino-, Ella está dispuesta siempre a hacer uno y mil milagros por cada uno de nosotros, con tal de que sea para nuestro bien. Por eso, por muy difícil que sea el camino que de acá en adelante tengan que recorrer –que ciertamente cada vez se va convirtiendo en más difícil-, sepamos que tenemos una Madre en lo más alto de los cielos, que nos ama, que nos quiere, que busca nuestro bien, que intercede por nosotros.
En esta misa pido por cada uno de ustedes, para que realmente esta experiencia de Jesús –que espero la hayan hecho bien- sea algo indeleble en sus almas, para que sean la alegría de sus padres y de sus madres, para que hagan mucho bien en el mundo, porque finalmente, lo que el mundo necesita hoy son grandes hombres, grandes mujeres, que sepan cuáles son las cosas por las cuales hay que vivir y por las cuales hay que morir, si es necesario.
Notas
(1) Cf. Juan Pablo II, Discurso a los estudiantes en el Madison Square Garden, L´OR, 21 de octubre de 1979, p. 522, ed. en lengua española.
(2) Conc. Ecum. Vat. II, Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 10. 45; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Mensajes del Concilio a la humanidad, 5; cf. Juan Pablo II, Carta encíclicaRedemptor hominis, sobre Jesucristo redentor del hombre, 22.