san roque gonzalez

Rumbo al Congreso Misionero – San Roque González y Santa Teresita

El día de la visita de las reliquias de Santa Teresita y San Roque González a la Catedral San Rafael Arcángel, presidió la Misa de las 19hs. el p. Gustavo De Majo, vicario de la Iglesia Catedral y concelebraron en la misma numerosos sacerdotes del Instituto. Publicamos a continuación la homilía que en tal ocasión predicara el p. Carlos Miguel Buela.

Queridos hermanos y hermanas:

Primeramente quiero agradecer al padre Gustavo De Majo la fina gentileza que ha tenido al ofrecerme predicar en esta Santa Misa, ante las reliquias de estos dos santos que son tan queridos: Santa Teresita del Niño Jesús, muy conocida por todos, y San Roque González de Santa Cruz, primer sacerdote paraguayo y misionero entre los guaraníes.

La Conferencia Episcopal Argentina ha visto la conveniencia de que las reliquias de estos dos grandes santos recorran las diócesis de nuestro país en preparación del Congreso Misionero Latioamericano y el I Congreso Misionero Americano (COMLA 6–CAM 1), que se realizarán del 28 de septiembre al 3 de octubre de este año en la ciudad de Paraná (Entre Ríos). ¿Y esto por qué?

En primer lugar porque Santa Teresita del Niño Jesús, junto con San Francisco Javier, es patrona universal de las vocaciones y de las misiones católicas y de los misioneros; ella, sin salir de su monasterio, ofreció toda su vida pidiendo por el trabajo que realizaban los misioneros.

¿Y por qué razón está también entre nosotros el corazón de San Roque González? Porque él es uno de los tres Mártires Rioplanteses, fundador de diez misiones jesuitas en el Paraguay, en las que tantos guaraníes convertidos a la fe por la predicación de los padres jesuitas, formaron aquellas extraordinarios pueblos cristianos que fueron las Reducciones; además, el corazón de San Roque prepara a este Congreso Misionero porque murió mártir y «la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos», como decía hermosamente Tertuliano. Y si hoy estamos nosotros aquí como cristianos se debe, en parte, a que un día San Roque González dio su vida por Jesucristo, para sellar con su sangre la fe que predicó con tanto sacrificio en nuestras tierras.

Ante las reliquias de San Roque González no puedo dejar de recordar a ese gran obispo de San Rafael a quien le eran tan queridos los Santos Mártires Rioplatenses, con quienes se encontraba relacionado, particularmente muy relacionado con Caaró, el lugar donde fue martirizado San Roque González y San Alfonso Rodríguez. Me refiero a Mons. León Kruk, que, además, nació en la provincia de Misiones, en Apóstoles, una antigua reducción fundada por los padres jesuitas. ¿Cómo no recordarlo a él, que tanto ha hecho por las vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras en esta diócesis que, por gracia de Dios, ha dado tantos sacerdotes a otras diócesis de la República Argentina, y tantos misioneros al mundo entero, particularmente a las Misiones ad gentes, dando misioneros que en estos momentos están en los cinco continentes?

También personalmente, me es muy grato venerar hoy el corazón incorrupto de San Roque (que gusto imaginar palpitante), porque cuando era estudiante secundario, muchas veces lo veneré en la Iglesia de El Salvador, antes de que fuese enviado a Asunción del Paraguay.

Agradecemos a ambos el que hayan sido una fuente de inspiración para muchos sacerdotes, obispos, laicos y laicas, gracias a los cuales Dios nos ha concedido la gracia inmensa de tantas vocaciones sacerdotales y religiosas. Y creo que esto se debe al trabajo de tantas personas que han rezado por las vocaciones; recuerdo particularmente a Mons. Ernesto de Miguel, ¡con cuánta caridad nos recibió cuando llegábamos a la diócesis!; a Mons. Basilio  ¡él nos regaló las primeras 40 sotanas cuando comenzábamos el Seminario Diocesano!; al padre Victorino Ortego, muy probablemente la primer vocación sanrafaelina de esta diócesis; a la Hermana Carmen, una de las fundadoras del Colegio del Carmen, ¡con cuanto fervor rezaba por las vocaciones! Y el mismo Mons. León Kruk, que tanto rezó e hizo rezar por las vocaciones. Él mismo pasaba en vela ante el Santísimo Sacramento la noche del jueves al viernes pidiendo por las vocaciones. Y cuántos de ustedes, con sus oraciones, con su apoyo, con sus limosnas (¿cómo no recordar a SAUSEDIO con más de 600 socios laicos que ayudaban al Seminario?), con su amistad, han hecho posible que sean tantos los que ejercen su sacerdocio, en esta diócesis o en diócesis vecinas, y tantas las vocaciones misioneras que ha dado la diócesis. ¡Parece mentira!

Y Dios nos ha bendecido con tantas vocaciones porque tanto ellos como Ustedes, de alguna manera, imitando a Santa Teresita, «en el corazón de la Iglesia han sido el amor», ya que el amor es el compendio de todas las vocaciones.

Un gran escritor polaco, Adam Mickiewicz, dice que «la veneración de las reliquias» es «ese gran misterio de la Iglesia Católica»(1).

Nuestros primeros hermanos buscaban poner a los enfermos en las calles, para que cuando pasara el Apóstol San Pedro, al menos su sombra los tocase y los curase, como cuentan los Hechos de los Apóstoles: «… Hasta tal punto que incluso sacaban los enfermos a las plazas y los colocaban en lechos y camillas, para que, al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese alguno de ellos» (5, 15), y eso es Palabra de Dios.

Nuestros primeros hermanos buscaban los pañuelos y delantales tocados por el Apóstol San Pablo, y los veneraban como reliquias, las cuales obraban numerosos milagros: tantas curaciones de enfermos, tantas gracias concedidas (cf. Hech 19, 12). Es por eso que veneramos las reliquias de los santos y santas de Dios, que no sólo han hecho grandes obras en su vida, sino que después de muertos tienen misiones póstumas que cumplir, ya sea intercediendo, inspirando, obrando milagros…

Misión póstuma de Santa Teresita del Niño Jesús, que ha sido declarada el año pasado por el Santo Padre Doctora de la Iglesia, son la cantidad de conversiones que se deben a su intercesión. Y a ella le pido que se cumpla aquí, hoy, aquello que profetizó en su vida: «Después de mi muerte, derramaré una lluvia de rosas sobre la tierra».(2) Esas rosas son gracias que se le piden a ella, gracias muy abundantes en este tiempo en que nos visita con sus sagradas reliquias.

Misión póstuma de San Roque González de Santa Cruz. Es él el que dice –el que nos dice– a cada uno de nosotros: «Todo es nada para lo que se debe al Señor, por quien se hace».

Misterio, queridos hermanos, de la Iglesia, que es por naturaleza misionera, porque así lo ha querido Jesucristo: «Como el Padre me envío –del Cielo a la tierra–, así os envío yo a vosotros…» (Jn 20, 21); envío que Él, de una manera especial, en la cima del monte Tabor hiciera, diciendo: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda creatura…» (Mt 28, 19;  Mc 16, 15). ¡Por todo el mundo! No hay pueblo donde no deba llegar el Evangelio. ¡Por todo el mundo! No hay lengua en la que no deba proclamarse que «Jesús es el Señor»; como dice San Pablo: «que toda lengua proclame que Jesús es Señor para gloria de Dios Padre» (Flp 2, 11); no debe haber dialecto en que un misionero diga: «Tomad y comed todos de él, esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros…; tomad y bebed, esta es mi sangre que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados», y de esa manera tranbsustancie el pan en el Cuerpo de Cristo y el vino en su Sangre, para alimento de nuestras almas.

Por eso, queridos hermanos, juntos a estas sagradas reliquias, enfervorecidos por  la presencia de Nuestro Señor Jesucristo en el Santísimo Sacramento, en la cual de una manera particularísima nos ama, debemos imitarlo a Él, debemos cumplir la ley sagrada de la caridad, que tanto gustaba repetir San Juan Apóstol:  «Amaos los unos a los otros», amor del que tanto ejemplo nos da San Roque Gonzalez, que dio la vida por Cristo: «nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15, 13); amor del que tanto ejemplo nos da Santa Teresita, porque comprendió que el amor abarca todas las vocaciones, todos los apostolados, todos los esfuerzos…, y por ello dijo que «en el seno de la Iglesia yo seré el amor».(3)

Quiera Dios que por su intercesión sigan saliendo muchos misioneros, tantos sacerdotes que son necesarios porque, como dijo Nuestro Señor, «la mies es mucha y los operarios son pocos». ¿Y nosotros qué podemos hacer? También lo dijo Nuestro Señor: «Rogad al Dueño de la mies, que envíe operarios a su mies» (Mt 9, 38).

Además, como dijo el Señor a los Apóstoles mirando las multitudes hambrientas –en el relato de la multiplicación de los panes que recién hemos leído–: «Dadles vosotros de comer» (Mt 14, 16; Mc 6, 37; Lc 9, 13) ¡Miremos el mundo que nos toca vivir! Hay dos terceras partes de la humanidad que no conocen a Cristo, porque no hay quienes les prediquen el Evangelio, no hay quien les hable de Jesús. ¡No hay quienes les dan a comer el Pan de Vida! ¡Por particular designio de Dios, desde aquí más de 120 sacerdotes misioneros y más de 100 religiosas misioneras de votos perpetuos, engregan sus vidas a Dios por el prójimo para que tengan el Pan de la Palabra y el Pan de la Eucaristía!

Hoy día en muchas partes del mundo se sufre hambre por falta de comida; pero existe un hambre todavía superior, del cual no hablan los periódicos; es el hambre que no registran las estadísticas, es el hambre de Dios, del sentido de la vida, el hambre de no tener la respuesta de la fe a las preguntas esenciales: ¿para qué estoy en este mundo?, ¿por qué el dolor?, ¿por qué la muerte? ¿se acaba todo en esta vida? ¡El hambre de Dios!, ¡el hambre del sentido de la vida!, ¡el hambre de Jesús!

Quiero terminar dirigiéndome particularmente a aquellas personas que tienen algún dolor especial –ya sea por problemas familiares, por falta de trabajo, por la muerte de algún ser querido, por alguna enfermedad…–, recordando que esta santita cuyas reliquias están hoy ante nosotros, ha dado en la clave del sentido que deben tener todos nuestros dolores, en el sentido cristiano del dolor en esta vida. Ella, la santita de Liseaux, que tantos sufrimientos soportó durante su enfermedad, dijo: «He llegado a no poder sufrir, pues me es dulce todo sufrimiento».(4)

Que aprendamos a hacer de las espinas, rosas, haciendo dulce aquello que nos resulta amargo.

Nos ayude nuestra buena Madre del Cielo.


NOTAS

(1) T. 2, 81-85, 87-88.  Añade: «…las reliquias no cesan de obrar, y la Iglesia real militante no cesa de esperar su salvación»; cit. por Henri de Lubac, La posteridad espiritual de Joaquín de Fiore, t. II., Ed. Encuentro,   Madrid 1989,  p. 259.
(2) Historia de un alma, Apéndices, cap. XII.
(3) Historia de un alma, IX.
(4) Id.,  XII, 21.