Queremos exponer una selección de textos que manifiestan el pensamiento del Papa Juan Pablo II sobre las vocaciones sacerdotales y religiosas. Y algunas reflexiones que nos inspira, ya que su espléndido magisterio siempre fue para nosotros fuente fecunda en que abrevamos nuestra sed de fidelidad al Señor.
Debe decirse que el problema de las vocaciones sacerdotales -y también de las religiosas, tanto masculinas como femeninas- es el «problema fundamental»[1] de la Iglesia: «por el que tengo mucho interés de modo muy especial»,[2] «que requiere mayor atención»,[3] «central»,[4] «del futuro»,[5] «vital».[6]
«El problema de las vocaciones afecta a la vida misma de la Iglesia».[7]
El tema de las vocaciones «afecta a la Iglesia en una de sus notas fundamentales, que es la de su apostolicidad».[8]
«Escasez de clero quiere decir escasez de aquellos que celebran la Eucaristía».[9]
Es falso creer que no hay vocaciones; muy por el contrario, hay muchas: «la vocación está en germen en la mayoría de los cristianos»;[10] Dios «siembra a manos llenas por la gracia los gérmenes de vocación»;[11] incluso «numerosas vocaciones sacerdotales y religiosas (germinan) en este primer encuentro con Cristo»[12] (refiriéndose a la Primera Comunión).
Las vocaciones existen, pero hay que buscarlas. «Dios llama a quien quiere por libre iniciativa de su amor. Pero quiere llamar mediante nuestras personas… No debe existir ningún temor en proponer directamente a una persona joven, o menos joven, las llamadas del Señor».[13] «El Señor es siempre el que llama, pero es preciso favorecer la escucha de su llamada y alentar la generosidad de la respuesta».[14] Al Padre Alberoni le pareció que Jesucristo le decía: «Tú puedes equivocarte, pero yo no me equivoco. Las vocaciones vienen sólo de mí, no de ti; este es el signo externo de que estoy con (vosotros)». Buscar las vocaciones es, también, proponerlas: «…con pasión y discreción, sed despertadores de vocaciones».[15] Cristo habitualmente «llama a través de nosotros y de nuestra palabra. Por consiguiente, no tengáis miedo a llamar. Introducíos en medio de los jóvenes. Id personalmente al encuentro de ellos y llamad».[16] La pastoral vocacional es la misión de la Iglesia «destinada a cuidar el nacimiento, el discernimiento y el acompañamiento de las vocaciones, en especial de las vocaciones al sacerdocio».[17]
«La familia, iglesia doméstica, es el primer campo donde Dios cultiva las vocaciones. Por ello hay que saber que una recta y esmerada pastoral familiar es de por sí vocacional. Hay que formar a los padres en la generosidad para con Dios si llama a alguno de sus hijos, aún más, enseñarles a pedir en favor de la Iglesia para sus hijos tan inestimable don».
«Un criterio… para decir que una parroquia, una comunidad católica, es realmente madura, es que debe tener vocaciones. Con las vocaciones sacerdotales, y las otras, se mide la madurez de una comunidad, de una parroquia, de una diócesis».[18] «Toda comunidad ha de procurar sus vocaciones, como señal incluso de su vitalidad y madurez. Hay que reactivar una intensa acción pastoral que, partiendo de la vocación cristiana en general, de una pastoral juvenil entusiasta, dé a la Iglesia los servidores que necesita». «Al terminar este encuentro breve, deseo dirigirme idealmente a todos los religiosos y sacerdotes que viven serenamente día a día su vocación, fieles a los compromisos adquiridos, constructores humildes y escondidos del Reino de Dios, de cuyas palabras, comportamiento y vida irradia el gozo luminoso de la opción que hicieron. Son precisamente estos religiosos y sacerdotes, los que con su ejemplo aguijonearán a muchos a acoger en su corazón el carisma de la vocación».[19] «Los institutos religiosos deben mantener un sentido firme y claro de su identidad y misión propias. Un estado continuo de cambio, una incoherencia entre cómo se expresan los valores e ideales, y cómo se viven de hecho, un excesivo ensimismamiento e introspección, un énfasis exagerado en las necesidades de los miembros como opuestas a las necesidades del Pueblo de Dios, frecuentemente son obstáculos fuertes para aquellos que sienten la llamada de Cristo: ven y sígueme (Mt 19, 21)».[20]
«Las vocaciones son la comprobación de la vitalidad de la Iglesia. La vida engendra la vida…; son también la condición de la vitalidad de la Iglesia… Estoy convencido de que -a pesar de todas las circunstancias que forman parte de la crisis espiritual existente en toda la civilización contemporánea- el Espíritu Santo no deja de actuar en las almas. Más aún, actúa todavía con mayor intensidad».[21]
Sin buena formación Dios no bendice con abundancia de vocaciones. Hay «que hacer intensos esfuerzos por fomentar las vocaciones y procurar la mejor formación sacerdotal posible en los seminarios. Abundancia de vocaciones y una eficaz formación de los seminaristas: he aquí dos pruebas de la vitalidad de la Iglesia».[22] «Lo que hay que hacer es buscarlas y luego, cosa muy importante, es preciso encontrar para estas vocaciones una formación adecuada. Diría que la condición de una verdadera vocación es también una formación justa. Si no la encontramos, las vocaciones no llegan y la Providencia no nos las da».[23]
Pareciera que algunos no tienen vocaciones por la tentación de laicizar el sacerdocio, o sea, por mala formación. Podemos mirar confiadamente hacia el futuro de las vocaciones, podemos confiar con la eficacia de nuestros esfuerzos que miran a su florecimiento, si alejamos de nosotros de modo consciente y decisivo esa particular «tentación eclesiológica» de nuestros tiempos que, desde diversas partes y con múltiples motivaciones, trata de introducirse en las conciencias y en las actitudes del pueblo cristiano. Quiero aludir a las propuestas que tienden a «laicizar» el ministerio y la vida sacerdotal, a sustituir a los ministros «sacramentales» por otros «ministerios» juzgando que responden mejor a las exigencias pastorales de hoy, y también a privar a la vocación religiosa del carácter de testimonio profético del Reino, orientándola exclusivamente hacia funciones de animacion social o incluso de compromiso directamente político. Esta tentación afecta a la eclesiología, como se expresó lúcidamente el Papa Juan Pablo II: «…en este punto, lo que nos aflige es la suposición, más o menos difundida de ciertas mentalidades, de que se pueda prescindir de la Iglesia tal como es, de su doctrina, de su constitución, de su origen histórico, evangélico y hagiográfico, y que se pueda inventar y crear una nueva Iglesia según determinados esquemas ideológicos y sociológicos, también ellos mutables y no garantizados por exigencias eclesiales intrínsecas. Así vemos a veces cómo los que alteran y debilitan a la Iglesia en este punto no son tanto sus enemigos de fuera, cuanto algunos de sus hijos de dentro, que pretenden ser sus libres fautores».[24]
Pareciera que sigue siendo verdadero lo que nos advierte San Alfonso: «…adviértase que si el seminario está bien dirigido será la santificación de la diócesis, y si no lo estuviere será su ruina… ¡Cuántos jóvenes entran en el seminario como ángeles y en breve tiempo se truecan en demonios!… Y sépase que de ordinario en los seminarios abundan los males y los escándalos más de lo que saben los obispos, que las más de las veces son los menos enterados».[25] Por eso no es de asombrar que los jóvenes prefieran aquellos seminarios donde tienen la seguridad de que los han de formar bien. Quien quiere entregar toda su vida al Señor no está dispuesto, generalmente, a que se la hagan despilfarrar. Muy pocos son los que se entusiasman por dejar el mundo, para encontrar más mundo en el seminario.
En estos tiempos de pocas vocaciones, muchas veces los que no las tienen, consideran que es pecado el tener muchas vocaciones, y atacan despiadadamente a quienes las tienen. Por eso hay que saber ser santamente decidido en no tolerar nada que las pueda impedir. Para ello hay que estar dispuesto hasta el martirio, si fuere necesario, sabiendo mantener una firmeza inquebrantable para ser fiel a Dios, que es el Autor de toda vocación y el principal interesado en su florecimiento. Dicho de otra manera, no hay que poner impedimentos a la obra de Dios. Si no bendice con abundantes vocaciones, es que estamos poniendo obstáculos a la acción de su gracia. Decía San Juan Crisóstomo: «Hay muchos y hay pocos sacerdotes; muchos de nombre, pero pocos por sus obras»[26] y esta es la razón principal de la escasez de vocaciones sacerdotales.
Y así como Dios es generosísimo en suscitar vocaciones cuando se dan las condiciones adecuadas, así hay que ser generosos en enviar las vocaciones ya florecidas, en sacerdotes y religiosas, a donde sea necesario, teniendo la certeza de que «Dios no se deja ganar en generosidad por nadie», que siempre será verdad que el que siembra con mezquindad, cosechará también con mezquindad; el que siembra en abundancia, cosechará también en abundancia (2Cor 9, 6).
El «centro de toda pastoral vocacional»[27] es la oración. «Es el valor primario y esencial en lo que respecta a la vocación».[28] La vocación es don de Dios ofrecido libremente al hombre y «se coloca por su naturaleza en el plano del misterio»;[29] es un misterio de fe y de amor. Por eso enseñó nuestro Señor Jesucristo: Rogad al dueño de la mies que mande obreros a su mies (Mt 9, 37 ss; Lc 10, 2).
Cualquier profesión humana lleva a las criaturas, y se ocupa de asuntos terrenos, y sólo indirecta y ocasionalmente conducen a Dios. Pero el oficio sacerdotal tiene como ocupación primordial el conducir a las almas a Dios y a su Iglesia, y de ahí le viene su grandiosidad: «¿Has pensado alguna vez en entregar tu existencia totalmente a Cristo? ¿Crees que puede existir algo más grande que atraer a los hombres y a las mujeres a Cristo?».[30]
La vocación es amor que sólo puede ser devuelto con amor: «Una vocación religiosa es un don, libremente dado y libremente aceptado. Es una profunda expresión del amor de Dios hacia vosotros, que requiere, de vuestra parte, un amor total hacia Cristo».[31]
Desde toda la eternidad, Dios ama con amor personal al elegido, para que sea su instrumento de salvación: «Cada vocación es parte de un plan divino. Esto significa que en la iniciativa creadora de Dios existe un acto particular de amor para aquellos llamados no solo a la salvación, sino además al ministerio de la salvación».[32]
En fin, cada vocación es un acto irrepetible del amor de Dios: «Cada llamada de Cristo es una historia de amor única e irrepetible».[33]
[1] Juan Pablo II, «Homilía en la Misa de inauguración del Congreso Internacional por las vocaciones», L’Osservatore Romano 20 (1981) 303.
[2] Juan Pablo II, «Homilía en la Misa de inauguración del Congreso Internacional por las vocaciones», L’Osservatore Romano 20 (1981) 303.
[3] Juan Pablo II, «Diálogo con los Obispos en Lima», L’Osservatore Romano 23 (1988) 393.
[4] Juan Pablo II, «Diálogo con los Obispos en Lima», L’Osservatore Romano 23 (1988) 393.
[5] Juan Pablo II, «Diálogo con los Obispos en Lima», L’Osservatore Romano 23 (1988) 393.
[6] Juan Pablo II, «Discurso a la Conferencia Episcopal de Gabón», L’Osservatore Romano 11 (1993) 138: «Es un problema vital, que todo cristiano que ame de verdad a la Iglesia debe llevar en su corazón».
[7] Juan Pablo II, «Mensaje al Congreso latinoamericano de vocaciones», L’Osservatore Romano 21 (1994) 301.
[8] Juan Pablo II, «Meditación dominical», L’Osservatore Romano 17 (1989) 279.
[9] Juan Pablo II, «Meditación dominical», L’Osservatore Romano 17 (1989) 279.
[10] Juan Pablo II, «Discurso a religiosas en Turín», L’Osservatore Romano 12 (1980) 216.
[11] Cfr. Juan Pablo II, «Mensaje a la XXIX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones», L’Osservatore Romano 51 (1991) 744.
[12] Juan Pablo II, «Alocución a los sacerdotes y religiosos», L’Osservatore Romano 25 (1987) 465.
[13] Juan Pablo II, «Mensaje a la XX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones», L’Osservatore Romano 16 (1983) 236.
[14] Juan Pablo II, «Homilía en la parroquia romana de San José Moscati», L’Osservatore Romano 10 (1993) 122. Enseña el Concilio Ecuménico Vaticano II en el decreto sobre la adecuada renovación de la vida religiosa «Perfectae Caritatis», 24, que «aún en la predicación ordinaria ha de tratarse con bastante frecuencia del seguimiento de los consejos evangélicos y del estado religioso».
[15] Juan Pablo II, «Encuentro semanal con los peregrinos», L’Osservatore Romano 13 (1983) 182.
[16] Juan Pablo II, «Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por las vocaciones», L’Osservatore Romano 11 (1979) 539.
[17] Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal «Pastores Dabo Vobis» (25 de marzo de 1992) 34. Hizo notar Mons. José Saraiva en su ponencia en el Iº Congreso Latinoamericano de Vocaciones, celebrado en Itaici Sao Paulo (Brasil) del 23 al 27 de mayo de 1994: «donde, por primera vez, se da una verdadera y propia definición de la pastoral vocacional», L’Osservatore Romano 21 (1994) 304.
[18] Juan Pablo II, «Homilía en la Misa de inauguración del Congreso Internacional por las vocaciones», L’Osservatore Romano 20 (1981) 303.
[19] Juan Pablo II, «La promoción de las vocaciones», L’Osservatore Romano 12 (1980) 158.
[20] Juan Pablo II, «Carta a los Obispos de Estados Unidos», L’Osservatore Romano 18 (1989) 302.
[21] Juan Pablo II, «Homilía en la Misa de inauguración del Congreso Internacional por las vocaciones», L’Osservatore Romano 20 (1981) 303.
[22] Juan Pablo II, «Homilía en el Seminario Mayor Regional de Seúl», L’Osservatore Romano 20 (1984) 310.
[23] Juan Pablo II, «Diálogo con los periodistas en el vuelo Roma-Montevideo», L’Osservatore Romano 25 (1988) 443.
[24] Juan Pablo II, «Homilía en la Misa de inauguración del Congreso Internacional por las vocaciones», L’Osservatore Romano 20 (1981) 303.
[25] Obras ascéticas, II (Madrid 1954) 19.
[26] Hom. in Mt., 43; cit. San Alfonso, Obras ascéticas, II (Madrid 1964) 342.
[27] Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal «Pastores Dabo Vobis» (25 de marzo de 1992) 38.
[28] Desarrollos de la pastoral de las vocaciones en las Iglesias particulares, Documento conclusivo, II Congreso internacional de obispos y otros responsables de las vocaciones eclesiásticas.
[29] Desarrollos de la pastoral de las vocaciones en las Iglesias particulares, Documento conclusivo, II Congreso internacional de obispos y otros responsables de las vocaciones eclesiásticas.
[30] Juan Pablo II, «Mensaje para la Jornada mundial de oración por las vocaciones», L’Osservatore Romano 19 (1984) 306.
[31] Juan Pablo II, «Discurso a los seminaristas y candidatos a la vida religiosa», L´Osservatore Romano 40 (1987) 717.
[32] Juan Pablo II, «Encuentro con los aspirantes al sacerdocio y a la vida religiosa», L’Osservatore Romano 29 (1980) 439.
[33] Juan Pablo II, «Mensaje para la Jornada mundial de oración por las vocaciones», L’Osservatore Romano 19 (1984) 306.