Homilía pronunciada en la Basílica San Pablo Extramuros (Roma), el 8 de octubre de 2007, a un grupo de peregrinos de la parroquia «Saint George» de Brigdeport (USA)
Nos encontramos en una de las cuatro Basílicas Mayores, Basílicas Papales. Las cuatro basílicas son: San Pedro, San Pablo, San Juan de Letrán y Santa María la Mayor.
Y en ésta recordamos a quién fue el apóstol de los Gentiles, es decir, de los paganos: San Pablo. Sabemos que San Pedro se dedicó a predicar a los judíos, mientras que San Pablo se dedicó a predicar a los paganos, es decir, a nosotros.
Como recordarán, él era perseguidor, buscaba a los cristianos para llevarlos a la cárcel, como dice la Escritura: Entretanto Saulo, respirando todavía amenazas y muertes contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que, si encontraba algunos seguidores del Camino, hombres o mujeres, los pudiera llevar presos a Jerusalén. Sin embargo, sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le envolvió una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». Él preguntó: «¿Quién eres, Señor?» (He 9,1–5). Lo trata de Señor, pues se dio cuenta que estaba ocurriendo algo milagroso. Y él: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad y te dirán lo que debes hacer» (He 9,5–6). Y un poco más abajo: «Yo le mostraré cuánto tendrá que padecer por mi nombre» (He 9,16).
Los cristianos estaban rezando a Dios para que detuviese a este perseguidor, y Él no sólo lo detuvo, sino que de Perseguidor lo convirtió en Predicador. Así San Pablo recorrió parte del mundo conocido en aquel entonces, hizo varios viajes misioneros cruzando el Mediterráneo, predicando el Evangelio de Jesucristo. De esa predicación de San Pablo, quiero recordar dos:
- La primera es una frase que está en la carta a los Romanos: Sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman (8,28). Todo lo que sucede, absolutamente todo, Dios lo permite, lo quiere para nuestro bien. A veces algunos buscan de hacernos mal, Dios lo convierte en bien. A veces una enfermedad, como le ocurrió por ejemplo a San Ignacio de Loyola, pero Dios se sirvió de esa enfermedad para que se convirtiese. San Pablo cayó al suelo, pero ahí se convirtió. Todo lo que sucede, sucede para el bien de los que aman a Dios. A los hombres nos parecen recibir males, pero Dios nos enseña a tener más paciencia, a ofrecer nuestros sufrimientos… Después de la Cruz viene la luz: no hay Viernes Santo sin Domingo de Resurrección. Los árabes tienen un dicho muy lindo: «Después de llorar los ojos ven mejor».
- El otro texto está en la Primera Carta a los Corintios, es cuando San Pablo habla de la caridad. Allí enseña muchísimo sobre lo que tiene que ser la caridad, el amor de los cristianos: La caridad es paciente, es amable; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no morirá jamás (1Cor 13,4–8).
Esa caridad lo lleva hasta dar la vida por Jesús. Eso sucedió muy cerca de aquí, en un lugar llamado Tre Fontane (tres fuentes). Allí, como San Pablo era ciudadano romano no fue crucificado como San Pedro, sino que fue decapitado, le cortaron la cabeza. Entonces la cabeza rodó y dio tres saltos, y brotaron tres manantiales, por eso el lugar fue llamado Tre Fontane. Inmediatamente una romana, cristiana, llamada Luciana, que tenía aquí un terreno, trajo el cuerpo y lo enterró en el lugar en el cual aún se encuentra hoy. En esos primeros tiempos la Iglesia no tenía templos, pues se vivía en persecución, y se reunían para rezar en las catacumbas. Pero en el siglo IV el emperador Constantino, el hijo de Santa Helena, dio la libertad de culto, y él hizo construir la Basílica Costantiniana de San Pedro, que duró más de 15 siglos, y también hizo construir una Iglesia aquí, donde estamos. Era más pequeña que la actual, y la entrada era justo por la parte opuesta a donde se entra hoy en día. Y como venía mucha gente en peregrinación, y la Iglesia era chica –lo van a ver enseguida cuando vayamos al Altar Mayor, debajo del cual está el sepulcro, atrás del cual también se ven los restos del ábside de la Iglesia antigua–. En el mismo siglo IV, cuando gobernaban Roma los tres emperadores, se hizo un templo más grande, cambiando la orientación de la Iglesia, sin mover el lugar donde estaba enterrado San Pablo.
Y hace un año, después de excavaciones arqueológicas, se llegó al sepulcro de San Pablo1, que estaba cubierto desde aquel tiempo, y que nadie nunca había tocado, pero del cual nunca nadie dudó que estaba ahí. Es el sarcófago en una grande piedra de granito que veremos enseguida cuando vayamos al Altar Mayor.
Desde siempre éste fue un lugar de peregrinación, y todos los que llegan como peregrinos a Roma han venido aquí –como todos Uds.– a rezar en la Tumba de los Príncipes de los Apóstoles: San Pedro y San Pablo.
Pídanle todas las gracias que necesitan, pues San Pablo es uno de los grandes corifeos de la Iglesia católica, es Patrono de Roma, y también nuestro, porque venimos del pueblo de los Gentiles y a Él le encomendó Nuestro Señor que se ocupase de nosotros.
1 Para mayor información acerca de las excavaciones se puede consultar: Giorgio Filippi, “La tomba di San Paolo alla luce delle recenti scoperte”, Il culto di San Paolo nelle chiese cristiane e nella tradizione Maltese. Atti del simposio internazionale di Malta, 26–27 giugno 2006 (ed. G. Azzopardi) 3–12.99–106; Giorgio Filippi, “La tomba di San Paolo e le fasi della Basilica tra il IV e VII secolo. Primi risultati de indagini archeologiche e ricerche d’archivio”, Monumenti Musei e Gallerie Pontificie, Bollettino XXIV (2004) 187–224; Lorenzo Bianchi, “Il ‘trofeo’ di Paolo”, 30 Giorni, 4 aprile 1997, 32–39.