Pedro

San Pedro y el gallo

Sermón pronunciado en la Cátedra de San Pedro, en Roma
en la fiesta de San José, 15 de marzo de 2008.

          Nos encontramos en la Basílica de San Pedro, celebrando el 20mo. Aniversario de la fundación de la congregación religiosa argentina de las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará y la profesión de votos perpetuos de seis Hermanas, que se unen a otras treinta y ocho que harán lo mismo por el ancho mundo durante este año.

En esta ocasión quiero recordar un hecho muy importante de la vida de San Pedro: Su triple negación de Jesucristo, según lo profetizara el mismo Jesús, y su relación con el gallo. En Jerusalén se recuerda el hecho en la Iglesia de San Pedro in Gallicantu (al S. cerca del Cenáculo). Las Servidoras lo recuerdan en el gallo de la cruz de Matará, que llevan. Aquí, entrando en el atrio de la Basílica, a la derecha, en el segundo tondo, del cielo raso (o “volta dell’atrio”), en la tercera negación de Pedro encontramos un gallo[1]. En un sarcófago del s. IV que está en las Grutas, está tallada la escena de San Pedro y el gallo, éste sobre una columna, de pie, delante de San Pedro, signo del pecador arrepentido[2]. De hecho, esta escena se encuentra en los sarcófagos romanos más de cien veces, ocupando a veces el centro y otras constituyendo la escena única[3]. El ‘gallo bronceo’ (s. IX?) del llamado Tesoro de San Pedro, de 46 Kg. de peso, parece que estuvo en la parte más alta del campanile de León IV, no se refiere directamente a San Pedro.

Como sabemos el gallo (del lat. gallus) es un ave del orden de las Galliformes, de aspecto arrogante, cabeza adornada de una cresta roja, carnosa y ordinariamente erguida, pico corto, grueso y arqueado, carúnculas rojas y pendientes a uno y otro lado de la cara. Tiene plumaje abundante, lustroso y a menudo con visos irisados, cola de catorce plumas cortas y levantadas, sobre las que se alzan y prolongan en arco las cobijas, y patas fuertes, escamosas, armadas de espolones largos y agudos.

Job se pregunta: “¿quién dio al gallo inteligencia?” (38,36) por su capacidad de presagiar el tiempo.

I. Las negaciones.

          Nos recuerda el gallo las tres negaciones de Pedro, causadas por su triple falta:

Primera negación de Pedro[4]

Mt 26, 58; 26, 69-70, Mc 14, 54; 14, 66-68. Lc 22, 55-57. Jn 18, 15-17.

Jn 18.15 Y seguían a Jesús, Mc desde lejos, Simón Pedro[5] y otro discípulo Mc hasta dentro del palaciodel Sumo sacerdote. Este otro discípulo era conocido del pontífice y entró con Jesús en el palacio del pontífice, mientras que Pedro se quedó fuera, a la puerta. 16 Salió el otro discípulo conocido del pontífice, habló con la portera, e introdujo a Pedro. 17 Y dice la portera a Pedro: «¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?». Él respondió: «No soy». M Y pasó dentro y se sentó con los criados para ver el final.

Lc 22.55 En medio del atrio habían encendido fuego y estaban sentados. Pedro se sentó entre ellos Mc calentándose al fuego. 56 Vióle una criada sentado junto a la lumbre y, mirándole fijamente, dijo: Mc«También tú estabas con Jesús el Nazareno»57 Él negó, M delante de todos, diciendo: «Mujer, no lo conozco. Mc Ni sé ni entiendo lo que tú dices». Y salió fuera, al vestíbulo, y cantó un gallo.

Segunda negación de Pedro

Mt 26, 71-72. Mc 14, 69-70 a. Lc 22, 58. Jn 18, 18; 18, 25.

Mt 26. 71 Cuando salía al pórtico, le vio otra Mc criada y dijo a los allí Mc presentes: «Éste estaba con Jesús el Nazareno». 72 Y de nuevo negó con juramento: «No conozco a este hombre».

Jn 18. 18 Los siervos y guardias, que habían hecho fuego, pues hacía frío, estaban calentándose. Estaba también con ellos Pedro y se calentaba. 25 Y le dijeron: «¿No eres tú también de sus discípulos?». Él negó y dijo: «No Soy». L Y a poco le vio otro y dijo: «Y tú eres de ellos». Mas Pedro dijo: «Hombre, no soy».

Tercera negación de Pedro

Mt 26, 73-75. Mc 14, 70 b-72. Lc 22, 59-62. Jn 18, 26-27.

Lc 22. 59 Pasada como una hora, otro insistió y dijo: «En verdad que también éste estaba con Él, porque es galileo». 60 Pedro dijo: «Hombre, no sé lo que dices».

Mt 26. 73 Poco después, se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro: «Verdaderamente que tú eres de ellos, pues tu habla te descubre». 74 Entonces comenzó a maldecir y a jurar: “Yo no conozco ese hombre». J Uno de los criados del pontífice, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, dice:«¿No te vi yo a ti en el huerto con Él?». Pedro negó otra vez.

Eutimio[6] considera que por tres razones Pedro negó a Cristo:

1º Contradecir a Cristo: Todos vosotros vais a escandalizaros de mí esta noche… Pedro intervino y le dijo: «Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré» (Mt 25, 31.33).

2º Considerarse superior a los demásAunque todos se escandalicen….

3º No recurrir a la oración y a la vigilancia, como Cristo le había aconsejadoVelad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil (Mt 26, 41), confiando excesivamente en sí mismo.

Pedro por no huir de la ocasión de pecado que para él era quedarse en la casa de Caifás, fue cometiendo cada vez pecados más graves. Lo negó a Cristo y negó que era cristiano[7], luego lo negó con juramento -o sea, perjuró-, por último lo negó con juramento y con imprecaciones[8].

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II. Mirada de Cristo a Pedro. 

Lc 22. Y en seguida, mientras él hablaba, cantó Mc por segunda vez un gallo. 61 Y volviéndose el Señor, miró a Pedro. Pedro entonces se acordó de la palabra del Señor, cómo le había dicho: «Antes que el gallo cante hoy Mc dos veces, me negarás tres». 62 Salió fuera y lloró amargamente.

Dice la tradición que en dónde se encontrase, sea Jerusalén,  Antioquia, Roma… cuando escuchaba el canto del gallo se ponía a llorar, de tal modo, que en los lagrimales se le formaron como unos canalcitos.

El poeta Francisco Quevedo[9], lo recuerda así:

A San Pedro, cuando negó a Cristo, Señor nuestro

¿Adónde, Pedro, están las valentías

que los pasados días

dijisteis al Señor? ¿Dónde los fuertes

miembros para sufrir con él mil muertes

pues sola una mujer, una portera,

os hace acobardar desa manera?

A Dios negasteis; luego os cantó el gallo,
y otro gallo os cantara a no negallo;
pero que el gallo cante
por vos, cobarde Pedro, no os espante:
que no es cosa muy nueva o peregrina
ver el gallo cantar por la gallina.

Dice el Padre La Palma que “no sin causa permitió el Señor tanta flaqueza en el que había señalado para piedra fundamental de nuestra Iglesia; entre otras:

-porque ninguno confíe presuntuosamente de sí mismo;

-porque ninguno desconfíe de Dios por muy caído que se vea;

-porque quedase el mismo Apóstol humilde y más recatado;

-para que aquél que iba a ser Pastor de la Iglesia, aprendiese en su misma culpa cómo se había de compadecer de las ajenas”[10].

 También el gallo nos recuerda la rehabilitación de Pedro. En efecto, a la respuesta de Pedro: Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo», le había prometido nuestro Señor: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mt 16, 16-19).

Luego de la resurrección, Jesucristo lo inviste del primado luego de tres preguntas: Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos». Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?». Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas». Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas» (Jn 21, 15-17). Dice San Agustín: “No te entristezcas, Apóstol; responde una vez, responde dos, responde tres. Venza por tres veces tu profesión de amor, ya que por tres veces el temor venció tu presunción. Tres veces ha de ser desatado lo que por tres veces habías ligado. Desata por amor lo que habías ligado por el temor.

A  pesar de su debilidad, por primera, por segunda y por tercera vez encomendó el Señor sus ovejas a Pedro”[11].

III. El supremo testimonio. 

Y Roma fue la ciudad donde Pedro dio el supremo testimonio de Cristo dando su vida, crucificado cabeza abajo.

Roma guarda en sus entrañas el sepulcro y las reliquias del Príncipe de los Apóstoles.

Pero, lo más grande y glorioso es que Pedro pervive. Sí, pervive. En la persona del Obispo de Roma, ¡el Papa! Ahora, Benedicto XVI. “Su nombre de antes ya no interesa. …Su origen y sus antecedentes, su concepción propia de los problemas actuales, sus opiniones y preferencias tampoco interesan”[12]. Lo que interesa es el hecho de que es Pedro ahora. Tiene la misma e idéntica misión que Pedro, Lino, Clemente, Dámaso, León, Gregorio, Bonifacio, Pío, Juan, Pablo o Juan Pablo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16, 18)… pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos (Lc 22, 32)… Apacienta mis corderos… Apacienta mis ovejas… Apacienta mis ovejas (Jn 21, 15-17).

Decía  San León Magno: “Así como perdura para siempre lo que en Cristo Pedro creyó, de la misma manera perdurará para siempre lo que en Pedro Cristo instituyó”[13] y los padres del Concilio de Calcedonia (año 451) reciben la epístola dogmática del mismo Papa San León I, el Grande (la Carta 28 dogmática Lectis dilectionis tuae, a Flaviano, patriarca de Constantinopla, del 13 de junio de 449, más conocida como el “Tomus ad Flavianum”) aclamando: “Pedro ha hablado por boca de León”[14].

Queridos hermanos y hermanas:

Nunca contradigamos a Cristo, ni con nuestras palabras ni con nuestras obras.

No nos consideremos superiores a los demás.

Recurramos siempre a la oración, en vez de confiar excesivamente en nosotros mismos.

Nunca confiemos presuntuosamente de nosotros mismos.

Nunca desconfiemos de la misericordia de Dios por muy caídos que nos  veamos.

Aprendamos en nuestras culpas cómo debemos compadecernos de las ajenas.

Acudamos siempre a San Pedro en ayuda de nuestra debilidad.

¡Qué quienes hoy hacen sus votos perpetuos aprendan de San Pedro a ser fieles hasta la muerte!

¡La Reina de los Apóstoles les obtenga fe intrépida y caridad ardiente!


[1] Franco Cósimo Panini Ed., La Basílica di San Pietro in Vaticano, T. 1 (Atlante), p. 300, foto n. 283.

[2]  D. Rezza (ed.), Beatus Petrus. Inni medievali latini (Roma 2003), 266.

[3]  Umberto M. Fasola, Pedro y Pablo en Roma, 1980, p. 94.

[4] p. Pietro Vanetti, S. J., Evangelio Unificado, Barcelona, 1964, 298-300.

[5] Los cuatro evangelistas narran la triple negación de Pedro. Pero sus relatos de tal manera están en desacuerdo en los detalles, que se plantea el problema de si son tres negaciones numéricas narradas de distintas maneras o si se trata más bien de tres momentos en cada uno de los cuales hay varias negaciones. Pero ni siquiera admitiendo esta segunda hipótesis se armonizan todas las discrepancias. Por esta razón hemos recogido ampliamente los datos que atestiguan los evangelistas. He aquí, brevemente, algunas discrepancias: la primera negación, según Juan (18, 17, n. 291) sucede al entrar Pedro en el palacio; según  los sinópticos, ya en el patio, junto al fuego. La segunda negación, según Juan (18, 18, n. 292), es provocada por los criados y guardias que se calientan al fuego; según Mateo, por otra criada;según Marcos, por la misma criada de antes; según Lucas, por otro. Finalmente, la tercera negación, para Mateo y Marcos sucede poco después de la segunda; Para Lucas, casi una hora después. Aparte de estas divergencias sucesorias, cada uno de los evangelistas atestigua claramente tres negaciones distintas.

[6]  ML 129; cit. Manuel de Tuya, Del Cenáculo al Calvario, Salamanca, 282.

[7]  Cf. Jn 18, 17.

[8]  Cf. Mt 26, 74; Mc 14, 71.

[9] Obras completas de Francisco de Quevedo, Poesía, n. 187, t. I, Madrid, Turner, 1995, p. 182. Cfr.http://descargas.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/46804519904462839600080/026492_0003.pdf

[10]  Luis de La Palma, SJ, Historia de la Sagrada Pasión, Madrid 1967, p. 158.

[11]  Serm. n. 295.

[12]  Julio Meinvielle, Pastor Angelicus, en “Sol y Luna”, n. 2, p. 101.

[13]  Sermo 3, 2.

[14]  Denzinger, El Magisterio de la Iglesia, Ed. Herder, Barcelona, 1963, p. 55, nota 1.