Santiago de Compostela

Santiago de Compostela

Circular de viaje n° 32.

Luego de asistir a la multitudinaria beatificación de Francisco y Jacinta hecha por el Papa en Fátima, al día siguiente, 14 de mayo, fuimos en auto a Santiago de Compostela, que queda a unos 430 Kms. de Fátima. Era domingo y la autopista estaba casi vacía. Pudimos concelebrar en el Altar mayor la Misa de 13 hs. La Catedral lucía magnífica. Luego fuimos a dar el tradicional abrazo al Apóstol (en gallego, aperta o apreta, diciéndole el peregrino, luego de ganar las indulgencias: “Encomiéndame a Dios, amigo”), subiendo al camarín donde se llega a las espaldas de la imagen del Apóstol sedente que está en el Altar mayor. No llevaba pensada ninguna petición, pero al darle el abrazo le dije interiormente “Ayúdanos” y en ese mismo momento sentí como un toque en el alma que me sorprendió haciéndome dejar de abrazarlo a Santiago. Lo interpreté como que había sido oída mi oración y concedida la gracia. Luego se lo comenté al P. Gonzalo Ruiz, cuando íbamos recorriendo todas las capillas de la Catedral. Compramos estampas, libros y un video en la santería. Salimos por la Plaza de las Platerías y por la rua de Vilar fuimos a un restaurante para almorzar, regresamos luego por la rua Nova, visitando la antigua Iglesia de Santa María Salomé, a la Catedral y pudimos celebrar otra Misa en la cripta delante del cofre que contiene las reliquias de Santiago y de sus discípulos, San Atanasio y San Teodoro.

De un apasionante libro que compré ese día escrito por el Deán –Presidente del Cabildo catedralicio– Manuel Jesús Precedo Lafuente, titulado «Santiago, el Mayor, y Compostela» (1), tan solo quiero espigar algunos datos sobre las reliquias del Apóstol.

Como se sabe fue enterrado en el siglo I en un edículo (edificio pequeño). Los tiempos de la invasión musulmana en España y otras circunstancias adversas, hacen que el sepulcro quede olvidado. En el siglo IX, hacia el 814, se vieron en el lugar unas luces extrañas y el ermitaño Pelayo pensó que en aquel sitio debía hallarse sepultado el cuerpo del bienaventurado Apóstol Santiago. Lo comprueba el Obispo de aquel tiempo, Teodomiro.

Ocultamiento y redescubrimiento de las Reliquias.

En el siglo XVI se esconden las reliquias para evitar su robo por parte de los piratas: «(…) El mismo causante de la guerra en la que España perdió, en 1588, la Armada Invencible, el pirata inglés Francis Drake, amenazó Compostela después de haber desembarcado en La Coruña en el mes de mayo de 1589.

(…) Se dice que el intento de sacar también fuera de la ciudad las reliquias apostólicas fue impedido por un hecho excepcional, el inusitado resplandor que salía del lugar donde secularmente venían estando depositadas. Por lo que el prelado resolvió el asunto advirtiendo: “Dejemos al santo Apóstol, que él se defenderá y nos defenderá”. De tal modo que, con el mayor sigilo y con toda premura, se escondieron dentro del ábside, a unos tres metros del lugar original.

Hay que esperar al siglo pasado cuando el Cardenal Miguel Payá y Rico hizo poner manos a la obra de encontrar las reliquias: “(…) Uno de ellos, Juan Nartallo, que desconfiaba del éxito de la operación, más que nada por el deseo que tenía de acertar, invocó el auxilio de la Virgen de los Dolores en su trabajo, y nada más levantar dos ladrillos, sintió que sus ojos perdían visión y tuvo durante los quince días siguientes dolores de cabeza. Un hecho explicable, sin duda, de modo natural, pero al que entonces se dio carácter milagroso. Lo importante fue que allí estaban los huesos que se buscaban, con evidentes muestras de haber sido ocultados de noche hacía bastante tiempo”.

Monseñor Guerra nos cuenta así lo que siguió: “Los huesos estaban mezclados y deteriorados. Se encomendó su estudio anatómico y su análisis químico a los doctores D. Antonio Casares, rector de la Universidad y catedrático de la Facultad de Farmacia de Santiago, D. Francisco Freire y Barreiro, catedrático de Medicina, y D. Timoteo Sánchez Freire, catedrático de Cirugía. Los doctores, después de comprobar que los huesos correspondían a tres grupos, separaron 365 fragmentos óseos indeterminables por su pequeñez o pérdida de forma, y distribuyeron los demás en tres esqueletos: uno, con 81 fragmentos pertenecientes a 29 huesos nominables; otro, con 85, pertenecientes a 25 huesos, y el tercero, con 90, pertenecientes a 24 huesos (2). También se fijó aproximadamente la edad respectiva a que sobrevino la muerte a cada uno de los tres. Examinando su composición química en materia orgánica e inorgánica, y comparándola con los datos obtenidos por Berzelius en el análisis de los huesos normales y con los de Girardin en un esqueleto céltico, los huesos referidos -por su aproximación proporcional a los de este último- resultaron de antigüedad tal, que nada impedía hacerlos remontar a los primeros siglos del Cristianismo. El descubrimiento se había hecho en la noche del 28 de enero de 1879. Los investigadores universitarios, según indican en el detallado informe que entonces presentaron, dedicaron al estudio de los restos hallados los días del 9 al 21 de febrero del mismo año, a razón de dos horas y media diarias de trabajo.”

El arzobispo Payá puso el hecho en conocimiento del Papa León XIII, el cual decidió que se hiciera una investigación minuciosa, para la que constituyó una comisión de once miembros, de los cuales siete fueron cardenales. El Promotor de la Fe, defensor de la ley en cada proceso, que entonces era Monseñor Agustín Caprara, se trasladó a Compostela para inspeccionar in situ el sepulcro y su entorno y comprobar los datos incluidos en el proceso. Oídos en Roma los informes del emisario pontificio, S.S. León XIII dio, con fecha del primero de noviembre de 1884, una bula, la que lleva el título de Deus Omnipotens, por la que declaraba auténticas las reliquias de Santiago y de sus dos discípulos, Atanasio y Teodoro. Como es lógico, un documento de esta índole no es una decisión dogmática. No puede serlo, por tratarse de un hecho meramente histórico, no de criterios o de verdades reveladas. Tiene, sin embargo, gran valor, porque viene a decirnos que la veneración de las reliquias es lícita, ya que humanamente se han hecho todas las indagaciones posibles en orden a su identificación.

(…) Nuevas excavaciones vendrían a completar estos conocimientos a partir del año 1946, concluidas en 1959. Gracias a ellas se ha podido rehacer la historia, menos conocida, del lugar hasta el siglo IX. Bajo la Catedral se encontró una necrópolis con niveles que corresponden al periodo romano (siglos I-IV) y al suevo-visigótico (siglos V-VII). Se advierte un abandono del sitio en el siglo VIII. Un siglo más tarde se produce la reaparición de la que ya hemos hablado. También aparecieron en estas excavaciones los restos, asimismo mencionados antes, de las iglesias de Alfonso II y Alfonso III.

(…) En la época del Arzobispo Gelmírez sí que se hizo donación de una reliquia, concretamente la apófisis mastoidea del maxilar derecho. El primer metropolitano de Compostela, D. Diego Gelmírez, quiso honrar al obispo San Atto, de la diócesis italiana de Pistoya, con esta donación realizada con anterioridad a 1140, año en que falleció el arzobispo Gelmírez. Cumplía de este modo el prelado compostelano los deseos reiteradamente manifestados por el maestrescuela de la Catedral pistoyense, Raineiro. La reliquia de Pistoya fue recibida allí con entusiasmo indescriptible, y para ella se hizo en el siglo XIV un precioso retablo de plata. En 1884, bajo la supervisión del Promotor de la Fe ya citado, Monseñor Caprara, se hizo una revisión de la reliquia de Pistoya por parte del profesor de Medicina Francisco Chiapelli, cuyos datos confirmaron los que en 1880 había obtenido el también docente Alberto Chiapelli, hijo del anterior. Sus medidas coincidían exactamente con las que correspondían a la pieza que faltaba en Compostela. Por lo que la reliquia donada sirvió para identificar el esqueleto de Santiago el Mayor. Otra reliquia mínima se encontraba en la misma Catedral compostelana, fuera de la urna. Fue tomada con las debidas licencias para incluirla en el relicario con la imagen de Santiago Peregrino, en plata dorada, de los siglos XIII-XIV, donado por el ciudadano francés Gofredo Coquatriz. Esta imagen-relicario contenía un diente del Apóstol que desapareció en 1921, con ocasión del incendio padecido por la capilla de las Reliquias.

(…) Escribe Monseñor Guerra Campos: “Si ahora, a un siglo de distancia, alguien me pidiese un juicio crítico sobre el valor del proceso, diría que hay que distinguir en él un supuesto y una prueba. El supuesto es que desde el descubrimiento (siglo IX) se viene dando culto al cuerpo de Santiago. (Naturalmente, no se plantea en el proceso la cuestión crítica, ni parece que tuviese que plantearla un proceso canónico de culto que no tropieza con nada positivo en contra). Con este supuesto, lo que realmente se tendía a probar es que los huesos encontrados en el escondrijo son los mismos que estuvieron bajo el altar y recibieron aquel culto. Aun limitándonos a los 180 folios del expediente compostelano, sin incluir los esclarecimientos posteriores de la Congregación de Ritos, la prueba citada me parece sólida”.

Pistoia

Cerca de Prato se encuentra la ciudad de Pistoya donde está, en la Catedral, el famoso altar de plata de Santiago el Mayor, Patrono de la ciudad. “Las huellas de la veneración de Santiago en Pistoya se remontan a la época de los Carolingios. Pero la causa determinante de la construcción de la famosa capilla, del precioso altar y de los otros objetos de arte (que Dante recuerda en la Divina Comedia, Infierno, canto XXIV, verso 138) fue el hecho de que en el año 1145 fue llevada una reliquia del Santo Apóstol a Pistoya. Tal reliquia, regalo del obispo de Compostela a San Atto, obispo de Pistoya, fue considerada como un tesoro. Los pistoyenses no se contentaron con colocarla con gran honor en la Catedral, sino que hicieron en su honor un altar en una capilla ubicada en la nave meridional de la Iglesia. Poco a poco, el altar fue recargado con ornamentos de plata en relieve y en celdas: un dosel en la parte superior, un pequeño palio sobre la cara principal inferior, y dos pequeños palios más pequeños en las dos caras laterales.

Este altar, que, superando los avatares del tiempo y los maltratos de los hombres, se ha conservado en el curso de los siglos y ha sido restaurado recientemente con amoroso cuidado y sabiamente reordenado según el diseño original, constituye hoy el monumento más precioso de nuestra ciudad. La preciosura de la materia se ha unido a la inspiración del arte para crear una obra de maravillosa belleza. Cierto es que la espléndida obra de orfebrería se encuentran un poco por todas partes en Italia y en el exterior. Pero este es, generalmente, trabajo de un solo artista y, más o menos, testimonio de una sola y determinada época. El altar de plata de Pistoya ofrece, no obstante su armoniosa unidad, las características del arte de tres siglos (XIII-XIV-XV), ya que muchos siglos transcurrieron antes de que fuese completado en la forma con la cual hoy lo admiramos. Y se trata de tres siglos que, a buen decir, pueden ser llamados «época de oro» del arte. Por esta razón el altar de Pistoya constituye un objeto singular y único y un objeto de admiración y de estudio para cuantos tienen el gusto y la pasión del arte.

La actual sistematización del altar, precedida de una restauración paciente y minuciosa durante seis años, se remonta a 1954. Los trabajos que le han devuelto su forma original y la fascinación de su belleza, han sido ejecutados por personal especializado en el gabinete de restauración de las Bellas Artes de Florencia, bajo el cuidado de la Superintendencia de la Galería que se encuentra en aquella ciudad” (3).

¡Lástima que la reliquia de Santiago está en un Museo cercano propiedad de un Banco!

Imola – Bolonia

Desde Prato fuimos a Imola donde esta el sepulcro de San Pedro Crisólogo, Obispo de Ravena, Santo Padre y Doctor de la Iglesia, cuya memoria se celebra el 30 de julio, a quien le tenemos particular devoción porque la Iglesia, en la oración de su memoria, lo llama “insigne predicador del Verbo Encarnado”. Celebramos Misa delante del arca que contiene sus restos mortales. Le pedí, en especial, por todos los que se dedican a profundizar en el estudio y predicación del misterio del Verbo Encarnado.

De allí fuimos a Bolonia nos entretuvimos rezando frente a los restos mortales de Santo Domingo. Recordaba la copla de nuestros pagos: “Viva María,/ viva el Rosario,/ viva Santo Domingo,/ que lo ha fundado”. Admiramos dos esculturas de Miguel Ángel que están en su sepulcro.

Allí fuimos a rezar a Santa Catalina de Bolonia. Transcribo un breve resumen de su vida hecho por el P. Gonzalo Ruiz: “Nació el 8 de setiembre de 1413 en Bolonia. Fue Abadesa del Monasterio del Corpus Christi de las Clarisas de Bolonia. Tuvo numerosas experiencias místicas, y escribió en 1438 la obra «Las siete armas espirituales». Fue famosa como pintora de miniaturas y como poetisa, componiendo numerosos himnos en latín y en italiano. Murió el 9 de marzo de 1463.

Varios días después de su muerte las Clarisas del monasterio notaron en la tumba de Catalina fenómenos extraordinarios: luces, perfume, etc. Exhumaron el cadáver, que había sido sepultado directamente en tierra, y lo encontraron incorrupto, y exhalando un perfume celestial. La Abadesa decidió conservar el cuerpo como reliquia, expuesto en el coro de las hermanas. Como venían a venerarla numerosos peregrinos se abrió una ventana ovalada, con rejas, para que desde la iglesia los peregrinos pudiesen verla. Después de 14 años de su muerte la Abadesa, para facilitar la visión a los peregrinos, dijo un día al cadáver: «Catalina, tú que siempre te caracterizaste por la obediencia, obedece una vez más. Siéntate, para que los peregrinos puedan verte mejor». La santa se sentó y desde entonces se encuentra incorrupta en esa posición, sostenida por su propia columna vertebral.

En el siglo pasado peregrinaron a Santa Catalina, entre otros, Teresa Martín (futura Teresa del Niño Jesús), su hermana Celina, y su padre. También peregrinó Don Bosco”.

¡Ojalá que todos los miembros de nuestros Institutos nos caractericemos por una obediencia así!

San Giovanni Rotondo

Desde Sezze peregrinamos a la tumba del Beato Padre Pío de Pietrelcina. ¡Increíble por su vida y su obra! Nació el 25 de mayo de 1887 y murió el 23 de setiembre de 1968. Es enorme la devoción que se le tiene en toda Italia. Dicen que después del Santuario de Guadalupe, en México, es el lugar donde van más peregrinos. Se lo considera el primer sacerdote estigmatizado y en este siglo de racionalismo dio un particular testimonio de lo sobrenatural.

No solamente veneramos sus reliquias y pudimos celebrar la Santa Misa en su honor, sino que recorrimos atentamente el museo, su celda, el coro donde recibió las estigmas, su confesonario, el altar donde solía celebrar, etc.

Pedí por todos para que siempre y en todas partes seamos testigos de lo sobrenatural.

Hasta pronto.

NOTAS


(1) Manuel Jesús Precedo Lafuente, Santiago el Mayor y Compostela. Ed. Aldeasa, (Madrid 1999), pp. 61-65.
(2) Esto basta para hacer patente el desacierto de una hipótesis recientemente divulgada, que pretendía explicar todo el fenómeno histórico de Compostela con un solo huesillo muy pequeño, el cual habría sido agrandado por la devota imaginación popular.
(3) Cfr. S. Ferrali. L’altare argenteo di S. Jacopo in Cattedrale di Pistoia.