Santiago de España

Santiago de España

Homilía predicada por el padre Carlos Miguel Buela el sábado 25 de julio de 1998, en el altar de la Cátedra en la Basílica de San Pedro en Roma, con ocasión de la clausura del I Capítulo General de las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará.

Queridos hermanos:

Nos encontramos en este ambiente subyugante del más importante templo de la cristiandad, no tanto por sus dimensiones monumentales, ni siquiera por los grandes tesoros artísticos que la ornamentan, sino por dos razones fundamentales: primera razón, porque aquí está el sepulcro y los huesos de San Pedro, y, segunda razón, porque aquí pervive Pedro en la persona del Papa.

Quiero desarrollar este sermón en tres puntos.

I. San Pedro

        Primer punto: no puedo no hablar aquí de aquello que hace que este lugar sea grandioso, y es el hecho de que, a plomada de la cúpula de Miguel Ángel hay una tumba.

Hagamos mentalmente un recorrido. Por encima de todo está la cúpula de Miguel Ángel. Más abajo el baldaquino de Bernini, luego, sobre el nivel donde nos encontramos, el altar del Papa Clemente VIII, quien lo consagró hace 404 años (un bloque de mármol hermoso del Foro de Nerva, cerca de la Torre dei Conti en el Foro Romano). Más abajo está el altar del Papa Calixto II, del siglo XII, a nivel de la Basílica Constantiniana –casi a nivel de la Cripta de los Papas–, que cubre otro altar, más antiguo aún, el de de San Gregorio Magno, del siglo VI, que se puede ver en la Capilla Clementina. Todavía un poco más abajo está la Memoria constantiniana y finalmente el ‘trofeo de Gaio’. Gaio fue un presbítero romano del siglo II, quien en una carta que le escribe al montanista Proclo, según narra Eusebio de Cesarea, le dice: ‘Yo puedo indicarte el trofeo de los Apóstoles. Si vas al Vaticano o a la vía Ostiense, encontrarás el trofeo de los que han fundado esta Iglesia’. Se llama a la sepultura ‘trofeo’ porque la tumba recuerda que ese que murió va a resucitar, y que, al ser mártir, ya triunfó porque se ganó el cielo. Por eso ‘tropaio’, ‘trofeo’.

‘Si vas al Vaticano… ‘. Y estamos justo en la Colina Vaticana que los hombres del tiempo del emperador Constantino tuvieron en parte que allanar y en parte que rellenar, a pesar de que había un cementerio, porque quisieron levantar la Basílica Constantiniana sobre el mismo sepulcro de San Pedro.

II. San Pablo

        En segundo lugar decía también el presbítero Gaio: ‘Si vas a la vía Ostiense…’, en clara alusión al sepulcro de Pablo. Y ambos, Pedro y Pablo, son los que han fundado esta Iglesia de Roma.

Quiero recordar, por razones que después se verán, cómo Pablo llegó a Roma. Después del viaje por mar, que terminó con el naufragio en las costas de la isla de Malta luego de 14 días de temporal, y habiendo permanecido por tres meses en esa isla, se hace de nuevo a la mar en un barco alejandrino que lo lleva primero a Siracusa, donde se queda tres días. Después, costeando, llega a Reggio Calabria y un día más tarde, a Pozzuoli, donde desembarca y permanece siete días. Sigue diciendo el libro de los Hechos de los Apóstoles: ‘Así llegamos a Roma. De allí, los hermanos que supieron de nosotros nos vinieron al encuentro hasta el Foro de Apio y Tres Tabernas. Pablo, al verlos, dio gracias a Dios y cobro ánimo. Cuando entramos en Roma permitieron a Pablo morar en casa propia… ‘ (Hech. 28, 15-16).

Quiero hacer notar que la nave alejandrina en la cual se embarca Pablo en Malta para llegar a Roma era una nave que había invernado en la isla, y que ‘llevaba por insignia los Dióscuros’ (Hech. 28, 11). Dióscuros  es una forma combinada griega de Dios kouroi, ‘los hijos de Zeus’. Es decir, los Dióscuros eran en la mitología griega Cástor y Polux, los Gemelos, los Mellizos. Castor era reverenciado por su destreza ecuestre y Polux (Polydeukes) era el patrono de los gladiadores, es decir, de los hombres de lucha. Y en la mitología tienen ellos relaciones astrales, como menciona Eurípides, conectadas con el prestigio del cual ambos gozaban, como ‘dioses salvadores’. Epícteto (2.18.29) hace notar que los viajeros los invocaban en las tormentas. Cátulo  en acción de gracias por su auxilio les dedicó un poema. Horacio, tomando nota de la constelación de ellos, que es Géminis (los Gemelos) reza por un viaje seguro, como aparece en una de sus obras. Y también en relación con ellos, habla de los ‘lucida sideras’, las estrellas brillantes .

Y así como el bloque de mármol del altar papal de esta Basílica fue un travesaño de un templo pagano y, como ha ocurrido con tantas otras cosas, la Iglesia lo tomó y lo hace servir para el Reino Nuevo instaurado por Jesucristo; también, de alguna manera, la antigua creencia pagana de los Dióscuros encontrará su expresión adecuada en el cristianismo. En su ‘Evangelica Praeparatio’, Eusebio documenta la fama de los Mellizos, quienes tanto por su destreza médica como por su pericia naval eran considerados deidades tutelares de los marineros. Por eso el barco alejandrino en que llega Pablo a Roma los tenía por insignia, ya que eran puestos en la proa de los navíos, probablemente en ambos costados, escribe Luciano. Y como es atestiguado por algunos sarcófagos romanos, las funciones tutelares de los Mellizos, de los Dióscuros, estimularon en el culto la creencia en la inmortalidad. También ellos representaban la fidelidad de los amigos  y el respeto por las antiguas tradiciones de hospitalidad.

Según un autor alemán, W. Krauss, ‘la iglesia napolitana de San Pablo Maggiore, consagrada a los apóstoles Pedro y Pablo, se levantó sobre el templo de los Dióscuros. Ambos príncipes apostólicos cumplieron en Roma su común destino; sus nombres poseían la misma inicial. Todo los dispone a ser vistos como una pareja y como una pareja propia para sustituir a los Dióscuros en su calidad de protectores de los navegantes’. Navegante Pedro, en el mar de Tiberíades; navegante Pablo, tantas veces cruzando el mar, incluso salvando a los compañeros de viaje del naufragio, luego de 14 días de tempestad.

Aquí en Roma el Papa San Dámaso I llama a ambos apóstoles ‘nova sidera’, nuevos astros, nuevas estrellas, como Géminis, y con referencia a los Dióscuros, como aparece en una inscripción encontrada en las catacumbas de San Sebastián. Y así se dan, a través de los tiempos, una serie de parejas de santos, de ‘dióscuros cristianos’. Por ejemplo los santos médicos Cosme y Damián; los santos Cuthberto y Wilfrido, en Inglaterra; al emperador Teodosio, en el lago Regilo, se le aparecen dos hombres vestidos de blanco y montados en caballos blancos que manifestaron ser los Apóstoles Juan y Felipe. Incluso los diócuros pueden ser triples, como en la batalla de Antioquía en 1098: San Jorge, San Mercurio y San Demetrio.

III. Santiago 

        Tercer y último punto: Pero además hoy es la fiesta de Santiago el Mayor, bajo cuyos estandartes se realizó la obra grandiosa de la Evangelización de América. De tal manera que la cultura iberoamericana está marcada a fuego por su impronta. No ha habido en España, en Europa, ningún otro lugar de culto y peregrinación con las consecuencias y los alcances del de Santiago de Compostela, fuera de Roma (porque en Roma están Pedro y Pablo). Pero después de Roma, Santiago de Compostela. Y ninguna otra devoción como la del Patrón Santiago, sostuvo a todo un pueblo en la defensa de su fe durante siglos y unió reinos diversos que se sintieron unidos por tener el mismo liderazgo del Apóstol.

Por eso en el poema del Cid del siglo XI, se dice: ‘Los moros llaman: ¡Mafómat!, e los cristianos: ¡Santi Yagüe!’, y si lo invocan es porque están convencidos de que combate con ellos. Por eso se lo percibió como el defensor frente a los moros.

En un poema Alfonso XI le hace decir al rey moro Don Jusaf, en 1340, luego de la batalla del Salado:

‘Santiago el de España
los mis moros me mató,
desbarató mi compaña,
la mi seña quebrantó.
Yo lo vi bien aquel día
con muchos ommes armados,
el mar seco parecía
e cubierto de cruzados’

        En el Poema del gran Conde de Castilla, él cuenta que oye una gran voz en la batalla de Hacinas, contra Almanzor:

‘Alçó susos sus ojos por ver quién lo llamaba,
vio el santo apóstol que de suso le estava,
de caveros con él grand compaña levava…’

        Y en un sermón atribuido al Papa Calixto II, se dice de Santiago: ‘Brillaba en la conversación como el lucero refulgente de la mañana entre las estrellas, al igual que una gran luminaria’.

Por todo eso es que la fe del pueblo ve durante muchos siglos en Santiago al Miles Christi, al Hijo del Trueno, a un dióscuro cristiano. El pueblo lo creía a Santiago ligado no solamente en espíritu, por haber sido un fraternal y unidísimo compañero de Cristo, sino que incluso, por esa relación especial con Cristo, creían que ambos tenían un gran parecido físico, y por eso lo veían como si fuese el gemelo de Jesús. Y así el pintor Santiago del Biondo, del siglo XIV, pone a Santiago con el báculo, pero su rostro es igual que el de Cristo (esta pretendida gemelidad dio pié para que los Obispos de Compostela se considerasen Pontífices de todo el orbe cristiano –como si fuesen el Papa de Compostela– y esa es la razón por la cual los Reyes de Aragón se titularon Emperadores, porque si era Emperador el que estaba acá, porque tenía las reliquias de Pedro y Pablo; ellos también eran Emperadores porque tenían las reliquias del Apóstol Santiago). Ese parecido físico, por cosas que no podemos desarrollar acá, a veces se lo daban con Santiago el Menor, ‘el hermano del Señor’, hermanos porque eran hijos de dos hermanas. Sin ir más lejos, hace unos días, en Milán, en el Palacio de Brera, pude contemplar un cuadro donde aparecen con el mismo rostro: Nuestro Señor Jesucristo, Santiago el Mayor y Santiago el Menor, dióscuros cristianos. A veces también se lo pone en yunta con San Millán .

Y el pueblo lo vio a Santiago cabalgando por los aires, jinete en su corcel de blancura deslumbrante. Y por eso su sepulcro fue y es meta de peregrinaciones internacionales. Tal es así que, el gran poeta italiano Dante dice: ‘No se entiende peregrino sino quien va a la casa de Santiago… ; se llaman peregrinos en cuanto van a la casa de Galicia, cuya sepultura es más lejana de su patria que la de cualquier otro Apóstol’. De tal manera que los peregrinos seguían por el suelo las huellas trazadas en el cielo ‘por el camino (o por el caballo) de Santiago’, como se llamaba y como se llama aún hoy a la Vía Láctea, que está en dirección de Santiago. De ahí que su figura fue una clave del esfuerzo reconquistador y fue una clave del esfuerzo evangelizador en América, en África y en Asia. Por eso a comienzos del siglo XIII, escribía Lucas de Tuy: ‘Dios omnipotente enriqueció a España con tantos dones celestiales, que hasta hizo venir a ella el cuerpo de Santiago, protomártir de los Apóstoles, para que perpetuamente lo poseyera en su propia carne’.

En el siglo XVI, Fray Luis de León decía de Santiago:

‘Por quien son las Españas,
del yugo desatadas
del bárbaro furor, y libertadas’.

        Y Feijóo en el siglo XVIII dirá:

‘¿Qué grandeza iguala a la de haber visto los españoles a los dos celestes campeones Santiago y San Millán, mezclados entre sus escuadras?’.

        En América, ocho ciudades llevan su nombre y fue vista su figura trece veces entre 1518 y 1892. A semejanza de lo que pasó en Simancas cuando venció el Rey Don Ramiro II, y en la batalla de Mérida en tiempos del rey Don Alfonso IX.

IV. Conclusión

        Queridos hermanos y Hermanas:

Hoy, en este día, en este lugar tan preciado para nosotros, debemos pedir al Apóstol Santiago, la gracia de saber combatir recio como combatió recio él. La gracia de saber continuar su estupenda y continuada proeza. De que nos incite siempre a galopar por los espacios de nuestra fe. Hasta los límites del mundo. Dispuestos a las nuevas empresas, a las grandes obras. A dónde hay mucho de peligro, donde es necesario vivir el heroísmo momento a momento. ¡Por eso Señor Santiago en este día, te pido que no dejes de galopar en tu caballo blanco por lo cielos! Nos consideramos de tus mesnadas y necesitamos de tu patrocinio, de tu protección, de tu guía, de tu inspiración y ejemplo. ¡Divino rayo, hijo del Zebedeo y de María Salomé, Boanerges, Hijo del Trueno, enardece nuestros corazones, ensánchalos, para que abracemos a toda la humanidad dolida!

A San Pablo, le pedimos la gracia de amar con su mismo amor, hasta poder decir: ‘Ya no vivo yo es Cristo quien vive en mí’ (Gal 2, 20), porque, como todo cristiano, deberíamos ser dióscuros de Jesucristo.

A San Pedro, cuyas reliquias están tan cerca, que siempre mantengamos nuestra intención primera de no querer construir otra cosa de lo que quiere Jesucristo y que lo manda por su Iglesia fundada sobre la roca que es él, Pedro y sus sucesores.

Y a la Virgen María, Reina de Santiago y de Pablo y de Pedro, Reina de los Apóstoles. Para que nos inspire siempre de tener en nuestro corazón las palabras de su Hijo.

Y a Jesús, que ‘es el mismo ayer, hoy y siempre’ (Heb 13, 8), y que así como supo inspirar grandes cosas en Santiago, en Pablo, en Pedro y en María, es capaz también hoy y ha de suscitar grandes cosas en nosotros, a pesar de nuestros pecados y limitaciones, porque Él es Dios.