Homilía pronunciada por el R.P. Carlos M. Buela, VE el día 11 de junio de 2001 en la Capilla de la Casa Generalicia de las SSVM, en Artena (Roma) con motivo de la I Conferencia General.
Celebramos hoy la fiesta de San Bernabé, considerado Apóstol por la Liturgia de la Iglesia. Algunos se preguntan: ¿cómo puede ser que se cambie el número de los doce apóstoles que Cristo creó, ya que “hizo doce“(1), como dice el Evangelio?
Con la traición de Judas quedaron once; pero luego se agregó Matías y se completó el número de doce. Pero he aquí luego se agrega San Pablo y, todavía más, Bernabé, para llegar a ser catorce. Porque, si nos fijamos en el Misal, en el día de hoy se afirma “San Bernabé Apóstol”. Y sin embargo siguen siendo doce… Porque doce no es el número de orden sino un número cardinal, está indicando que es el Colegio apostólico fundado por Nuestro Señor. De tal manera que aun siendo once son doce, siendo trece son doce y siendo catorce son doce, porque sigue siendo el Colegio Apostólico.
Y… ¿por qué doce? Porque ese es el número original, porque Nuestro Señor elige los doce y por altísimas razones, de las cuales citamos sólo una: así como el antiguo pueblo de Israel estaba compuesto de doce tribus, así el nuevo pueblo tiene a los doce apóstoles que han de juzgar a todas las naciones. «Yo os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel» (Mt 19,28).
Y esto me da pie para hablar de nuestra vocación misionera. Con cada uno de nosotros pasa lo que pasó con los apóstoles. Ninguno de nosotros va a un lugar de misión por sí mismo, sino porque es enviado, a la manera de los apóstoles: «como el Padre me envió, así os envío yo a vosotros» (Jn 20,21). Y esa es al visión de fe fundamental que no debe faltar en cada misionero y en cada misionera. Lo nuestro no es una obra humana, no es un trabajo de propaganda, sino que es una obra sobrenatural. Vamos y estamos dispuestos a ir a los lugares más difíciles, confiando en el Señor Jesús que nos dice: “así como el Padre me envió a mi al mundo para la salvación de los hombres, así os envío yo a vosotros” y entonces, nos lanzamos a la aventura misionera en el nombre del Señor y no por razones sociológicas o por razones estadísticas o sociales o políticas, sino por su envío: «echad las redes» (Lc 5,4).
Es un privilegio muy grande para las Servidoras el vivir en esta casa de los Padres Franciscanos de Artena, donde se han formado y han partido misioneros para China. Esto puede corroborarse visitando el Museo, o dialogando con el Padre Nicola Gerasa. El nombre mismo que tiene la comunidad nos hace pensar en la misión: “Siervo de Dios Ginepro Cocchi”, ya que fue mártir en China.
Es una gracia de Dios el llegar a comprender el sentido de la misión; entender eso que para muchos es incomprensible: el ir a un lugar donde no sólo no hay católicos, sino ¡donde no hay cristianos! Y sin embargo Dios en su providencia mueve los corazones incluso de los paganos para ayudarnos en nuestra misión y poder nosotros hacer la tarea que tenemos que hacer… pero para eso hay que tener fe. Por eso, cuando Nuestro Señor envía en la primera misión a los apóstoles, les manda: «No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón» (Mt10,10), como diciendo: ¡todo eso material no interesa, no les va a faltar! Porque «bien merece el obrero su salario». Y ¿quién sustenta a los obreros? ¡Dios! En su providencia y de una manera poderosa. ¡Cuántas casas hemos comenzado nosotros sin tener un peso! ¡Y ninguno de los nuestros se ha muerto de hambre! Él es el que cuida de nosotros porque Él es el que envía, y si Él envía, Él se ocupa del sustento… y debemos tener confianza. “Buscad primero el Reino de Dios y su Justicia y todo lo demás se os dará por añadidura”(Mt 6,33). Y más aún “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
Que la primera Misionera después de su Hijo Jesucristo nos dé a nosotros esa alma y ese corazón grande como el mundo, que es el corazón que debe tener el misionero.
1 Cf. Mc 3,14.