Dios

Siempre el primero Dios

Queridos hermanos y hermanas: hemos tenido unos hermosos días de reflexión y estudio, en los cuales hemos podido compartir entre todos lo que son las grandes preocupaciones de la Iglesia en este final de milenio, de manera particular en lo que dice relación a la Palabra de Dios, a la Sagrada Escritura. Es con ocasión de esto que me voy a permitir hacer una reflexión sobre lo que me parece que es lo que nos corresponde hacer a todos y a cada uno de nosotros.

1. Se ignora al Autor Principal de la Biblia

Hemos escuchado – dicho con autoridad– que la Constitución dogmática «Dei Verbum» del Concilio Vaticano II no ha sido recibida todavía – y aparentemente faltarán muchos años para que sea recibida– por todo el Pueblo de Dios nada menos que en el punto central, en la clave de bóveda de toda la Sagrada Escritura, que es la inspiración bíblica; es decir, el hecho por el cual Dios se constituye en el Autor Principal del Libro Sagrado[1].

Obviamente, si falta en la consideración de los exégetas, de los teólogos, la comprensión profunda de que Dios es el Autor Principal del Libro inspirado, estamos de este modo frente a un libro meramente humano, que valdrá a lo mejor más que otro por razón de su antigüedad, por la autoridad que ha tenido o que puede tener, pero que en ningún caso deja de ser un libro meramente humano. Así es que escuchamos y leemos las hipótesis más peregrinas y descabelladas, que conducen a la destrucción del mismo texto; y esto por obra del racionalismo bíblico y por obra del docetismo bíblico que a priori niegan lo sobrenatural y la historicidad de aquellos hechos que son como soportes de las verdades referidas a los dogmas de fe.

Consecuencias en la predicación de la Palabra

Vemos las consecuencias que trae esto: estas doctrinas se enseñan en las universidades, después de allí se enseñan en los seminarios, y de allí se las enseñan a la pobre gente que es la que tiene que sufrir espantosas predicaciones.

En nuestra patria, la Conferencia Episcopal Argentina hizo en el año 1988 una «Consulta al Pueblo de Dios», en la que se presentaron cerca de 80.000 encuestas. La Conferencia Episcopal Argentina[2] haciendo un resumen en el punto dedicado en la encuesta a la predicación, dice lo siguiente: «Las respuestas a la “Consulta al Pueblo de Dios” reflejan, con alto índice, la existencia de homilías superficiales (lo que nosotros llamamos “regaderas”), y poco preparadas, como también alejadas de la vida real»[3]. En esta «Consulta al Pueblo de Dios» se pueden observar los siguientes datos: en las respuestas individuales, el 31% habla de «homilías alejadas de la vida real»; el 26%, de «homilías superficiales, poco preparadas»; «homilías demasiado políticas», el 8%[4]. Es muy interesante que el sector que respondió con mayor porcentaje respecto de esto, son los seminaristas. De los que respondieron «Homilías alejadas de la vida real», el 48% eran seminaristas; «superficiales, poco preparadas», el 53%[5]. En general, en las respuestas, decían algunos: «no reflejan los signos de los tiempos»; otros: «son homilías agresivas, extensas, a veces sin contenido bíblico», con «poco don de la palabra»[6].

Ciertamente, si la Sagrada Escritura no tiene a Dios como Autor Principal, ¿qué es lo que uno va a decir en el púlpito?; ¿qué interés puede tener eso? Será algo meramente humano, a veces totalmente inconexo, donde la gente no saca ningún provecho, y donde no se edifica a nadie.

2. También respecto de la Iglesia

Pero si observamos, la falta de recepción por parte del Pueblo de Dios no se verifica solamente respecto de la Constitución dogmática «Dei Verbum», sino que pasa también respecto de los otros documentos que son como el pivote de toda la doctrina del Concilio Vaticano II, como por ejemplo, la Constitución dogmática «Lumen Gentium». Para algunos Dios es como el «convidado de piedra», todo se arma desde abajo como si la Santísima Trinidad no tuviese nada que decir en el tema. Como si Dios no tuviese preeminencia en la consideración del misterio de la Iglesia.

Reconocía el Sínodo de 1985, «una creciente desafección hacia la Iglesia»[7]. Pensemos sobre todo en Europa, pensemos en nuestra América, en donde los obispos en Puebla han hablado de «invasión de sectas»[8]. Ciertamente que las sectas siguen creciendo, y hay muchos de nuestros bautizados que se pasan a ellas, y aparentemente las soluciones no aparecen.

En cuántos lados que nos toca conocer, en los cinco continentes, nos encontramos con laicos angustiados y con sacerdotes diocesanos, que se quejan de estar como ovejas sin pastor (Mt 9,36 y paral.; 1Re 22,17; 1Cr 18,16). ¡Cómo se da la falta de lo que el Concilio quería: de «hermanos y amigos»[9] de los sacerdotes! A veces los sacerdotes sufren mucho por actitudes de tipo dictatorial, por falta de diálogo, incomprensión. Incluso como decía un gran especialista en derecho canónico de religiosos, por la «prevaricación», es decir, el obrar a sabiendas o por ignorancia inexcusable, dictando resoluciones manifiestamente injustas. Lo cual es el incumplimiento de las funciones públicas.

Según tengo entendido, más del 60% del episcopado mundial ha pasado por la Universidad Gregoriana, de tal manera que sí es cierto que la formación, de la universidad baja a los seminarios, de los seminarios a las parroquias, pero también es cierto al revés, es un feed–back: lo que se sufre en las parroquias, se debe a los malos seminarios, y los malos seminarios se deben muchas veces a las deficiencias en las Universidades Pontificias. Por eso espero que alguna vez se tenga un Sínodo de Obispos donde se trate este tema crucial, que es la formación a nivel teológico y científico de los futuros pastores en las Universidades Pontificias[10]. (¡Hay que ver quién le pone el cascabel al gato!).

También se ignora que Dios es el autor de las vocaciones

Nos encontramos también con el grave problema de las vocaciones: ¿con qué nos encontramos al hablar de las vocaciones? Nos encontramos exactamente con la misma posición gnóstica negadora de lo sobrenatural: así como a nivel de Iglesia se olvida que la Iglesia es «el misterio del Pueblo reunido por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo»[11] –como dice San Cipriano–, y se hace una eclesiología de lo bajo, así pasa con las vocaciones: para los progresistas en las vocaciones el autor principal no es Dios. Se dan razones sociológicas, históricas, generacionales, familiares, que explican la carencia de vocaciones… pero ¡no es así! Todas esas cosas podrán ser reales, podrán influir, pero faltan vocaciones, y seguirán faltando, porque a Dios no se lo reconoce como el autor principal de las vocaciones a la vida consagrada[12]. Y esto por parte de ministros… Uno de estos teólogos publicitados decía: «Una persona que dice que Dios lo llama depende de la psiquiatría»[13]. Y así están con los noviciados y los seminarios vacíos. Hace poco recordaba Juan Pablo II: «De nada sirve lamentarse de la falta de vocaciones sacerdotales y religiosas. Las vocaciones no se pueden “construir” humanamente»[14].

Así pasa, por ejemplo, en algunos lugares donde a las pobres monjitas les dan cursos –que yo les llamo de tanatología– que son una especie de eutanasia, o sea, enseñarles a morir sin que se den cuenta. Es la muerte dulce: las congregaciones se van muriendo. En vez de decir «Si Dios sigue siendo Dios, y Dios tiene que ser el primer servido, ¡cómo Dios va a dejar sin vocaciones a su pueblo!» Lo que pasa es que se confía más en la cuenta del Banco que en la Providencia de Dios. Si esas congregaciones vendiesen sus bienes y el dinero se lo diesen a los pobres, tendrían vocaciones. Pero para eso hay que tener coraje evangélico, hay que creer en la Palabra de Dios, hay que confiar en la Providencia… y si no se cree que es Dios el que suscita las vocaciones, no tendrán vocaciones.

La Iglesia se transforma en una mera institución humana

Así pasa, lo notamos en nuestro país, ¡qué énfasis que se pone con la cosa institucional! Se llega a la ridiculez de que los niños, para ser bautizados, tienen que tener pase del párroco de la parroquia donde viven los padres; aunque el niño todavía no es sujeto de derecho, porque todavía no está bautizado[15]. ¡Y no se los bautiza si son hijos naturales! Con esta óptica, Juan de Austria no habría sido bautizado, no habría defendido la fe católica, no habría ganado la batalla de Lepanto… Y se dice que el 50% de los niños nacidos en la ciudad de Buenos Aires son de uniones de hecho; ¿qué pasará con ellos? ¡Tampoco quieren bautizar cuando los padres no están confirmados! ¡Esto sucede acá, donde hay gente que vive en los puestos, en las fincas, que no bajan nunca a la ciudad porque no tienen dinero ni medios de transporte…! Por eso recordaba el cardenal Ratzinger: «¡Menos organización, y más Espíritu Santo!»[16]. ¡Lo que falta es Espíritu Santo!

El Sínodo de 1985 enseñaba la verdadera naturaleza de la comunión eclesial: es la común–unión «con Dios por Jesucristo en el Espíritu Santo»[17], es decir, es un don divino, de orden primariamente interno y espiritual, y se obtiene en «la Palabra de Dios y en los sacramentos»[18]. Se fundamenta en la gracia de Dios, no en la organización administrativa, por ello «el bautismo es la puerta y el fundamento de la comunión de la Iglesia; la Eucaristía es la fuente y el culmen de toda la vida cristiana»[19]. Por este motivo, porque está fundada en Dios y no en la burocracia, «la eclesiología de comunión no puede reducirse sólo a cuestiones organizativas o a cuestiones referentes a las meras potestades»[20]. Las excesivas trabas administrativas son contrarias al espíritu de comunión eclesial, y con ello se corre el peligro de mostrar a la Iglesia como un mero edificio de frías oficinas, eficientes, tal vez, pero vacías de espíritu y caridad evangélicas: «…con una lectura demasiado parcial del Concilio, se ha hecho una presentación unilateral de la Iglesia como una estructura meramente institucional, privada de su misterio. Quizás no estamos libres de toda responsabilidad ante el hecho de que, sobre todo los jóvenes, miren críticamente a la Iglesia como una mera institución. ¿No les hemos dado ocasión para ello, hablando demasiado de renovar las estructuras eclesiásticas externas y poco de Dios y de Cristo?»[21].

3. También respecto a la liturgia

También podemos darnos cuenta que lo mismo pasa con respecto a la Constitución sobre la Liturgia, la «Sacrosanctum Concilium». ¡Cómo se queja la gente de liturgias desacralizadas, donde pareciera que el único que sobra es Dios! Olvidándose de que toda la liturgia, de manera especial la liturgia eucarística, es el acto de culto al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. Y así recordaba el cardenal Daneels: «Sin el sentido de la fe, la liturgia es un extraño y penoso teatro, que desde luego no justifica el tener que desplazarse todos los domingos. Carece de interés, y comprendo que no se participe en ella». Y sabemos cómo los índices de participación, de manera especial, en la misa dominical, están disminuyendo terriblemente en todas partes[22]. Es lo mismo que con las vocaciones: se olvida que Dios es el protagonista principal de la liturgia[23].

4. También respecto a la relación de Iglesia y mundo

También podemos referirnos a la Constitución pastoral «Gaudium et spes», que trata de la relación de la Iglesia con el mundo en los distintos aspectos que hacen al mundo contemporáneo.

Aquí, también, pareciera que algunos problemas se han agravado. Por ejemplo, nota Juan Pablo II: «El número de los que desconocen a Cristo aumenta constantemente, más aun, desde el final del concilio, casi se ha duplicado»[24] . Es un desafío para nosotros que queremos ser misioneros. En este campo podemos hablar sobre el daño terrible que ha hecho a la misión esa teoría, más bien, ese mito, el nuevo mito del «cristianismo anónimo». Y el mito de la «salvación automática».

Por ejemplo, las falsas inculturaciones del evangelio, que se convierten de hecho, en una renuncia al evangelio, pretendiendo asumir una determinada cultura, como el caso de Tissa Balasuriya[25], como el caso de Anthony de Mello[26].

Los medios de comunicación social prácticamente no solamente no tienen en cuenta a la Iglesia de Cristo, sino que organizan a nivel internacional campañas en contra del Papa, objetivo predilecto de toda la prensa amarilla, y en contra del sacerdocio y de la vida consagrada.

Y así, la Iglesia que tendría que incidir en el mundo pareciera que no muerde la realidad, no evangeliza. Tenemos escuelas católicas con el cartelito de «católica»; pero resulta que de ahí salen ateos, como salió el Che Guevara de los betharramitas, como salió Fidel Castro de los jesuitas… Es la realidad. Esta ausencia de testimonio evangélico sucede también en las Universidades católicas. ¿Dónde está la dirigencia católica que tendría que tener este país, de los egresados de las universidades católicas? En Ruanda, después de cien años de evangelización, se han matado entre sí en un espantoso genocidio tribus que son cristianas: los hutus y los tutsis son cristianos. Es un fracaso de la evangelización, producto de la pastoral nominalista, salvo los ejemplos heroicos.

 ¡Qué hablar del tema de la injusticia social!: mucho se habla de los pobres, y resulta que se va agrandando cada vez más la diferencia entre los ricos y los pobres. Cada vez hay ricos más ricos y pobres más pobres. Y como decía un pastor protestante: «Pareciera que desde que la Iglesia ha hecho la opción preferencial por los pobres, los pobres han hecho la opción preferencial por las sectas».

5. La causa principal: no creer en la Vida Eterna

Evidentemente que esto es algo para reflexionar, para tomar conciencia, de manera especial en los jóvenes seminaristas y religiosas, por que las cosas están difíciles, y probablemente seguirán más difíciles aun. Y se necesita formar jóvenes que no estén movidos como los toros de la Rural por ese anillo en la nariz con el que se los llevan a cualquier lado; sino que se necesita que piensen y que tengan fe. Pienso que uno de los grandes males que ha provocado todo esto es la falta de consideración de la eternidad dentro de la Iglesia. Y así ha pasado que al no darse testimonio profundo, eficaz, convincente, del peso de la vida eterna, se pierde de vista la trascendencia de Dios para sumergirse en el horizonte vacío y muerto de la inmanencia temporal y terrena del mundo. Creo que un ejemplo de fe en nuestros tiempos es el de monseñor Tihamer Töth, en cuya sepultura en Budapest he podido ver la siguiente inscripción: «Creo en la vida eterna».

No se cree en la vida eterna, y la vida eterna se ha convertido en «filfa», porque de hecho, hoy día, tanto el hombre común, como los «teólogos publicitados», los exégetas, se han olvidado de lo que con palabras muy sencillas se dice en el evangelio de hoy: «Así sucederá en el fin del mundo: vendrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos, para colocarlos en el horno ardiente. Allí habrá llantos y rechinar de dientes. ¿Comprendisteis todo esto? (Si viniese Jesucristo ahora a una escuela de exégesis, se le reirían en la cara: «Todo es género literario», le dirían). “Sí, le respondieron” (Hay que convenir que los apóstoles y la multitud eran un poco más cuerdos). Entonces agregó: “todo escriba – todo exégeta, podríamos decir– convertido en discípulo del Reino de los cielos – hay que convertirse antes– se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo”». (Mt 13, 49– 50). De hecho, el progresismo de cepa liberal ha provocado en la Iglesia el mismo efecto que una damajuana de caña en una jaula de monos. Y todo – pienso yo, en gran parte– por la pérdida del sentido de la eternidad.

6. ¿Qué hacer? creer, estudiar y propagar la Palabra de Dios, Palabra de Vida Eterna que nunca pasará

¿Qué hacer? Seguir haciendo lo que estamos haciendo: seguir estudiando en profundidad, seguir tratando de llevar a las almas la doctrina salutífera de nuestro Divino Salvador, que tiene palabras de vida eterna (Jn 6, 67), Palabras que no pasarán: el cielo y la tierra pasarán, pero sus palabras no pasarán. Pasarán todos estos teólogos publicitados, pasarán los exégetas que niegan verdades elementales, pasarán todos los sacerdotes incapaces de predicar la verdad del Evangelio… ¡Pasarán! Las palabras de Cristo no pasarán: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Mt 24, 35; Mc 13, 31; Lc 21, 33).

Entonces, con entusiasmo, pero a la vez con lucidez, debemos tratar de que en nosotros en primer lugar, y luego en aquellos hermanos nuestros a los cuales estamos destinados, llegue lo que el Concilio en sus grandes constituciones ha querido hacer y ha querido presentar para el bien de la humanidad. Y esto hacerlo sin ningún temor: No temáis, pequeño rebañito, plugo al Padre daros el Reino[27].

Tendremos la Eucaristía, con la gracia de Dios todos los días, porque según la promesa, la tendremos hasta que Él vuelva.

Tendremos a la Santísima Virgen, nuestra Buena Madre del Cielo.

Y tendremos una luz que nunca se apagará en el mundo, a pesar del poder de las tinieblas: esa luz es Pedro, porque a él una vez Jesucristo le dijo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Y los poderes del infierno –del Hades, de la muerte, del mal, como traducen los exégetas ahora, pónganle lo que quieran– no prevalecerán contra ella (Mt 16,18).

Y con la Eucaristía, con María y con el Papa no tenemos nada que temer.

¡Siempre el primero debe ser Dios!


[1] Estando en prensa este sermón leí en la Carta Encíclica «Fides et Ratio» n. 55 que el Santo Padre señaló otro grave, muy grave, vaciamiento de la doctrina del Concilio Vaticano II: «Una expresión de esta tendencia fideísta difundida hoy es el “biblicismo”, que tiende a hacer de la lectura de la Sagrada Escritura o de su exégesis el único punto de referencia para la verdad. Sucede así que se identifica la palabra de Dios solamente con la Sagrada Escritura, vaciando así de sentido la doctrina de la Iglesia confirmada expresamente por el Concilio Ecuménico Vaticano II».

[2] Conferencia Episcopal Argentina, Líneas Pastorales para una Nueva Evangelización (Buenos Aires 1990) n. 51.

[3] Paréntesis mío.

[4] Conferencia Episcopal Argentina, Consulta al Pueblo de Dios, Oficina del Libro (Buenos Aires 1988) 127.

[5] Conferencia Episcopal Argentina, Consulta al Pueblo de Dios, Oficina del Libro (Buenos Aires 1988) 131.

[6] Conferencia Episcopal Argentina, Consulta al Pueblo de Dios, Oficina del Libro (Buenos Aires 1988) 133.

[7] Sínodo de los Obispos, «Documento final de la II Asamblea General Extraordinaria de 1985», L’Osservatore Romano 51 (1985) 780ss.

[8] cfr. III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, La Evangelización en el presente y en el futuro de América.  El Documento de Puebla destaca el carácter «anticatólico» e «injusto» de las sectas (n. 80), y señala el hecho preocupante de que «ocupan el vacío que deja la religión del pueblo» (n. 469), que no es otra cosa que la religión católica.

[9] cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros «Presbyterorum Ordinis», II, 7.

[10] cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la formación sacerdotal «Optatam Totius», 16.

[11] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 11.

[12] Al tratar el modo de ayudar a los candidatos al sacerdocio que tienen los fieles, el decreto sobre la formación sacerdotal «Optatam Totius» dice: «este anhelo eficaz de todo el Pueblo de Dios para ayudar a las vocaciones, responde a la obra de la Divina Providencia, que concede las dotes necesarias a los elegidos por Dios a participar en el sacerdocio jerárquico de Cristo, y los ayuda con su gracia…» (2).

[13] «Je suis avant tout un psychologie technicien. Mon idée, comme le titre de mon livre l’indique, étrait de montrer que toute vocation est un phénomène humain et comme tal observable. Un sujet que dit que Dieu l’appelle, cela relève de la psychiatrie», Marc Oraison, La vocation phénomène humain ; cit. en Maurice Lelong, O.P., Lexicon de l’Eglise nouvelle, Ed. R Morel, vox Vocation (Forcalquier 1971).

[14] Juan Pablo II, «Homilía durante la Misa celebrada en Sankt Pölten», L’Osservatore Romano 26 (1998) 371.

[15] Dejamos a salvo lo prescripto por el CIC c. 85 §2.

[16] Conferencia de apertura del «Congreso Mundial de los movimientos eclesiales» el 17 de mayo de 1998 en Roma. Publicado en Huellas, II, VI (junio de 1998) 22; en Palabra 407 (julio 1998) 58: «Es preferible menos organización y más Espíritu Santo»; en Tracce, XXV (junio 1998) p32: «Non è lecito pretendere che tutto debba intassellarsi in una organizzazione unitaria; meglio meno organizzazione e più Spirito Santo!».

[17] Sínodo de los Obispos, «Documento final de la II Asamblea General Extraordinaria de 1985», L’Osservatore Romano 51 (1985) 780ss.

[18] Sínodo de los Obispos, «Documento final de la II Asamblea General Extraordinaria de 1985», L’Osservatore Romano 51 (1985) 780ss.

[19] cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 11; cit. en Sínodo de los Obispos, «Documento final de la II Asamblea General Extraordinaria de 1985», L’Osservatore Romano 51 (1985) 780ss.

[20] Sínodo de los Obispos, «Documento final de la II Asamblea General Extraordinaria de 1985», L’Osservatore Romano 51 (1985) 780ss.

[21] Sínodo de los Obispos, «Documento final de la II Asamblea General Extraordinaria de 1985», L’Osservatore Romano 51 (1985) 780ss.

[22] Por ejemplo, la diócesis de San Martín (Buenos Aires), con una población de 713.000 católicos (92% de la población), tan sólo el 4,10% (33.556 personas) asiste a Misa los domingos. (cfr. Diario La Nación, « La iglesia traerá sacerdotes polacos», 14 de abril de 1998, sección Cultura, 11).

[23] Este olvido de Dios es lo opuesto a lo deseado por el Magisterio. El Sínodo de 1985 destaca la función de la liturgia como orientadora del espíritu humano hacia lo divino, y señala a la vez, cuál debe ser la actitud del hombre al participar de esa liturgia: «… la liturgia debe fomentar el sentido de lo sagrado y hacerlo resplandecr. Debe estar imbuida del espíritu de reverencia y de glorificación de Dios». cfr. Sínodo de los Obispos, «Documento final de la II Asamblea General Extraordinaria de 1985», L’Osservatore Romano 51 (1985) 780ss.

[24] cfr. Juan Pablo II, Carta encíclica sobre la permanente validez del mandato misionero «Redemptoris Missio», 3.

[25] El p. Tissa Balasuriya, O.M.I. (Oblatos de María Inmaculada), fue excomulgado por la Congregación para la Doctrina de la fe el 2 de enero de 1997. Dicha congregación, luego de analizar el libro María y la liberación humana, declaró que el mencionado sacerdote se «había desviado de la integridad de la verdad de la fe católica, y por lo tanto, no podía ser considerado un teólogo católico». La declaración también mencionaba que el sacerdote había incurrido en las sanciones previstas por la ley: excomunión latae sententiae, que al retractarse le fuera levantada. cfr. L’Osservatore Romano 2 (1997) 24.

[26] Los escritos del P. Anthony de Mello, S.J., fueron declarados «incompatibles con la fe católica»; cfr. Congregación para la doctrina de la fe, Notificación sobre los escritos del padre Anthony de Mello (del 24 de junio de 1998), L’Osservatore Romano 35 (1998) 481.

[27] cfr. Lc 12,32.