Juan Pablo II

Significado del viaje del Papa Juan Pablo II por Polonia

 Al insigne médico, permanente samaritano y dilecto amigo Dr. Bruno Oleaga. 

1. Esplendor de la Iglesia

“Triunfante ocuparé Siquem… sobre Filistea canto victoria”, dice Dios (Sal. 59).

Todos los años celebramos Pentecostés, día del cumpleaños de la Iglesia Católica. Tiene ya casi 2.000 años y a pesar de todas las persecuciones de fuera y las tribulaciones de dentro, está apareciendo ante nuestros ojos, más joven que nunca, ataviada con sus mejores galas, resplandeciente de santidad, henchida de dinamismo, pujante como un Pentecostés, hermosa como cuando era niña, llena de fuerza sobrenatural, plena de coraje intrépido, escribiendo una de las páginas más gloriosas de toda su historia.

¿Cuál es la razón de que ello sea así? Es porque nunca la abandonó, ni la abandonará jamás, el Espíritu Santo que la guía y que es su alma. Porque sólo Ella tiene las promesas de indefectibilidad y de infalibilidad con que la embelleció su divino Esposo y Fundador y Sustentador y Cabeza, Jesucristo Nuestro Señor.

      ¿Por qué otra razón? Porque en estos días, en su Vértice Supremo. en la Roca sobre la cual Cristo la fundara, en el Obispo de Roma, en el Sucesor de San Pedro, en el Vicario de Jesucristo, en su Cabeza Visible, en la persona augusta del Papa S.S. Juan Pablo II, peregrino apostólico en su Patria, Polonia, en él, Dios está señalando el comienzo de la victoria más gigantesca, el desenlace del más formidable desafío y el triunfo más rotundo que ha tenido la Iglesia Católica, en su peregrinación de casi 2.000 años.

2. Acontecimiento milenario

      En efecto, la apoteosis del Papa en Polonia está señalando un acontecimiento de intensidad y dimensión milenarias.

      En la Plaza de la Victoria de Varsovia, en la Vigilia de Pentecostés, tiene comienzo esa victoria de proporciones gigantescas.

      ¿Me preguntaréis por qué es la victoria más grande de la Iglesia en todos los siglos? Porque es la victoria sobre el enemigo más cruel, el adversario más encarnizado, el antagonista más despiadado, sobre el poder más perverso que ha habido en la tierra, sobre el proyecto más diabólicamente totalitario a que haya tenido que hacer frente la Iglesia bimilenaria.

      ¿Por qué justo allí en la Plaza de la Victoria de Varsovia? A mi modo de ver, porque el triunfo no está dado tanto por el multitudinario y apoteótico recibimiento que hicieron millones de polacos al Papa—a pesar de todos los esfuerzos para impedir que el pueblo pudiese acercarse al Papa,”sucias jugadas” las llama el Episcopado Polaco—, no es tanto por el hecho de haber congregado “una inconmensurable multitud de multitudes” (calculada en 16 millones en los 9 días), cuanto por el hecho de que, espontánea, pública y unánimemente, aplaudiesen durante 15 minutos al Papa cuando dijo que sin Cristo es imposible entender al hombre.

      El pueblo polaco “reconcentrado, en silencio (el silencio de una multitud que quiere recordar para siempre)”, escuchaba decir, al primero de los 264 Papas que es eslavo, en su homilía: “La Iglesia llevó a Cristo a Polonia, es decir, la clave para comprender aquella gran y fundamental realidad que es el hombre. No se puede de hecho comprender al hombre hasta el fondo sin Cristo. O, más bien, el hombre no es capaz de comprenderse a si mismo hasta el fondo sin Cristo. No puede entender qué es, ni cuál es su verdadera dignidad, ni cuál es su vocación, ni su destino final. No puede entenderse todo esto sin Cristo. Y por esto no se puede excluir a Cristo de la historia del hombre en ninguna parte del globo, y en ninguna longitud y latitud geográfica. Excluir a Cristo de la historia del hombre es un acto contra el hambre. Sin Él noes posible entender la historia de Polonia y, sobre todo, la historia de los hombres que han pasado o pasan por esta tierra.” Allí el Papa no pudo continuar. Una ovación se fue transformando en aplauso que duró casi un cuarto de hora.

      Al día siguiente, frente a la Iglesia de Santa Ana en Varsovia, improvisando, el Papa dijo a los jóvenes: “Ayer, en la Plaza de la Victoria, pensé que debía pedirles que dejaran de aplaudirme. Pero creo que el Espíritu Santo me ha inspirado y reflexioné. Si aplauden es porque dicen conmigo la homilía. Porque lo interesante no es que ustedes me aplaudan, sino cuándo aplauden. Este pensamiento me acompañó luego que las reflexiones sobre Cristo motivaron ayer un aplauso tan prolongado, de casi quince minutos.”

      Creo que en ese aplauso, estupendo y maravilloso signo de los tiempos, como las trompetas que hicieron caer las murallas de Jericó (Josué, 5‑6), nos están indicando el comienzo de la victoria de Cristo frente al Anticristo. Ese aplauso puso rúbrica al certificado de defunción del comunismo firmado por Pío XI al promulgar la “Divini Redemptoris” hace ya más de 40 años. Ese aplauso contenido durante 35 largos años, eco del milenio de cristianismo polaco, hizo temblar las murallas del Kremlin, y, tal vez, fue lo que hizo que el ateo Brezhnev balbucease el nombre de Dios: “Dios no nos perdonará si fallamos” (Diarios del 17‑6‑79), traicionándolo el subconsciente y la cercan fa de la tumba. Ese aplauso fue el golpe más contundente que recibió la ideología marxista en toda su efímera existencia.

      Luego de 35 años de férreo y totalitario poder en Polonia ha demostrado el marxismo “urbi et orbe” su fracaso. Ha demostrado que es incapaz de atraer a los jóvenes. Ha demostrado que no es entusiasmante. Ha demostrado que nunca tuvo a los pueblos. Ha demostrado que ni siquiera puede imponerse por el terror.

      Así como le llamaban “buey mudo” por su silencio a Santo Tomás de Aquino sus compañeros y, sin embargo, su maestro San Alberto, que mucho le conocía, les profetizó: “Cuando este buey mudo hable, dará mucho que hablar en el mundo”, análogamente debemos decir lo mismo de la Iglesia, mal llamada del silencio, ha hablado por la voz del Papa eslavo y por el corazón hecho aplauso de millones de polacos: “por toda la tierra se ha difundido su sonido y hasta los confines de la tierra sus palabras” (Rom. 10,18; cfr. Sal. 19,5). Aplauso hecho canto en su pueblo natal, Wadowice, cuando al llegar miles de pechos estallaron en el vibrante himno triunfal: “Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat.”

3. Los que triunfan

      ¿Quiénes triunfan en Polonia? Es el triunfo de la Iglesia sobre la anti‑Iglesia, es la victoria de Cristo sobre el Anticristo, es Dios que derrota a Satanás.

      ¿A través de quiénes triunfa?

a. El Papa

      En primer lugar, a través del Papa Juan Pablo II que, en su país oficialmente ateo, habló de Dios: el hombre no puede “encontrarse plenamente a sí mismo renegando de Dios”; que, en un país oficialmente anticristiano, habló de Cristo: “Excluir a Cristo de la historia del hombre es un acto contra el hombre”; que, en un régimen anticatólico, habló de la iglesia que tiene un concepto “diametralmente opuesto” al comunismo; que, ante una ideología que reniega de la Virgen, habló de la Virgen de Jasna Gora a quien —dijo— fue a visitar tantas veces “para oír latir el corazón de la Iglesia y de la Patria en el corazón de la Madre”; que, ante la cohorte depredadora de las Patrias y de los hombres habló de Polonia y de la dignidad del hombre.

      El fracaso del marxismo se encarna en la blanca figura de Juan Pablo ll: Papa, y es oriundo de una nación oficialmente atea; obrero, y rechaza absolutamente el marxismo que dise defenderlos; patriota polaco, no acepta el “internacionalismo” marxista en nombre de su Patria a quien ama—como buen católico—entrañablemente; creyente fervoroso, comprende a los que no lo son y reza por ellos y les dice que Cristo también murió en la Cruz por ellos; anticomunista acérrimo, no pueden ponerle el mote de nazi —como siempre hacen los comunistas para descalificar a sus enemigos— porque luchó contra ellos; atrae con su espontaneidad a millones de jóvenes que lo siguen con desbordante entusiasmo, porque predica a Cristo “eternamente joven”, única opción frente a las ideologías de turno, nacidas ayer y ya insanablemente viejas; un amante de la montaña, sabe hablar al corazón de los hombres de las grandes ciudades de “la poesía que Dios ha escrito en la belleza de las cimas” (Pío XII); hombre firme y que sabe lo que es la firmeza, con ella agujereó la cortina de hierro; su joven corazón, su mente lúcida, sus delicados y viriles afectos, su sensibilidad de poeta y su capacidad de estratega han dado jaque mate a la gerontocracia soviética; con la Misa en el campo de concentración de Auschwitz, concelebrada con 110 sacerdotes ex presidiarios, y con el recuerdo constante del Beato Maximiliano Kolbe, allí martirizado, mostró al mundo que allí no sufrió persecución solamente el pueblo hebreo.

      El Papa realizó una misión popular en Polonia, que gracias a los medios de comunicación social se convirtió en una misión mundial, cuyos frutos perdurarán por muy largo tiempo.

b. El Cardenal Wyszynski

      Triunfa Cristo en Polonia, también, a través de la enhiesta figura del gran Cardenal Stefan Wyszynski, primado de Polonia, columna de la Iglesia en este siglo, campeón de la resistencia frente al marxismo, símbolo vivo de la Iglesia perseguida, encarnación de la fe polaca, que “manifiesta la fuerza del fundamento de la Iglesia que es Jesucristo” como dijo Juan Pablo 11, quien lo condecoró entregándole la Rosa de Oro, la más aita distinción pontificia, por ser “la piedra clave particular… de toda la Iglesia de Polonia”.

c. El pueblo polaco

      Cristo vence, también, por medio de todo el pueblo polaco, que lleno de júbilo indescriptible ovacionó en cada ocasión al Vicario de Cristo; que lleno de hondo y profundo sentido cristiano escuchó todas y cada una de las palabras de “su Papa”; que con fervor contenido y vibrante acompañó en su peregrinaje al “dulce Cristo sobre la tierra” (Santa Catalina de Siena).

      Ese pueblo fiel que buscó manifestar de mil maneras su cariño por Juan Pablo 11 a través de cantos, de gritos, de ovaciones, de aplausos, de letreros, de poesías, de discursos, de regalos, de aclamaciones.

      Algunos letreros decían: “Contigo venceremos, Juan Pablo”, “Somos el Ejército de Cristo”, “La libertad es independencia”, “Estamos contigo”, “La Nación con la Iglesia, la Iglesia con la Nación”, “Vuelve con nosotros”, “Te queremos tanto”, “Que vivas 100 años”, “Iremos con la frente alta. Adelante está la vida: Coraje, nos llama Cristo”, “Queremos a Dios” y tantos otros.

      Ese pueblo que pasó por alto la falta de medios de transporte, que hizo caso omiso de los problemas administrativos, que perdió jornales, que caminó decenas de kilómetros para ver a su Pastor, era una marea humana. Narra un testigo presencial: “El simple hecho de verlos caminar transmitía la sensación del cumplimiento de un mandato… Eran como las olas de un mar que pasara frente a nosotros”. Era el cumplimiento del mandato que a través de los siglos les ven fa de la Patria y de sus héroes; era el cumplimiento del mandato que a través de los siglos les venía de la Iglesia, de sus santos y de sus mártires: Adalberto, Estanislao, Juan de Ketty, Eduviges, Maximiliano y tantos otros; era el cumplimiento del mandato que a través de los siglos les imperaba Jesucristo y la Reina de Polonia, la dulce Señora del Claromonte (Jasna Góra) conduciéndolos al triunfo en esta gesta de todos los puntos de vista memorable. Era la voz de la sangre que manda y era la voz de la gracia que empuja a hacer cosas grandes por Dios.

      Una jovencita de 14 anos recitó una poesía de bienvenida que decía: “Estás tan lejos, pero siempre con nosotros; te amamos tanto porque has dado tu vida a Dios, tú conoces las montañas de Tatra, el Báltico, las poesías de Mickiewicz y las mazurcas de Chopin. Cuando vuelvas a estar lejos, acuérdate de nosotros, porque estarás cerca de nuestros sentimientos. Tenemos la misma madre: Polonia.”

      Un joven universitario, hablando con energía saludó al Papa de esta manera: “Estamos aquí con la cruz y nuestra fe. Con este signo venceremos ” (aplausos). “Nosotros somos tu esperanza, puedes contar con nosotros. No te abandonaremos… Muchos han decidido guiar a la juventud, pero no son buenos jefes, son lobos en el rebano”. También señaló que “esta tierra, nuestra madre, está embebida con la sangre de San Adalberto y San Estanislao. Sus hijos no han perdido la fe en la Resurrección.” (Como si dijese: No tenemos miedo a morir, ni tenemos miedo a la muerte, ni tenemos miedo a quienes “matan el cuerpo, pero al alma no pueden matarla” Mt. 10, 25). “Queremos a Cristo con nosotros. Estamos marcados por el signo de la Santísima Trinidad”.

      Fue, ciertamente, la apoteosis del primer Papa eslavo, pero ciertamente fue, también, la apoteosis de un pueblo que está escribiendo una de las páginas más bellas y más llenas de heroísmo de sus mil anos de historia, de un pueblo que “es un viejo roble que se yergue en el bosque. Ningún viento logró nunca derribarlo, porque su raíz se llama Cristo” (como canta su poeta Piotr Skarga).

d. Nosotros…

      Cristo triunfa, también en Polonia a través de todos los que hemos sufrido persecución a manos del progresismo. Del progresismo que busca la mundanización de la Iglesia, tanto en lo teológico como en lo social, sea con tono liberal o con tono marxista. Los que, de alguna manera, hemos tenido que escribir nuestras vidas no sólo con lágrimas, sino con lágrimas y con sangre, nos sentimos particularmente ligados a este grandioso triunfo y, aunque indignos y en último lugar, nos sabemos protagonistas del mismo con la certeza y seguridad que nos da la fe: “Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Jn. 5,4). Este triunfo que ya ha principiado, va a terminar con la derrota más completa del enemigo. Ya sólo es cuestión de tiempo y de imitar a nuestros hermanos polacos, que hoy son espejo en donde debe mirarse todo el orbe cristiano.

      Triunfo grande sobre la ideología marxista, pero también triunfo espléndido sobre el progresismo cristiano. No nos olvidemos que la primera voz que se levantó entre los Obispos del mundo para denunciar a los progresistas, fue el intrépido Cardenal Stefan Wyszynski, quien marcó a fuego al grupo PAX, dirigido por Piaseski, quienes calumniaban a los Obispos polacos llamándolos “grandes señores” que desprecian profundamente a sacerdotes y que oprimen a los laicos gracias a un sistema de clericalismo trasnochado, quienes buscaban separar a los Obispos en dos bloques: los integristas y los progresistas; quienes querían levantar a los sacerdotes contra los Obispos. Recordemos que el principal cómplice en Occidente era José de Broucker, jefe de redacción de “Informations Catholiques Internationales”. Recordemos al pasar que aquí en la Argentina la revista “Criterio” dirigida a la sazón por el Pbro. Jorge Mejía, se solidarizaba con la actitud de l.C.I. a favor del grupo PAX, en el N° 1455 del 9 de julio de 1964, págs. 513/4 (ver Verbo N° 43, agosto 1964, pág. 3/14).

      Cristo triunfa en Polonia en todos aquellos que tienen la costumbre de rezar un Credo luego del Santo Rosario diario, para pedir por la fortaleza en la fe de nuestros hermanos de detrás de la cortina de hierro o de bambú. Como triunfa Cristo en las valientes religiosas de clausura que por elevar, instantemente, sus plegarias al Cielo impetrando los dones de Dios para toda la cristiandad, han obtenido con su fe y perseverancia la gracia de esta victoria de honduras milenarias. En fin, triunfan en Polonia todos los que entienden con Solzhenitsyn que ésta es la idea clamorosa: sacrificarse… “así se dirige la historia aún no alcanzando el poder”.

4. Los usurpadores derrotados

      Tanto en México como en Polonia, quedó bien claro que la masonería y el comunismo tienen el poder, pero no los hombres. Son meros usurpadores. Podrán todavía ganar alguna escaramuza, pero ya han perdido la guerra.

      ¿Dónde están aquellos que, en estos últimos siglos, pronosticaron la destrucción de la Iglesia Católica y el fin del Papado?

      ¿Dónde está el cacareado “viento de la historia”, por el cual ineluctablemente el mundo debía devenir marxista? ¿Dónde están los teólogos progresistas genuflexos ante ese falso sentido de la historia? ¿Dónde están? Contarlos quiero.

      Los católicos verdaderos han demostrado, en Polonia, que a ellos el viento no los lleva porque están arraigados, ya que tienen raíces que los atornillan a “un orden eterno, a una tradición y a un suelo” (Bernardino Montejano (h). Han demostrado que el viento de Pentecostés es el que dirige la historia del mundo y que es el único viento que no pasa y que no muere. Han patentizado al mundo la renovada juventud de la Iglesia y el vigor del Pontificado Romano. Han puesto de manifiesto que la verdad vence a la mentira, la bondad a la maldad, el amor al odio, la vida a la muerte y la fe al mundo. Han hecho tambalear al gigante de los pies de barro (cfr. Daniel 7,  31 ss). Han pulverizado el dogma y la fe marxista en su triunfo y de ahora en más la duda corroerá cada vez más sus materialistas corazones. El “viento marxista de la i1ísio.,a”, será débil y corto, como estornudo de gato.

      Dicen que Stalin, a quien le decían que hablase con el Papa, preguntó con sorna: “¿Cuántas divisiones de ejército tiene el Papa?”, a lo cual podría responder a través del tiempo Juan Pablo II con otra pregunta: “¿Cuántos hombres tiene el comunismo?” Es que hoy como ayer y como siempre, “Dios elige al más débil del mundo para confundir a los fuertes… Io que no es nada… para anular lo que es, para que nadie pueda gloriarse ante Dios” (1 Cor. 1,27‑28).

      Como profetizara el Cardenal Wyszynski, refiriéndose, una semana antes, a la Misa del sábado 2 de junio, Víspera de Pentecostés: Ese día, “en la Plaza de la Victoria, ese nombre alcanzará su entero significado”.

      “Tuya, es, ¡oh Dios! la majestad, el poder, la gloria y la victoria” (1 Paral. 29,11), “Tú nos das la victoria sobre el enemigo y derrotas a nuestros adversarios” (Sal. 43).

5. Consolidar la victoria

      El hecho de que estemos en el albor de la victoria más grande de la Iglesia Católica en todos los siglos, no nos debe llevar a bajar la guardia, muy por el contrario, nos debe llevar a redoblar los esfuerzos porque Satanás está “animado de gran furor, por cuanto sabe que le queda peco tiempo”(Ap. 12,12). Es tonto pensar que estas ideologías morirán de muerte natural. Hacen falta grandes hombres que develen el error, que denuncien la mentira. Hacen falta grandes santos que no trepiden en ser testigos de Jesucristo, que llevados por su fe intrépida no quemen incienso ante los ídolos de turno, que dispuestos al martirio avalen con su sangre, si es preciso, las verdades que dicen profesar y los errores que dicen combatir.

      Debemos unirnos cada vez más a S.S. Juan Pablo II, “más Papa polaco que nunca”, rezando incesantemente por él, viviendo intensamente nuestra fe católica, dando vivo testimonio de Jesucristo, poniendo alma y vida en la obra grande de la evangelización como él, que pone “toda su alma en cada sílaba” que pronuncia.

      Tengamos mucha confianza en quien dirige la barca de Pedro, es un timonel avezado, es un experimentado piloto de tormentas, es un bravo capitán y es un indómito luchador. Sabe lo que quiere, sabe a dónde ir, sabe cómo ir, sabe qué medios usar y cuándo. Pocos como él conocen tan bien y tan de cerca las debilidades del enemigo más grande de todos los tiempos, sabrá sacar grandes provechos de ello para gloria de Dios y bien de la Iglesia.

      Como otrora, San León Magno, en forma majestuosa e imponente, salió con la Cruz en alto, al encuentro de Atila que estaba asolando Europa y que contaba con un imponente ejército;‑”cuya sola presencia infundía el pánico más profundo” (Bernardino Llorca), y de tal modo subyugó el Papa con su presencia a los bárbaros, que éstos retrocedieron alejándose de Roma, así ahora Juan) Pablo II y su pueblo han vencido a los modernos bárbaros levantando en sus manos al Crucificado que reina en sus corazones.

      Por eso hago votos ante la Iglesia, ante la historia y ante el mundo, para que se llame al Papa, Juan Pablo Magno. Como los jóvenes polacos, jurémosle hoy, fidelidad indestructible. ¡Pedro habla y obra, por la boca y por los gestos de Juan Pablo! ¡Que nuestra Patria, nacida bajo la Cruz y el manto de la Virgen, permanezca siempre fiel a la Única y Verdadera Iglesia de Jesucristo, la Católica! ¡Que nuestros jóvenes se enamoren de Jesucristo y que escuchen lo que, desde hace años, gritamos por los cuatro puntos cardinales de la patria:

      “De pie juventudes, venid con nosotros,
rompamos unidos la marcha triunfal,
unidos forjemos la Patria futura,
en el recio molde de la Cristiandad.
Conservando bien alto,
la bandera sagrada.
que en Luján es el manto,
de la Virgen Amada.
Nuestra tierra gloriosa,
para siempre ha de ser,
la Nación victoriosa,
que jamás dejó de ser”!

      ¡Señor!, por la fe de tu Iglesia perseguida “concédenos que su valentía en el combate nos infunda el espíritu de fortaleza y la santa alegría de la victoria” y que “logremos superar con valentía cualquier dificultad por Cristo que nos amó sobre toda medida”  (de la Liturgia), teniendo siempre presente que Cristo ya no muere, la muerte ya no tiene dominio sobre él” (Rom. 6,9) y que debemos seguirlo porque es el Único que “tiene palabras de vida eterna” (Jn. 6,68).

                                                    Caseros, 29 de junio de 1979 Día del Papa