Buenas Noches del 05 de junio de 2005, en Segni.
Ocurre con los cristianos, con nosotros, un fenómeno que uno no sabe exactamente a qué se puede atribuir: es de notar cómo da la impresión a veces, en nuestras mismas comunidades, que uno está tratando con personas que podrían vivir en el Siglo I o en el V, porque a veces no se nota ni siquiera un mínimo de preocupación por darse cuenta del momento histórico que se vive, y así muchas veces se pierde la oportunidad, y no se revisan los signos de los tiempos, como debería corresponder a personas como nosotros que, por razón del sacramento, somos constituidos en cabeza y pastor. ¿Cómo se puede ser cabeza si no se tiene cabeza? ¿Cómo se puede ser pastor y guiar si no se sabe dónde queda el norte, o dónde queda el sur?
I
Ha pasado, creo que en gran parte, respecto a la poca consideración, al poco sopesar lo que ha ocurrido últimamente en Europa, con las votaciones, referendums, sobre la Constitución Europea. Prácticamente no he escuchado nada de parte de los nuestros. Y sin embargo está presente en los noticieros, que de forma machacona, están siempre transmitiendo las mismas cosas, los mismos discursos propios del pensamiento único, y una y otra vez, las mismas caras de los dirigentes de la Comunidad Económica Europea, caras de estúpidos que tienen, que no saben ni qué decir. Y ha habido casos notables, por ejemplo, un grande demócrata acá en Italia, que, después de las derrotas referendarias, dice que el pueblo hoy se equivoca. Claro, porque votaron “no”, y votar “no” significa para ellos quedarse sin las prebendas, sin sueldo. Y sin embargo a pesar de todo lo que los periodistas y dadores de sentido han dicho, el pueblo francés y luego el pueblo holandés, más bien han salido en defensa de Europa y no de su marginación, y en defensa de la Europa profunda, incluso inconscientemente.
Es decir que esa acción está manifestando algo: votaron en primer lugar estos dos pueblos, y aparentemente Dinamarca sigue en la misma línea (y tienen temor de que otros pueblos también), por la determinación de Europa como tal, como Continente, y además, que es lo que más nos debe interesar, como ecuméne cultural.
Esa Constitución de Europa que se votó no determinaba los límites de Europa (podía llegar hasta Estambul). Y eso fue por razones económicas, por no darse cuenta que lo esencial de la civilización europea no es lo material, sino justamente el espíritu. Ni siquiera determinaba la Constitución la sustancia o índole de Europa (los malvinenses podían ser sus ciudadanos – aquí ni saben dónde quedan las Malvinas: son islas que están cerca de Argentina, y que pertenecen a Argentina, según decimos los argentinos, pero que aparecían como parte de los pueblos que integran la Comunidad Europea. ¿Por qué? – porque es colonia Inglesa).
En una palabra, la Constitución carecía de inherencia, es decir, carecía de esa unión de partes inseparables por su naturaleza. Porque uno podría preguntar: ¿a quién era inherente?: ¿a los ciudadanos turcos, a los malvinenses? ¿O a los franceses, italianos o españoles, alemanes? No hay respuesta.
Por eso son interesantes algunas declaraciones del primer ministro de Holanda Jan Peter Balkenende: «Los dirigentes de la Unión europea no deben pensar en ir siempre adelante y siempre más lejos, sino en cómo acercar Europa a los ciudadanos»[1]. Y el canciller español, Miguel Angel Moratinos, completó: «Es indudable que el resultado de estos referéndum afectará el plan de ampliación». Haciendo referencia explícita a que ellos quieren por razones económicas la incorporación a Europa de Turquía, que ciertamente no es europea.
Además de carecer esa Constitución de los límites geográficos y sustancia, no proponía valores a preferir, salvo la formalidad democrática y el dios del libre mercado. Y esto no creamos nosotros, los que somos de América, que no afecta a nuestras patrias, porque los pueblos de América, como dice Juan Pablo II en su libro Memoria e Identidad: «se han convertido cada vez en mayor medida en verdaderos consocios de Europa»[2].
II
Esto lleva a algún otro tipo de reflexión. Según el parecer de algunos reaparecería la idea bíblica, neotestamentaria, de katéjon, como el obstáculo mencionado en la segunda carta a los Tesalonicenses de San Pablo, como el impedimento a la llegada y realización del mal (Cfr. 2Tes 2,6).
En ese texto breve y enigmático San Pablo habla de lo que detiene al mal, tó katéjon, y el que lo detiene,hó katéjôn. Expresiones que ciertamente han desvelado a las mejores inteligencias de occidente[3].
La tradición occidental nuestra, con Santo Tomás a la cabeza, dice que lo que detiene la llegada del Anticristo, citando a San Gregorio Magno, es el Imperio Romano hecho espiritual, es decir el orden romano. La vigencia actual, aunque leve y desteñida, del orden romano, que la Constitución europea niega en todo y en sus partes, es sin embargo aquella cosa que frena los males. Eso que es la romanitas, o lo poco que queda de ella, resulta ser aún el mejor y más fuerte obstáculo al reinado de los males sobre el hombre y su vida en sociedad.
El concepto de romanitas indica un principio de identidad y un valor determinante de universalidad, significa sentirse formando parte de una cultura, la europea, con valor universal, y que plasma magníficamente el patrono de Europa, San Benito, en aquel apotegma ora et labora. O sea darle a Dios la primacía sobre todas las cosas, ora, y trabajar como corresponde, et labora, porque “a Dios rogando y con el mazo dando”.
Es por ello que Martín Heidegger (1889-1976), en su Carta sobre el Humanismo va a resaltar la equiparación entre romanitas et humanitas afirmando: «En Roma encontramos nosotros el primer humanismo. De ahí que éste sea un fenómeno específicamente romano, surgido del encuentro de la romanitas con la cultura helénica»[4].
Esto es muy interesante. La romanitas incorpora la paideia griega, es decir todo aquello que hace a la formación del hombre, todo lo que hace que se constituya como específico sentido verdadero del humanismo. Esta categoría de humanitas se hizo equivalente, en gran medida, a la categoría dechristianitas, cuando el cielo y la tierra del orbe pagano se transforman en “mundo” con el cristianismo. Así la secuencia paideia, romanitas, humanitas, christianitas termina de configurar, definitivamente, la idea de Roma.
De hecho, sobre esto se preguntaba ya San León Magno: «pero ¿cómo?, el Imperio Romano ya pasó… ¿qué es lo que ha ocurrido?», y Santo Tomás con su claridad habitual en el comentario al texto bíblico dice:«no ha cesado, sino que ha sido cambiado de temporal en espiritual, como dice León, Papa, en los sermones sobre los Apóstoles. Y por eso debe decirse que la apostasía (o separación anunciada – Cfr 2 Tes 2,3) del Imperio Romano de entenderse no sólo a partir del temporal, sino del espiritual — y termina Santo Tomás – o sea de la fe católica de la Iglesia Romana»[5]. Entonces ahora estamos en este proceso donde debemos darnos cuenta que lo que, evidentemente está en juego en última instancia, no es solamente lapaideia griega, no solamente la romanitas, no solamente la humanitas que produjo Roma, sino que es laChristianitas, que es la Cristiandad, es decir el orden público y social imbuido por el espíritu del evangelio que es contra el cual se trabaja.
Esta presencia de la christianitas en la configuración esencial de Europa es lo que no se expresó taxativa y claramente en la Constitución europea, básicamente por la influencia determinante de un masón agnóstico convicto y confeso como Valery Giscard d´Estaing, presidente de la comisión redactora.
Juan Pablo II quedó afónico reclamando que se reconociesen las raíces cristianas de Europa, las raíces que se tienen por razones históricas, y aún ahora por razones sociológicas: el 60% de toda la Comunidad Europea se declara cristiana. Sin embargo, por obra de la masonería, ni siquiera se hizo una mención a las raíces cristianas, lo único que se pedía, porque eso molestaba a los turcos.
III
Pero nos resta considerar aún el segundo aspecto del katéjon. El que detiene, el que impide, el hó katéjôn. En este caso concreto, como ha sido en otros casos en la historia de la Iglesia, hasta que llegue el final.
Y ¿quién ha sido el que impidió, en este caso? El pueblo francés. Contra todo el trabajo que hicieron los dirigentes para influir en orden a que aceptasen, porque si no “se venía abajo todo…”, “iba a ser todo más complicado….”, todo. Y el pueblo responde: “no”. Con todos los capos y el trabajo que hicieron, y con el masón de Zapatero también, sonriendo, que fue allá y acá, habló y se movió, y con todo eso no pasó nada. Y también lo ha impedido el pueblo holandés.
Por eso es interesante constatar cómo los pueblos conservan lo que sus dirigentes han perdido, aquello de lo cual sus dirigentes han apostatado, que en última instancia es de Jesucristo, el que detiene, ho katéjôn. Que detiene, incluso, como enseña la historia, a los grandes príncipes como Federico II u Otón el Grande. Los pueblos se dan cuenta que no es un camino que lleva a mejor la democracia procedimental con su falsa representatividad. Porque no representan a nadie. Y la prueba está allí: ellos querían el “sí”, y el pueblo mayoritariamente dijo que no. ¡En Francia, en Holanda! Y en otros países también: ¡“no”!
Por eso pareciera que estamos también por esta razón ante un hecho milenario. Y uno puede preguntarse porqué Dios hace las cosas así. ¿Hubiese pasado lo mismo si el referendum sobre la Constitución hubiese ocurrido antes de la muerte de Juan Pablo II? Probablemente no. Porque ese es otro hecho también milenario: nunca en la historia de la humanidad hubo un Papa así, salvo, tal vez, después de San Pedro, que tuvo las primicias del Espíritu Santo… Pero hay que ver cómo Juan Pablo II debe haber marcado las conciencias de los pueblos, en orden a asumir la libertad que uno tiene de manifestarse como corresponde. De manera especial un hombre como él, que tanto luchó por la unidad Europea y que finalmente fue desatendido por esos del maligno, los masones.
Por eso, digo, hay que decir que el Papa los bendijo. Porque es un papelón que han hecho, de tal manera que tendrá consecuencias enormemente grandes, y que esperemos que sea para bien, a pesar que los hombres que están en esto son hombres que obran para mal.
Recemos, pidámosle a la Virgen, a los patrones de Europa, a San Benito, a Cirilo y Metodio, a Brígida de Suecia, a Edith Stein, a Catalina de Siena, roguemos a ellos, porque el futuro de Europa ciertamente afecta al futuro del mundo.
Y aprendamos nosotros que la vida del sacerdote no es solamente rezar y poner los ojos en blanco mirando al cielo, sino que también hay que pisar acá la tierra, porque lo que tenemos que cambiar es la tierra, y que no cambiará si no cambiamos nosotros, y no cambiará si no nos implicamos nosotros en primera persona para cambiar lo que hay que cambiar.
Le cantamos a la Virgen.
[1] La Nación, 02-06-05.
[2] p. 131.
[3] Puede verse completo: Alberto Buela, El katechon como idea metapolítica.
[4] M. Heidegger, Carta sobre el humanismo, Madrid, Ed. Taurus, 1966, p.15.
[5] Super ad Thess, Cap. 2, L. 1: «Nondum cessavit, sed est commutatum de temporali in spirituale, ut dicit Leo Papa in sermones de apostolis. Et ideo dicendum est quod discessio a Romano Imperio debet intelligi, non solum a temporali, sed a spirituali, scilicet a fide catholica Romanae Ecclesiae».