Hace 1700 años
Sermón del P. Buela en el 2 de octubre de 2006, en Segni. Inicio del año académico del Centro de Altos Estudios «San Bruno».
Constantemente nos atraviesan las ondas hercianas o hertzianas, que son ondas electromagnéticas de la radio transmisión, la televisión, la telefonía móvil… y, sin embargo, no lo advertimos.
Así suele suceder con los hechos políticos, culturales, religiosos… no sabemos todo lo que nos afectan.
Acaban de cumplirse, el 25 de julio, 1700 años de la proclamación como Augusto de las tres naciones de Occidente –Hispania, las Galias y Bretaña— del Emperador Constantino. Magencio lo fue de Roma, hasta que fue vencido en la batalla del puente Milvio, en Roma (el 28 de octubre del 312), por Constantino, que vio durante ella el Lábaro o Crismón de Cristo y oyó una voz que le decía: «In hoc signo vinces». Licinio fue Augusto de la parte oriental del Imperio, y la gobernó también hasta ser vencido por Constantino en Adrianópolis (actual Edirne, Turquía, entre Sofía y Estambul) en el 324. Allí Constantino se constituyó Emperador de Oriente y Occidente: «Totius orbis Imperator».
Sus datos:
– Nació en Naissus, Dacia, en la actual Niš (Serbia), entre Belgrado y Sofía, a orillas del Morava Meridional, el 27 de febrero de 272. Murió en Ancycrona, Ponto (actual Turquía sobre el Mar Negro), el 22 de mayo de 337.
– Sus nombres: Gaius Flavius Valerius Aurelius Constantinus. Se le conoce también con los nombres de Constantino I, Constantino El Grande o para los cristianos ortodoxos griegos, San Constantino. Más aún, es considerado Co-apóstol como Vladimiro, Cirilo, Metodio…
– Sus padres: fue hijo del prefecto del Pretorio (jefe militar de la Guardia Pretoriana) Constancio Cloro, es decir, “El pálido”, (más tarde emperador Constancio I) y de santa Elena.
– Fue proclamado Augusto (Emperador) por aclamación popular en Eboracum (la actual York, en Britania), donde murió su padre, el 25 de julio de 306.
– Se lo recuerda por haber refundado la ciudad de Bizancio (actual Estambul, en Turquía), llamándola «Nueva Roma» o Constantinopla (Constantino-polis; la ciudad de Constantino), capital del Imperio romano de Oriente (y más tarde Imperio bizantino) hasta 1453. También se recuerda a Constantino por la promulgación que en el año 313 hizo del Edicto de Milán y por llevar a cabo el Primer Concilio de Nicea en 325, que otorgaron legitimidad legal al cristianismo en el Imperio Romano por primera vez. Se considera que esto fue esencial para la expansión de nuestra religión, y los historiadores, desde Lactantius y Eusebio de Cesarea hasta nuestros días, le presentan como el primer emperador cristiano, si bien fue bautizado cuando ya se encontraba en su lecho de muerte. Es también recordado por haber construido la primer gran Basílica de San Pedro en Vaticano, que duró 1200 años, y la de San Pablo, en Roma; la Anástasis, sobre el Santo Sepulcro, y la de Getsemaní, en Jerusalén; la de la Natividad en Belén.
Hace 1700 años, por aclamación popular, Constantino fue aclamado Emperador, y ya mostraba una actitud benévola frente a los cristianos. Reconocido en todo occidente, la futura Europa, toma una decisión soberanamente imperial que dura siglos: ¡Suspender la persecución y promulgar la libertad religiosa!
Él, con su colega (co-emperador) Licinio en el 311 decretaron las Constituciones Imperiales, que concedían la libertad de culto a todos los súbditos del Imperio Romano: «Habiendo advertido hace ya mucho tiempo que no debe ser cohibida la libertad de religión, sino que ha de permitirse al arbitrio y libertad de cada cual se ejercite en las cosas divinas conforme al parecer de su alma, hemos sancionado que, tanto todos los demás, cuanto los cristianos, conserven la fe y observancia de su secta y religión…
…que a los cristianos ya todos los demás se conceda libre facultad de seguir la religión que a bien tengan; a fin de que quienquiera que fuere el numen divino y celestial pueda ser propicio a nosotros ya todos los que viven bajo nuestro imperio. Así, pues, hemos promulgado con saludable y rectísimo criterio esta nuestra voluntad, para que a ninguno se niegue en absoluto la licencia de seguir o e1egir la observancia y religión cristiana. Antes bien sea lícito a cada uno dedicar su alma a aquella religión que estimare convenirle».
Que fue confirmado por el edicto de Milán en 313.
No por nada en el atrio de la Basílica de San Pedro, a la derecha, se encuentra la estatua ecuestre de Constantino, considerada una de las obras maestras de Bernini, realizada en 1670 [1] .
Por eso los protestantes, los liberales, los marxistas, los masones y los progresistas se burlan de la Iglesia que llaman «constantiniana», como también lo hace el mentiroso de Dan Brown. «Galerio aprendió la lección y fue él quien, el 311, promulgó ese texto que “hemos” confundido con el edicto de Milán, declarando al cristianismo religión lícita. No, señor Dan Brown, no siga aprovechándose de la estulticia de muchas personas para contar mentiras. Ni las liebres corren el mar ni las sardinas trepan por el monte. Y quien se vale de la credulidad o ignorancia para hacer fortuna, causa, acaso sin pretenderlo, un daño irreparable» [2] .
Hispania, las Galias y Britania reivindican la herencia romana y no otra alguna. De esta efemérides derivaron consecuencias transcendentales para los europeos, y luego, para nosotros, sus «socios» de América, del Sur, Central y del Norte. «Roma llegó a dominar el ecúmene, haciendo de él un “Mare nostrum =Mar nuestro” rodeado de tierras, recogiendo además el patrimonio de una concepción del ser humano como persona, en términos de derecho, y no como individuo. Pero este avance, que permitía descubrir la existencia de un primer Motor, Causa del Universo, haciendo de éste una criatura, venía señalado también por profundas divisiones.
El “helenismo”, como recordaría años más tarde el emperador Juliano al abandonar el cristianismo, había hecho progresos increíbles en el campo de la ciencia y del conocimiento de la persona humana, pero tropezaba con un obstáculo al parecer insalvable: encerraba al ser humano en una inmanencia radical, de la que no parecía haber otro medio de fuga que el de aceptar o rechazar abiertamente el placer; pues el mundo se encuentra ligado a un mecanismo que convierte a la existencia prácticamente en una angustia entre dos nadas. El “cristianismo” que recogía la herencia bíblica, ese salto en el tiempo como habría de recordarnos Jaspers al término de la Segunda Guerra mundial, afirmaba que, por ser Jesús Dios y Hombre, esa misma persona humana se trasciende a sí misma con una capacidad de amor hacia el mundo creado, hacia el prójimo y, en definitiva, hacia Dios, que es Trascendencia absoluta» [3] .
Si bien muchas novelas como la de Dan Brown y películas modelo «peplum» [4] pueden haber inducido a muchos al error de pensar que el Imperio durante doscientos cincuenta años y en todas partes lo único que hizo fue matar cristianos, no podemos caer en el extremo opuesto de minusvalorar las persecuciones judaicas y romanas de los tres primeros siglos, que fueron terribles. Según los datos del profesor Rodney Stark, en los primeros tres siglos el número de mártires ascendió a 7.730.700: 2.400 en el s. I, 258.300 en el segundo, 7.470.000 en el tercero [5] . Las persecuciones que comenzaron sangrientamente con la muerte de San Esteban y Santiago en Jerusalén, seguirían en diversos lugares del Imperio con Nerón, Domiciano, Trajano, Adriano, Antonino Pío, Marco Aurelio, Septimio Severo, Maximino, Decio, Valeriano y Aureliano… hasta la terrible persecución de Diocleciano (284-305) [6] .
Ante el milagro del surgir del cristianismo, «Roma dudó: el cristianismo aparecía sin duda como un gran peligro, una necesidad de cambio o una puerta que era necesario abrir para poder entender el humanismo que los helenistas preconizaban. Por eso había alternancias: momentos de dura y terrible persecución, a veces limitada a ciertas regiones, sucedidos por otros acordes con el consejo de Trajano a Plinio el Joven: procura no enterarte y así no tendrás que perseguir. El propio Diocleciano, a quien Constantino venía a suceder, vaciló durante la mayor parte de su gobierno y vino a ceder por las presiones de Galerio, un tradicionalista que quería anclarse en el tiempo y desarraigar las novedades. Comenzó la sistemática persecución, destinada a desarraigar el cristianismo. Y fracasó, como todos los totalitarismos que, hasta nuestros días, han intentado algo semejante» [7] .
«Los obispos de Hispania, la más madura de todas las naciones de Occidente, aprovechan la nueva oportunidad para celebrar un Concilio en Iliberris, fijando bien las dimensiones de su fe. Importa mucho señalar, frente a las tonterías que se divulgan, que ya entonces la divinidad de Cristo, perfecto hombre, estaba en la base de partida para el reconocimiento de la persona.
¡Pues ahí está la clave! Hace mil setecientos años, al reunirse Constantino y Licinio en Milán, para trazar el futuro, se puso la primera piedra del edificio europeo, aquel que ahora muchos pretenden derrumbar arrancando una a una las piedras que se emplearon. Fue entonces cuando se atisbó la idea clave de la europeidad, libertad religiosa, que iba a permitir crear la síntesis definitiva entre esas tres grandes contribuciones al patrimonio europeo: el antropocentrismo helénico, el ius romano y la calidad de la persona humana capaz de trascenderse, que aportaba el cristianismo de raíz judía.
Cuando en 1947 los fundadores de la nueva Europa, Schuman, De Gasperi, Adenauer -y ahora lo ha recordado la señora Merkel- pusieron en marcha la nueva etapa, estaban pensando en esto y no en nacionalismos ni en estructuras económicas [ni en la burocracia, ni en el laicismo, ni en la cristofobia, ni en la negación de las raíces cristianas de Europa]. Había que rectificar errores: los derechos humanos no son el resultado de una opción o de un consenso, pues forman parte de la naturaleza humana. Y se edifican sobre tres piedras clave: vida, libertad y propiedad. La aceptación de esto, pese a los muchos desvíos y abandonos que hemos de registrar, permitió a Europa emprender un camino que la colocaría por delante de todas las culturas.
Esto debemos conmemorar ahora, diecisiete siglos después. Aquel gesto de Constantino, hijo de una cristiana, Helena, …resultó decisivo. Tal vez no se daba mucha cuenta de lo que hacía. En el tramo final de su existencia tomó la decisión lógica…Y por eso se bautizó [en el 337]. Estaba construyendo un futuro. El Imperio, en su parte oriental, la más cristiana, iba a durar todavía más de un milenio. Una lección, no cabe duda, que nada tiene que ver con ese retorno a la magia y a la leyenda fantástica que ahora nos quieren introducir en vez de la verdad. Pero únicamente la Verdad hace libres, no lo olvidemos» [8] .
Podría venir un día en que, Constantino el Grande, San Constantino, como figura en el vitral que está entrando, a la derecha, en la Basílica de la Virgen de Luján en Argentina, montado en su brioso corcel que hará arabescos con los cascos en el suelo, gritará a algunas gentes del Palacio de Cristal, de la Comisión y del Parlamento Europeos, a algunos del ‘Palais de l’Elysée’ y del ‘Palais Bourdon’, Downing Street y a las Cámara de los Comunes y de los Lores, del Palazzo Chiggi y Palazzo di Montecitorio, del Palacio de la Moncloa, de muchas Conferencias Episcopales, de Seminarios y Universidades, gritará con los apóstrofes de Laurencia, del Fuente Ovejuna de Lope de Vega:
«¿Vosotros sois hombres nobles?
¿Vosotros padres y deudos?
…
Ovejas sois…
Dadme unas armas a mí,
pues sois piedras, pues sois bronces,
pues sois jaspes, pues sois tigres…
-Tigres no, porque feroces
siguen a quien roba sus hijos…
Liebres cobardes nacisteis;
gallinas… os han de tirar piedras,
hilanderas, maricones,
amujerados, cobardes,
… medio-hombres…» [9] .
«¡Vosotros no tenéis futuro!
No sigáis apostatando de la Cruz de Cristo: ¡In hoc signo vinces!».
Para luego volver grupas, picar espuelas y, mirándonos, levantar su pulgar derecho hacia el cielo, escuchando lo que San Jerónimo riendo corrobora al decir: «Muchos de estos dirigentes de ahora son, como Montano, “un capado y semihombre” [10] ».
[1] Nicolo Suffi, San Pedro. Guía de la Plaza y de la Basílica, Vaticano 1999, 25.
[2] Luis Suárez Fernández, «Un aniversario trascendental», La Tercera de ABC, 25 de agosto de 2006.
[3] Luis Suárez Fernández, Ibidem.
[4] Género fílmico popular, que puede conceptualizarse como una película de aventuras, ambientada en la Antigüedad, en especial -aunque no excluyentemente- la greco-romana. El término fue acuñado por la crítica francesa en los años ’60, usando metonímicamente el nombre de una prenda de vestuario muy frecuente en tales filmes, la llamada latinizadamente ‘peplum’, (del griego ‘πεπλον’ -peplo-), especie de túnica sin mangas abrochada al hombro. Eran películas de trama muy simple y bajo presupuesto.
[5] R. Stark, The Rise of Cristianity, Washington 1997, 7ss.
[6] M. Astrua, Perseguiteranno anche voi, I martiri cristiani del XX secolo, Pessano 2005, 7-12.
[7] Luis Suárez Fernández, Ibidem.
[8] Luis Suárez Fernández, Ibidem. Corchetes nuestros.
[9] Lope de Vega, Fuente Ovejuna, Cía. Ibero-americana publicaciones, Madrid, 230-1.
[10] SAN JERÓNIMO, Cartas de San Jerónimo, BAC 1962, Carta 41 A Marcela, 303.