cristofobias

Signos de los tiempos XI

Las ocho cristofobias [1]

 Damos a conocer el extracto del libro «Política sin Dios. Europa y América, el cubo y la catedral» de George Weigel [2] , publicado por Zenit, con permiso del editor.

Corresponde al capítulo sobre la cristofobia, en la que George Weigel, conocido por ser el biógrafo de Juan Pablo II («Testigo de esperanza»), recoge la idea del constitucionalista judío, nacido en Sudáfrica, Joseph Weiler [3] acerca de la animadversión actual frente al cristianismo.

Introducción

Antes de abordar ese problema, detengámonos un momento en el empleo provocativo que hace Weiler del término «cristofobia». Cuando afirma que la resistencia a reconocer las raíces cristianas del presente democrático de Europa es la expresión de una cristofobia, ¿qué quiere decir, exactamente? En realidad, hace referencia a ocho aspectos que, tomados en conjunto, constituyen una red ideológica que, en opinión de Weiler, hace virtualmente imposible percibir—y mucho menos, reconocer—la posibilidad de que las ideas, la ética y la historia cristianas tengan alguna relación con una Europa comprometida con los derechos humanos, con la democracia y con el imperio de la ley.

1.       El hecho del Holocausto

El primer componente de esa cristofobia es la experiencia del Holocausto [4] en el siglo XX, y la convicción que se tiene en círculos intelectuales y políticos europeos de que las atrocidades genocidas de la Shoá fueron consecuencia lógica del antijudaísmo cristiano que atraviesa la historia europea. Por consiguiente, una Europa que grita «¡Nunca más!» ante la tragedia de Auschwitz-Birkenau [5] y todos los otros campos de concentración, tiene que decir «¡No!» a la posibilidad de que el Cristianismo tenga algo que ver con una Europa tolerante.

2.       La mentalidad del Mayo de 1968

El segundo elemento —la enumeración de Weiler no sigue un orden específico de gravedad— es lo que él llama «mentalidad de mayo de 1968» [6] . La rebelión de los jóvenes contra la autoridad tradicional, que convirtió el año 1968 en un fenómeno de mayor calado en Europa que en Estados Unidos (donde, en ese mismo año, se vivieron los asesinatos de Martin Luther King Jr. [7] y Robert F. Kennedy [8] , vastas movilizaciones urbanas, el colapso de la presidencia de Lyndon Baines Johnson [9] , y el caso Woodstock[10] ) continúa hoy, de una u otra manera, en los encanecidos veteranos de 1968 que ahora disfrutan de una buena posición en los parlamentos europeos, en los gobiernos, en las universidades, en los círculos literarios y en los medios de comunicación. Parte de esa revuelta de 1968 fue su rebelión contra la tradicional identidad y conciencia cristiana de Europa. Completar el 1968 a través del proceso de integración y constitución europea significa hoy llevar a término la supresión del Cristianismo, privándolo de su posición relevante en la vida pública europea.

3.       La revolución de noviembre de 1989.

El tercer componente de la cristofobia, según Weiler, está formado por un regreso ideológico y psicológico a la revolución de 1989 en Europa Central y Oriental. Fue ésta una revolución no violenta que contribuyó a extender la democracia en Europa más que ningún otro fenómeno desde la derrota de Hitler, y fruto de una profunda y decisiva inspiración cristiana. Sus principales promotores, el papa Juan Pablo II, luteranos de la antigua Alemania Oriental, cristianos checos de varias denominaciones, y católicos de Polonia y Checoslovaquia, trabajaron codo con codo con antiguos disidentes políticos para derrocar el antiguo régimen y reinstaurar la democracia en el imperio territorial de Stalin. En opinión de Weiler, se trató de una experiencia desquiciante, de una revolución por la democracia, en gran parte inspirada por cristianos y dirigida contra un hiper-secularismo instalado en la política del momento, concretamente en el comunismo. El choque con la sensibilidad de los promotores de la revuelta de 1968, muchos de los cuales no eran exactamente adictos a la causa anticomunista, fue bastante violento. La consecuencia fue una negativa a sumarse a la causa. Y así continúa ese aspecto de la cristofobia.

4.       La Democracia cristiana

El cuarto elemento de la cristofobia europea contemporánea es más abiertamente político. Se manifestó en la continua quiebra del papel dominante que antaño habían desempeñado los partidos políticos cristianodemócratas en la Europa de la posguerra, y no sólo en países como Alemania e Italia, donde los cristianodemócratas acaparaban la mayor parte de los votos, sino también en la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, luego en el Mercado Común, y finalmente en la formación de la Comunidad Europea. Años de sequía política, con los cristianodemócratas en imparable ascenso, y en combinación con un olvido deliberado de la inspiración cristiana del proyecto europeo [11] , dejaron profundas cicatrices en la izquierda europea y entre los fautores del secularismo. Todo eso forma parte de la cristofobia de hoy.

5.       La dialéctica derecha-izquierda

El quinto elemento es la tendencia de Europa a encuadrar todas las realidades en categorías de «derecha e izquierda», para luego identificar el Cristianismo con la derecha, es decir, con un partido que la izquierda define como xenófobo, racista, intolerante, fanático, estrecho de miras, de corte nacionalista, y todo lo que Europa no debería ser.

6.       El rechazo del Papa Magno

La sexta fuente de la cristofobia europea contemporánea es, en opinión de Josef Weiler, el rechazo de la figura del papa Juan Pablo II por parte de los secularistas y los católicos disidentes. El innegable papel del Papa en avivar la revolución de la conciencia, que hizo posible la revolución política de 1989 en la Europa Central, su apoyo a la democracia en Latinoamérica y en Asia Oriental, su cerrada defensa de la libertad religiosa para todos, su considerable impulso para reconstruir las relaciones entre católicos y judíos, su oposición a la guerra y al aborto (por no mencionar su enorme autoridad personal y su gran popularidad entre los jóvenes), todo eso encaja difícilmente en la línea de posmodernidad que cobra cada día mas fuerza entre los partidarios del secularismo y entre los católicos disidentes. Éstos insisten en que el Papa es, necesariamente, un personaje premoderno, del que no se puede esperar nada serio que contribuya al futuro democrático de Europa. La alternativa, es decir, el hecho de que Juan Pablo II sea un hombre completamente moderno que ofrece otra lectura, quizá más penetrante, de la modernidad, no la pueden sostener en absoluto. [Este es un signo muy elocuente de la miopía sustancial de estos relativistas del neo-iluminismo, que pertenecen a la familia inmortal de los sofistas: son contemporáneos de uno de los Papas más grandes de todos los tiempos, después de San Pedro –porque éste poseyó “las primicias del Espíritu” (Ro 8,23)— y ¡son incapaces de reconocerlo! Nos recuerdan  aquello de «tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen nariz y no huelen» (Sal 115,5-6)].

7.       Estimar que todo comienza con la Ilustración

En séptimo lugar, la cristofobia en la Europa de hoy se alimenta de una visión distorsionada de la historia europea que (como sucede frecuentemente en Estados Unidos) carga el acento en las raíces de la Ilustración, que son las que alimentan el proyecto democrático y al mismo tiempo excluyen virtualmente las raíces históricas y culturales de la democracia en la Europa cristiana anterior a la Ilustración [12] . Tanto creyentes corno no creyentes han interiorizado esa meta-narración. De modo que, quizás, nadie podrá admirarse de que el borrador del preámbulo a la Constitución Europea abriera una gigantesca brecha desde los griegos y romanos hasta Descartes y Kant, al presentar las fuentes históricas de la democracia europea contemporánea.

8.       Los hijos no siguen los pasos de sus padres

Finalmente, Weiler sugiere que los hijos de 1968, ahora en plena madurez y ya próximos a la jubilación, se sienten contrariados y confusos por el hecho de que, en muchos casos, sus hijos se han hecho cristianos. Los que crecieron como cristianos, pero al final de su adolescencia o en su primera juventud rechazaron la fe y la práctica religiosa, están perplejos e incluso indignados por el hecho de que sus hijos hayan vuelto a Jesucristo y al Cristianismo para llenar el vacío de sus vidas. Por mi parte, después de haber contemplado personalmente esa nueva floración durante el viaje de Juan Pablo II a París en 1987 [13] para participar en la Jornada Mundial de la Juventud, cuando prácticamente toda la Francia bien pensante se maravillaba de la masiva presencia de jóvenes católicos llegados de todas partes para celebrar en compañía de su héroe religioso su fe recién recuperada, me inclino a pensar que en este punto, igual que en los precedentes, Josef Weiler está en lo cierto.

 Apéndice (sigue la nota 11)

Las culpas de la Democracia Cristiana Italiana como paradigma de la traición del modernismo católico al Magisterio de la Iglesia [14]

El triunfo de las corrientes modernistas en el mundo católico como una de las causas principales de la crisis de evangelización de la Iglesia y, por tanto, de la secularización del mundo occidental y cristiano.

¿Es posible, dada la importancia histórica que ha tenido – y que todavía mantiene en muchos católicos que siguen considerándola como un referente – hacer unas valoraciones objetivas sobre la Democracia Cristiana italiana? Consideramos que sí, y que además es oportuno analizar (aunque de forma sintética) los comportamientos políticos y los escritos de los dirigentes de la  DC, ya que representan uno de los ejemplos más notables de la traición de minorías iluminadas al Magisterio de la Iglesia.

Una primera valoración afecta al desinterés (cuando no complicidad) demostrado por el compromiso cultural, por los sectores de la escuela, de la universidad, del mundo editorial, abandonados por completo en manos de la izquierda. No cabe lugar a dudas de que el partido democristiano ha favorecido la instauración de la hegemonía cultural de la izquierda, amparándose en la peregrina motivación de que su tarea era ocuparse de la ordinaria administración de la cosa pública.

«La fundación del PPI es recibida con entusiasmo por Antonio Gramsci que apunta cómo “modernismo significa democracia cristiana” y más en general observa: “la constitución del Partido Popular equivale por importancia a la Reforma Alemana, es la explosión inconsciente irresistible de la Reforma italiana” (“I Popolari”, en “L´Ordine Nuovo” 1919-20). “Según algunos historiadores  la clase dirigente DC habría tenido la función de inocular en la base católica, por muchas razones refractaria, las ideas “modernas” de la Revolución. Para Marco Invernizzi (cfr. “El movimiento católico en Italia” http://www.arbil.org/(62)movi.htm) el movimiento democrático cristiano es considerado como “[…] la lucha de una minoría iluminada contra la inercia del pueblo cristiano, conservador y reaccionario, incapaz de leer los signos de los tiempos”. Una “lucha” que ha durado 50 años, que el profesor De Mattei ha sintetizado en el título de uno de sus libros, con la frase “El Centro que nos llevó a la izquierda”» [15] .

«¿Estamos exagerando? Escuchad lo que ha dicho Ciriaco De Mita [por entonces secretario de la DC y en repetidas ocasiones miembro y jefe del gobierno italiano] el 23/8/1999 al Corriere della Sera: “Cuando los historiadores se ocuparán de los hechos y no solamente de la propaganda explicarán que el gran mérito de la DC ha sido el haber educado un electorado que era naturalmente conservador, cuando no reaccionario, a cooperar en el crecimiento de la democracia. La DC cogía los votos a derecha y los trasladaba en el plano político a izquierda”. Esta es la verdadera y grave culpa de la DC: el haber hecho perder y abandonar a Italia aquellos caracteres religiosos, culturales y civiles que son característica de nuestra identidad histórica. De hecho, “en los últimos cincuenta años este proceso de desnaturalización, por lo tanto también de descristianización, ha sido realizado con la colaboración determinante – en cuanto fuerza política de mayoría relativa – de un partido, que, surgido con el nombre de Partido Popular Italiano, con el de Democracia Cristiana ha de hecho hegemonizado la representación política de los católicos italianos” (“Per un´azione politica umana e cristiana per ricostruire l´identità del popolo italiano”, llamamiento de Alleanza Cattolica, 4 octubre de 1993)».

«Parece que el episcopado italiano y el mismo Pío XII, inmediatamente después de la caída del Fascismo, eran contrarios a la reedición del PPI, sobre todo con el nombre de “Democracia Cristiana”, donde el adjetivo “cristiana” es más comprometedor que “popular” e “italiano”. Incluso parece que los cardenales Ottaviani y Tardini hubieran querido fundar un partido “católico y conservador” para oponerlo a la DC; pero el alejamiento en 1947 de los comunistas del gobierno habría impedido la fundación de tal partido».

«De esta forma la DC pudo administrar a solas esa especie de plebiscito anticomunista que fueron las elecciones del 18 de abril de 1948 donde el socialcomunismo en menos de treinta años se vio cerrar el camino del poder. En aquella ocasión se sublevó el verdadero pueblo católico, Massimo Caprara, ex secretario de Togliatti, habló de una auténtica “explosión de la Sublevación espiritual” del pueblo católico. El pueblo católico organizado por los Comités Cívicos del Profesor Luigi Gedda, ganó aquella batalla de civilización».

«Los Comités Cívicos fueron inmediatamente silenciados, molestaban a la DC, que se apoderó de una victoria que no había sido suya. Don Baget Bozzo ha escrito que en la DC había quienes deseaban un resultado más equilibrado para poder volver al gobierno considerado “popular” con la DC, PCI [Partido Comunista] y PSI [Partido Socialista]. Y Luigi Gedda refiriéndose a esta intención escribe: “Desde el triunfal resultado electoral de 1948 la Democracia Cristiana consideraba a regañadientes la existencia de una formación política distinta de la surgida en la época de la liberación con el nombre acuñado por Romolo Murri […] La victoria del 18 de abril – prosigue Gedda – que otorgaba a la DC la mayoría en las dos Cámaras, como de todos era sabido se debía a la imponente intervención de los Comités Cívicos, los cuales no pretendían ningún privilegio sino únicamente poder vigilar para que el partido siguiera siendo fiel a su identidad cristiana. Esta tarea molestaba a los líderes de la DC, porque cundía en el partido una corriente, liderada por Dossetti, partidaria de una alianza con los comunistas”. Es una historia que todavía sigue abierta. El profesor Gedda religiosísimo y muy noble agachó la cabeza, frente a presiones de las que todavía hoy en día no se conoce la fuente».

«Desde 1945 la Democracia Cristiana, en ocasión de su Congreso, se organizó como un auténtico partido moderno bajo la dirección de Fanfani que, en ésto, copiaba del partido comunista. Se organizó la afiliación a volea, se apoderaron de los bancos y de los centros de poder, de la economía… Mientras el PCI se daba por satisfecho con el poder cultural… Los mismos Sturzo y De Gasperi fueron marginados y así nuestro país se dirigió hacia la izquierda».

«Desde aquel momento, exceptuando el paréntesis del efímero experimento del gobierno Tambroni, 1960, inmediatamente fracasado a causa de la violencia desencadenada por los comunistas en Génova, la de la DC puede juzgarse como la historia de los intentos finalizados a la reinserción de los comunistas en el área de gobierno, y para debilitar y anular cualquier reacción a esta reinserción que procediera de la Jerarquía y del pueblo católico. ¿Os maravilláis de estas afirmaciones? ¿Son suposiciones mías? Os leo lo que escribía Alcide De Gasperi: “La Democracia Cristiana [es un] partido de centro escorado a la izquierda, [que] saca casi la mitad de su fuerza electoral de una masa de derechas”. (Discurso en el III Congreso Nacional de la DC, Venecia 2-3 de junio de 1949; citado en “Famiglia Cristiana”, 3/6/1973). Y, siempre De Gasperi, con anterioridad había dicho: “Nosotros nos hemos definido como un partido de centro que se mueve hacia la izquierda” (Intervención en el Consejo Nacional de la DC del 3 de agosto de 1945, en “Atti e documenti della DC, 1943-1967”, edizione Cinque Lune, Roma 1968, pág. 181)».

«Más tarde, cuando en la década de los setenta fue evidente el asociacionismo, el “compromiso histórico” en el que se andaban metiendo la dirigencia democristiana y la comunista con los varios Aldo Moro, los Andreotti, los Berlinguer, se habló de “mal menor” y algunos vinieron a decirnos que teníamos que “taparnos la nariz y votar DC”».

«Propio durante estos años los jefes democristianos se inclinan cada vez más hacia la izquierda y también explican el por qué, basta con leerse sus propias declaraciones, los informes, que por mucho que estén trufadas de frases evasivas como “convergencias paralelas” o “equilibrios más avanzados”, son bastante descifrables, siempre que, por supuesto, se tenga en cuenta el proceso revolucionario que la dirigencia de la DC ha emprendido desde su fundación».

«Comencemos con Flaminio Piccoli: “Aquél gran proceso de transformación – que en Europa ha sido realizado principalmente bajo la hegemonía socialdemócrata o laborista – ha sigo conseguido en Italia bajo la guía de un partido cristiano demócrata: es un gran hecho histórico, si se piensa en el proceso de modernización, en otros lares ensayado por el ‘espíritu capitalista’ originario de la ‘ética protestante’ o por el ilustrado de la revolución francesa y por la socialista, marxista-leninista, de la revolución de octubre, en Italia hunde sus raíces en la tradición cristiana propia de los católicos democráticos” (Flaminio Piccoli, “Una DC più forte per una democrazia piú moderna”, comunicación del 2 de mayo de 1982, en Il POPOLO, 3/5/1982).

«Es un discurso claro para quien quiera entenderlo, Piccoli dice las mismas cosas que había escrito Gramsci en 1933: “La filosofía de la praxis (nombre con el cual el filósofo indicaba el materialismo dialéctico e histórico, raíz del comunismo) supone todo este pasado cultural, el Renacimiento y la Reforma, la filosofía alemana y la Revolución francesa, el Calvinismo y la economía inglesa, el Liberalismo laico y el historicismo, cimiento de toda la concepción moderna de la vida. La filosofía de la praxis es el coronamiento de todo este movimiento de reforma intelectual y moral […] corresponde a la conexión Reforma Protestante + Revolución francesa […]” (Quaderni dal Carcere, edición crítica del Instituto Gramsci, Einaudi, Turín 1975)».

«Llegados a este punto podemos entender la frase que Gramsci profirió ya en 1919 tras la fundación del PPI: “El catolicismo democrático hace lo que el comunismo no podría hacer: amalgama, ordena, vivifica y se suicida” (I Popolari, en L´Ordine Nuovo año I, n. 24, 1/1/1919)».

«Última afirmación de un exponente autorizado de la DC, el expresidente de la República italiana Francesco Cossiga: “La DC tiene méritos históricos grandísimos en haber sabido renunciar a su especifidad ideológica, ideal y programática: las leyes sobre el divorcio y el aborto han sido firmadas todas por jefes de Estado y por ministros democristianos que, acertadamente, en aquel momento, han privilegiado la unidad política a favor de la democracia, de la libertad y de la independencia, para ejercer una gran función nacional de convocación de los ciudadanos” (Francesco Cossiga, “Lettera al quotidiano della DC”, en Il Popolo  21/1/1992)».

«Y en 1978 el mismo Aldo Moro declarará: “En cuanto al aborto la DC se compromete a no obstaculizar la mayoría que aprobará la ley”. Por tanto también la “idealidad cristiana” – aunque débil y genérica – de Sturzo de 1919, ha sido ignorada y marginada respecto a la “moderna conciencia pública”, a la “unidad política” y a la “cooperación política”, unidad que a partir de 1945 había sido rota decenas de veces incluso por razones “baladíes”, en esta ocasión, (el aborto) se hubiera roto por una materia sobre la cual la doctrina no puede más que ser intransigente».

«Sobre la ley del aborto (ley 194), la DC tiene, en cambio, responsabilidades históricas enormes; no sólo la ha rubricado sino que además ha colaborado activamente a la elaboración de todo su entramado. Los democristianos de la cúpula dirigente no tuvieron titubeos, han elegido estar de la parte del PROGRESO… Mientras que los de la base, los electores, aturdidos y confusos, a menudo, por el lenguaje vago e incierto de sus jefes, fruto del relativismo doctrinal de estos últimos, no han sabido reaccionar a la confusión del referéndum contra el aborto de 1981 y se dividieron: muchos de ellos no fueron a votar, muchos votaron NO, esto es, a favor de aquélla “ley”, creyendo incluso que habían cumplido con su deber. Giovanni Cantoni, analizando el referéndum, en el número de mayo-junio de 1981 de la revista “Cristianità” achaca la derrota del mundo católico, no tanto al incremento de las fuerzas revolucionarias, sino a la incapacidad de la dirigencia del mundo católico de movilizar a la base, que en gran medida se abstuvo de votar».

«El 27 de mayo de 1976 los diputados Giulio Andreotti, Tina Anselmi y Filippo Maria Pandolfi, los senadores Francesco Bonifacio, Tommaso Morlino y Giovanni Leone – todos democristianos – firmaron la “ley”. El diputado Leone algunos meses más tarde, acusado quizás injustamente por los mismos que le obligaron a firmar la “ley”, se verá obligado a dimitir; le hubiera venido mejor, y además con la cabeza bien alta, si hubiera dimitido antes de la infausta firma. Cuando algunos acusaban de alta traición a la DC…»

«Algunos de los responsables se defendieron afirmando que la firma era “un acto debido”; en caso contrario hubiera caído el gobierno… Andreotti, contestando a Vittorio Messori, afirmó: “En efecto tuve una crisis de conciencia y me planteé si debería firmar aquella ley. Pero, si yo hubiera dimitido, ningún otro democristiano podía firmarla, en un momento difícil para el país. Una crisis que hubiera creado complicaciones también a nivel internacional” (V. Messori, “Inchiesta sul Cristianesimo”, SEI, Turín 1987, págs. 210-211)».

1. Éstos son sólo algunos de los frutos de la ya larga historia del modernismo social y doctrinal. He dicholarga historia ya que es necesario recordar que los orígenes de tan nefasta traición de cierto mundo católico al Magisterio de la Iglesia, se remontan a la Revolución francesa, cuando frente a la nueva situación de pluralismo doctrinal y moral surgido del relativismo religioso de la pseudoreforma protestante primero, y del liberalismo [16] después, el Catolicismo había pasado de ser la única cosmovisión del hombre europeo a una más entre tantas posibles como eran las variables ideológicas, consecuencia éstas del ímpetu diabólico que había llevado al hombre europeo a absolutizar su ilusión de poder arrebatar, para asumirlo, el atributo legislador de Dios (en fondo el “seréis como dioses” original que sigue actuando en la historia).

Pues bien, en este nuevo contexto de pluralismo doctrinal y moral los católicos asumen tres posturas distintas: La mayoritaria encarnada por el Magisterio de la Iglesia, de rotunda oposición a lo que era a todas luces un intento de refundar la sociedad humana a espaldas en contra de Dios y de Su Iglesia, acompañada en esta profética y evangelizadora misión de denuncia y restauración de la doctrina, por aquellos filósofos que fieles a las enseñanzas de la Iglesia profundizaron en el estudio de las causas y en el de las consecuencias de la Revolución secularizadora que les atenazaba: se trata de la escuela contrarrevolucionaria de los De Maistre, Donoso Cortés, Balmes y un largo etcétera que sigue vivo en nuestros días; la de los católicos liberales que aceptan pro bono el principio, reinterpretado por la pseudoreforma protestante y por el liberalismo, de “libertad”; y por fin la de los democristianos que ven en el fenómeno de la Revolución francesa una intervención “providencial” identificando cristianismo y espíritu revolucionario [17] .

El triunfo, pues, de las dos corrientes modernistas en el mundo católico es sin lugar a dudas una de las causas principales de la crisis de evangelización de la Iglesia y, por tanto, de la secularización del mundo occidental y cristiano. Lo que innumerables documentos y encíclicas papales denunciaban ser los peligros de las ideologías para la sociedad y la Iglesia, fueron desoídos por estas minorías iluminadas que por una serie de circunstancias y factores acabaron imponiendo sus criterios a una buena parte del mundo católico dando lugar a lo que podríamos definir como SIDC, esto es, Síndrome de Inmuno Deficencia Cultural.

2. Ha llegado el momento – en conformidad a la obra restauradora de la doctrina católica llevada a cabo por el Sumo Pontífice felizmente reinante Juan Pablo II – de hacer un examen de conciencia, un “Nuremberg espiritual”, sobre el nefasto error de desconocer el espíritu anticristiano de la modernidad y su consecuente reinterpretación y relativización del Magisterio pontificio. Es hora también de que se vuelva a dar su verdadero valor profético al tan satanizado Syllabus sobre los errores de la edad moderna del beato Pío IX, agudísima introspección en el fuero interno de las ideologías anticristianas que conformaron la modernidad y la actual postmodernidad; introspección, a su vez, dirigida al futuro para entender los desenlaces de tales ideologías, sabedores que si se pone como cimiento de la cultura de una sociedad una idea equivocada del hombre tarde o temprano la historia demostrará su error como fehacientemente han demostrado los totalitarismos y los horrores de nuestra época.

Asimismo ha llegado también el momento de redescubrir la nómina de pensadores, filósofos e historiadores que han conformado la escuela contrarrevolucionaria, pues en ellos encontramos las categorías teológico-políticas – fruto de su absoluta fidelidad al Magisterio – que nos permiten penetrar en las causas profundas y originarias del proceso secularizador y prever sus posibles y múltiples desenlaces. Me refiero en especial a los ya citados Joseph De Maistre, Donoso Cortés, Jaime Balmes, Louis De Bonald, Edmund Burke, anglicano pero de formación católica; a los olvidados Vázquez de Mella, Aparisi y Guijarro, Víctor Pradera, Elías de Tejada; hasta llegar a los contemporáneos como Giovanni Cantoni, Gustave Thibon, Russell Kirk, Plinio Corrêa de Oliveira, Miguel Ayuso, Julio César Ycaza Tigerino, Nicolás Gómez Dávila, Alberto Caturelli y a muchos más que podría citar [18] .

Por otro lado resulta evidente que la importancia de estos autores no reside única y principalmente en sus elecciones políticas, institucionales y/o estratégicas (ya que sometidas a los avatares cambiantes de la historia), sino a su capacidad de poner la razón, sin ningún tipo de compromisos y confusiones con los principios anticristianos, al servicio del Magisterio. Son un ejemplo ejemplarizante (valga la redundancia) de cómo una fe inquebrantable y consecuente se hace cultura, elemento este último fundamental para la nueva evangelización. Es por ello que considero nuclear que junto al estudio de todo el Magisterio a la luz de la Tradición de la Iglesia, se vuelva a descubrir (o a encontrar) a estos autores, ya que ellos nos brindan la instrumentación necesaria para dar un contenido auténticamente católico a la unidad de acción en la fe y a la evangelización de la cultura tan certeramente solicitadas con apremio por el Santo Padre. (Ángel Expósito Correa).


[1] Zenit, 26 julio 2005.

[2] Ed.  Cristiandad, Madrid 2005, 83-86.

[3] No confundir Weigel con Weiler; de éste último es la obra Un‘Europa cristiana, Palermo 2003, 52-61. Las notas son nuestras.

[4] Holocausto (del griego, holo, «total»; y kaio, «quemar»), término que hacía referencia originalmente a un rito religioso en el que se incineraba totalmente una ofrenda, pero que en la actualidad remite a cualquier desastre humano de gran magnitud, y especialmente, cuando se emplea como nombre propio, se refiere a la política de exterminio de los judíos residentes en Europa llevada a cabo por la Alemania gobernada por el nacionalsocialismo. En hebreo Shoá = devastación.

[5] Donde murieron mártires, como San Maximiliano Kolbe, Santa Edith Stein y su hermana, y tantos otros.

[6] Se conoce con este nombre la revuelta estudiantil parisina (Nanterre, la Sorbona, etc) ocurrida en mayo de 1968. Se la conoce también como la revolución de los graffiti, por los abundantes ecritos en las paredes, algunos famosos: «La imaginación al poder», «Prohibido prohibir», «Dios ha muerto. Nietzsche»  al que luego alguien, con mucho humor y sentido común, agregó «Nietzsche ha muerto. Dios». El lider intelectual fue Herbert Marcuse (1898-1979), filósofo alemán (nacionalizado estadounidense), principal teórico de la izquierda radical y del movimiento denominado «Nueva Izquierda», cuyo pensamiento era una mezcla entre Marx y Freud. Recuerdo estar leyendo en esa época un libro de su autoría y dejar su lectura, luego de esta frase: «No hay nada más abominable que la amorosa frase “Ama a tus enemigos”». Fueron sus discípulos el francés Daniel Cohn-Bendit (del seno de una familia judía de origen alemán; fue miembro del Parlamento europeo por el partido verde), el alemán oriental Rudi Dutschke, los españoles Manuel Sacristán y Jacobo Muñoz, y el griego Nicos Poulantzas. La influencia de esta revuelta fue funesta en la Iglesia, por ejemplo, de 32 teologados mayores en Salamanca sólo quedaron dos.

[7] 1929-1968.

[8] 1925-1968.

[9] Presidente USA 1963-1969.

[10] Festival de rock realizado cerca de Nueva York. El primero fue en agosto de 1969. Participaban muchoshippies, había gran consumo de drogas ilegales y sexo. Participaron más de 400.000 personas durante tres días. Fue un símbolo de la contracultura norteamericana de la década del ‘60.

[11] Ponemos la nota en apéndice, al final, porque será más cómoda al lector.

[12] Siglo XVIII.

[13] Fue en 1997.

[14] Reproducimos el artículo de Ángel Expósito Correa, Revista Arbil nº 100, Dossier: Ahora información 65, septiembre–octubre 2003, 19-22.

[15] Domenico Bonvegna, editorial del Corriere del Sud, 1 de diciembre de 2002. La cita prosigue en los párrafos siguientes, hasta donde hay comillas [«»] y cursiva.

[16] Cf. “Reflexión acerca del problema electoral de los católicos”, http://www.arbil.org/(61)refl.htm

[17] Cf. “Reflexión acerca del problema electoral de los católicos”, http://www.arbil.org/(61)refl.htm

[18] [Agregamos, por ejemplo, Tomás D. Casares, César E. Pico, Juan A. Casaubón, Soaje Ramos, Enrique Díaz Araujo, Bernardino Montejano, Félix Lamas, Ricardo Curutchet, Mario y Antonio Caponetto, Héctor Hernández, Carlos Sacheri, Jordán Bruno Genta, Edmundo Gelonch, etc.]