«La eucaristía es a la vez sacrificio y sacramento. Tiene razón de sacrificio en cuanto se ofrece; y de sacramento en cuanto se recibe»1 . ¿A quién se ofrece el sacrificio? Sólo a Dios. Es muy cierto que sólo a Dios puede ofrecerse el sacrificio, como enseña Trento: «Y aunque la Iglesia haya tenido la costumbre de celebrar en varias ocasiones algunas Misas en honor y memoria de los santos, enseña, no obstante, que no se ofrece a estos el sacrificio, sino sólo a Dios que les dio la corona; por lo que no puede el sacerdote decir: Yo te ofrezco el sacrificio, san Pedro o san Pablo, sino que dando gracias a Dios por las victorias que estos alcanzaron, implora su patrocinio, para que los mismos santos de quienes hacemos memoria en la tierra, se dignen interceder por nosotros en el cielo»2 . Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «Es justo ofrecer a Dios sacrificios en señal de adoración y de gratitud, de súplica y de comunión: «Toda acción realizada para unirse a Dios en la santa comunión y poder ser bienaventurado es un verdadero sacrificio»3 . El sacrificio exterior, para ser auténtico, debe ser expresión del sacrificio espiritual. Mi sacrificio es un espíritu contrito… (Sal 51, 19). Los profetas de la Antigua Alianza denunciaron con frecuencia los sacrificios hechos sin participación interior4 o sin relación con el amor al prójimo5 . Jesús recuerda las palabras del profeta Oseas: «Misericordia quiero, que no sacrificio» (Mt 9,13; 12,7)6 . El único sacrificio perfecto es el que ofreció Cristo en la cruz en ofrenda total al amor del Padre y por nuestra salvación7 . Uniéndonos a su sacrificio, podemos hacer de nuestra vida un sacrificio para Dios»8 . ¿Cuál es la razón de que sólo a Dios se sacrifique? La razón es que el sacrificio es el supremo acto de latría con el que adoramos a Dios, Ser supremo e infinito en toda perfección. Sería crimen de lesa majestad divina ofrecer sacrificio a cualquier creatura, ya que equivaldría a concederle la dignidad del Creador. Por eso recuerda el Señor en Mt 4, 10: Adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás (Deut 6, 13). También es sabido que sólo a Dios y a nadie más se le pueden erigir templos y altares. Dice San Agustín: «El pueblo cristiano celebra con solemnidad religiosa las memorias de los mártires (de la Virgen María, de los santos y beatos…) de tal manera, sin embargo, que no se levantan altares a los mártires, sino al mismo Dios de los mártires, aunque en memoria de ellos»9 . Por eso los templos y altares no son consagrados o dedicados a los santos cuyos nombres llevan, sino sólo a Dios, en memoria de ellos, como los sacrificios o Misas se ofrecen sólo a Dios, aunque se digan Misas en honor de la Virgen, de los santos o por diversas necesidades. Por eso decimos en la Misa: «Padre misericordioso, te pedimos… que aceptes… este sacrificio santo y puro que te ofrecemos10 … Acepta, Señor, esta ofrenda…11 te ofrecemos, Dios de gloria y majestad… el sacrificio puro, inmaculado y santo…12 Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu presencia…»13 (en forma parecida en las otras Plegarias). Por tanto, venimos a la Misa para ofrecer el sacrificio a Dios. Debemos tener, cada vez más, una profunda actitud ofertorial hasta que, cada uno de nosotros, «…seamos colmados de gracia y bendición…14 , ..(nos) congregue en la unidad…15 , …formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu16 , …seamos en Cristo víctima viva para alabanza de tu gloria»17 .
Así como sólo al Dios vivo y verdadero se debe ofrecer el sacrificio, así sólo a Dios se debe adorar con culto de latría. Y por ser la Misa representación viva del sacrificio de la cruz, tiene los mismos fines y produce los mismos efectos. El primer fin es el latreútico o de adoración o de alabanza a Dios, por eso decimos en la Misa: «…te ofrecemos, y ellos mismos te ofrecen, este sacrificio de alabanza, a ti, eterno Dios, vivo y verdadero»18 , «…con razón te alaban todas las criaturas…»19 . Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «La adoración es el primer acto de la virtud de la religión. Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso. Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto (Lc 4,8), dice Jesús citando el Deuteronomio20 . Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la «nada de la criatura», que sólo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magnificat, confesando con gratitud que Él ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo21 . La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo»22 . El hombre y la mujer que a lo largo de su existencia llega a experimentar la presencia de Dios, su acción todopoderosa y misericordiosa, su gloria inmensa y su santidad sin mancha, es normal que adore a Dios. La adoración es la expresión de la reacción compleja del hombre impresionado por la proximidad de Dios: conciencia aguda de su insignificancia y de su pecado, confusión silenciosa23 , veneración trepidante24 y agradecida25 , homenaje jubiloso de todos su ser26 . Hay gestos de adoración como el beso del adorante, que al no poder alcanzar a Dios, se llevaba la mano delante de la boca (ad os = adorare27 ), que tiene sin duda por objeto expresar a la vez su deseo de tocar a Dios y la distancia que le separa de Él 28. ¡Venimos a la Santa Misa para adorar a Dios! A cumplir lo que Él nos enseñó como el mandamiento más grande y el primero: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente (Lc 10, 27) y, cuando es Domingo, venimos también para cumplir con el tercer mandamiento: “Santificar las fiestas”. Se cansa Dios de enseñarnos en la Biblia que sólo a Él debemos adorar como a Dios: Yahveh es el verdadero Dios y que no hay otro fuera de él (Deut 4, 35); Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que Yahveh es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro (Deut 4, 39); Ved ahora que yo, sólo yo soy, y que no hay otro Dios junto a mí (Deut 32, 39); Yahveh es Dios y no hay otro (1 Re 8, 60); No tembléis ni temáis; ¿no lo he dicho y anunciado desde hace tiempo? Vosotros sois testigos; ¿hay otro dios fuera de mí? ¡No hay otra Roca, yo no la conozco! (Is 44, 8); Yo soy Yahveh, no hay ningún otro; fuera de mí ningún dios existe (Is 45, 5); Yo soy Yahveh, no existe ningún otro… (Is 45, 18); ¿No he sido yo Yahveh? No hay otro dios, fuera de mí. Dios justo y salvador, no hay otro fuera de mí (Is 45, 21); Yo soy Dios y no hay ningún otro, yo soy Dios, no hay otro como yo (Is 46, 9); Grande eres, Señor, Dios de Daniel, y no hay otro Dios fuera de ti (Dan 14, 41), etc. Cuando se adora algo distinto del Dios vivo y verdadero se cae en el grave pecado de idolatría: El que sacrificase a dioses extraños es reo de muerte (Ex 22, 20). Nos dice el último Catecismo: «La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o de demonios (por ejemplo, el satanismo), de poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero, etc. No podéis servir a Dios y al dinero, dice Jesús (Mt 6,24). Numerosos mártires han muerto por no adorar a “la Bestia”, negándose incluso a simular su culto. La idolatría rechaza el único Señorío de Dios; es, por tanto, incompatible con la comunión divina»29 . El ofrecer sacrificios y el adorar a Dios son precepto de la misma ley natural, además de serlo de la ley divina. Los hombres y, a veces, los mismos pueblos, al olvidarse de estas verdades terminan por rendir culto a falsos dioses. Como señalaron a fuego en Puebla los Obispos Latinoamericanos: «Nada es divino y adorable fuera de Dios. El hombre cae en la esclavitud cuando diviniza o absolutiza la riqueza, el poder, el Estado, el sexo, el placer o cualquier creación de Dios, incluso su propio ser o su razón humana. Dios mismo es la fuente de liberación radical de todas las formas de idolatría, porque la adoración de lo no adorable y la absolutización de lo relativo, lleva a la violación de lo más íntimo de la persona humana: su relación con Dios y su realización personal. He aquí la palabra liberadora por excelencia: Al Señor Dios adorarás, sólo a él darás culto (Mt 4, 10). La caída de los ídolos restituye al hombre su campo esencial de libertad. Dios, libre por excelencia, quiere entrar en diálogo con un ser libre, capaz de hacer sus opciones y ejercer sus responsabilidades individualmente y en comunidad. Hay, pues, una historia humana que, aunque tiene su consistencia propia y su autonomía, está llamada a ser consagrada por el hombre a Dios. La verdadera liberación, en efecto, libera de una opresión para poder acceder a un bien superior»30. «Los bienes de la tierra se convierten en ídolo y en serio obstáculo para el Reino de Dios, cuando el hombre concentra toda su atención en tenerlos o aun en codiciarlos. Se vuelven entonces absolutos. No podéis servir a Dios y al dinero (Lc 16, 13)». «La riqueza absolutizada es obstáculo para la verdadera libertad. Los crueles contrastes de lujo y extrema pobreza, tan visibles a través del continente, agravados, además, por la corrupción que a menudo invade la vida pública y profesional, manifiestan hasta qué punto nuestros países se encuentran bajo el dominio del ídolo de la riqueza»32 . «Estas idolatrías se concentran en dos formas opuestas que tienen una misma raíz: el capitalismo liberal y, como reacción, el colectivismo marxista. Ambos son formas de lo que puede llamarse «injusticia institucionalizada»33 . Por eso: «La Iglesia, al proponer la Buena Nueva, denuncia y corrige la presencia del pecado en las culturas; purifica y exorciza los desvalores. Establece, por consiguiente, una crítica de las culturas. Ya que el reverso del anuncio del Reino de Dios es la crítica de las idolatrías, esto es, de los valores erigidos en ídolos o de aquellos valores que, sin serlo, una cultura asume como absolutos… »34 . Queridos hermanos y hermanas: El hombre y la mujer, tanto como individuo como sociedad, a alguien tienen que adorar: o adorarán a Dios o adorarán al diablo, pero sólo adorar a Dios es reinar. Olvidarse de ofrecer el sacrificio eucarístico, no participar de él como corresponde, no adorar al Ser Supremo, no cumplir con el precepto dominical… nos lleva a atarnos el dogal al cuello para ser esclavos de quienes ofrecen lo que no tienen, prometen lo que no dan y nos siguen esquilmando. Y terminamos sirviendo a la nueva religión del dinero, que produce la injusticia institucionalizada. Si estamos como estamos es porque, como individuos y como pueblo, primero, dejamos de estar bien con Dios.
1 S. Th. III, q. 79, 5.
2 Concilio de Trento, sec. XXII, cap. 3.
3 San Agustín, De civitate Dei, 10, 6.
4 Cfr. Am 5, 21-25.
5 Cfr. Is 1, 10-20.
6 Cfr. Os 6,6.
7 Cfr. Hb 9, 13-14.
8 Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2099-2100.
9 Contra Faustum, XX, 2.
10 Plegaria eucarística, I, 44.
11 Plegaria eucarística, I, 47.
12 Plegaria eucaristía, I, 52.
13 Plegaria eucarística I, 54.
14 Plegaria eucarística, I, 54.
15 Plegaria eucarística, II, 64.
16 Plegaria eucarística, III, 71.
17 Plegaria eucarística, IV, 80.
18 Plegaria eucarística, I, 45.
19 Plegaria eucarística, III, 66.
20 Cfr. Deut 6, 13.
21 Cfr. Lc 1, 46-49.
22 Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2096-2097.
23 Cfr. Job 42, 1-6.
24 Cfr. Sal 5, 8.
25 Cfr. Gen 24, 48.
26 Cfr. Sal 95, 1-6.
27 Cfr. Job 31, 26 ss.
28 Cfr. X. León-Dufour, Vocabulario de Teología bíblica, Herder 1985, p. 49.
29 Catecismo de la Iglesia Católica, n.2113.
30 Puebla, Conclusiones 491.
31 Puebla, Conclusiones 493.
32 Puebla, Conclusiones 494.
33 Puebla, Conclusiones 495.
34 Puebla, Conclusiones 405.