- Jesucristo vivo
Estamos ya en la cuarta parte de los Ejercicios Espirituales, la Cuarta Semana, como la llama San Ignacio. Es la semana en la cual el ejercitante medita, contempla, los misterios gloriosos de Nuestro Señor. Y podemos decir, muy simplemente, que el corazón del misterio, de los misterios gloriosos de Nuestro Señor, es el hecho, la realidad del acontecimiento de que Jesús vive. Como se lee en las Sagradas Escrituras, después de la Resurrección se apareció de muchas maneras mostrando que Él estaba vivo[1].
Jesús, después de dos mil años, ¡sigue estando vivo! Y si se pudiese decir, hasta deberíamos decir que está más vivo ahora que en aquel entonces, porque está vivo en miles de lugares más. Cuando Él resucitó, eran pocos los lugares en los cuales aparecía, relativamente pocos en comparación de lo que pasa ahora. Ahora fíjense en cuántos sagrarios está Jesús vivo, de una manera verdadera, real, y sustancial. ¡Miles y miles de sagrarios! De tal manera que algunos teólogos[2] dicen que si ahora hay menos casos estridentes de posesiones diabólicas se debe a la multiplicación de los sagrarios. Esa presencia viva de Nuestro Señor, repele al enemigo de la naturaleza humana.
Vivo está Jesús en su sacerdocio. ¡Ejerciendo Él el Sumo Sacerdocio! En cada Misa que se celebra, es Él el Sacerdote principal. Por eso el sacerdote secundario y ministerial dice «esto es mi Cuerpo» -refiriéndose a Jesús-, «esta es mi Sangre», porque está obrando in persona Christi, es el mismo Cristo que está realizando la perpetuación del sacrificio de la cruz, es el mismo Cristo que está aplicando las gracias que Él mismo ganó en el sacrificio de la cruz para las nuevas generaciones.
¡Jesucristo está vivo!
Está vivo en la Sagrada Escritura, esa Escritura que ha sido fecundada por el Espíritu Santo, con verdad más grande que la que el hombre pueda llegar alguna vez a comprender[3].
¡Es vivo el sacrificio de Cristo! Lo decimos en la plegaria eucarística III: «sacrificio vivo y santo»[4]. No es un sacrificio como el de las víctimas del Antiguo Testamento que, una vez realizado, se terminaba. ¡No! Es un sacrificio que vive, porque se perpetúa, bajo las especies sacramentales.
Cristo sigue vivo en cada pobre, con el cual se identifica místicamente: Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, me disteis de beber… (Mt 25, 35). Y hablando propiamente, Cristo sigue vivo en cada prójimo, en cada hombre, en cada mujer, ya que Él quiere identificarse plenamente con todo hombre, con toda mujer.
Si bien lo consideramos, los Ejercicios Espirituales deberían lograr, por parte del ejercitante, que considerase profundamente esta realidad, esta realidad que hace a la vitalidad misma de la Iglesia: ¡Cristo está vivo! Y de tal modo debería ser, que cada ejercitante debe llegar a considerarlo a Jesús, como decía un autor actual, ¡como nuestro contemporáneo!, es decir, como aquel que vive en el mismo tiempo en el cual vivimos nosotros, con la diferencia que vive extendiéndose a todo tiempo. ¡Pero es nuestro contemporáneo! Así como los discípulos de Emaús se encontraron con Él, así como lo vieron partir el pan y celebrar la Eucaristía, así como tuvieron ocasión de caminar con Él y escuchar las explicaciones que hacía de la Sagrada Escritura, pues así, de la misma manera, tiene que ser con nosotros. No se da de una manera sensible, no lo veremos con los ojos de la carne, pero lo tenemos que ver con los ojos del alma, que es mucho más importante. Con los ojos del espíritu, con los ojos de la fe.
Cristo vive y es nuestro contemporáneo. Por eso, estaba escrito en un crucifijo flamenco del año 1632:
«Yo soy la luz, y no me miráis.
Yo soy el camino, y no me seguís.
Yo soy la verdad, y no me creéis.
Yo soy la vida, y no me buscáis.
Yo soy el maestro, y no me escucháis.
Yo soy el Señor, y no me obedecéis.
Yo soy vuestro Dios, y no me rezáis.
Yo soy vuestro mejor amigo, y no me amáis.
Si sois infelices, no me culpéis».
Y el hecho de la Resurrección de Nuestro Señor, si tuviésemos ojos de fe, debería llevarnos a considerar su presencia en éste nuestro tiempo. Su presencia que se manifiesta maravillosamente de tantas formas y de tantas maneras. Como decía un poeta:
«Aún guarda de tu voz un eco el viento,
aún saben los caminos de tus huellas;
aún guardan en sus ojos las estrellas
fulgor de tu oración y arrobamiento.
Aún me dicen las aves del sustento
que tu Padre les da sin sembrar ellas;
aún se visten los lirios galas bellas
y exhalan el aroma de tu aliento.
Aún florecen mejillas como rosas
de niños que tu mano bendijera,
aún recuerda tu imperio el mar airado.
Te miraron con éxtasis las cosas,
¡oh Maestro!, al pasar la vez primera,
y aún dudan si te fuiste o te has quedado»[5].
Todas las cosas deberían hablarnos de Jesús. El viento, porque aún guarda un eco suyo. Los caminos, los senderos, porque saben de sus huellas. Cuando vemos el cielo estrellado, las estrellas guardan en sus ojos aquellas noches de oración y anonadamiento de Cristo. Cuando escuchamos las aves, siguen sustentándose porque el Padre Celestial les da sin sembrar ellas. Cuando vemos las flores, vistiendo galas bellas, exhalan su perfume, el aroma de su aliento. Cuando vemos los niños, cuando vemos el mar airado, cuando vemos todas las cosas, así como fue al pasar Él por aquí la vez primera, así sigue siendo ahora.
Y las cosas dudan si te fuiste o te has quedado, porque finalmente se ha quedado, porque Cristo vive. Es nuestro contemporáneo. De ahí que podamos parafrasear a San Juan de la Cruz:
«Mil gracias derramando
Pasó por estos sotos con presura,
y, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura»[6].
Pidámosle a la Virgen el descubrir siempre esa vida de Jesús que prometió estar junto a nosotros hasta el fin de los tiempos, Yo estaré siempre con vosotros hasta el fin de los tiempos (Mt 28, 20). Ese Jesús que dejó a su Iglesia y la hizo de tal manera que las puertas del infierno no podrían hacer nada contra Ella[7]. Finalmente ese mismo Jesús Resucitado está presente, vivo, por doquier.
[1] Cf. 1Cor 15, 4-8.
[2] Cf. Mons. Augustin Louis Léon Pierre Cristiani, Presencia de Satán en el mundo moderno; traducción de María Acosta Van Praet, Peuser, Buenos Aires, 1962.
[3] Cf. Santo Tomás, In I Sententiarum dist. 12, q. 1, a. 2, ad 7.
[4] Misal Romano, Plegaria Eucarística III.
[5] Liturgia de las Horas, Tomo I, CEA, Editorial Regina, Barcelona 199211, 1129.
[6] San Juan de la Cruz, Obras Completas, Cántico Espiritual, Editorial Monte Carmelo, Burgos 20001, Canción 5, 130.
[7] Cf. Mt 16, 18.