tesoro en vasijas de barro

Tesoro en vasijas de barro

Palabras del Padre Carlos M. Buela al término de la Santa Misa de Clausura de la I Conferencia General de las SSVM, el 15 de junio de 2001, en la Capilla de la Casa Generalicia de las SSVM, Artena (Roma).

        Me pidieron que diga unas palabras y creo que no las hay más hermosas en este momento que las que se han leído en la primera lectura de la Misa: «Tenemos un tesoro en vasijas de barro para que aparezca que la potencia extraordinaria viene de Dios y no de nosotros» (2 Co 4,7) . Tenemos un tesoro y en estos días todas han podido palpar este tesoro. ¡Gran tesoro! Es el tesoro de la fe, de la esperanza y de la caridad. El tesoro de poder estar unidos al Señor en la Eucaristía; el tesoro de haber sido llamados por Dios a una especial consagración y a una misión particular, ad gentes, a donde Cristo todavía no es conocido. Claro que este tesoro está en vasijas de barro, nosotros, seres imperfectos y limitados. Aun así, a pesar de nosotros, tenemos un tesoro y por eso debemos dar gracias a Dios. Porque es la manera como se muestra que la potencia extraordinaria viene de Dios y no de nosotros. Bien lo expresa el Salmo «no a nosotros Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria» (Ps 115,1).

        Damos gracias a Dios también porque nos ha permitido conocer a Mons. Andrea Maria Erba, un digno sucesor de los Apóstoles, que para nosotros ha sido y es lo que el Concilio Vaticano II dice en varios documentos respecto a cómo debe ser un Obispo: un padre, un pastor –que guíe a las ovejas–, un hermano –porque tenemos en común el Bautismo y nosotros los sacerdotes tenemos en común el Sacerdocio, el Orden Sagrado–; y, finalmente, un amigo. Son cosas muy importantes, a pesar de que las palabras las solemos decir rápido, lo que vale es la realidad y Monseñor Erba para nosotros es un padre, un pastor, un hermano y un amigo. De manera especial vemos en él un sucesor de los Apóstoles, es decir, un sucesor de aquellos sobres los cuales Cristo construyó su Iglesia, la única verdadera Iglesia, como confirma el Papa en el documento Dominus Iesus (1), que a algunos no les gusta, pero que es la verdad.

        Y agradecemos también en estos momentos la presencia del P. Nicola Gerasa, misionero en China hace muchos años, en plena persecución comunista, y que por haber sido fiel a Jesús tiene hoy esta alegría que podemos constatar. Él también tuvo conciencia de que Dios le había dado un tesoro, aunque en vaso de barro, para que se reconozca que la potencia extraordinaria viene de Dios y no de nosotros. Y para nosotros el P. Nicola es un ejemplo y de manera especial para los jóvenes. Si él y tantos otros pudieron… ¿por qué no podrán los jóvenes? Y con la gracia de Dios se puede.

        Y aquí en Roma debemos agradecer una gracia particular, la gracia de la romanidad. Es la gracia de estar cerca de Pedro, Pedro vivo en la persona del Papa. Es la gracia de la Iglesia universal hablando todas las lenguas como el día de Pentecostés; es la fuerza de la misión que entusiasma a los jóvenes a entregarse totalmente al Señor en lugares difíciles; es también la gracia del espíritu abierto. Al respecto recordaba hace poco junto a Mons. Erba las palabras de un gran sacerdote italiano, Don Cornelio Fabro. Él nos había dicho una vez: “Uno está en New York, y la cultura es americana; si está en París, la cultura es francesa; si está en Londres la cultura es inglesa; pero si está en Roma… ¡la cultura es universal!”. Y ésta es la gracia de la romanidad.

        Por todo esto damos gracias a Dios y a su Santísima Madre.

1 Declaración Dominus Iesus, de la Congregación para la Doctrina de la fe, 4.