Testigos del Verbo encarnado
Como siempre, al principio del año tratamos de predicar sobre lo que tiene que ser siempre el principio, como se acaba de cantar en el Evangelio: en arché ën ho Lógos, en el principio era el Verbo (Jn 1,1). El principio de todo Seminario, como de toda la vida cristiana, debe ser el Logos, el Verbo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
Luego de haber escuchado la exposición de un profesor sobre el desarrollo de la Cristología en el período patrístico, en los Padres de la Iglesia de los siete primeros siglos, puede venir bien hacer un resumen de algunos textos de Santo Tomás.
Realmente asombra cómo esas realidades fundamentales del cristianismo, debido a las debilidades humanas y a causa de nuestros pecados, algunos las han ofuscado –empañado e incluso negado– respecto del misterio del Verbo Encarnado, expresado tan sencillamente en esta frase del Evangelio de San Juan: Et Verbum caro factum est (Jn 1,14), y el Verbo se hizo carne. No hace mucho recordaba Benedicto XVI: «…la herejía arriana, que entonces era una amenaza para la fe en Cristo, reducido a una criatura “intermedia” entre Dios y el hombre, según una tendencia que se repite en la historia y que también hoy existe de diferentes maneras»[1].
Esta frase –Et Verbum caro factum est (Jn 1,14)– la tenemos escrita en siglas en los escudos de la rama femenina y masculina de nuestra Familia Religiosa.
Si nos fijamos atentamente, las desviaciones históricas y de los tiempos modernos están expresadas en esos tres ítems:
- Respecto del Verbo Eterno.
- Respecto a la humanidad asumida.
- Respecto a la unión del Verbo y la carne.
- Respecto del Verbo Eterno
Quién es el Verbo está definido en el primer versículo del Evangelio de San Juan: En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios (Jn 1,1).
Así como Fotino antiguamente negaba la preexistencia del Verbo diciendo que existió después que la Virgen, del mismo modo algunos teólogos en nuestros días terminan afirmando lo mismo, de manera parecida.
Hay quienes repiten el error de Sabelio, quien decía que el Verbo fue anterior a la Virgen, confesando su preexistencia antes de la Encarnación, pero afirmando que no es persona distinta del Padre.
Arrio dijo que el Verbo es persona distinta del Padre pero que es creatura, y por tanto no es ab aeterno ni consustancial al Padre. ¡La misma doctrina que en nuestros días reflotaron distintos autores!
¡Pensar que varios de estos son sacerdotes, son teólogos! Debemos advertir que aún hoy, luego de haber sido zanjadas hace siglos estas cuestiones cristológicas por obra de los Concilios Ecuménicos, en nuestro tiempo muchos niegan la preexistencia del Verbo, su divinidad y la igualdad de Éste con el Padre.
- Respecto a la humanidad asumida
Entre quienes erraron en torno al misterio del Verbo Encarnado vamos a encontrar a todos aquellos que en vez de entender el Verbo se hizo carne, traducen la carne se hizo Verbo, que es lo que sostenían Ebión, Pablo de Samosata y el mismo Fotino.
Para este último el Verbo fue un simple hombre, no bajó del cielo ni existió siempre, pero mereció la deificación por la gracia en el momento de su bautismo en el Jordán –es decir, fue hecho Dios cuando se bautizaba–. No hay unión de Dios con el hombre.
Si observamos bien, todos los gnósticos actuales sostienen una apariencia de la Encarnación. Por eso actualmente hay Seminarios donde no reina Cristo; y Universidades y Colegios Católicos en los que no se cree en Cristo.
Otros le hacen asumir al Verbo materia no asumible. En el siglo II el gnóstico Valentín enseñaba que el Verbo se hizo «carne celestial», cuando afirmó que «trajo del cielo un cuerpo celeste», lo cual modernamente es similar al Cristo cósmico de Teilhard de Chardin. También es el caso del Obispo Casaldáliga que en una poesía decía: «El Verbo se hizo clase», o «El Verbo se hizo indio»[2]. Algún otro dijo: «El Verbo se hizo papel» pretendiendo descalificar la multiplicación de documentos magisteriales.
Otros, teniendo como representantes a Arrio y Apolinar de Laodicea, esa doctrina tan sencilla la van a cambiar diciendo: «El Verbo se convirtió en carne». Para ellos dejó de ser Verbo después de la encarnación. Lo mismo opinarán Lutero y con él también todas las teologías de corte hegeliano.
Eutiques mezclaba las naturalezas creyendo que la naturaleza divina hacía las veces del alma y entonces Cristo no era hombre verdadero porque carecía del alma verdadera. Creen en un Cristo sin alma humana, para ellos Jesús no tuvo alma o si la tuvo, estaba privada de inteligencia.
- Respecto a la unión del Verbo y la carne
Sin embargo, a mi modo de ver, el error cristológico más importante es el más difícil de detectar, es el de la unión.
«El Verbo habitó en carne», como es el caso de Teodoro de Mopsuestia y de Nestorio, que tienen estos errores en sus capítulos principales, y de los cuales se siguen nefastas consecuencias:
- El Hijo de la Virgen María es distinto del Hijo de Dios. Por tanto, así como hay dos naturalezas en Cristo –humana y divina–, es menester admitir que hay dos personas distintas o sujetos en Cristo.
- Estas dos personas están unidas entre sí por una mera unión accidental, como mis vestidos a mi persona o como el conductor a su automóvil. El hombre-Cristo no es Dios, sino portador de Dios. Por la encarnación no se ha hecho propiamente hombre el Logos-Dios, sino que comenzó a morar en el hombre Jesucristo, de forma semejante a como Dios mora en sus santos.
- Las propiedades humanas de Jesucristo (nacimiento, vida, pasión, muerte…) sólo se pueden predicar del hombre-Cristo; las propiedades divinas (creación, omnipotencia, infinitud, eternidad…) sólo se pueden decir del Logos-Dios (o sea, niegan la comunicación de idiomas o propiedades).
- En consecuencia, la Virgen no es Madre de Dios. Ella es tan solo «Madre del hombre» o «Madre de Cristo».
En este caso, como enseña hermosamente Santo Tomás, si el Verbo no se hizo carne sino solamente habitó en carne, se destruye el cristianismo: «Por tanto, como quiera que la religión cristiana se fundamenta en la fe de la Encarnación, es evidente que tal opinión destruye su propio fundamento»[3].
Y por si fuera poco, Mons. Errázuriz, nos decía que unas monjas feministas para no rezar «el Verbo se hizo carne», dicen «el Verbo se hizo persona».
II
Hay textos bíblicos que enseñan la realidad de la unión hipostática de nuestro Señor.
El primer texto es del Evangelio de San Juan: El Verbo se hizo carne (Jn 1,14).
¿Por qué estos errores que pululan destruyen la fe en la Encarnación? Porque si el Verbo solamente inhabitó por la gracia –de la que resulta la unión de voluntades– en un hombre, Jesucristo, el Verbo no se encarnó. El Verbo de Dios, de hecho, habitó y habita por la gracia en todos los santos que hubo, que hay y que habrá desde la creación del mundo, como podemos leer: Vosotros sois templos de Dios vivo (2Co 6,16); «templos» porque inhabita Dios, según Dios dijo: Estableceré mi morada entre vosotros. […] Marcharé en medio de vosotros y seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo (Lv 26,11-12). Pero eso no es encarnarse el Verbo de Dios. Si se entiende encarnación por inhabitación, evidentemente que no hay encarnación, de tal modo que esa inhabitación de Dios en el alma del justo, por la gracia, no puede llamarse encarnación, de lo contrario, Dios se hubiese encarnado desde el comienzo del mundo en cada uno de los santos que hubo. Enseña Santo Tomás: «Por tanto, como quiera que la religión cristiana se fundamenta en la fe de la encarnación, es evidente que tal opinión destruye su propio fundamento»[4]. En ese versículo de San Juan –el Verbo se hizo carne– se refuta la falsedad de esta opinión.
La misma Sagrada Escritura en otros textos muestra que es erróneo entender la encarnación como mera inhabitación del Verbo; ya que indica otros modos de inhabitación del Verbo de Dios: Habló el Señor a Moisés[5]; llegó la palabra de Dios a Jeremías[6], pero nunca se dice «el Verbo se hizo Moisés», «el Verbo se hizo Jeremías», o cualquier otro[7]. El Evangelio, sin embargo, designa de modo singularísimo, único, la unión del Verbo de Dios con la carne de Cristo cuando dice: y el Verbo se hizo carne (Jn 1,14). Por tanto, es evidente que el Verbo de Dios no estuvo en el hombre Cristo solamente a modo de inhabitación. Y ello porque todo lo que se hace algo es aquello en que se convierte: lo que se hace hombre, es hombre; lo que se hace blanco, es blanco. El Verbo asumió una naturaleza humana, el Verbo se hace hombre, es imposible que en dos que difieren en persona lo uno se predique de lo otro. Por tanto, es imposible –ya que el Verbo se hizo carne–, que en Él haya dos personas.
El segundo texto es de la Carta a los Efesios: El mismo que bajó, es el que subió (Ef 4,10). Aquí también se ve que en Cristo hay una única persona y ello por dos razones:
1º. Ascender a los cielos pertenece a Cristo-Hombre, como dice la Sagrada Escritura: viéndole los apóstoles, se elevó (Hch 1,9). Veían la naturaleza humana que ascendía.
2º. Descender del cielo pertenece al Verbo de Dios, no porque se haya dado un movimiento local, sino «en razón de su unión con una naturaleza inferior». Por eso es que dice San Pablo en la Carta a los Efesios: el mismo que bajó, es el que subió; luego, la persona de aquel Hombre-Cristo que subió es la misma y única persona del Verbo de Dios que bajó, es decir, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
El tercer texto es de Colosenses: En Él –Cristo– fueron creadas todas las cosas, del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades. Todo fue creado por Él y para Él. Él, que es antes que todo y todo subsiste en Él. Él es la cabeza del cuerpo de la Iglesia; Él es el principio, el primogénito de entre los muertos… (Col 1,16-18).
¿Qué debemos decir aquí? Debemos decir dos cosas también. En primer lugar, los pronombres demostrativos se refieren a la persona: nadie dirá «yo corro», si está corriendo otro; o «yo duermo» si es otro el que duerme. Cuando nuestro Señor dice: antes que Abraham naciese, era yo (Jn 8,58), se refiere a su persona, que era antes de Abraham, porque su persona es persona divina, preexiste a Abraham, preexiste incluso a la creación del mundo, existe desde toda la eternidad. Y por eso puede decir: Yo –se refiere a su persona– y el Padre somos una sola cosa (Jn 10,30). Es evidente que la persona de aquel hombre que habla es la misma persona del Hijo, el Verbo de Dios[8]. En segundo lugar, los nombres como los pronombres relativos, también indican una misma persona. En el texto que hemos visto se dice: En Él fueron creadas todas las cosas, ciertamente que se refiere al Verbo de Dios en cuanto Dios; y cuando dice: Él es el principio, el primogénito de entre los muertos pertenece a Cristo en cuanto hombre. Luego el Verbo de Dios y Cristo-Hombre, son una sola persona y lo que se diga de aquel hombre conviene que se diga del Verbo de Dios y viceversa[9].
El cuarto texto es de Filipenses: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se anonadó a sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre (Flp 2,6-11). Enseña Santo Tomás: «Por donde se ve claro que si, según Nestorio, dividimos a Cristo en dos, a saber, aquel hombre que es hijo adoptivo y el Hijo natural de Dios, que es el Verbo de Dios, no puede entenderse esto como dicho de aquel hombre. En efecto, aquel hombre, si fue puro hombre, no fue antes en la forma de Dios, de suerte que se hiciera después semejante a los hombres, sino más bien, por el contrario, siendo hombre fue partícipe de la divinidad; y esto no es anonadarse, sino ser exaltado. Es preciso, pues, entenderlo del Verbo de Dios, el cual, existiendo desde la eternidad en la forma de Dios, esto es en la naturaleza divina, se anonadó a sí mismo, hecho semejante a los hombres […]. El Verbo de Dios se dice anonadado no por pérdida de su propia grandeza, sino por asunción de la pequeñez humana…»[10].
De allí que el Magisterio de la Iglesia siempre ha defendido la verdad católica sobre el Verbo Encarnado: «El dogma dice que en Cristo hay una sola persona, a saber: la persona divina del Logos, y dos naturalezas, subsistentes las dos en una misma persona divina. La naturaleza humana ha sido asumida en la unidad y dominio de la persona divina, de suerte que es la persona divina la que obra en la naturaleza humana y por medio de la naturaleza humana como por un órgano suyo.
El III Concilio universal de Éfeso (431) confirmó los doce anatematismos de San Cirilo de Alejandría, pero sin definirlos formalmente[11]. Más tarde fueron reconocidos por los papas y los concilios como expresión de la genuina doctrina de la Iglesia. He aquí, condensados, sus puntos principales:
- Cristo con su propia carne es un ser único, es decir, una sola persona. Él es Dios y hombre al mismo tiempo ( 2 y 6).
- El Logos-Dios está unido a la carne con una unión intrínseca, física o sustancial (An. 2 y 3). Cristo no es portador de Dios, sino Dios verdaderamente (An. 5).
- Las propiedades humanas y divinas de que nos hablan la Sagrada Escritura y los santos padres no deben repartirse entre dos personas o hipóstasis (el Hombre-Cristo y el Logos-Dios), sino que deben referirse al único Cristo, el Logos encarnado (An. 4). El Logos divino fue quien padeció en la carne y fue crucificado, muerto y resucitó (An. 12).
- La Santísima Virgen María es Madre de Dios, porque parió según la carne al Logos-Dios encarnado (An. 1).
El Concilio de Calcedonia (451) definió que las dos naturalezas de Cristo se unen “en una sola persona y una sola hipóstasis” (DZ 148)»[12].
Y saltando los siglos llegamos a S.S. Pablo VI, en su Solemne Profesión de Fe, el 30 de junio de 1968, quien una vez más confiesa la fe ya dos veces milenaria de la Iglesia Católica en la divinidad de Jesucristo: «Creemos en nuestro Señor Jesucristo, que es el Hijo de Dios. Él es el Verbo eterno, nacido del Padre antes de todos los siglos y consustancial al Padre, homooúsios to Patri, y por quien todo ha sido hecho. Se encarnó por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María y se hizo hombre: igual, por tanto, al Padre según la divinidad e inferior al Padre según la humanidad y uno en sí mismo, no por una imposible confusión de las naturalezas, sino por la unidad de la persona»[13].
Con la aprobación del mismo Pontífice, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, el 21 de febrero de 1972, publicó una muy importante «Declaración para salvaguardar la fe de algunos errores recientes sobre los misterios de la Encarnación y de la Trinidad». Entre los errores cristológicos señala la Declaración tres principales: 1) La negación de la preexistencia de la persona del Hijo subsistiendo como distinta del Padre y del Espíritu Santo desde toda la eternidad; 2) el abandono de la noción de la única persona de Cristo; y 3) la negación de la asunción de la naturaleza humana de Cristo por parte de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, afirmándose que aquella existiría en sí misma como persona humana. Concluye el párrafo con esta frase lapidaria: «Los que piensan de este modo se hallan alejados de la verdadera fe en Cristo, incluso cuando afirman que la presencia singular de Dios en Jesús hace que Éste se convierta en la cumbre suprema y definitiva de la divina revelación; ni recuperan la ver dadera fe en la divinidad de Cristo cuando añaden que Jesús puede ser llamado Dios, ya que Dios se encuentra sumamente presente en lo que llaman su naturaleza humana»[14].
De manera especial, en este tiempo de preparación al año 2000, del cual el Papa en distintos documentos nos mueve a conocer mejor al Verbo Encarnado, debemos esforzarnos sinceramente en conocerlo mejor, para amarlo y servirlo más.
Si llegamos nosotros a formar hombres y mujeres que sepan rumiar y degustar en esa cosa tan simple: El Verbo se hizo carne; si pudiésemos bucear, tratando de conocer y amar mejor el misterio, creo que nos podríamos dar por satisfechos.
III
De esta verdad central de nuestra fe se derivan enormes consecuencias que hacen no solamente a la espiritualidad del hombre, sino también a la misma civilización de la humanidad. Es curioso, por ejemplo, lo que puede verse en Taiwán. El Museo de Taipei tiene una sala muy grande donde aparece la historia de la humanidad en gráficos, en fotos, etc., donde comparan la cultura china con la cultura occidental. Ahí se puede apreciar claramente que el arte chino no evolucionó respecto a la figura humana, en cambio el arte occidental sí, de manera particular luego de la Encarnación del Verbo.
¡Cómo este hecho, el hecho mismo de la unión hipostática, es algo que tiene consecuencias enormes sobre la cultura, la civilización, sobre la historia y la vida de los hombres y de los pueblos!
Pidamos hoy la gracia de ser siempre grandes contempladores del misterio del Verbo Encarnado, que sepamos presentarlo con valentía a nuestros hermanos y, de manera especial, que nosotros lo vivamos en plenitud, confesando al mismo y único Señor Jesucristo como verdadero Dios y verdadero hombre.
Pidamos a la Virgen esta gracia.
Pidamos al Apóstol San Juan, el Águila, que penetró el misterio de la Encarnación como pocos: Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos tocando al Verbo de Vida, porque la vida se ha manifestado, y nosotros hemos visto y testificamos y os anunciamos la vida eterna, que estaba en el Padre y se nos manifestó, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos a vosotros, a fin de que viváis también en comunión con nosotros. Y esta comunión nuestra es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo (1Jn 1,1-4).
¡Que Todos los Santos nos alcancen la gracia de ser Testigos del Verbo Encarnado!
[1] BENEDICTO XVI, «San Atanasio», Catequesis en la Audiencia general del 20 de junio de 2007, L’Osservatore Romano (en adelante lo citaremos OR), 22/06/2007, 16.
[2] Cf. para las dos lecturas Contactos Proa (Agosto 1985) 4.
[3] Cf. SANTO TOMÁS, Suma Contra Gentiles, IV, 34 (Edición bilingüe), Tomo I, BAC, Madrid 1952, 734.
[4] Cf. SANTO TOMÁS, Suma Contra Gentiles, IV, 34, 734.
[5] Cf. Ex 6,2.
[6] Cf. Jr 29,30.
[7] Cf. SANTO TOMÁS, Suma Contra Gentiles, IV, 34, 734.
[8] Cf. SANTO TOMÁS, Suma Contra Gentiles, IV, 34, 735.
[9] SANTO TOMÁS, Suma Contra Gentiles, IV, 34, 743-744.
[10] SANTO TOMÁS, Suma Contra Gentiles, IV, 34, 740-741.
[11] ENRIQUE DENZINGER, El Magisterio de la Iglesia, Ed. Herder, Barcelona 19954, nn. 113-124, 46-48 (en adelante lo citaremos DZ).
[12] LUDWIG OTT, Manual de Teología Dogmática, Ed. Herder, Barcelona 19977, 235.
[13] PABLO VI, Credo del Pueblo de Dios, Clausura del «Año de la fe», Solemne profesión de Fe de S.S. Pablo VI, OR, 16/07/1968, 2.
[14] OR, 19/03/1972, 2. Como indica Manuel Gestaira Garza: «Parece claro que en él (documento) están principalmente indigitados el grupo de teólogos holandeses» entre los que se destacan Hulsbosch, Schillebeeckx, Schoonenberg (cf. La Trinidad, ¿mito o misterio?, Secretariado Trinitario, Salamanca 1973, 28). Posteriormente, algunos teólogos progresistas (no sólo Hans Küng) hicieron caso omiso de la Declaración de 1972, por ejemplo, XABIER PIKAZA, Los orígenes de Jesús. Ensayos de cristología bíblica, Sígueme, Salamanca 1976; el cual atribuye a Cristo una persona humana en 67, 135, 136, 138, 140, 142, 143, 144, 147, 148, 149, 175, 187, 199, 224, 268, 307, 308, 349, 477. Y no se puede argüir ignorancia del Documento ya que en el libro La Trinidad, ¿mito o misterio?, dedicado a comentar dicho Documento, colabora con un artículo.