la pasión de cristo

Todo está en la pasión

Todo está en la pasión

Enseña San Pablo de la Cruz: «Todo está en la pasión. Es allí donde se aprende la ciencia de los santos»[1]. Para el cristiano, la Pasión es una fuente inagotable de sabiduría y es guía y modelo para toda nuestra vida. Por eso decía San Pedro Claver: «El único libro que hay que leer es la Pasión»[2]. Y el gran Santo Tomás escribe: «Todo aquél que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la Cruz, y amar lo que Cristo amó en la Cruz»[3].

En forma semejante, podemos pensar de los personajes de la Pasión: debemos rechazar diametralmente los malos ejemplos de algunos e imitar los de otros.

I

No quieras imitar a Anás, que estaba dominado por la concupiscencia del poder (la mayor tentación de los clérigos) y era codicioso.

No quieras imitar a Caifás, que era venal y servil.

No quieras imitar a Poncio Pilatos, que era un cobarde y un pastelero.

No quieras imitar a Pedro, que fue vencido por una criada, sucumbiendo al miedo de dar testimonio de Jesús.

No quieras imitar al joven desnudo, que padeció más por huir de la cruz de Cristo que por seguirle[4].

No quieras imitar al mal ladrón (Gestas)[5], que no reconoció la divinidad de Jesús.

No quieras imitar a Judas, que traicionó por 30 monedas de plata.

II

Debes imitar a Simón de Cirene tomando la cruz y siguiendo a Jesús.

Debes imitar a San Pedro, que hizo penitencia llorando mucho sus pecados.

Debes imitar al buen ladrón (Dimas)[6] , quien reconoció la divinidad de Jesús.

Debes imitar a María Magdalena, quien por haber amado mucho le fueron perdonados sus muchos pecados.

Debes imitar a San Juan, que fue discípulo amado por haberse entregado a Dios ya desde muy joven[7] .

Debes imitar a María, que estuvo de pie al pie de la cruz.

Debes imitar al que abrió el costado del Señor (Longinos), que al certificar la muerte de Jesús nos dio la certeza de la misma para que siempre la anunciemos.

Debes imitar a José de Arimatea: pide siempre el Cuerpo de Jesús; “haz tuya la víctima expiatoria del mundo”[8].

Debes imitar a Nicodemo: unge a Jesús con aromas.

Sobretodo, debes imitar a JESUCRISTO, que se inmola en la cruz y en la Misa, crucificándote con Él. Como dice San Gregorio Nacianceno: «Inmolémonos nosotros mismos a Dios, inmolemos cada día nuestra persona y toda nuestra actividad, imitemos la Pasión de Cristo con nuestros propios padecimientos, honremos su sangre con nuestra propia sangre, subamos con denuedo a la cruz… Adora al que por amor a ti pende de la cruz y, crucificándote tú también, procura recibir algún provecho de tu misma culpa; compra la salvación con la muerte…»[9].

¡Decidámonos a vivir según el tercer binario[10] y según la tercer manera de humildad[11]!

¡Tengamos grandes deseos «de oprobios y menosprecios»[12] para más imitarlo a Jesús!

Digamos con la Beata María de Jesús Crucificado:

“Si tus penas no pruebo, oh, Jesús mío

vivo triste y apenado.

Hiéreme, pues que el alma ya te he dado.

Y si este bien me hicieres, mi Dios,

claro veré que bien me quieres”.[13]


[1] Carlos Almeras, San Pablo de la Cruz, Desclee (Bilbao 1960) 282.

[2] Ángel Valtierra–Rafael M. de Hornedo, San Pedro Claver, B.A.C. (Madrid 1985) 86.89.

[3] Santo Tomás de Aquino, Credo comentado (Buenos Aires 1978) 85.

[4] cfr. Luis De la Palma, Historia de la Pasión (Madrid 1967) 128.

[5] Con este nombre se llama tradicionalmente al mal ladrón y está tomado del Evangelio apócrifo de Nicodemo.

[6] San Dimas: así es llamado el «buen ladrón». También está tomado del Evangelio apócrifo de Nicodemo.

[7] «La historia de la Iglesia es un testimonio continuo de llamadas que el Señor hace en edad tierna todavía. Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, explica la predilección de Jesús hacia el apóstol Juan “por su tierna edad” y saca de ahí la siguiente conclusión: “esto nos da a entender cómo ama Dios de modo especial a aquellos que se entregan a su servicio desde la primera juventud”». Juan Pablo II, exhortación apostólica post–sinodal «Pastores Dabo Vobis», 63.

[8] San Gregorio de Nacianzo, De las Disertaciones, 45.

[9] Ibidem.

[10] cfr. San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales [155].

[11] cfr. San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales [167].

[12] San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales [146].

[13] Bernardo María de San José, C.D., La florecilla árabe (Vitoria) 74.