Paschali mysterio

¡Todos…!: Paschali mysterio consociati

Otro elemento esencial de la fe católica que motiva y enardece a los sacerdotes para trabajar con entusiasmo en el diálogo interreligioso es el hecho de que la Iglesia es «sacramento universal de salvación»,[1] y es el hecho de que todos los hombres tienen la posibilidad, ofrecida por el Espíritu Santo, «de que, en la forma sólo de Dios conocida, se asocien al misterio pascual».[2] No debemos olvidarnos que el diálogo interreligioso es parte de la misión evangelizadora de la Iglesia y entra en las perspectivas del jubileo del año 2000.[3]

La Iglesia lleva a cabo su misión como sacramento universal de salvación en la martyria, leiturgia y diakonia. «En la leiturgia, la celebración del misterio pascual, la Iglesia cumple su misión de servicio sacerdotal en representación de toda la humanidad. En un modo que, según la voluntad de Dios, es eficaz para todos los hombres, hace presente la representación de Cristo que se hizo pecado por nosotros (2Cor 5, 21) y en nuestro lugar colgó del madero (Ga 3, 13) para liberarnos del pecado[4]».[5] En este sentido, la Misa es el gran foro del diálogo interreligioso (y, con mayor razón, del diálogo ecuménico). Así como es la gran cátedra donde se aprende a ser auténtico pastor.

Ello es así porque dos son los sujetos (o cuasi sujetos) del sacrificio de la Misa:

1. El cui, es decir, a quién se ofrece el sacrificio: Dios;

2. El sujeto pro quo, o sea, por quién se ofrece el sacrificio. Este sujeto consta de dos categorías de hombres y mujeres por los que se ofrece la Misa: ¡Los vivos y los difuntos! Es de derecho divino que la Misa se ofrece por todos los hombres y mujeres que viven en la tierra, aunque se aprovechan de la Misa de distinta manera, y por todas las almas del purgatorio.

Es decir, que cada Misa se ofrece, sin duda alguna, por todos los hombres y mujeres vivientes bautizados; por los herejes, cismáticos y excomulgados (evitando siempre el posible escándalo); por los infieles o no bautizados. De tal manera que en el sacrificio de la Misa es como que se arraciman los círculos concéntricos del diálogo del que hablaba Pablo VI: «Hay un primer círculo, inmenso, cuyos límites no alcanzamos a ver, se confunden con el horizonte; son los límites que circunscriben la humanidad en cuanto tal, el mundo… vemos dibujarse otro círculo… que es, antes que nada, el de los hombres que adoran al Dios único y verdadero… los hijos del pueblo hebreo… los musulmanes… los seguidores de las grandes religiones afroasiáticas… el círculo más cercano, el de los que llevan el nombre de Cristo. En este campo el diálogo que ha alcanzado la calificación de ecuménico ya está abierto… (finalmente) nuestro diálogo se ofrece a los hijos de la casa de Dios, la Iglesia una, santa, católica y apostólica, de la que esta, la romana, es mater et caput».[6] Toda Misa es una grandiosa sinfonía en la que, a su manera, participa cada miembro de la humanidad. El Sacerdote principal de la Misa lleva los rostros de todos los hombres en su corazón. ¡Los deberíamos llevar los sacerdotes ministeriales y todos los que en cada Misa ejercen su sacerdocio bautismal!

Queremos referirnos en especial a cómo la Misa se aplica y puede aprovechar a los no bautizados.[7] Alguno poco avisado creerá que nos encontramos frente a una novedad doctrinal, sin embargo, nada más alejado a la realidad. Ya San Pablo se refiere a este tema.

En efecto, el Apóstol exhorta: Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en autoridad (1Tim 2, 1-2). El Apóstol quiere que se rece por todos los hombres, aún por los reyes y hombres eminentes, muchos de los cuales en aquel tiempo eran infieles. Y se trata de preces públicas.

San Juan Crisóstomo enseña que el sacerdote que sacrifica «Ora por todo el mundo y suplica a Dios sea propicio por los pecados de todos».[8] Y en otro lugar «El sacerdote es como el padre común de todo el orbe. Conviene, pues, que el sacerdote cuide de todos, como Dios de quien es sacerdote». Por eso dice San Pablo: Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones… (1Tim 2, 1-2). Lo que explica San Juan Crisóstomo: «¿Qué significa ante todo?, esto es, en el culto diario».[9]

Tertuliano dice: «Sacrificamos por la salud del Emperador».[10]

Y San Agustín explicando las palabras del Apóstol ya citadas dice que este intentaba: «Que ninguno, dada la estrechez de miras del humano conocimiento, juzgase que esas cosas no se han de hacer por aquellos de quienes la Iglesia sufre persecución, puesto que los miembros de Cristo habrían de ser reclutados de entre hombres de toda raza y linaje».[11] Así por las oraciones de los primeros cristianos, Saulo perseguidor se convierte en Pablo predicador.[12]

En la liturgia se dice en la fórmula de la consagración del sanguis: «…sangre… que será derramada… por todos los hombres…»;[13] que el Señor acepte la ofrenda de sus siervos «y de toda su familia santa»;[14] que se acuerde de «su Iglesia extendida por toda la tierra»;[15] que la Víctima de reconciliación «traiga la paz y la salvación al mundo entero»;[16] y que reúna en torno a sí «a todos sus hijos dispersos por el mundo»;[17] se ofrece el sacrificio que es agradable a Dios «y salvación para todo el mundo»;[18] y se lo ofrece por todo su pueblo santo «y de aquellos que te buscan con sincero corazón».[19]

El sacrificio de la Misa por ser representación objetiva del sacrificio de la cruz, se ofrece por todos, porque en la cruz por todos se ofreció Jesucristo, como enseña San Pablo: Se entregó a sí mismo para redención de todos (1Tim 2, 6).

Y si alguno usase mal la sentencia de San Agustín: «¿Quién ofrecerá el cuerpo de Cristo sino por aquellos que son miembros de Cristo?,[20] hay que responder con Santo Tomás: «Hay que entender que se ofrece por los miembros de Cristo cuando se ofrece por algunos para que sean miembros (de Cristo)».[21]

No es algo de ahora. En el lejano 1865 respondía afirmativamente el Santo Oficio a la pregunta: «Si es lícito a los sacerdotes aplicar la Misa por la intención de los turcos o de otros infieles y recibir de ellos limosnas por la aplicación de la Misa…».[22]

¡Todos…! ¿Acaso, en cada Misa, no ves con los ojos de la fe sus rostros blancos, negros, cobrizos, amarillos, pardos… de las más de 40 razas que pueblan la tierra? ¿No escuchas sus distintas lenguas: indoeuropeas, caucásicas, uralo-altaicas, camito-semíticas, chino-tibetanas… como una suerte de música que llega de todas partes del mundo a cada Misa? ¿No percibís como gritan las distintas culturas del hombre por redención?

En cada Misa tenés que percibir, en el Corazón eucarístico de Jesucristo, a aquellos que están esperando tu ministerio sacerdotal: los que escucharán tus predicaciones, los que recibirán las aguas del bautismo, los que se aprovecharán de tus Misas, los enfermos que sanarás en el alma y en el cuerpo, los que confesarás, aquellos a quienes llegarás en la misión, a quienes enseñarás catecismo, consolarás en su dolor, alegrarás en su tristeza, corregirás, serás solidario, ayudarás, tratarás de promoverlo social y culturalmente… ¡Todos…!

Por eso sostengo que la Misa es una escuela calificada para prepararse seriamente para el diálogo interreligioso, porque nos enseña el valor de cada hombre y mujer, lo que sufrió Cristo por cada uno de ellos y nos recuerda la común vocación de todos los hombres y mujeres a la vida eterna.

La Misa es el corazón del mundo, es el ágora de la humanidad redimida. En cada Misa sigue destilando la sangre de Cristo, gota a gota, por cada uno de los seres humanos. ¡Todos se apiñan en el ara del altar, porque todos estuvimos apiñados en el ara de la cruz!

¡Qué gracia tan grande! Llamados a ser instrumentos para que los hombres se asocien al misterio pascual de Jesucristo: ¡Paschali mysterio consociati!

María, Madre de todos los hombres, varones y mujeres, nos recuerde siempre que todos los hombres somos hermanos y que por cualquiera de ellos debemos estar dispuestos a hacer cosas heroicas, porque debemos amarlos como Él los amó.


[1] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 45.9; Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia «Ad Gentes», 1.5.

[2] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual «Gaudium et Spes», 22.

[3] Cfr. «Lineamenta» de la X Asamblea del Sínodo de los Obispos, 76; Carta encíclica «Redemptoris Missio» (7 de diciembre de 1990) 55; Carta Apostólica «Tertio Millennio Adveniente» (10 de noviembre de 1994) 53.

[4] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 10.

[5]  Comisión Teológica Internacional, El cristianismo y las religiones, 77.

[6]  Carta encíclica «Ecclesiam suam» (6 de agosto de 1964) 24.29.30.31.

[7] Cfr. Gregorio Alastruey, Tratado de la Santísima Eucaristía (Madrid 1951) 388ss.

[8]  De sacerdotio, VI, 4.

[9]  Ep. Ad Vitalem Carthagin.

[10] Ad Scapulan, 2.

[11] Ep. Ad Paulinum.

[12] Cfr. He 7, 60; Ga 1, 23.

[13] Cfr. Misal Romano, Plegarias eucarísticas, fórmula de la consagración.

[14] Misal Romano, Plegaria eucarística I.

[15] Misal Romano, Plegaria eucarística II.

[16] Misal Romano, Plegaria eucarística III.

[17] Misal Romano, Plegaria eucarística III.

[18] Misal Romano, Plegaria eucarística IV.

[19] Misal Romano, Plegaria eucarística IV.

[20] Ad Renatum; cit. Santo Tomás de Aquino, STh, 3, 79, 7, ad2.

[21]  In IV Sent, 12, 2, ad4.

[22] Congregación para la Evangelización de los pueblos, Collectanea, n. 1274.